Eduardo Rozsa era un fascista convencido, enemigo de judíos, árabes, negros y comunistas, y se había ganado fama de sanguinario en la defensa de Lazlovo, donde, a las órdenes del general croata Glavas, torturó y ejecutó a numerosos civiles.
Bolivia era el país elegido para su, literalmente, último trabajo. Allí pensaba organizar su guerra, la guerra que, al menos, duraría los meses suficientes para finalizar su película, sus masacres, sus torturas y su nuevo reino, limpio de indios, negros, comunistas y demás desperdicios…
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Por Julio César Alonso (Periodista español).- Por 15 años han sido necesarios para que se hiciese justicia con el grupo de mercenarios que desde 1992 comandó el ciudadano húngaro-croata Eduardo Rozsa Flores.
No soy partidario de la pena de muerte, ni de la muerte en sí, a no ser que sea natural. Pero estoy seguro que un día del pasado abril, en Suiza, en Inglaterra, en Serbia, Bosnia, Angola, Sudán y Kosovo, muchas familias agradecieron a la policía Boliviana su trabajo.
Conocí a Rozsa, en Albania, en una época en la que la guerra en Europa fue moneda de cambio de las grandes potencias.
Mi primer encuentro fue en Tirana, capital de Albania, durante su primera "revolución", el primer trabajo de Rozsa para el periódico la Vanguardia. Un Flores cristiano, defensor del Opus Dei, que fue invitado a abandonar el hotel de la prensa tras un incidente oscuro. De su habitación salió un menor con signos de abuso y un número indeterminado de granadas de mano. Tras el incidente, del que ninguno hicimos nota de prensa, Rozsa siguió escribiendo sobre Albania desde Budapest.
El segundo encuentro fue en Croacia, en la ciudad de Osijek. Allí, como periodista, le conocí poco. Una tarde de regreso al punto de envío de las televisiones, un soldado croata nos detuvo en un check-point. Era Branko, ex profesor de matemáticas al que la guerra había convertido en carnicero. Un cigarro y un trago de la botella de bourbon que siempre nos acompañaba era el impuesto amistoso que pagamos por pasar. Pero ese día hubo algo más; Branko nos ofreció ametrallar nuestro coche: "El húngaro me ha pagado 50 dólares por disparar al suyo." Le agradecimos el ofrecimiento y continuamos. Al llegar al hotel confirmamos las palabras de Branko; el auto de Rozsa lucía una bonita ráfaga de AK en su parte trasera izquierda. Curioso es que ninguna de las balas que llegaron a penetrar hasta la parte delantera del vehículo alcanzó a Eduardo o a su copiloto.
En el bar del hotel, un Eduardo chillón arengaba a sus colegas para que dejasen la información y se defendiesen. De su cuello colgaba una Nikon, pero su mano blandía una Skorpion, la pistola ametralladora oficial del ejército yugoslavo. Después desapareció. Volvió a Osijek dos meses después, en septiembre, ya como comandante del PIV, Pelotón Internacional de Voluntarios del ejército croata.
Fui de los primeros en visitar su sede. Me acompañaba ya Christian Wurtembreg, un periodista suizo, compañero en las primeras escaramuzas en Chechenia y Georgia. Tras la primera visita, Christian reconoció a varios mercenarios con los que meses antes se había tropezado en Karlovak y que buscaban desesperadamente trabajo. Dos españoles, un norteamericano, un inglés y tres húngaros eran su núcleo duro.
Esa tarde, y hablando con algunos de ellos, nos enteramos de que habían estado en Hungría entrenando a las órdenes del coronel (entonces capitán) Gyla Atilla, un conocido mercenario anticomunista que fue derrotado por el ejercito del MPLA en Angola y que había logrado escapar de milagro de ser apresado por los internacionalistas cubanos que defendieron el país de los ataques de la UNITA.
Oficialmente el grupo había trabajado en la reconstrucción de una iglesia. Nuestros interlocutores fueron los españoles Alejandro Hernández Mora y Ángel Valencia -uno experto en explosivos y otro francotirador-, el norteamericano Colton ,Perry -ex colaborador de la inteligencia norteamericana en Honduras y Guatemala-, Frenchie -un ex militar inglés de la Guardia Galesa, veterano de Malvinas y con una acusación de homicidio en su país- y Alex -ex soldado portugués, veterano de Angola a las órdenes de Gyla Atilla-. Todos tenían una novia, mujer, hermana o prima que habían sido víctimas de los serbios… Todo falso.
