BOLIVIA. LOS CRÍMENES DE LESA HUMANIDAD SON IMPRESCRIPTIBLES

El
golpe de Estado del 2019 inicia una etapa de desmontaje del Estado
Plurinacional de Bolivia. Desde ese momento el Sistema Judicial Boliviano da
doctrinalmente un viraje manifiesto al ejercicio judicial liberal capitalista
patriarcal, dando lugar al “patronaje doctoral” de la república colonial
pasada, en busca de impunidades a los crímenes de lesa humanidad cometidos en
Huayllani, Senkata y El Pedregal, bajo el silencio e inacción de la asamblea
legislativa y el ejecutivo, que no ejercen legislación y acompañamiento al
artículo 111 de la Constitución Política
del Estado Plurinacional de Bolivia y convenios internacionales.
Treinta
y ocho asesinados, ochocientos heridos, mil quinientos detenidos, asesinato del
periodista argentino Sebastián Moro, son invisibilizados por una gigantesca
campaña de los medios de información y sus anexos (redes sociales), mostrando a
las y los autores del genocidio como si estuvieran siendo procesados por
delitos comunes, atentando contra nuestros pueblos en su memoria y verdad de
haber sido víctimas de crímenes de lesa humanidad.
La
verdad de nuestros pueblos es aquella que pretenden ocultar, mentir o
maquillar. Bolivia sufrió un quiebre racista y misógino cuya base principal fue
Cochabamba. Allí humillaron al mejor estilo de las juventudes hitlerianas
(R.J.C) a la alcaldesa de Vinto, para infundir terror y miedo, se persiguió y
golpeó a mujeres por su procedencia cultural, se rompió la constitucionalidad
con el motín policial, se quemaron símbolos de nuestra plurinacionalidad. Esa
es la verdad que pretende callar el fascismo que se instaló con el golpe de
Estado del 2019.
La
justicia es parte de nuestro ser como habitantes de estas tierras, como seres
pertenecientes a culturas de paz, armonía y reciprocidad. Restaurar a las
familias que perdieron a sus seres queridos ese fatídico noviembre del 2019 es
un deber de nuestros pueblos.
La
Coordinadora Memoria, Verdad y Justicia llevo a cabo 208 jornadas los viernes
en la plaza principal 14 de septiembre y estará en movilización permanente
hasta que se haga justicia. (https://n9.cl/6lc6w9)
DERECHAZO
El
resultado de las elecciones en Bolivia pateó un tablero en que el MAS tuvo
hegemonía indiscutida por 19 años. Disputas internas y crisis económicas no
terminan de responder la pregunta: ¿qué pasó?
Redacción
Rosario de Argentina (https://n9.cl/vdng25)
En
2006, la llegada de Evo Morales a la presidencia de Bolivia no fue sólo un
acontecimiento político de relevancia internacional por la constitución de un
bloque latinoamericano –y latinoamericanista– que tuvo un intento de replantear
el problema de la soberanía y del desarrollo –económico, pero no reducido a
eso–. Tampoco fue sólo un acontecimiento simbólico, por la llegada a la
presidencia de un dirigente de los sindicatos cocaleros, cuya pertenencia a los
pueblos originarios no fue mera anécdota, e implicó la transformación de los
ritos de legitimación de la institucionalidad republicana exportada de Europa:
en las históricas ruinas de Tiwanaku, lugar de profunda significación para los
aymaras, representantes de pueblos originarios de distintas regiones –no sólo
los que habitan el territorio boliviano– ungieron a Evo de “guía espiritual”
del país andino, y una anciana aymara le entregó el bastón de mando. En
Tiwanaku dio discursos cada vez que fue reelegido, con mayorías abrumadoras. La
llegada de Evo fue por lo menos un intento de cambio de paradigma –como señaló
Enrique Dussel, filósofo argentino que escribió, imitando el gesto
aristotélico, su Política partiendo de la llegada de Evo–, que a la recursión
simbólica y las políticas redistributivas se le sumó la condición de
laboratorio: no para exportar fórmulas aplicables universalmente, sino para
poner a prueba otra forma de hacer las cosas.
La
nueva Constitución, el Estado Plurinacional, el buen vivir, los intentos de
construir una suerte de agregación de valor –o industrialización– teniendo
entre ojos el problema ambiental evidentemente no tuvieron una resolución
plena. Las elecciones del domingo 17 constituyen un hecho que difícilmente
puede explicarse por la aparición de una derecha fuerte, ya sea por estruendosa
–a lo Milei–, o por organizada.
En
fin, los números son lapidarios: con una participación del 89 por ciento,
Rodrigo Paz Pereira, candidato del Partido Demócrata Cristiano, quedó en primer
lugar con el 32 por ciento. Irá al balotaje con Jorge Tuto Quiroga Ramírez –ex
mandatario neoliberal e hijo político del dictador y luego presidente electo de
Bolivia Hugo Banzer–, que llegó al 26,7 por ciento al frente de la Alianza
Libre. Con casi el 20 por ciento, el tercer candidato fue Samuel Doria Medina,
uno de los artífices de las privatizaciones de los 90, y dueño de la cadena de
Burger King en ese país. Recién en el cuarto lugar aparece, con el 8 por
ciento, el dirigente cocalero que viene del riñón del MAS, aunque se presentó
con su propia alianza por fuera de la estructura partidaria: Andrónico
Rodríguez. Quinto, con el 6 por ciento, Manfred Reyes Villa, alcalde de
Cochabamba que recién volvió al país durante el gobierno golpista de Jeanine
Añez, luego de estar diez años bajo el asilo político en Estados Unidos. Y con
el 3,16 asoma Eduardo del Castillo, con la firma del Movimiento al Socialismo
(MAS), quien fue ministro de gobierno durante la presidencia de Luis Arce. La
ausencia de Evo Morales en la elección, inhabilitado por el Tribunal
Constitucional Plurinacional por haber gobernado tres mandatos, tuvo sin
embargo una presencia importante. Evo no apoyó a ninguno de los candidatos,
sino que llamó al voto nulo, que llegó a ser el 19 por ciento del electorado.
En elecciones anteriores, en Bolivia los blancos y nulos no superaron el margen
del 3 por ciento.
Según
muchos analistas, el que tiene una posibilidad prácticamente indiscutida de
ganar es Rodrigo Paz Pereira. A diferencia de los otros candidatos, esta es su
primera postulación para presidente. Pero no es alguien que viene de “fuera de
la política”. Recibido de economista y con una maestría en Gestión Política de
la American University –Universidad privada de Washington D.C., afiliada a la
iglesia metodista–, fue alcalde de la ciudad de Tarija entre 2015 y 2020, y es
actualmente senador por Comunidad Ciudadana, partido de Carlos Mesa, histórico
rival del MAS y quien compitió en las elecciones de 2020 contra Arce. Además,
es hijo del ex presidente Jaime Paz Zamora, y su abuelo era primo de Víctor Paz
Estensoro, también ex presidente. Bajo la figura de una derecha “moderada”, Paz
“combina postulados neoliberales con posturas más socialdemócratas y propone el
concepto-oxímoron de «un capitalismo popular, un capitalismo para todos, no
para unos cuantos»”, según las palabras de Gerardo Szalkowicz en su nota, publicada
en Tiempo Argentino, “Lamento boliviano: el fin de una era, el candidato
sorpresa y las lecciones para América Latina”.
El
analista político Carlos Rosero indicó en una entrevista a La Nación que Paz es
entendido como una “transición suave” de un ciclo dominado por el MAS, mientras
que Quiroga –quien lo enfrentará en el balotaje– es visto como la opción más
confrontativa: “Tuto Quiroga confrontó directamente con el MAS y con Morales y,
si llega a la presidencia, va a buscar meter preso al expresidente. Pero Paz es
una alternativa más conciliatoria”. La moderación es virtud cuando los
intereses de las clases dominantes no se tocan.
Por
otro lado, el senado no tendrá ningún representante de ninguno de los sectores
que se desprendieron del MAS, y estará dominado por las distintas facciones
derechistas que se impusieron en la elección. El armado de Rodrigo Paz Pereira,
en este ámbito, también se quedó con la mayoría del senado, aunque necesitará
negociar con los otros sectores para impulsar acciones legislativas.
Menos
Las
elecciones no son un mero problema técnico. Algo de eso evidencia la
experiencia boliviana. El porcentaje más bajo que había conseguido Evo Morales,
allá por 2019, era del 47 por ciento, mientras que Carlos Mesa lo siguió con
36. No es intención de esta nota reconstruir en profundidad los hechos del
golpe de Estado de 2019 –como ya se ha hecho en otras entregas de este
semanario–, pero basta decir que aquella situación –más una cuarta reelección
de Evo muy criticada desde sectores de la oposición, pero que también generaba
ruidos internos– envalentonó a la OEA para acusar irregularidades en el conteo
electoral que, luego de la presión de la Policía y del Ejército, llevaron a la
renuncia de Evo.
Luego
de poco menos de un año de gobierno de facto a cargo de Añez, plagado de
movilizaciones, irregularidades y represiones cruentas como fueron las masacres
de Sacaba y Senkata –a partir de las cuales Añez está cumpliendo cargos
penales–, la vuelta del MAS tuvo como una de las condiciones la inhabilitación
de la candidatura de Evo. Repetidas las elecciones en 2020, el sueño golpista
se encontraba con la fuerza de lo que creyó haber destruido: Luis Arce,
entonces candidato, ganó las elecciones con un contundente 55 por ciento, y
Mesa, histórico rival, apenas consiguió poco menos que el 29 por ciento, menos
que en las elecciones que desencadenaron el grito de “fraude” un año antes.
La
pregunta, entonces, vuelve hacia nosotros: ¿cómo la fuerza mayoritaria,
indudablemente hegemónica, durante 19 años en Bolivia, de repente no suma más
que el 11 por ciento en una elección, partida en dos candidatos, y con su
referente histórico inhabilitado para participar del comicio y orgulloso de
haber conseguido el 19 por ciento del voto nulo al que llamó?
De
líderes e internas
Una
de las líneas a seguir tiene son las internas del MAS, que llevó a un
enfrentamiento irreconciliable entre el presidente del partido, Luis Arce, y el
referente histórico y principal figura popular de la “izquierda boliviana”,
como la llama García Linera. Szalkowicz, en la nota de Tiempo Argentino, toma
una postura contundente: “La preocupante deriva boliviana no tiene como causa
principal los aciertos de las derechas vernáculas ni sus afanes golpistas ni la
injerencia estadounidense, como en ocasiones anteriores. Fue pura implosión del
MAS”.
Una
nota de Página 12 firmada por Gustavo Veiga en julio de 2024, hace un repaso
por esta interna que sacudió desde adentro uno de los movimientos políticos
progresistas más fuertes en Latinoamérica desde el 2000 para acá. “Las
hostilidades comenzaron cuando el golpe liderado por Jeanine Áñez ya era un
trágico recuerdo. Hasta los últimos días de Morales en el poder, su entonces
ministro de Economía decía: «Evo cumple lo que promete». Para muchos el
artífice del llamado milagro boliviano, reconocía en su adversario de ahora, al
líder absoluto del MAS. Pero algo empezó a romperse entre ellos. Y un nombre
explica en parte ese distanciamiento.”
“Se
trata de Eduardo Del Castillo, el actual ministro de Gobierno y funcionario
clave en el gabinete de Arce Catacora. Joven integrante de la Columna Sur
nacida en Santa Cruz de la Sierra y que acompañó siempre a Morales, se
transformó en el blanco predilecto de Evo –después del presidente– desde que en
agosto de 2023 denunció por narcotráfico al movimiento cocalero de Las Yungas
(Departamento de La Paz) y al del Trópico de Cochabamba”, se lee en la nota de
Página 12.
Como
un desencadenamiento lógico, Eduardo Del Castillo resultó el candidato por el
MAS, consiguiendo apenas el 3 por ciento. El título de la nota firmada por
Veiga tiene un aire profético: “La interna del MAS puede autodestruir su propia
obra”. Para García Linera, esta serie de peleas internas resultó siendo una
“guerra fratricida”. El fratricidio, además, no es sólo del orden de la
metáfora: Evo Morales acusó al gobierno de Luis Arce de intentar asesinarlo el
27 de octubre de 2024, habiendo recibido disparos mientras estaba en una
camioneta en la Ruta Nacional 4 de Bolivia.
Otra
de las aristas de la interna tuvo que ver con la conducción del partido, en la
que Evo perdió la presidencia ante el sector arcista luego de la intervención
del Tribunal Supremo Electoral. Andrónico Rodríguez, dirigente cocalero, fue
presidente del senado durante toda la presidencia de Luis Arce –y aún lo es–,
siendo oposición al gobierno del que formaba parte. Se perfilaba como el
sucesor de Evo; varios medios lo llamaron el “delfín”. Sin embargo, no obtuvo
el apoyo de Morales para la presentación de su candidatura por fuera del
aparato partidario y, aunque le fue mejor que al Ministro de Gobierno, el 8 por
ciento que consiguió no es más que una sombra de la hegemonía del MAS durante
los últimos 19 años.
En
entrevista con France 24 en Español, García Linera señaló: “Allí donde surgen
líderes carismáticos en cualquier parte del mundo en momentos de crisis, como
fue lo que sucedió en Bolivia en 2005, esos líderes carismáticos –Evo Morales
en Bolivia, López Obrador en México, o Cristina Kirchner en Argentina–, son
líderes que tienen una influencia perpetua en el campo popular hasta que
mueren. Y Evo Morales, si bien ya no puede ganar elecciones, sin él tampoco se
puede ganar. Esta es la paradoja de un líder carismático. Y en esta elección se
ha mostrado que él es el líder de la izquierda, pero es un líder disminuido. En
el futuro, cualquier reconstrucción de la izquierda, de un nuevo ciclo o una
nueva fase de la izquierda, obligatoriamente va a requerir la presencia de Evo
Morales. Quizás ya no a la cabeza de él, él ya ha encontrado un techo de la
votación, pero evidentemente se va a requerir su apoyo. En este caso, la baja
votación de Andrónico constató esto que digo”.
Más
que instrumento electoral
Sin
embargo, esta interna a cielo abierto, y el problema de los nombres y los
líderes no es el único elemento que explica la deriva hacia este panorama.
Javier Larraín –historiador chileno que vive en Bolivia y director de la
revista Correo del Alba–, entrevistado por Gustavo Veiga en página 12, opinó:
“Lo más profundo que tuvo el MAS como proyecto político fue la famosa agenda de
octubre que la cumplió cuando accedió al gobierno Evo y consistía en la
refundación del país, la asamblea constituyente, los hidrocarburos, todo eso
pasó en 2011, 2012 y después hasta el 2014 siguió esa línea. Pero el último
gobierno de Morales fue administrativo, sin relato, sin horizonte, el lema fue
la industrialización, aunque no hubo algo que convocara, que tuviera una mística
y eso provocó las diferencias intestinas que nunca fueron bien canalizadas”.
Carlos
Flanagan, ex embajador uruguayo ante el Estado Plurinacional de Bolivia, en una
nota de Correo del alba publicada pocos días antes de las elecciones
bolivianas, también deslizó su planteo: “En primer lugar, la falta de cuadros
políticos formados para la gestión de gobierno”. Señaló también como problemas
lo que llama el “egocentrismo” de Evo Morales y le achaca responsabilidad en la
división parlamentaria entre “arcistas” y “evistas”, en donde los últimos
muchas veces habrían votado con la derecha. Y como último aspecto, “la
llamativa debilidad de la política económica y financiera de Arce; máxime
teniendo en cuenta su gran labor como ministro de economía en todo el período
del gobierno de Evo Morales”. Para Flanagan, el principal problema es que el
MAS-IPSP se convirtió en un mero instrumento electoral, y no en un partido que
reproduzca su propia fuerza con cuadros y acción permanente y cotidiana.
Hacerse
cargo
Álvaro
García Linera comparte algunas posiciones con Sztulwark, pero tampoco reduce el
problema a la implosión del MAS como interna a cielo abierto. En un artículo
publicado en Página 12, Linera señala como principal causa del declive del MAS
–pero también de la victoria de Milei– la falta de unas reformas de segunda
generación. “Más de 70 millones de latinoamericanos salieron de la pobreza en
una década, las instituciones reservadas para rancias aristocracias se
democratizaron y, en el caso de Bolivia, hubo una recomposición de las clases
sociales en el Estado al convertir a los indígenas-campesinos en clases con
poder estatal directo. Ahí radicó la gran fuerza y legitimidad histórica del
progresismo. Pero también el inicio de sus límites; pues completada esa obra
redistributiva inicial, ella comenzó a mostrarse insuficiente a la hora de
garantizar la continuidad en el tiempo de los derechos alcanzados”.
Y
en entrevista con France24, señaló en sintonía: “El principal elemento que ha
modificado el sistema político en Bolivia es ante todo la crisis económica. Una
crisis económica por un gobierno del MAS que no la supo controlar ni tomó
medidas para remontarla”. Esta nueva generación de reformas, que para Linera
pasan por construir una base productiva “expansiva, de pequeña, mediana y gran
escala, tanto en la industria como en la agricultura”, que garantice la
continuidad de lo logrado en la redistribución inicial, y que incluya tanto al
sector “privado, campesino, popular, como estatal”, y que “produzca para el
mercado interno como para la exportación”, no es un planteo absolutamente nuevo
ni original, e incluso se podrían argüir intentos de hacerlo.
El
problema sigue siendo el cómo. Sin embargo, el esfuerzo autocrítico y de tomar
responsabilidad histórica de los hechos políticos es central: “Las izquierdas y
progresismos en gobierno no pierden elecciones por los trolls de las redes
sociales. Tampoco porque las derechas son más violentas ni mucho menos porque
el pueblo que fue beneficiado por políticas sociales es ingrato”.
“Las
extremas derechas, autoritarias, fascistoides y racistas, siempre han existido.
Vegetan en espacios marginales de enfurecida militancia enclaustrada. Pero su
prédica se expande, a raíz del deterioro de las condiciones de vida de la
población trabajadora, de la frustración colectiva que dejan progresismos
timoratos, o a la pérdida de estatus de sectores medios. Y en cuanto a los que
argumentan que la derrota se debe al «desagradecimiento» de aquellos sectores
anteriormente beneficiados, olvidan que los derechos sociales nunca fueron una
obra de beneficencia gubernamental. Fueron conquistas sociales ganadas en las
calles y el voto. Por todo ello, sin excusa alguna, un gobierno progresista o
de izquierdas pierde en las elecciones por sus errores políticos”, señaló
Linera lapidariamente.
En
la entrevista con France 24, demostró que esta operación no es solamente la del
pesimismo: “Toca mirar hacia adelante. Ahí está, por ahora, temporalmente, el
límite de la izquierda en Bolivia. Falta romper ese límite proponiendo nuevas
reformas de segunda generación que permitan mayor democratización de la riqueza
y un crecimiento sostenible en base a acciones productivas”.
Las
preguntas sobre Bolivia parecen rebotar en preguntas por la situación
latinoamericana en general, y por la construcción de una alternativa, llámese
progresista, socialista, nacional y popular, peronista, pero que pueda torcer
el rumbo de la situación. En ese sentido, alinear los patitos cada cuatro años
para ganar una elección con el candidato que más mida, no garantiza nada.
Porque las elecciones no son un problema técnico, y tampoco el momento
vertebrante de la vida social general, quizás se trate de reconstruir un
proyecto político con articulación desde y con las bases. Y de, una vez en el
gobierno, no achancharse.
“El
progresismo y las izquierdas están condenadas a avanzar si quieren permanecer.
Quedarse quietos es perder”, señaló Linera. Sin eso, no hay posibilidad de
enfrentar ni al capital ni al imperialismo. Y mucho menos de que todos podamos
tener un buen vivir, como se proyectó en algún momento.
BOLIVIA:
EL FIN DEL CICLO DEL MAS Y LA RECOMPOSICIÓN DE LA DERECHA
En
la segunda vuelta no define el futuro de un proyecto democrático-popular, sino
la forma en que la burguesía boliviana buscará recomponer su hegemonía tras el
colapso del MAS. El centro liberal-populista y la derecha neoliberal son solo
dos caminos distintos para descargar la crisis sobre las espaldas de los
trabajadores y campesinos.
La
Izquierda Web de Argentina (https://n9.cl/8bkm23)
El
resultado de las elecciones del 17 de agosto confirmó lo que ya se vislumbraba:
el ciclo del Movimiento al Socialismo (MAS) llegó a su fin. Tras dos décadas de
hegemonía, la leyenda de Evo Morales y Luis Arce obtuvo solo el 3% de los
votos. La segunda vuelta se disputará entre Rodrigo Paz Pereira, senador de
centro que capitalizó el voto de descontento, y el conservador Jorge «Tuto»
Quiroga, representante de la vieja derecha neoliberal.
Esta
disputa no expresa una victoria de la democracia o de la «renovación política»,
sino la profunda crisis del progresismo boliviano y la ofensiva de la burguesía
en sus diferentes variantes.
La
derrota electoral del MAS no puede interpretarse solo como resultado de errores
coyunturales o disputas internas de liderazgo. Se trata, sobre todo, de la
expresión de un proceso histórico más profundo: la reabsorción del ciclo
progresista boliviano, que, a pesar de haber nacido de las jornadas
insurreccionales de 2000-2003, acabó por consolidar un modelo económico
dependiente y una forma política centrada en el caudillismo.
Lo
que se presenta hoy es, en esencia, la crisis de un proyecto que nunca rompió
con las bases del capitalismo semicolonial y que, por lo mismo, llevaba en sí
los límites de todo Estado burgués.
Para
entender un poco más sobre la formación social y política del país, remitimos
al artículo Crítica del romanticismo «anticapitalista» (2003) de Roberto Saénz,
donde se indica que: “Bolivia, sin haber llegado a constituirse plenamente como
país capitalista (aunque lo sea en su forma dominante), ya está destruida. Esta
es la tremenda contradicción que se vive en las entrañas de la crisis del país,
lo que dio origen al desarrollo de las concepciones en boga en la vanguardia y
en los movimientos sociales”.
El
llamado “Proceso de Cambio” reveló, en sus primeros años, la fuerza de las
masas trabajadoras, campesinas e indígenas que impusieron derrotas a la vieja
oligarquía. Sin embargo, una vez institucionalizado bajo la dirección del MAS,
este potencial fue reabsorbido por la lógica de la administración estatal de la
dependencia.
La
bonanza derivada de los altos precios de las materias primas permitió, por un
tiempo, distribuir beneficios sociales y sostener una amplia base popular. Pero
la ausencia de industrialización, de un plan energético a largo plazo y de
ruptura con el capital extranjero resultó fatal: el colapso económico desgató
la legitimidad política y abrió espacio a la fragmentación interna.
Esto
no es de ahora, viene de la revolución de 1952, la cual dejó inconclusa la
formación del país o, como decía el sociólogo Zavaleta Mercado, quedó a mitad
de camino: “Se percibe con trazos nítidos (…) cuál fue el error central de la
Revolución Boliviana. Para realizar tareas nacionales que en Europa fueron
cumplidas por la burguesía, el proletariado cedió el aparato estatal a lo que
más se asemejaba a una burguesía nacional, en un país donde ésta casi no
existe: a las capas medias del frente de las clases nacionales (…) El fondo de
todo es la frustración capitalista de la Revolución y de la propia Bolivia.
Así, en Bolivia, el socialismo no es una elección, sino un destino; no es un
ideal de iniciados ni siquiera una postulación, sino un requisito existencial
(…) sin cuyo cumplimiento la nación no podrá ser efectivamente nación” (citado
por Sáenz).
Esta
reabsorción no significa, sin embargo, la desaparición de las fuerzas sociales
que dieron origen al proceso. Lo que está en juego es la disputa sobre quién
heredará el legado de las luchas pasadas y, sobre todo, cómo se administrará la
crisis.
Entre
un centro liberal populista reciclado y la vieja derecha neoliberal, la
burguesía busca recomponer su hegemonía. Con el objetivo de desvelar las
incógnitas presentes, a continuación explicaremos los conflictos vividos
recientemente en Bolivia, analizando sus raíces económicas, políticas y
sociales.
Interpretación
política de las elecciones bolivianas (2019–2025)
Las
tres últimas elecciones generales en Bolivia —2019, 2020 y 2025— expresan de
forma condensada la trayectoria de ascenso, recuperación y colapso del MAS,
partido que hegemonizó la política nacional durante casi dos décadas.