Christian, conocedor e investigador del mundo mercenario viajó entonces a Alemania, donde según sus informaciones se procedería a una operación de aprovisionamiento de armas. A su regreso nos contó que un cónsul boliviano dotaría de armas al PIV y que, curiosamente, la base de este pelotón se encontraba en una de las nuevas rutas de drogas hacía Europa desde Turquía (heroína y cocaína). El precio de estos dos estupefacientes bajó notablemente en países como Suiza y Alemania durante el conflicto.
Pero la brigada de Rosza escondía más. Sus relaciones con la extrema derecha europea se confirmaron con la llegada de 50 voluntarios franceses del Frente Nacional de Jean Marie Le Pen, y otros 110 de organizaciones fascistas de Inglaterra, Alemania y Hungría.
Rozsa era entonces un fascista convencido, enemigo de judíos, árabes, negros y comunistas, y se había ganado fama de sanguinario en la defensa de Lazlovo, donde, a las órdenes del general croata Glavas, torturó y ejecutó a numerosos civiles.
Los casos de Dordje Petrovic y Cedomir Vukcovic, obligados a beber ácido de un acumulador de autómovil en un garaje en el que estaban prisioneros, son un ejemplo de los heroicos actos de Rozsa en Croacia.
Christian se infiltró en la brigada y fue descubierto. Poco después, su cuerpo aparecía en un campo cercano a la brigada internacional, torturado y estrangulado hasta la muerte.
Su ordenador portátil, en manos de Rosza, se convirtió en una condena a muerte para mí y para el periodista portugués Pinto Amaral, que logramos huir gracias a la colaboración de un conductor de ambulancia francés, Joel Muller, y el aviso de Colton Perry, que junto a nuestra condena nos confirmó la tortura y asesinato de Christian a manos de Frenchie, un húngaro llamado Lazlo y un boliviano que se jactaba de su experiencia torturadora en Chile y Bolivia, con iniciales MT (Mario Tadic).
Poco después, otro periodista, Paul Jenks, cercano a Rozsa, cometió el error de acudir a Osijek y comprobar que el cadáver de Christian tenía signos de tortura y estrangulamiento y no, tal y como había manifestado Rozsa, de disparos recibidos en una emboscada. Pagó con su vida el atrevimiento. Murió por un disparo en la nuca mientras fotografiaba posiciones serbias frente a él. Estos acontecimientos cambiaron dos vidas; la de Eduardo Rosza, que a pesar de la protección del Presidente Tujdman debió retirarse a una segunda fila, lo que para el egocentrismo de Rozsa fue un duro golpe. Y la mía, pues me comprometieron aún más en la verdad del periodismo y me obligó a dedicar una parte de mi actividad al seguimiento y denuncia del grupo de Rozsa Flores.
Desde entonces he participado en tres investigaciones internacionales sin lograr resultados, ya que, si bien las evidencias eran suficientes, ningún país europeo mostró interés en perturbar a la nueva Croacia.
Debieron pasar años, los suficientes como para que desapareciesen pruebas y testimonios, para que se crease el tribunal que juzgara los crímenes de guerra en la antigua Yugoslavia.
Rozsa y su grupo no se quedaron quietos. De Croacia paso a Bosnia. El PIV se llamó entonces Brigada Tomislav y participó en la limpieza étnica de musulmanes en Mostar. Cientos de bosnios vieron cómo Rozsa y sus hombres asesinaban, robaban y quemaban en los barrios musulmanes. Tras la paz en Croacia y Bosnia, y siempre bajo la coordinación del coronel Gyla, Rosza viaja con un grupo nuevo hasta Angola para apoyar a la UNITA Jonás Savimbi, donde desempeña el papel de enlace con la prensa internacional mientras su grupo se dedica al sabotaje en Cabinda. La UNITA es derrotada, Savimbi muere y Rozsa huye a Hungría con sus mercenarios. Reaparece en Kosovo, ya convertido al Islam y trabajando para una sospechosa ONG musulmana financiada en parte por USAID. Pese a estar ubicado en Macedonia, su afán de protagonismo le hace aparecer en la frontera de Morina. Allí comenta a periodistas croatas que va a "agitar a los albaneses que por cobardía no pelean".