2019
– La crisis de la hegemonía del MAS
En
2019, Evo Morales buscó un cuarto mandato consecutivo. A pesar de obtener el
47% de los votos, la diferencia de poco más de 10 puntos sobre Carlos Mesa para
ser declarado ganador de la primera vuelta fue muy ajustado y, debido a un
“apagón” en el conteo de votos, las sospechas de fraude extendieron el
descontento popular, específicamente en los centros urbanos.
El
MAS nunca fue a segunda vuelta en las elecciones anteriores, pues siempre
ganaron en el primer turno con más del 50% de los votos. La denuncia de fraude
generó una explosión de movilizaciones y una ofensiva golpista de las Fuerzas
Armadas, culminando en la renuncia de Morales. En este momento es cuando asumen
el poder Añes, Camacho y compañía, hoy presos por golpistas. No obstante, este
episodio marcó la primera fisura seria en la hegemonía del MAS y abrió una
etapa de transición política inestable, en la que la derecha intentó
recomponerse bajo la bandera “antifraude”.
2020
– El arrasador regreso
Un
año después, la memoria fresca del golpe y la incapacidad de la derecha para
estabilizar el país, favorecieron el retorno del MAS al gobierno. Luis Arce
venció con el 54,7%, un resultado contundente que le dio no solo la presidencia
en primera vuelta, sino también mayoría absoluta en el Congreso: 21 de los 36
senadores y 75 de los 130 diputados.
El
MAS parecía recuperar su legitimidad y fuerza electoral, apoyado en el recuerdo
del crecimiento económico de los años 2006–2014 y en el rechazo a la represión
del gobierno transitorio de Jeanine Áñez. Sin embargo, esta victoria ya
escondía contradicciones: la economía estaba en crisis, la dependencia del gas
y del litio se agravaba y el partido mostraba signos de burocratización, casos
de corrupción y alejamiento de las bases sociales.
En
este período, varios dirigentes se alejaron y crearon alianzas para disputar
elecciones de forma independiente, como Eva Copa, que fue alcaldesa de El Alto
en 2020, o Andrónico Rodríguez —Presidente del Senado y figura influyente en
las bases aimaras, fue durante mucho tiempo visto como el heredero político de
Evo Morales. Sin embargo, en 2025 rompió con el MAS y formó su propio partido,
obteniendo el 8% de los votos.
2025
– Giro a la derecha, por búsquedas de alternativas ante la acumulación de
insatisfacciones
Cinco
años después, el escenario ha cambiado radicalmente. En las elecciones de 2025,
el MAS sufrió un golpe de realidad: el candidato Eduardo Del Castillo,
representante del partido, obtuvo solo el 3,17% de los votos, un resultado que
apenas garantizó su permanencia legal en la contienda electoral.
Bolivia
tiene uno de los regímenes más antidemocráticos de la región, ya que quien
obtiene menos del 3% de los votos pierde su personería jurídica y, además, debe
pagar una multa. No viene al caso explicarlo detalladamente en este momento,
pero muchas familias burguesas ceden las personarías jurídicas a candidatos y,
ante la posibilidad de pocos votos, muchos se retiran de la carrera electoral
antes de las elecciones.
En
esta ocasión, el MAS perdió los 21 escaños en el Senado y se quedó con solo 2
diputados. Mientras tanto, surgió un nuevo bloque político: Rodrigo Paz Pereira
(PDC) y Jorge Quiroga (Alianza Libre), representantes de una recomposición
conservadora, con el discurso de la modernización capitalista y de apertura
pro-mercado. El centro y la derecha, divididos entre corrientes tradicionales y
populistas, pasaron a disputar la dirección del Estado.
La
implosión del MAS no es solo electoral. Ella expresa el agotamiento del modelo
económico extractivista, incapaz de sostener la redistribución social en medio
de la caída de los ingresos del gas, la estagnación de la industrialización y
el creciente peso de la deuda pública. Además, refleja la fragmentación de las
alianzas sociales que sustentaron a Morales y Arce: sectores indígenas, urbanos
pobres y parte de la clase trabajadora migraron a otras opciones o se
abstuvieron.
Colapso
del modelo económico
La
derrota del MAS no puede entenderse sin considerar el agotamiento del modelo
basado en el extractivismo. Entre las materias primas, el gas natural generó
buenos dividendos, pero también el litio y otros minerales. El problema es que
una parte importante de estos ingresos se destina a importar hidrocarburos que
el país no produce. Esta balanza comercial desequilibrada, agravada en los
últimos años, desencadenó innumerables problemas y expuso la fragilidad
política del modelo.
La
nacionalización «parcial» de los hidrocarburos llevada a cabo por Morales en
2006, permitió una década de crecimiento sostenido por los altos precios
internacionales. Pero, a partir de 2014, la caída de las materias primas, la
reducción de la demanda de Brasil y Argentina, así como la ausencia de nuevas
inversiones, revelaron sus límites.
Durante
algunas décadas, Bolivia vivió una estabilidad sin precedentes, en parte
sostenida por los precios internacionales del gas. Eso, sin embargo, quedó en
el pasado.
Los
gobiernos no invirtieron en infraestructura para garantizar el suministro de
combustibles y, en la actualidad, los problemas vuelven a manifestarse. Del
llamado «milagro boliviano» a la escasez solo hubo un paso.
No
es solamente el diésel: su falta también desencadenó la falta de dólares, y el
gobierno intenta restringir su circulación. En un país dependiente de la
importación de insumos, este escenario fue terreno fértil para conflictos que
no tardaron en llegar — en 2023, por ejemplo, hubo más de 200 días de bloqueos
de carreteras.
Las
reservas del Banco Central cayeron de 15.1 mil millones de dólares a solo 1.7
mil millones en 2024, prácticamente convirtiéndose en polvo. En 2010, Morales
intentó eliminar los subsidios a los combustibles, que consumían cientos de
millones de dólares anuales del presupuesto estatal. El decreto que elevó los
precios —el llamado «gasolinazo»— fue revocado después de una semana de
intensas protestas, uno de los momentos más críticos de su gobierno. Quedó
claro que el MAS no tenía un «cheque en blanco»: sin refinerías, sin
prospección petrolera y con dependencia de las importaciones, tarde o temprano
el ciclo de bonanza se agotaría, arrastrando consigo los proyectos políticos
construidos sobre él.
La
ausencia de una política de hidrocarburos a largo plazo y la falta de
inversiones estratégicas produjeron un grave desequilibrio de las cuentas
públicas. Ni Evo ni Arce alteraron las bases de la dependencia boliviana: un
capitalismo semicolonial atrasado, basado en la exportación de materias primas
sin industrialización. Ese modelo no podría durar mucho. La política
entreguista de sostenerlo llevó al país a un callejón sin salida, sumiendo a
los gobiernos que se decían «socialistas» en una nueva crisis política,
económica y social.
Este
colapso erosionó la legitimidad del MAS. El partido, que nunca rompió con la
lógica de la dependencia capitalista, se limitó a administrar el declive,
resultando en la ruptura política con amplias masas populares, que ya no ven
salida en el llamado «socialismo del siglo XXI».
Las
elecciones de 2025 solo expresaron este fin de ciclo; sus raíces vienen desde
años atrás, con la herencia de subsidios insostenibles, colas interminables y
escasez de productos básicos, que fueron minando lentamente las bases sociales
del movimiento.
La
fractura política del MAS
La
crisis económica se sumó a la disputa entre Arce y Morales, que dividió al
partido en facciones rivales y paralizó cualquier perspectiva de unidad. Evo
Morales se encuentra confinado en su bastión del Chapare —zona de cultivo de la
hoja de coca (Erythroxylum coca), en el departamento de Cochabamba— para evitar
ser arrestado, mientras que el presidente Luis Arce, quien legalmente ostenta
la sigla del MAS, se hundió en las encuestas por no lograr revertir la
situación económica del país.
Arce
resistió las presiones para un «ajuste» económico, negándose a aplicar medidas
ortodoxas hasta el final de su mandato en octubre. Esta decisión, sin embargo,
no le trajo beneficios: el 88% de la población evalúa la situación económica
como «mala», «muy mala» o «regular» —el peor resultado de la región— y el 87%
expresa el deseo de seguir en una dirección «muy distinta» a la del gobierno
actual. La crisis erosionó su base de apoyo y aceleró la descomposición del
proyecto arcista.
Paralelamente,
Morales, imposibilitado de postularse, convocó al voto nulo —que alcanzó el
19%— en un intento por preservar su influencia personal. Su capital político
hoy se limita a disfrutar de un «voto duro» en el medio rural, especialmente en
el Chapare, pero también con cierto apoyo en las periferias urbanas, sumando
alrededor del 20%. Aun así, está muy lejos de sus números del pasado, tras
perder a la clase media emergente que antes había sido uno de los pilares de su
hegemonía.
Este
desenlace ya había sido anticipado en agosto de 2023 por el exvicepresidente y
principal teórico del llamado «proceso de cambio», Álvaro García Linera —quizás
el único dirigente importante que se mantuvo al margen de la disputa fratricida
en el campo indígena y popular. «Dividido, el MAS puede perder ya en la primera
vuelta», advirtió.
Poco
después, Andrónico Rodríguez, joven presidente del Senado y considerado por
algunos como el heredero natural de Morales, reforzó el pesimismo: en un año
«estaremos frustrados, decepcionados, exiliados y de repente presos».
En
otras palabras, en la disputa fratricida, todos intentan apropiarse del legado
del caudillo, pero sin la trayectoria histórica de Morales.
El
MAS fue el partido más poderoso de la historia boliviana, producto de una
rebelión popular que canalizó el descontento social hacia vías
democrático-burguesas. Ese potencial fue un diferencial en la región. El grado
de radicalidad de las jornadas de octubre de 2003 solo fue contenido con mucho
trabajo de base en los movimientos sociales y por la concesión de beneficios
que, hasta hoy, son reconocidos por amplios sectores populares. Pero Morales
nunca tuvo un «cheque en blanco»: ya en 2016 sufrió la derrota en el plebiscito
sobre la reelección, cuando ganó el No —resultado que fue posteriormente
desconsiderado mediante una maniobra judicial que le dio una nueva oportunidad
de postularse en 2019.
El
analista político Fernando Molina, resume así la cuestión: la respuesta está en
el carácter «caudillista» del sistema político boliviano. Se trata de una
herencia antigua —primero precolombina, luego colonial— consolidada por la
debilidad de las instituciones democráticas y por la llamada «empleomanía»: la
dependencia de los cargos públicos como medio de ascenso social en un país con
pocas empresas modernas y donde el 80% de la economía es informal.
En
algunos aspectos, los gobiernos del MAS buscaron modernizar el país, pero las
tradiciones políticas y culturales bolivianas son fuertes, y las
transformaciones sociales se dan a largo plazo.
En
este sistema, si el caudillo cae, toda la red cae con él. El líder es el
significante que articula las demandas de sus seguidores, no solo políticas,
sino también materiales. De ahí se derivan comportamientos típicos: la
dificultad del líder para renunciar, la tendencia a eliminar rivales en
disputas de «todo o nada», la resistencia a aceptar la alternancia o sucesión.
Entre
2006 y 2019, Evo Morales encarnó el movimiento indígena y popular, el modelo
extractivista y redistributivo, el «Estado grande»; encarnó la “izquierda”, el
nacionalismo e incluso la idea de nación. Fue él quien personalizó la hegemonía
del «proceso de cambio». No faltaron los síntomas de culto a la personalidad:
edificios e instituciones bautizados con su nombre (o el de sus padres), un
museo en su ciudad natal, Orinoca, e innumerables títulos honoríficos
—incluyendo, ya fuera de la presidencia, el de «comandante» del MAS.
Pero,
tras su caída el 10 de noviembre de 2019, ese poder personal se disipó con el
exilio —primero en México, luego en Argentina. El MAS volvió al poder en 2020
con Luis Arce, quien obtuvo el 55% de los votos en una contundente victoria
electoral. Sin embargo, quienes regresaban no eran propiamente el «partido»,
sino un nuevo caudillo con su propia red, surgida en oposición al entorno
evista.
Vale
recordar que Morales apoyó abiertamente a Arce —su exministro de Economía y
aliado de larga data—, pero la disputa entre los dos polos pronto emergió,
explicando en gran medida la actual descomposición del movimiento.
Por
otro lado, David Choquehuanca, vicepresidente de Arce y exministro de la era de
Evo, en una posición relativamente aislada y apoyado solo por un círculo
restringido de intelectuales de orientación «indigenista» o «indianista»,
enunciaba formulaciones de carácter idealista, como la metáfora del «cóndor que
solo puede volar cuando su ala derecha está en equilibrio con la izquierda»
(sic); o aún nociones vagas de «complementariedad» y «descolonización»,
carentes de contenido materialista e histórico.
Tales
elaboraciones, en última instancia, expresaban una ideología conciliadora que,
lejos de apuntar a la superación del capitalismo, permanecía dentro de los
marcos de una perspectiva liberal y de adaptación al sistema.
Por
su parte, los sectores opositores a Evo, al caracterizar su experiencia
política como simple «evismo», tampoco ofrecieron un horizonte programático
cualitativamente distinto. La crítica no se tradujo en propuestas
revolucionarias, sino que permaneció en el mismo terreno de límites
estructurales: la administración del Estado burgués. Así, lejos de una ruptura
con el capital, el proceso de gobierno fue cediendo progresivamente espacio a
la burguesía criolla, mientras que los sectores populares vieron restringida su
participación y capacidad de decisión.
A
pesar de las apariencias, el caudillismo es un fenómeno colectivo. La red de
apoyo depende del líder para sobrevivir. Visto en retrospectiva, Evo Morales
puede ser considerado una de las figuras más emblemáticas de la historia
boliviana.
Esa
lógica caudillista se mostró con claridad a finales de 2023. Cuando una sala
del Tribunal Constitucional, asociada al oficialismo, prohibió a Morales
participar en las elecciones, sus partidarios reaccionaron con bloqueos de
carreteras en todo el país.
Fue
el principio del fin del MAS como sigla. La intención de Morales de postularse
en 2025 no fue aceptada por Arce, quien también buscaba heredar el aura de
poder eterno. Como tantas veces en Bolivia, el estancamiento degeneró en
movilizaciones y bloqueos: los evistas marcharon hasta La Paz para presionar al
gobierno, mientras sectores ligados a Arce endurecían la represión.
Del
lado gubernamental, la policía intentó capturar a Morales en una operación
relámpago, pero fracasó. El episodio dejó claro que la disputa es total.
Morales podría haber muerto en esa acción, un desenlace que habría dado
contornos trágicos a la lucha fratricida. Confinado en el Chapare, protegido
por su militancia cocalera, Morales sigue actuando desde la región, que desde
hace décadas mezcla sindicalismo, política y lucha de clases.
Morales
no desapareció físicamente, pero el gobierno busca borrarlo simbólicamente. La
acusación de violación, amplificada por el aparato estatal, le causó un enorme
daño político — lanzada no por interés en la supuesta víctima, sino como arma
de desmoralización. La joven, lejos de ser protegida, terminó perseguida por la
propia Fiscalía, obligada a vivir en la clandestinidad.
Su
derrota más simbólica, sin embargo, fue perder su propio partido. En noviembre
de 2024, la facción de Arce-Choquehuanca obtuvo el control legal del MAS
gracias a una decisión del Tribunal Constitucional que ya había inhabilitado su
candidatura. Morales perdió así la sigla que él mismo había fundado en 1997 y
que le dio poder por más tiempo que a cualquier otro político boliviano.
Tal
vez ahí resida la principal causa del fin de ciclo: no solo el desgaste
económico y político, sino la implosión de la propia estructura que, durante
años, canalizó e institucionalizó la fuerza de las masas trabajadoras,
populares, campesinas e indígenas. Estas fuerzas no han desaparecido ni serán
derrotadas fácilmente, pero ya no se reconocen como parte del MAS como antes.
De
la crisis política y del golpe contra las organizaciones y movimientos
sociales, sobrevivió con organicidad y capacidad de movilización el movimiento
cocalero del Trópico de Cochabamba —precisamente la base social de Evo Morales,
articulada en la Coordinadora de las Seis Federaciones del Trópico.
A
partir de este espacio, el evismo aún conserva la posibilidad de recomponer un
bloque popular y erigir un nuevo proyecto común. Sin embargo, lo esencial es
comprender que esta recomposición solo podrá significar una verdadera
reanudación del agonizante “Proceso de Cambio” si es capaz de romper con la
lógica de conciliación con la burguesía y con los límites impuestos por el
Estado capitalista, recolocando en el centro la independencia política y la
autoorganización de los trabajadores y campesinos.
Rodrigo
Paz: el heredero que viste la máscara de la renovación
La
gran sorpresa de la primera vuelta electoral fue Rodrigo Paz Pereira, que saltó
de las últimas posiciones en las encuestas al primer lugar, con el 32% de los
votos. Su repentino ascenso fue interpretado como señal de «renovación», pero
su trayectoria muestra lo contrario: hijo del expresidente Jaime Paz Zamora
(1989-1993), uno de los protagonistas de la política boliviana de los años 90,
Rodrigo creció en el exilio, estudió Economía y Relaciones Internacionales en
Estados Unidos y construyó su carrera entre el parlamento y la alcaldía de
Tarija. Hoy senador, se presenta como «alternativa de centro» ante el colapso
del MAS.
Su
biografía revela, sin embargo, más continuidad que ruptura. El propio
candidato, en un mitin, resumió: «Mi padre me enseñó que no hay futuro sin
ternura con el pueblo». La frase, cargada de simbolismo, muestra que la novedad
que Paz pretende encarnar está profundamente arraigada en el viejo sistema
político burgués boliviano, del cual Jaime Paz fue una expresión acabada. Al
igual que su padre, busca vestir un discurso conciliador, capaz de dialogar con
sectores medios urbanos y con fracciones empresariales, presentándose como
punto de equilibrio frente a la polarización entre evistas y arcistas.
El
«capitalismo popular» de Rodrigo Paz
En
el plano económico, Paz defiende la llamada «Agenda 50/50», que promete la
redistribución del poder político, la reforma judicial y la descentralización
estatal. Pero detrás de esa fachada democrática, su propuesta tiene un
contenido liberal en lo económico, aunque se ubica al centro en lo político.
Por ejemplo, declaró que aplicaría “un plan de estabilización, no de ajuste”.
Su programa prevé:
•
Cierre o congelamiento de empresas estatales deficitarias, retomando la vieja
lógica de ajuste fiscal.
•
Apertura a las importaciones, con reducción de aranceles y flexibilización de
barreras comerciales.
•
Estímulo al crédito privado, especialmente a través de microfinanzas y bancos
comerciales.
•
Reforma tributaria regresiva, prometiendo reducción de impuestos para pequeños
y medianos empresarios, sin tocar los privilegios del gran capital.
El
eslogan de campaña —“capitalismo para todos”— sintetiza bien la esencia de su
proyecto. Se trata de un liberalismo populista, que busca seducir con promesas
de crédito fácil, consumo masivo y redistribución aparente, pero que preserva
los pilares de la dependencia económica. En otras palabras: el país sigue
ligado al extractivismo (gas, litio, minerales), sin industrialización
significativa, solo administrado con una cara más moderada o moderna.
Este
modelo no rompe con el atraso estructural boliviano. Por el contrario, busca
reciclar aspectos del recetario neoliberal en un discurso de «capitalismo
inclusivo». En la práctica, significa garantizar al empresariado condiciones
para ampliar sus beneficios, ofreciendo al mismo tiempo migajas de crédito y
consumo popular como válvula de escape para el descontento social.
Base
social y límites
Desde
el punto de vista social, Paz logró capitalizar el voto de sectores medios
urbanos cansados del MAS, de jóvenes despolitizados y de trabajadores urbanos
precarizados, que ven en su figura una vía de salida «moderada» frente a la
crisis. Su candidatura también atrajo a empresarios y comerciantes que rechazan
tanto el radicalismo evista como la dureza neoliberal de Quiroga. El resultado
fue una coalición electoral inestable, pero eficaz para llevarlo al primer
lugar en la primera vuelta.
Pero
la apariencia de «renovación» no debe engañar. Lo «nuevo» que Paz encarna es
solo una adaptación de lo viejo. Su trayectoria personal y familiar muestra
vínculos directos con la oligarquía política, y su propuesta económica no
cuestiona la dependencia extractivista ni la sumisión al capital internacional.
Así, su ascenso debe ser comprendido como expresión de la descomposición del
MAS y de la necesidad de la burguesía boliviana de ofrecer un rostro renovado
para administrar el mismo orden social.
El
papel de Edman Lara y la ilusión popular
Si
la figura de Rodrigo Paz transmite continuidad con la vieja política, fue su
vicepresidente, Edman Lara, quien le dio a la fórmula la apariencia de novedad
y frescura. Expulsado de la policía tras denunciar esquemas de corrupción, Lara
construyó rápidamente una imagen de forastero honesto, alguien que «pagó el
precio» por enfrentarse a la podredumbre institucional.
Transformado
en un fenómeno en las redes sociales, especialmente en TikTok, Lara supo
utilizar un lenguaje directo, cargado de moralismo e indignación, para atraer a
sectores descontentos con el MAS. Su retórica anticorrupción, dirigida contra
la «vieja clase política», resonó particularmente entre jóvenes urbanos
precarizados, trabajadores informales y segmentos populares que perdieron la
confianza, tanto en el progresismo como en la derecha tradicional.
Lara
asumió el papel de portavoz de la indignación moral, actuando como canal para
absorber la ira contra los escándalos y la crisis económica. Esa imagen le dio
una enorme popularidad, convirtiéndolo en el verdadero motor de la campaña
Paz-Lara. Mientras Rodrigo Paz hablaba de «capitalismo para todos» y se
presentaba como un gestor responsable, Lara inflamaba multitudes con un
discurso simple: «acabar con los corruptos».
Sin
embargo, desde nuestro punto de vista, se trata de una válvula de escape
controlada. La ira social, en lugar de transformarse en movilización
independiente, fue canalizada hacia una candidatura burguesa, que solo ofrece
un cambio de rostros para administrar el mismo sistema. Lara cumple, así, el
papel de legitimar a Rodrigo Paz entre sectores populares, prestándole una
credencial de «honestidad» que enmascara el contenido liberal de su programa.
La
fórmula Paz-Lara logró, por lo tanto, unir el rostro moderado del hijo de la
oligarquía con la imagen combativa de un outsider popular, construyendo una
candidatura capaz de disputar tanto el electorado urbano de clase media como
sectores significativos del voto trabajador cansado del MAS por las razones que
marcamos anteriormente.
Pero
esta combinación no representa una ruptura real: es solo una actualización de
la política tradicional, que busca domar la insatisfacción social bajo nuevas
banderas.
Entre
el «nuevo» y el viejo sistema
A
pesar de presentarse como «renovación», Rodrigo Paz lleva en su trayectoria
marcas de continuidad con la vieja política boliviana. Su biografía y sus
vínculos familiares lo sitúan en el corazón del establishment, y su carrera
demuestra que estuvo lejos de ser un outsider.
Como
senador, Paz fue aliado de Carlos Mesa, ex presidente y figura central de la
oposición liberal al MAS, integrando articulaciones que buscaron presentarse
como una «tercera vía» frente al evismo. En 2019, por ejemplo, participó en la
Coordinadora de la Defensa de la Democracia, plataforma que, bajo el pretexto
de garantizar «elecciones limpias», apoyó la ofensiva contra Evo Morales y
terminó legitimando el golpe que llevó a Jeanine Áñez al poder, hoy presa por
golpista.
Esta
historia muestra que, lejos de representar una novedad independiente, Paz ya
estuvo asociado a pactos que abrieron camino a la recomposición de la derecha
tradicional. Su discurso actual de «capitalismo popular» solo refina esa
trayectoria, ofreciendo una imagen modernizada y empática para el mismo
programa de dependencia y ajuste.
Así,
su ascenso electoral debe leerse no como la expresión de un nuevo proyecto
político, sino como la respuesta de la burguesía a la descomposición del MAS:
el camino fue poner un rostro fresco para administrar el orden capitalista. La
victoria de Paz en la primera vuelta revela la forma en que el desencanto con
el progresismo, principalmente en los centros urbanos, abrió espacio para
candidatos que reciclan viejos esquemas bajo la máscara de la renovación.