Korenica es uno de sus objetivos, donde asesina a 5 policías serbios desarmados. Más tarde, sus hombres atacan tanto a kosovares como a serbios en Subogrlo, pero encuentra resistencia y debe retirarse perdiendo, para evitar su identificación, a dos hombres que, pese a estar heridos, Rozsa les hace explotar con granadas de mano. Sus tumbas permanecen olvidadas en la carretera de entrada al pueblo. Los vecinos identifican a Rosza y a Thomas Claim, un mercenario australiano. Posteriormente, Sudán recibe el ofrecimiento de Rosza, quien, con un nuevo grupo se postula para trabajar en Darfur, donde propone al gobierno sudanés hostigar a ONG´S y limpiar la etnia Fur en la zona de Mukjar
Las últimas noticias que tuvimos de él fueron a través de su blog, pero nadie conocía su paradero. Tan sólo un proyecto nos daba pistas de sus planes: si "Chico" fue su primera parte de autobiografía, el nuevo proyecto llamado "La Guerra Sucia" ("The Filthy War"), le consagraría en el mundo del celuloide.
En Hungría consulta con varios técnicos de cine una idea macabra: rodar (grabar) una película real de cómo se puede provocar una guerra. Las imágenes serían reales y los muertos y torturados también. Pero nadie sabía dónde habría de realizarse.
Regresando de la República Democrática del Congo, la noticia de su muerte nos llegó por Internet.Bolivia era el país elegido para su, literalmente, último trabajo. Allí pensaba organizar su guerra, la guerra que, al menos, duraría los meses suficientes para finalizar su película, sus masacres, sus torturas y su nuevo reino, limpio de indios, negros, comunistas y demás desperdicios…
Sin embargo, no alcanzábamos a comprender los titulares de la prensa boliviana. Parecía que nadie quería creer que esos cinco hombres, dos mayores y tres jóvenes, pudieran ser mercenarios. Pero nadie buscó documentación sobre los soldados de fortuna. Nadie pensó que la mejor edad de un soldado está entre los 19 y 30 años. Que la presencia de esos 5 dibujaba perfectamente parte de la estructura de una célula mercenaria. Nadie miró hacia atrás y comparó el grupo con el inicio de Flores en Croacia, ni la coincidencia del trabajo que realizarían a modo de copia del efectuado en otros países. Flores pensaba calcar en Bolivia, país al que siempre despreció en las conversaciones privadas y al que se refería, entre otras lindezas, como "cuna de indios analfabetos","nación de bobos" o "cubo de basura", su particular "Guerra Sucia".
Sí, ya sé, en sus entrevistas nunca lo dijo, era un maestro en cultivar su imagen. Pero tal vez dentro de unos meses sepamos algo más. Dos amigos de Rozsa, uno en Budapest y otro en Beli Monaster (Croacia), recibieron en el mes de marzo un video de Rozsa, en el que, según sus receptores, el mercenario se sentía traicionado por los que le habían contratado. Decidió grabarlo para que, en el caso de que lo eliminasen, se supiese cómo y quién había contratado sus servicios para organizar algo desconocido en Bolivia: una guerra civil en la que militares, policías e indígenas se convertirían en víctimas protagonistas de su última película.
….Será en septiembre u octubre cuando este documento salga a la luz. Entonces sabremos la verdad de Rozsa Flores, un experto mercenario que formaba grupos mixtos de veteranos y jóvenes para orgías de sangre. Hoy Colton Perry en EEUU podría aportar más datos sobre el finado; el norteamericano fue herido en una pierna y en la espalda mientras cubría la retirada del PIV en Zupanja. Muchos apuntan a la pistola UZI de Flores como la autora de esos disparos.
Los mercenarios llegaron a Bolivia. Estaban preparando, no una defensa, sino una guerra que debía durar, para ser rentable económica y políticamente, más de un mes. El cálculo de muertos para este fin era, en la primera semana de 25.000. Con este planteamiento sólo una intervención internacional, siguiendo el modelo de Croacia y Kosovo, la detendría. Llegarían voluntarios argentinos, algunos de ellos ya veteranos "voluntarios" de las guerras balcánicas. También se esperaban paraguayos, colombianos y algunos elementos uruguayos. ¿O todavía se esperan?
Rozsa flores ha muerto, pero su gente no. ¿Siguen en Bolivia? ¿Volverán? No me alegro de la muerte aunque sea natural, pero al menos a mí me evita volver a grabar niños reventados, mujeres agarrándose sus vientres y sangre, mucha sangre que, sea de quien sea, es roja y al contacto de la pólvora, tiene olor a fritanga.