Tuto
Quiroga: la vieja derecha neoliberal a la espera de la revancha
El
segundo lugar en la primera vuelta fue para Jorge «Tuto» Quiroga, con el 27% de
los votos. Natural de Cochabamba, ingeniero industrial formado en Texas,
Quiroga inició su carrera en el sector privado (IBM) antes de ingresar en la
política por Acción Democrática Nacionalista (ADN), partido del general Hugo
Banzer —dictador entre 1971 y 1978 y presidente electo en 1997. Vinculado desde
temprano a esta tradición, Quiroga fue ministro de Hacienda en 1992,
vicepresidente en 1997 y, tras la renuncia de Banzer, asumió la presidencia
entre 2001 y 2002.
Representa
a la derecha clásica boliviana, la misma que las rebeliones de 2003 habían
derrotado en las calles. Defensor de la ortodoxia fiscal y del alineamiento con
Washington, su paso por el poder consolidó las reformas neoliberales. Derrotado
por Evo Morales en 2005, intentó regresar en 2014 y 2020 —cuando llegó a
renunciar a su propia candidatura en nombre de la «unidad de la oposición» al
MAS.
En
la campaña actual, Quiroga buscó capitalizar el desgaste económico y político
del masismo, presentándose como un gestor experimentado y patriota. Su retórica
se centró en dos ejes: la promesa de «rescatar a Bolivia de la venezuelización»
y la cruzada contra el narcotráfico. Acusa a la legalización parcial de la hoja
de coca de haber favorecido a facciones criminales, como el Primer Comando de
la Capital (PCC) y el Comando Vermelho (CV), y defiende una línea dura de
represión, subordinada a una agenda de seguridad alineada con Estados Unidos.
En
el plano económico, su programa es un choque neoliberal clásico:
•
recortes en los subsidios y un ajuste fiscal severo;
•
privatizaciones de empresas estatales y apertura al capital extranjero;
•
ampliación de la exploración de gas y litio en asociación con multinacionales;
•
inserción de Bolivia en nuevos acuerdos de libre comercio con Asia y Europa;
•
políticas ambientales subordinadas a las exigencias del mercado internacional.
Quiroga
promete «revertir los retrocesos» de las dos décadas de gobierno del MAS, pero
en la práctica propone profundizar la dependencia externa. Su plataforma
representa la restauración del recetario neoliberal de los años 90, ahora
legitimado por la crisis del MAS.
Sin
embargo, Quiroga expresa directamente los intereses de la burguesía tradicional
y del imperialismo. Su regreso a la segunda vuelta es una victoria simbólica de
la vieja oligarquía, que busca volver al poder después de haber sido desplazada
por las rebeliones populares de hace dos décadas. Para los trabajadores y
campesinos, su victoria significaría más ataques a los derechos sociales y una
mayor subordinación al capital extranjero.
Entre
dos caminos de la misma clase
La
segunda vuelta enfrenta a Rodrigo Paz, el liberal-populista de rostro renovado,
y a Tuto Quiroga, la vieja derecha neoliberal. A primera vista, parecen
proyectos distintos: Paz habla de «capitalismo para todos» y de
descentralización, mientras que Quiroga promete disciplina fiscal y combate al
narcotráfico. Pero, en esencia, ambos defienden la preservación del mismo
modelo dependiente y extractivista.
Rodrigo
Paz busca vender la idea de un «capitalismo inclusivo»: crédito fácil,
impuestos más bajos para pequeños empresarios, descentralización administrativa
y la ilusión de que el crecimiento puede beneficiar a todos. Su promesa es
aliviar la crisis con medidas cosméticas, sin alterar la lógica estructural de
la dependencia boliviana.
Tuto
Quiroga, por su parte, propone un choque neoliberal clásico: recortes en los
subsidios, ajuste fiscal, privatizaciones y entrega ampliada de los recursos
naturales al capital extranjero. Su lenguaje es duro y su agenda no esconde su
alineamiento con Trump y con las multinacionales.
El
dilema que se plantea al pueblo boliviano no es entre renovación y experiencia,
sino entre dos formas de administrar la crisis capitalista: un liberalismo de
centro populista que busca domesticar la rabia social y un neoliberalismo
ortodoxo que promete aplicar el ajuste sin disfraces. En ambos casos, el precio
lo pagarán los trabajadores, campesinos y sectores populares.
Lo
que está en juego
La
segunda vuelta de octubre no representa una elección entre proyectos opuestos,
sino entre dos variantes de la misma clase. Como expusimos previamente, Rodrigo
Paz es un candidato de centro liberal populista de fachada inclusiva; Quiroga
defiende un neoliberalismo clásico. Ambos significan ajuste (en formas e
intensidades diferentes), más dependencia y ataques a los derechos sociales.
En
la segunda vuelta no define el futuro de un proyecto democrático-popular, sino
la forma en que la burguesía boliviana buscará recomponer su hegemonía tras el
colapso del MAS. El centro liberal-populista y la derecha neoliberal son solo
dos caminos distintos para descargar la crisis sobre las espaldas de los
trabajadores y campesinos.
Lo
que está en juego no es solo una cuestión económica, sino de triunfos que
fueron conquistados por la movilización social, en los que muchas veces el
propio Movimiento al Socialismo estaba en contra de dar tantas libertades
democráticas. Roberto Sáenz, en el texto citado al inicio, escribía que lo
sucedido en octubre de 2003 hoy podría estar en peligro por las variantes que
tomarán el poder: “Se trata – para decirlo desde el principio – de una cuestión
absolutamente genuina, en la medida en que el Estado boliviano no es solo un
Estado capitalista, sino un Estado de opresión racial blanca sobre la población
originaria indígena de estas tierras. Por lo tanto, desde el marxismo
revolucionario, es una tarea de primer orden reconocer el derecho de estas
nacionalidades a la autodeterminación de manera incondicional» (Sáenz).
Las
tareas de la izquierda
La
derrota del MAS abre una nueva etapa histórica en Bolivia. El agotamiento del
masismo, su incapacidad para romper con la dependencia y la transformación del
partido en una arena de caudillos, revelan la necesidad urgente de una
alternativa independiente.
“Una
nueva perspectiva del socialismo revolucionario en el país no podrá ser
construida sin levantar bien alto, desde la clase trabajadora, la bandera del
libre e incondicional derecho a la autodeterminación nacional de las naciones
originarias, en el marco de la lucha por una Bolivia verdaderamente multiétnica
y multicultural, que, para nosotros, solo podrá ser una Bolivia Socialista,
indisolublemente ligada a la lucha de los explotados y oprimidos de toda
América Latina” (Sáenz, dixit).
Una
lucha que el MAS se negó a realizar y boicoteó todo intento de formar un
partido de los trabajadores. Hoy las posibilidades están abiertas nuevamente
para conformar un movimiento del socialismo revolucionario que pueda dar voz a
los trabajadores, campesinos e indígenas, para destruir de una vez por todas el
capitalismo opresor, el cual algunos creyeron que podían transformar el
capitalismo en algo «bueno».
“Este
es el debate estratégico planteado hoy en el proceso revolucionario boliviano:
¿cómo restablecer el lugar central de la clase trabajadora en alianza con el
resto de los explotados y oprimidos, después de la debacle de 1985 y el fracaso
del proceso de la revolución de 1952? (…) En realidad, el desafío es hacer de
los trabajadores el centro de una nueva alianza de los explotados y oprimidos
para poner fin al capitalismo en Bolivia” (Roberto Sáenz, Crítica del
romanticismo «anticapitalista», 2003).
Las
tareas planteadas son claras:
•
Reconstruir una herramienta política propia de la clase trabajadora, campesina
y popular, que no se limite a administrar el capitalismo dependiente.
•
Enfrentar la ofensiva neoliberal, que vendrá ya sea con el liberalismo de
centro populista de Paz o con el ajuste ortodoxo de Quiroga.
•
Retomar la perspectiva de un gobierno obrero, campesino, indígena y popular,
basado en la autoorganización y movilización de las masas, y no en la
conciliación con el capital.
Sin
esta alternativa, Bolivia quedará atrapada en el falso dilema entre renovación
y experiencia, cuando en realidad se trata solo de dos máscaras diferentes para
el mismo orden social.
Entonces,
en las elecciones del 19 de octubre de 2025 no ofrecen ninguna salida real para
los explotados y oprimidos. Entre Rodrigo Paz y Jorge Quiroga, no hay
diferencia de fondo: ambos representan la continuidad de la explotación
imperialista y del poder de las élites.
Por
eso, llamamos a votar nulo —no como gesto de resignación, sino como mensaje
claro de que el pueblo trabajador no se reconoce en ninguna de estas
alternativas. El voto nulo es un paso en la lucha por una alternativa de clase,
socialista, indígena y popular.
BOLIVIA:
ENTRE LA PLURINACIONALIDAD Y EL RETORNO REPUBLICANO
La
población boliviana ha dejado de priorizar los discursos refundacionales e
identitarios para poner en el centro las demandas de gobernabilidad,
reconciliación y recuperación económica.
EL
Libero de Chile (https://n9.cl/1ow2c)
Las
elecciones del domingo 17 de agosto en Bolivia marcan un punto de inflexión en
la historia política reciente de ese país. Tras dos décadas de hegemonía del
Movimiento al Socialismo (MAS) y de la figura de Evo Morales, se abre un nuevo
escenario que no sólo refleja el agotamiento ciudadano frente a un modelo, sino
también el regreso de la tradición republicana como posible horizonte político.
El
ciclo inaugurado por Morales y el Estado Plurinacional pretendió inscribirse en
la ola de refundaciones progresistas de inicios de siglo, acompañado de lo que
se conoce como Neo Constitucionalismo Latinoamericano, impulsado fuertemente
por el exvicepresidente García Linera. Constitucionalismo transformador en que
Bolivia se presentó como vanguardista en la construcción de un nuevo pacto
social. Sin embargo, la experiencia mostró que esa ampliación de derechos y la
lógica identitaria no estuvo acompañada de una institucionalidad sólida que
asegurara límites al poder, equilibrio de fuerzas y respeto a la alternancia
democrática. La deriva del plurinacionalismo terminó por desbordarse en
caudillismo, corrupción y polarización.
Frente
a dicho escenario, el triunfo del candidato demócrata cristiano Rodrigo Paz
Pereira, en contraposición al histórico Jorge Quiroga Ramírez, expresa
precisamente la voluntad ciudadana de cerrar ese ciclo y apostar por una salida
institucional. La decisión mayoritaria del país deja entrever un giro político
profundo: la población boliviana ha dejado de priorizar los discursos
refundacionales e identitarios para poner en el centro las demandas de
gobernabilidad, reconciliación y recuperación económica.
La
experiencia boliviana resuena también en Chile, donde el primer proceso
constitucional reciente, dominado por la promesa de una Constitución
plurinacional, feminista y ecológica, naufragó en el plebiscito al no generar
un relato compartido que convocara a la mayoría. Ese fracaso dejó en evidencia
que los proyectos refundacionales, por muy ambiciosos en su lenguaje de
derechos, terminan alejándose de la ciudadanía cuando no logran traducirse en
certezas republicanas ni en un marco común de estabilidad.
Así,
lo significativo es que Bolivia, tras años de confrontación y crisis, logra
encauzar sus tensiones en un proceso electoral validado internacionalmente. En
ello hay una lección clara para la región: América Latina no necesita nuevas
refundaciones, sino el fortalecimiento de la república, con instituciones que
limiten el poder y garanticen la convivencia democrática. La tradición
republicana, más que los experimentos plurinacionales, es la que permite a los
pueblos enfrentar sus crisis sin caer en la tentación autoritaria ni en el
espejismo de proyectos que prometen todo y no consolidan nada.
OPINIÓN.
BOLIVIA: UNA SEGUNDA OPORTUNIDAD PARA LA ÉLITE POLÍTICA TRADICIONAL
El
futuro político del país andino aún está por definirse en esas futuras
elecciones, pero hay dos interrogantes decisivos.
Montevideo
Portal de Uruguay (https://n9.cl/ohdil7)
Los
resultados electorales de Bolivia, más allá de las interpretaciones
triunfalistas o fatalistas de cada lado del espectro ideológico, constituyen,
primero, una señal de que las instituciones liberales del país andino aún
cuentan con salud, y segundo, que la economía tiene un impacto tremendo en la
configuración política del país.
En
una especie de segunda oportunidad para la élite política tradicional
boliviana, un expresidente (Jorge Quiroga) y el hijo de un expresidente
(Rodrigo Paz) se disputan la segunda vuelta en Bolivia. Sin importar quién
gane, lo que definirá el futuro político del país es cómo la élite política
boliviana logre resolver los profundos problemas en el área económica y generar
crecimiento e inclusión social.
De
la inestabilidad crónica al ascenso del MAS
Estos
problemas no son nuevos. Bolivia ha sido considerada uno de los países más
pobres y políticamente inestables de América Latina. Según los datos
registrados por el Cline Center for Advanced Social Research de la Universidad
de Illinois, Bolivia tiene el dudoso privilegio de ser el país con más golpes
de Estado de la región, con más de 40 desde el año 1947 (sumando tanto los
fracasados como los exitosos). Individualmente, supera a cualquier país
africano en esta categoría.
Durante
los años 80 y 90, tras la salida de un período convulso marcado por dictaduras
militares tanto de derecha como de izquierda, y una crisis económica, con
hiperinflación incluida, gestada en el gobierno de izquierda de la Unidad
Democrática y Popular (UDP), el sistema político se articuló en torno a tres
partidos: el Movimiento Nacionalista Revolucionario (MNR), Acción Democrática
Nacionalista (ADN, de orientación conservadora) y el Movimiento de la Izquierda
Revolucionaria (MIR).
Durante
ese período, ninguno logró alcanzar mayorías absolutas —oscilaron entre el 20%
y el 30% de las preferencias electorales—, por lo que las alianzas
parlamentarias eran indispensables para gobernar.
No
obstante, los malos resultados de las políticas de privatización a finales de
los 90 y principios de los 2000 erosionaron esos modestos avances en
estabilidad política. Esto favoreció el ascenso de Evo Morales, líder sindical
cocalero, quien supo canalizar el voto protesta y la frustración con la élite
política tradicional con su partido político Movimiento al Socialismo (MAS).
La
victoria de Morales, con más del 50% de los votos en 2005, fue sorpresiva y
representó la más contundente de la historia política reciente del país.
Además, su legitimidad le permitió impulsar la convocatoria de una Asamblea
Constituyente en 2009 y transformar el Estado boliviano, que pasó a llamarse
Plurinacional, en un contexto que era especialmente favorable debido al boom de
commodities impulsado por la alta demanda china.
El
ciclo de hegemonía y caída de Morales
Las
reformas ampliaron la representación indígena y extendieron el poder
presidencial. El sistema judicial superior pasó a ser escogido por voto
popular. Durante este periodo, la hegemonía de Morales fue total, y muchos
politólogos han calificado su régimen como una forma de autocracia electoral o
autoritarismo competitivo.
Sin
embargo, el límite a la reelección indefinida resultó ser un escollo
importante, que nos recuerda la importancia de las instituciones y su capacidad
para moldear el comportamiento político. Morales intentó franquear esta barrera
con un referéndum en 2016, en el que se rechazó su intento de habilitarse, pero
luego el Tribunal Constitucional avaló su candidatura, lo que fue ampliamente
cuestionado.
La
crisis que puso a Morales fuera del poder se originó durante el conteo de los
resultados en las elecciones de 2019. Después de una campaña complicada, cuando
los primeros boletines señalaban una inédita segunda vuelta, se interrumpió
intempestivamente la publicación del conteo preliminar. Al reanudarse, Morales
apareció como ganador en primera vuelta, lo que generó acusaciones de fraude.
Un
informe de la Organización de los Estados Americanos indicó irregularidades
significativas, lo que desató una crisis política que culminó en su renuncia
apoyada por altos mandos militares.
El
MAS pareció deslegitimado, pero la mala gestión de la presidenta transitoria,
Jeanine Áñez, y la crisis económica de la pandemia le dieron nueva vida.
Morales, impedido legalmente de competir, logró apadrinar la candidatura de su
ministro de Economía, Luis Arce, quien resultó electo en 2020.
Sin
embargo, la sombra de Morales se mantuvo. Su ambición de volver al centro
político lo llevó a colisionar tanto con Arce como con el resto de su partido
político, el MAS, al cual renunció finalmente en febrero de este año, después
de incentivar protestas contra el gobierno e incluso soltar amenazas veladas de
una posible guerra civil.
La
fundación del nuevo partido, Evo es Pueblo, mostró la dimensión del carácter
personalista y caudillesco de Morales, a pesar de que su exvicepresidente,
Álvaro García Linera, siempre intentó venderlo como un representante de los
movimientos sociales e indigenista que gobernaba bajo la premisa de “gobernar
obedeciendo”.
Crisis
económica, segunda vuelta y el futuro incierto
Durante
la administración de Luis Arce se agravó la crisis económica: inflación entre
20% y 25%, escasez de combustible y dólares, reservas internacionales casi
agotadas, y déficit fiscal cercano al 11% del PIB. La producción de
hidrocarburos cayó drásticamente y Bolivia, a pesar de ser un importante
exportador de gas, comenzó a depender cada vez más de importaciones. En este
contexto, en junio de 2024 se registró un intento de golpe fallido por parte
del general Zúñiga.
Finalmente,
la crisis económica y política ha destruido la hegemonía de 20 años del MAS. Su
colapso ha sido monumental: su candidato obtuvo solo alrededor del 3% y
desapareció del Senado. Por otro lado, el voto nulo llegó alrededor del 18%, un
récord impulsado por el llamado de Morales. Se convocó una segunda vuelta para
octubre, algo inédito desde la instauración de la democracia en Bolivia.
El
futuro político del país andino aún está por definirse en esas futuras
elecciones, pero hay dos interrogantes decisivos. En primer lugar, si el nuevo
gobierno será capaz de reordenar la economía y reactivar el crecimiento sin
provocar tensiones sociales desestabilizadoras. En segundo lugar, cuál será el
rol de Evo Morales, quien con su nuevo partido podría intentar recuperar
protagonismo articulando, como en el pasado, la movilización social disruptiva
con la participación electoral.
Que
la élite política boliviana sea capaz de superar intereses de corto plazo para
garantizar el futuro del país será crucial.
LA
SEGUNDA VUELTA EN BOLIVIA SACUDE A LOS MERCADOS MIENTRAS RIVALES
PRO-EMPRESARIALES BUSCAN EL MANDATO
Latinoamerican
Post de EEUU (https://n9.cl/qqa5r0)
En
una sorprendente sacudida de primera vuelta, dos rivales pro-mercado se
enfrentan ahora para sacar a Bolivia de su crisis económica más profunda en una
generación—dejando atrás un dominio socialista de veinte años y preparando el
escenario para una segunda vuelta que podría redefinir alianzas en toda
América.
Un
guion de veinte años se da vuelta de la noche a la mañana
Para
cuando el 95% de los votos había sido contabilizado, la aritmética que nadie
esperaba ya se había impuesto. Rodrigo Paz, un senador de 57 años con respaldo
del mundo empresarial, se había disparado al 32% de los votos. Justo detrás de
él, el expresidente Jorge “Tuto” Quiroga alcanzaba el 27%. Ambos habían hecho
campaña sobre reforma fiscal e inversión extranjera. Y ambos lograron lo que
ningún opositor había conseguido desde 2005: sacar al otrora poderoso partido
socialista gobernante de la carrera presidencial.
Esto
se suponía que sería la coronación de otro candidato. El empresario Samuel
Doria Medina, quien lideraba las encuestas iniciales con el apoyo del
multimillonario Marcelo Claure, era proyectado como el favorito. En cambio,
terminó en un distante tercer lugar, se retiró y respaldó a Paz—junto con su
mensaje: “Terminen lo que empezamos.”
La
historia detrás de los votos estaba escrita en escasez, alzas de precios y años
de fatiga por la austeridad. Durante meses, los bolivianos hicieron filas para
comprar combustible y vieron desaparecer alimentos básicos. La inflación
alcanzó su nivel más alto en más de 30 años. Las reservas en dólares se
redujeron. Los subsidios y controles cambiarios que alguna vez estabilizaron al
país ahora lo asfixiaban. El viejo pacto había caducado. Los votantes, cansados
de esperar, se aferraron a lo único que aún abundaba: el cambio.
Dos
caminos hacia la reforma, una sola calle inquieta
La
segunda vuelta es ahora una competencia entre dos versiones de urgencia.
Paz
busca unificar los tipos de cambio fragmentados de Bolivia—donde el precio
oficial se ha desviado significativamente del del mercado negro—y controlar la
inflación sin recortar protecciones sociales. Su retórica está calibrada: firme
pero inclusiva. “Austeridad,” dice, “tiene que significar eficiencia, no
crueldad.”
El
programa de Quiroga apuesta más fuerte por la extracción y la velocidad.
Expresidente durante una crisis anterior, confía en que el litio sea la salida
de Bolivia. Su plan es directo: atraer capital global, reactivar campos de gas
inactivos y convertir rápidamente las mayores reservas de litio del mundo en
ingresos. Donde Paz habla de cerrar la herida, Quiroga habla de reavivar el
motor.
Los
inversionistas, al menos por ahora, gustan de ambos. Los precios de los bonos
subieron al saberse de una segunda vuelta entre reformistas. Pero el verdadero
desafío no es la confianza de los mercados—es la paciencia pública. Quien gane
heredará un presupuesto lleno de números rojos, un déficit creciente y un
electorado ya desgastado por la escasez. Si uno de estos hombres no entrega un
alivio rápido y visible, la luna de miel durará exactamente una semana.
Una
izquierda destrozada y un Legislativo reescrito
Esto
no fue solo una elección presidencial—fue un referendo sobre una era.
Por
primera vez en dos décadas, Bolivia celebró una elección nacional sin Evo
Morales en la boleta ni entre bastidores. Su sucesor, el presidente Luis Arce,
optó por no postularse. El Movimiento al Socialismo, otrora una maquinaria
política que moldeó el continente, se fragmentó en facciones, votos nulos y
candidatos de un solo dígito. Andrónico Rodríguez, joven senador visto como
heredero ideológico de Morales, obtuvo poco más del 8%. El candidato oficial
del MAS apenas superó el 3%.
Y
las pérdidas no se detuvieron ahí. En el Congreso, los demócrata-cristianos de
Paz y la coalición Libre de Quiroga ahora poseen los bloques más grandes. El
MAS, antes dominante, corre el riesgo de perder la mayor parte—si no toda—su
fuerza legislativa. Eso significa que el nuevo presidente no tendrá que rogar
por votos para aprobar reformas. Pero también significa que no habrá excusas.
Los días de culpar al estancamiento se acabaron.
El
frágil centro que ahora gobierna Bolivia tendrá que mostrar unidad rápidamente.
Los objetivos económicos compartidos no siempre se traducen en cronogramas
compartidos, especialmente cuando comiencen los ajustes cambiarios, los
recortes a subsidios y las negociaciones de deuda. En este nuevo Congreso, el
margen de error es mínimo.
De
un boom a un colapso y a un reinicio
Para
entender lo que está en juego, hay que retroceder.
Evo
Morales llegó al poder en 2006, impulsado por un auge del gas natural que
financió programas sociales, redujo la pobreza y dio a Bolivia una década de
crecimiento sólido. Pero cuando los precios del gas se desplomaron después de
2015, el sistema se tambaleó. Los subsidios se dispararon, las reservas
extranjeras cayeron y la moneda se volvió más difícil de defender. La inflación
regresó. Y las mismas políticas que alguna vez parecieron protectoras ahora
parecían asfixiantes.
Bajo
Morales y Arce, Bolivia se apoyó en aliados regionales como Venezuela y
Nicaragua, profundizó lazos económicos con China y mantuvo a Washington a
distancia. Ahora, tanto Paz como Quiroga sugieren que es hora de cambiar de
marcha. Ninguno habla de ideología. Hablan de financiamiento.
Ambos
quieren una mayor coordinación con Estados Unidos, no por nostalgia sino por
necesidad: la reestructuración de deuda, el acceso a mercados y el desarrollo
del litio pasan por esos canales. Esa recalibración puede resultar dolorosa.