No soy partidario de la pena de muerte, ni de la muerte en sí, a no ser que sea natural. Pero estoy seguro que un día del pasado abril, en Suiza, en Inglaterra, en Serbia, Bosnia, Angola, Sudán y Kosovo, muchas familias agradecieron a la policía Boliviana su trabajo.
Conocí a Rozsa, en Albania, en una época en la que la guerra en Europa fue moneda de cambio de las grandes potencias.
Mi primer encuentro fue en Tirana, capital de Albania, durante su primera "revolución", el primer trabajo de Rozsa para el periódico la Vanguardia. Un Flores cristiano, defensor del Opus Dei, que fue invitado a abandonar el hotel de la prensa tras un incidente oscuro. De su habitación salió un menor con signos de abuso y un número indeterminado de granadas de mano. Tras el incidente, del que ninguno hicimos nota de prensa, Rozsa siguió escribiendo sobre Albania desde Budapest.
El segundo encuentro fue en Croacia, en la ciudad de Osijek. Allí, como periodista, le conocí poco. Una tarde de regreso al punto de envío de las televisiones, un soldado croata nos detuvo en un check-point. Era Branko, ex profesor de matemáticas al que la guerra había convertido en carnicero. Un cigarro y un trago de la botella de bourbon que siempre nos acompañaba era el impuesto amistoso que pagamos por pasar. Pero ese día hubo algo más; Branko nos ofreció ametrallar nuestro coche: "El húngaro me ha pagado 50 dólares por disparar al suyo." Le agradecimos el ofrecimiento y continuamos. Al llegar al hotel confirmamos las palabras de Branko; el auto de Rozsa lucía una bonita ráfaga de AK en su parte trasera izquierda. Curioso es que ninguna de las balas que llegaron a penetrar hasta la parte delantera del vehículo alcanzó a Eduardo o a su copiloto.
En el bar del hotel, un Eduardo chillón arengaba a sus colegas para que dejasen la información y se defendiesen. De su cuello colgaba una Nikon, pero su mano blandía una Skorpion, la pistola ametralladora oficial del ejército yugoslavo. Después desapareció. Volvió a Osijek dos meses después, en septiembre, ya como comandante del PIV, Pelotón Internacional de Voluntarios del ejército croata.
Fui de los primeros en visitar su sede. Me acompañaba ya Christian Wurtembreg, un periodista suizo, compañero en las primeras escaramuzas en Chechenia y Georgia. Tras la primera visita, Christian reconoció a varios mercenarios con los que meses antes se había tropezado en Karlovak y que buscaban desesperadamente trabajo. Dos españoles, un norteamericano, un inglés y tres húngaros eran su núcleo duro.
Esa tarde, y hablando con algunos de ellos, nos enteramos de que habían estado en Hungría entrenando a las órdenes del coronel (entonces capitán) Gyla Atilla, un conocido mercenario anticomunista que fue derrotado por el ejercito del MPLA en Angola y que había logrado escapar de milagro de ser apresado por los internacionalistas cubanos que defendieron el país de los ataques de la UNITA.
Oficialmente el grupo había trabajado en la reconstrucción de una iglesia. Nuestros interlocutores fueron los españoles Alejandro Hernández Mora y Ángel Valencia -uno experto en explosivos y otro francotirador-, el norteamericano Colton ,Perry -ex colaborador de la inteligencia norteamericana en Honduras y Guatemala-, Frenchie -un ex militar inglés de la Guardia Galesa, veterano de Malvinas y con una acusación de homicidio en su país- y Alex -ex soldado portugués, veterano de Angola a las órdenes de Gyla Atilla-. Todos tenían una novia, mujer, hermana o prima que habían sido víctimas de los serbios… Todo falso.
Christian, conocedor e investigador del mundo mercenario viajó entonces a Alemania, donde según sus informaciones se procedería a una operación de aprovisionamiento de armas. A su regreso nos contó que un cónsul boliviano dotaría de armas al PIV y que, curiosamente, la base de este pelotón se encontraba en una de las nuevas rutas de drogas hacía Europa desde Turquía (heroína y cocaína). El precio de estos dos estupefacientes bajó notablemente en países como Suiza y Alemania durante el conflicto.
Pero la brigada de Rosza escondía más. Sus relaciones con la extrema derecha europea se confirmaron con la llegada de 50 voluntarios franceses del Frente Nacional de Jean Marie Le Pen, y otros 110 de organizaciones fascistas de Inglaterra, Alemania y Hungría.