Los votantes indígenas y rurales que hicieron del MAS una potencia no van a
desaparecer. Siguen esperando empleos, dignidad y voz. Paz apela a la unidad;
Quiroga a sus credenciales. Las próximas semanas pondrán a prueba qué tono
convence más a los votantes.
El
8 de noviembre, el ganador no tendrá tiempo de saborear el momento. La
inflación, la energía y los alimentos dictarán el calendario político. Los
hospitales necesitan suministros. Las gasolineras necesitan combustible. La
gente necesita una respuesta honesta sobre cuándo termina su espera.
LAS
ELECCIONES EN BOLIVIA ABREN UN NUEVO ESCENARIO PARA LAS EXPORTACIONES DE GAS DE
VACA MUERTA
I
Profesional de Argentina (https://n9.cl/zbhrz)
La
segunda vuelta electoral que el 19 de octubre definirá al nuevo presidente de
Bolivia entre dos candidatos pro-mercado abre otro panorama para las
pretensiones de los productores de gas en Vaca Muerta para llegar con sus
exportaciones a la región en particular a Brasil. Tras la derrota histórica del
Movimiento al Socialismo (MAS) tras casi dos décadas en el poder, el derechista
y expresidente Jorge Quiroga (27%) y el senador Rodrigo Paz (32%) auguran un
cambio de rumbo y el inicio de una nueva era en la política energética del país
que podría alterar el rumbo de la industria del gas y sus relaciones con países
vecinos, como Argentina y Brasil.
Un
informe de la consultora internacional Rystad Energy, destacó que ambos
candidatos "reconocen la amenaza inminente de la disminución de la
producción de gas, se ven presionados a diseñar estrategias para impulsar la
producción y prevenir una caída potencialmente devastadora de las exportaciones
durante la próxima década".
Con
una producción actual en torno a los 22 MMm3/día, las proyecciones sobre el
declino de sus campos convencionales permiten prever que de no mediar un cambio
fuerte de rumbo hacia comienzos de la próxima década estará por debajo de los
15 MMm3/d, lo que no sólo eliminaría los saldos exportables sino que
convertiría a Bolivia en importador de gas.
Argentina
ya no necesita el gas de Bolivia
La
Argentina dejó de ser un comprador diario a Bolivia desde octubre del año
pasado cuando se completaron las primeras obras de reversión del Gasoducto del
Norte, y a partir de futuras inversiones tiene la pretensión de llegar a la
demanda del sur brasileño a través de los ductos ociosos de Bolivia, tal como
se concretó con las primeras exportaciones de prueba este año.
Para
Rystad, a pesar de descubrimientos recientes como el yacimiento de Mayaya, el
panorama a largo plazo es sombrío. En 2014, las ventas de gas representaron el
46,5% de las exportaciones totales de Bolivia, alcanzando los u$s6.010
millones, sin embargo, para 2024, esta proporción se había desplomado al 18,1%
con u$s1.610 millones.
"Tanto
Quiroga como Paz reconocieron la preocupación por la disminución de la
producción de gas natural del país en sus propuestas de campaña. Si bien ambos
candidatos buscan impulsar la producción de gas, sus enfoques para lograr este
objetivo son distintos", consideró el trabajo que destaca que a pesar de
diferencias de metodologías ambos anticipan un cambio de políticas.
La
propuesta de Quiroga implica otorgar subsidios a los productores para
incentivar el aumento de la producción, mientras que Paz aboga por una
combinación de incentivos legales y fiscales, acompañada de una reducción de
los subsidios.
Además,
Quiroga apoya la inversión en energías renovables, reconociendo que
aproximadamente el 70% de la generación eléctrica interconectada de Bolivia
proviene de centrales termoeléctricas, que se alimentan principalmente de gas
natural. Este gas, a su vez, compite con los mercados de exportación, ya que el
mismo recurso se utiliza para satisfacer tanto la demanda interna como los
compromisos internacionales.
Vaca
Muerta y el mercado regional
Ambos
candidatos presidenciales proponen recortar los subsidios en el mercado
interno, donde el gas se vende actualmente a un precio significativamente menor
que en las exportaciones. Considerando los precios de referencia de los últimos
12 meses, Bolivia vende gas a Petrobras en Brasil a un precio de entre 6 y 7
dólares por MMBtu, mientras que a nivel nacional el precio oscila entre 1,0 y
1,4 dólares por MMBtu, lo que evidencia una disparidad sustancial.
"Tanto
Quiroga como Paz buscan impulsar las exportaciones de gas natural a Brasil y
Argentina, a la vez que mejoran el marco legal para atraer inversión extranjera
y revertir la nacionalización del sector energético. Al crear un entorno
empresarial estable, esperan incentivar a las empresas extranjeras a
desarrollar las reservas energéticas del país, incrementando así la producción
y las exportaciones de gas", consideró el trabajo.
Así
el eventual éxito de los esfuerzos de Bolivia para aumentar la producción de
gas podría tener un impacto significativo en sus socios regionales. "En el
caso de Argentina, una mayor estabilidad en el sector gasífero boliviano podría
proporcionar una ruta confiable para exportar gas a Brasil, pero también podría
generar una mayor competencia por los volúmenes de exportación
pretendidos".
Actualmente,
los tres países forman parte de una mesa de negociación en la que se analizan
no sólo las condiciones técnicas para alegir el mejor camino en que Vaca Muerta
puede llegar a Brasil, sino los costos de ese largo periplo del gas argentino,
para lo cual se puso sobre la mesa no sólo el precio del gas son el canon que
Bolivia pretende cobrar por el transporte por sus gasoductos.
Mientras
tanto, para Brasil, un aumento en la disponibilidad de gas boliviano mejoraría
la seguridad del suministro a través del gasoducto Bolivia-Brasil, operado por
Transportadora Brasileira Gasoduto Bolivia-Brasil (TBG). Ese potencial aumento
en la oferta podría ser capitalizado por agentes privados en Brasil, quienes ya
han demostrado una tendencia hacia una mayor diversidad en la importación que
conduciría a un mercado más competitivo y dinámico.
CANDIDATO
BOLIVIANO PAZ DICE ESTAR «AGRADECIDO CON ESPAÑA», PAÍS DONDE NACIÓ EN EL EXILIO
Destino
Panamá (https://n9.cl/1o48jj)
El
candidato presidencial opositor de Bolivia Rodrigo Paz Pereira dijo en una
entrevista con EFE que está «muy agradecido con España», país en el que nació
durante el exilio de su familia, pasó parte de su infancia y donde, aseguró,
tuvo un «aprendizaje extraordinario».
Hijo
de la española Carmen Pereira y del expresidente boliviano Jaime Paz Zamora
(1989-1993), Paz nació en 1967 en Santiago de Compostela y pasó su niñez en
varios países de Sudamérica debido a la persecución de los gobiernos militares
contra sus padres.
El
senador centrista del Partido Demócrata Cristiano (PDC) disputará el próximo 19
de octubre la segunda vuelta presidencial, la primera en la historia de
Bolivia, frente al expresidente derechista Jorge Tuto Quiroga (2001-2002), de
la alianza Libre.
«La
relación con España está vinculada con mi señora madre que es de origen
gallego, de Santiago de Compostela, y en esa vinculación siempre fue una
familia que nos amparó mucho nos dio mucho respaldo», indicó Paz Pereira.
Rodrigo
Paz fue la sorpresa de las elecciones generales en Bolivia realizadas el pasado
17 de agosto, ya que obtuvo el 32,06 % de los votos, por encima de Quiroga que
alcanzó el 26,70 %. Este resultado también marca el final de casi 20 años de
gobiernos del Movimiento al Socialismo (MAS).
«En
uno de esos acontecimientos ninguno de mis dos padres no se podía hacer cargo
de mi o de mi hermano Jaime y tuvimos que ir un tiempo a vivir con mis abuelos
españoles en los cuales en Santiago de Compostela, fue un aprendizaje
extraordinario», señaló Paz sobre su relación con España.
«Recién
tomo conciencia de España a mis 8 o 9 años», agregó, tras relatar que su vida
transcurrió entre al menos «diez países sudamericanos, en los que también se
incorporaba España» durante sus viajes familiares.
Paz
subrayó que él y su familia estarán «siempre muy agradecidos con España» porque
fue «muy solidaria para la instauración de la democracia en Bolivia».
De
su tiempo en Santiago de Compostela destacó que se volvió «muy devoto del tata
Santiago», como se le llama en Bolivia al santo católico, al que relacionó con
el campesinado y las áreas rurales del país andino.
Durante
la entrevista con Efe también resaltó la influencia de su padre en su formación
política: «La experiencia de don Jaime Paz es única, la relación es muy buena
entre padre e hijo y es lo que más pondero», porque «desde niño he viajado la
patria, he navegado la patria, es un aprendizaje de toda una vida».
Economista
con estudios en relaciones internacionales, Rodrigo Paz ha ocupado diversos
cargos en el sector público: fue diputado, concejal, alcalde de Tarija entre
2015 y 2020 y actualmente es senador por Comunidad Ciudadana (CC), del
expresidente Carlos Mesa (2003-2005), aunque compite por la Presidencia bajo la
sigla del PDC.
BOLIVIA.
LOS CRÍMENES DE LESA HUMANIDAD SON IMPRESCRIPTIBLES
Kaos
en la Red (https://n9.cl/6lc6w9)
El
golpe de Estado del 2019 inicia una etapa de desmontaje del Estado
Plurinacional de Bolivia. Desde ese momento el Sistema Judicial Boliviano da
doctrinalmente un viraje manifiesto al ejercicio judicial liberal capitalista
patriarcal, dando lugar al “patronaje doctoral” de la república colonial
pasada, en busca de impunidades a los crímenes de lesa humanidad cometidos en
Huayllani, Senkata y El Pedregal, bajo el silencio e inacción de la asamblea
legislativa y el ejecutivo, que no ejercen legislación y acompañamiento al
artículo 111 de la Constitución Política
del Estado Plurinacional de Bolivia y convenios internacionales.
Treinta
y ocho asesinados, ochocientos heridos, mil quinientos detenidos, asesinato del
periodista argentino Sebastián Moro, son invisibilizados por una gigantesca
campaña de los medios de información y sus anexos (redes sociales), mostrando a
las y los autores del genocidio como si estuvieran siendo procesados por
delitos comunes, atentando contra nuestros pueblos en su memoria y verdad de
haber sido víctimas de crímenes de lesa humanidad.
La
verdad de nuestros pueblos es aquella que pretenden ocultar, mentir o
maquillar. Bolivia sufrió un quiebre racista y misógino cuya base principal fue
Cochabamba. Allí humillaron al mejor estilo de las juventudes hitlerianas
(R.J.C) a la alcaldesa de Vinto, para infundir terror y miedo, se persiguió y
golpeó a mujeres por su procedencia cultural, se rompió la constitucionalidad
con el motín policial, se quemaron símbolos de nuestra plurinacionalidad. Esa
es la verdad que pretende callar el fascismo que se instaló con el golpe de
Estado del 2019.
La
justicia es parte de nuestro ser como habitantes de estas tierras, como seres
pertenecientes a culturas de paz, armonía y reciprocidad. Restaurar a las
familias que perdieron a sus seres queridos ese fatídico noviembre del 2019 es
un deber de nuestros pueblos.
La
Coordinadora Memoria, Verdad y Justicia llevo a cabo 208 jornadas los viernes
en la plaza principal 14 de septiembre y estará en movilización permanente
hasta que se haga justicia.
BOLIVIA,
COLOMBIA, ECUADOR Y PERÚ SE UNEN EN UN PROYECTO TURÍSTICO COMÚN: “CAMINOS
ANDINOS”
Yahoo
Noticias de España (https://n9.cl/wz10v)
Con
el objetivo de posicionar a la Comunidad Andina (CAN), conformada por Bolivia,
Colombia, Ecuador y el Perú, como un multidestino turístico global, la
Secretaría General de la CAN y las autoridades andinas de turismo lanzaron, en
la sede de la Cámara de Comercio de Bogotá, el proyecto «Caminos Andinos».
Con
esta iniciativa se presenta la oferta turística de la subregión andina de
manera integrada tomando en cuenta elementos como: la cultura, la naturaleza,
la gastronomía, las comunidades ancestrales y rurales y las artesanías.
Para
ello, se ha puesto a disposición la plataforma digital Caminos Andinos, en la
que se presentan 16 «caminos» que están compuestos por 42 destinos entre los
que se consideran tanto atractivos consolidados como otros poco conocidos.
En
la web de Caminos Andinos los turistas podrán encontrar toda la información que
necesitan para programar su próximo viaje como: accesos, monedas, clima, entre
otros datos relevantes.
El
Secretario General de la Comunidad Andina, Embajador Gonzalo Gutiérrez, recordó
que los países andinos hoy representan el 1 % del flujo total de turistas
internacionales.
«Esta
cifra nos desafía y nos inspira. Este porcentaje no refleja ni nuestras
capacidades, ni el potencial que poseemos como región. Con esta iniciativa
aspiramos a transformar este panorama para diversificar la oferta turística. El
turismo es un motor que puede dinamizar aún más nuestras economías y generar
más empleo«, destacó.
En
la misma línea, la ministra de Transporte señaló que busca acelerar la
cooperación en materia de conectividad aérea y turismo: “La idea es ampliar
rutas, promover nuevos destinos y garantizar que entre nuestros países estemos
mejor comunicados por medio de la aviación. Pero también se trata de
incrementar la capacidad de atraer turistas de Europa y de otras regiones de
América”.
Y
agregó: “La apuesta no es por un turismo depredador, sino por uno sostenible,
que genere ingresos directos en las comunidades. Que el pescador, la
organización ciudadana o comunitaria puedan ofrecer servicios de hotelería y
experiencias culturales, sin que las grandes cadenas arrasen con las economías
locales. La idea es que el turismo enseñe cómo viven las comunidades y
contribuya a cuidar los territorios”.
De
esa manera, se espera impulsar disposiciones andinas que permitan que más
ciudadanos viajen por la subregión, lo que elevaría el porcentaje que
representan del total de visitas en la CAN.
Cabe
mencionar que, en 2024, la Comunidad Andina recibió aproximadamente 11,6
millones de visitantes no residentes.
BOLIVIA
GESTIONA LIBERACIÓN DE CINCO POLICÍAS DETENIDOS EN CHILE ANTOFAGASTA DURANTE
OPERATIVO ANTIDROGA
Radio
Paulina de Chile (https://n9.cl/43kdk)
El
Gobierno de Bolivia está gestionando la liberación de cinco efectivos de la
Policía Boliviana que fueron detenidos en territorio chileno tras cruzar la
frontera durante una persecución a un vehículo que transportaba droga.
El
hecho ocurrió el pasado martes 26 de agosto en la región de Antofagasta y
generó inmediatas gestiones diplomáticas por parte del Gobierno boliviano, que
exige la pronta liberación de los uniformados.
El
viceministro de Defensa Social y Sustancias Controladas, Jaime Mamani, explicó
que los uniformados formaban parte de una patrulla antidroga que realizaba
labores de interdicción en la frontera entre Bolivia y Chile.
“En
la persecución de nuestros efectivos a un vehículo que estaba transportando
sustancias controladas hacia la República de Chile, el vehículo se detuvo por
una nevada y se logró aprehender al conductor. Al interior se encontró
marihuana y cocaína. En ese momento se acercaron carabineros de Chile, quienes
les manifestaron que estaban en territorio chileno y procedieron a detener a
nuestros efectivos”, indicó.
Junto
a los policías, fueron retenidos también el vehículo oficial y las armas de
reglamento empleadas en la operación. Las autoridades chilenas investigan las
circunstancias del ingreso, mientras en Bolivia se sostiene que el traspaso de
la frontera fue accidental y en el marco de una acción oficial contra el
narcotráfico.
El
Gobierno del presidente boliviano, Luis Arce, remarcó que los uniformados “solo
cumplían con su deber” y que su labor fue parte de los compromisos
internacionales asumidos en la lucha contra las drogas.
“Lo
único que estaban haciendo era su trabajo. Estaban cumpliendo con su deber.
Esperamos que en los próximos días sean liberados”, agregó Mamani.
EL
GRAN ENGAÑO CONTRA VENEZUELA: LA GEOPOLÍTICA DEL PETRÓLEO DISFRAZADA DE GUERRA
CONTRA LAS DROGAS
Fuser
News de Venezuela (https://n9.cl/8zw60)
Durante
mi gestión al frente de la UNODC, la agencia de la ONU contra la droga y la
delincuencia, estuve en Colombia, Bolivia, Perú y Brasil, pero nunca visité
Venezuela. Simplemente no era necesario. La cooperación del gobierno venezolano
en la lucha contra el narcotráfico era una de las mejores de Sudamérica, solo
comparable con el impecable historial de Cuba. Este hecho, en la delirante
narrativa de Trump de «Venezuela como narcoestado», suena a una calumnia con
motivaciones geopolíticas.
Pero
los datos —los verdaderos— que surgen del Informe Mundial sobre Drogas 2025, la
organización que tuve el honor de dirigir, cuentan una historia opuesta a la
que difunde la administración Trump. Una historia que desmantela pieza por
pieza la invención geopolítica construida en torno al «Cártel de los Soles»,
una entidad tan legendaria como el Monstruo del Lago Ness, pero apta para
justificar sanciones, embargos y amenazas de intervención militar contra un
país que, casualmente, se asienta sobre una de las mayores reservas de petróleo
del planeta.
Venezuela,
según la ONUDD: Un país marginal en el mapa del narcotráfico
El
informe 2025 de la UNODC es clarísimo, lo cual debería avergonzar a quienes han
construido la retórica que demoniza a Venezuela. El informe solo menciona
superficialmente a Venezuela, afirmando que una fracción marginal de la
producción colombiana de drogas pasa por el país rumbo a Estados Unidos y
Europa. Venezuela, según la ONU, se ha consolidado como un territorio libre del
cultivo de hoja de coca, marihuana y productos similares, así como de la
presencia de cárteles criminales internacionales.
El
documento simplemente confirma los 30 informes anuales anteriores, que omiten
el narcotráfico venezolano porque no existe. Solo el 5% de la droga colombiana
transita por Venezuela. Para poner esta cifra en perspectiva: en 2018, mientras
210 toneladas de cocaína transitaban por Venezuela, Colombia produjo o
comercializó 2.370 toneladas (diez veces más) y Guatemala, 1.400 toneladas.
Sí,
leyeron bien: Guatemala es un corredor de drogas siete veces más importante que
el supuesto temible narcoestado bolivariano. Pero nadie habla de ello porque
Guatemala históricamente ha tenido escasez —produce el 0,01% del total mundial—
de la única droga artificial que le interesa a Trump: el petróleo.
El
Fantástico Cártel del Sol: Ficción de Hollywood
El
«Cártel de los Soles» es una creación de la imaginación de Trump. Supuestamente
está liderado por el presidente de Venezuela, pero no se menciona en el informe
de la principal organización antidrogas del mundo, ni en los documentos de
ninguna agencia europea ni de casi ninguna otra agencia anticrimen del planeta.
Ni siquiera una nota a pie de página. Un silencio ensordecedor, que debería
hacer reflexionar a cualquiera con un mínimo de pensamiento crítico. ¿Cómo
puede una organización criminal tan poderosa como para merecer una recompensa
de 50 millones de dólares ser completamente ignorada por quienes trabajan en el
ámbito antidrogas?
En
otras palabras, lo que se vende a Netflix como un supercártel es en realidad
una mezcolanza de pequeñas cadenas locales, el tipo de delincuencia de poca
monta que se encuentra en todos los países del mundo, incluido Estados Unidos,
donde, dicho sea de paso, casi 100.000 personas mueren cada año por sobredosis
de opioides que no tienen nada que ver con Venezuela, y sí con las grandes
farmacéuticas estadounidenses.
Ecuador:
El verdadero centro que nadie quiere ver
Mientras
Washington levanta el espectro venezolano, los verdaderos centros del
narcotráfico prosperan casi sin ser molestados. Ecuador, por ejemplo, con el
57% de los contenedores de banano que salen de Guayaquil y llegan a Amberes
cargados de cocaína. Las autoridades europeas incautaron 13 toneladas de
cocaína de un solo barco español, procedentes precisamente de puertos
ecuatorianos controlados por empresas protegidas por funcionarios del gobierno
ecuatoriano.
La
Unión Europea ha elaborado un informe detallado sobre los puertos de Guayaquil,
que documenta cómo «las mafias colombianas, mexicanas y albanesas operan
ampliamente en Ecuador». La tasa de homicidios en Ecuador se ha disparado de
7,8 por cada 100.000 habitantes en 2020 a 45,7 en 2023. Sin embargo, rara vez
se menciona a Ecuador. ¿Quizás porque Ecuador produce solo el 0,5 % del
petróleo mundial y porque su gobierno no ha adquirido la mala costumbre de
desafiar el dominio estadounidense en Latinoamérica?
Las
verdaderas rutas de la droga: geografía vs. propaganda
Durante
mis años en la UNODC, una de las lecciones más importantes que aprendí fue que
la geografía no miente. Las rutas de la droga siguen una lógica precisa:
proximidad a los centros de producción, facilidad de transporte, corrupción de
las autoridades locales y presencia de redes criminales consolidadas. Venezuela
no cumple prácticamente ninguno de estos criterios.
Colombia
produce más del 70% de la cocaína mundial. Perú y Bolivia concentran la mayor
parte del 30% restante. Las rutas lógicas para llegar a los mercados
estadounidense y europeo son el Pacífico hacia Asia, el Caribe Oriental hacia
Europa y, por tierra, Centroamérica hacia Estados Unidos. Venezuela, colindante
con el Atlántico Sur, se encuentra en desventaja geográfica para las tres rutas
principales. La logística criminal convierte a Venezuela en un actor marginal
en el vasto escenario del narcotráfico internacional.
Cuba:
El ejemplo vergonzoso
La
geografía no miente, pero la política puede vencerla. Cuba sigue representando
el modelo a seguir de la cooperación antidrogas en el Caribe. Una isla cercana
a la costa de Florida, teóricamente es una base ideal para el narcotráfico
hacia Estados Unidos, pero en la práctica está completamente fuera del ámbito
del narcotráfico. He observado repetidamente la admiración de los agentes de la
DEA y el FBI por las rigurosas políticas antidrogas de los comunistas cubanos.
La
Venezuela chavista ha seguido consistentemente el modelo cubano en la lucha
contra las drogas, iniciada por el propio Fidel Castro. Cooperación
internacional, control territorial y represión de la actividad criminal. Ni
Venezuela ni Cuba han tenido jamás grandes extensiones de tierra cultivadas con
coca y controladas por grandes delincuentes.
La
Unión Europea no tiene intereses petroleros particulares en Venezuela, pero sí
tiene un interés concreto en combatir el narcotráfico que asola sus ciudades.
La Unión ha elaborado su Informe Europeo sobre Drogas 2025. El documento,
basado en datos reales y no en ilusiones geopolíticas, ni siquiera menciona a
Venezuela como corredor del narcotráfico internacional.
Aquí
radica la diferencia entre un análisis honesto y una narrativa falsa e
insultante. Europa necesita datos fiables para proteger a sus ciudadanos de las
drogas, por lo que elabora informes precisos. Estados Unidos necesita
justificación para sus políticas petroleras, por lo que elabora propaganda
disfrazada de inteligencia.
Según
el informe europeo, la cocaína es la segunda droga más consumida en los 27
países de la UE, pero las principales fuentes están claramente identificadas:
Colombia para la producción, Centroamérica para la distribución y diversas
rutas a través de África Occidental para la distribución. Venezuela y Cuba
simplemente no figuran en este panorama.
Pero
Venezuela es sistemáticamente demonizada contra todo principio de verdad. El
exdirector del FBI, James Comey, ofreció la explicación en sus memorias
posteriores a su renuncia, donde analizó las motivaciones inconfesables de las
políticas estadounidenses hacia Venezuela: Trump le había dicho que el gobierno
de Maduro era «un gobierno sentado sobre una montaña de petróleo que tenemos
que comprar». No se trata, entonces, de drogas, delincuencia ni seguridad
nacional. Se trata de petróleo que sería mejor no pagar.
Es
por tanto Donald Trump quien merece una recompensa internacional por un delito
muy específico: «calumnias sistemáticas contra un Estado soberano con el fin de
apropiarse de sus recursos petroleros».
No comments:
Post a Comment