Rozsa era entonces un fascista convencido, enemigo de judíos, árabes, negros y comunistas, y se había ganado fama de sanguinario en la defensa de Lazlovo, donde, a las órdenes del general croata Glavas, torturó y ejecutó a numerosos civiles.
Los casos de Dordje Petrovic y Cedomir Vukcovic, obligados a beber ácido de un acumulador de autómovil en un garaje en el que estaban prisioneros, son un ejemplo de los heroicos actos de Rozsa en Croacia.
Christian se infiltró en la brigada y fue descubierto. Poco después, su cuerpo aparecía en un campo cercano a la brigada internacional, torturado y estrangulado hasta la muerte.
Su ordenador portátil, en manos de Rosza, se convirtió en una condena a muerte para mí y para el periodista portugués Pinto Amaral, que logramos huir gracias a la colaboración de un conductor de ambulancia francés, Joel Muller, y el aviso de Colton Perry, que junto a nuestra condena nos confirmó la tortura y asesinato de Christian a manos de Frenchie, un húngaro llamado Lazlo y un boliviano que se jactaba de su experiencia torturadora en Chile y Bolivia, con iniciales MT (Mario Tadic).
Poco después, otro periodista, Paul Jenks, cercano a Rozsa, cometió el error de acudir a Osijek y comprobar que el cadáver de Christian tenía signos de tortura y estrangulamiento y no, tal y como había manifestado Rozsa, de disparos recibidos en una emboscada. Pagó con su vida el atrevimiento. Murió por un disparo en la nuca mientras fotografiaba posiciones serbias frente a él. Estos acontecimientos cambiaron dos vidas; la de Eduardo Rosza, que a pesar de la protección del Presidente Tujdman debió retirarse a una segunda fila, lo que para el egocentrismo de Rozsa fue un duro golpe. Y la mía, pues me comprometieron aún más en la verdad del periodismo y me obligó a dedicar una parte de mi actividad al seguimiento y denuncia del grupo de Rozsa Flores.
Desde entonces he participado en tres investigaciones internacionales sin lograr resultados, ya que, si bien las evidencias eran suficientes, ningún país europeo mostró interés en perturbar a la nueva Croacia.
Debieron pasar años, los suficientes como para que desapareciesen pruebas y testimonios, para que se crease el tribunal que juzgara los crímenes de guerra en la antigua Yugoslavia.
Rozsa y su grupo no se quedaron quietos. De Croacia paso a Bosnia. El PIV se llamó entonces Brigada Tomislav y participó en la limpieza étnica de musulmanes en Mostar. Cientos de bosnios vieron cómo Rozsa y sus hombres asesinaban, robaban y quemaban en los barrios musulmanes. Tras la paz en Croacia y Bosnia, y siempre bajo la coordinación del coronel Gyla, Rosza viaja con un grupo nuevo hasta Angola para apoyar a la UNITA Jonás Savimbi, donde desempeña el papel de enlace con la prensa internacional mientras su grupo se dedica al sabotaje en Cabinda. La UNITA es derrotada, Savimbi muere y Rozsa huye a Hungría con sus mercenarios. Reaparece en Kosovo, ya convertido al Islam y trabajando para una sospechosa ONG musulmana financiada en parte por USAID. Pese a estar ubicado en Macedonia, su afán de protagonismo le hace aparecer en la frontera de Morina. Allí comenta a periodistas croatas que va a "agitar a los albaneses que por cobardía no pelean".
Korenica es uno de sus objetivos, donde asesina a 5 policías serbios desarmados. Más tarde, sus hombres atacan tanto a kosovares como a serbios en Subogrlo, pero encuentra resistencia y debe retirarse perdiendo, para evitar su identificación, a dos hombres que, pese a estar heridos, Rozsa les hace explotar con granadas de mano. Sus tumbas permanecen olvidadas en la carretera de entrada al pueblo. Los vecinos identifican a Rosza y a Thomas Claim, un mercenario australiano. Posteriormente, Sudán recibe el ofrecimiento de Rosza, quien, con un nuevo grupo se postula para trabajar en Darfur, donde propone al gobierno sudanés hostigar a ONG´S y limpiar la etnia Fur en la zona de Mukjar
Las últimas noticias que tuvimos de él fueron a través de su blog, pero nadie conocía su paradero. Tan sólo un proyecto nos daba pistas de sus planes: si "Chico" fue su primera parte de autobiografía, el nuevo proyecto llamado "La Guerra Sucia" ("The Filthy War"), le consagraría en el mundo del celuloide.
En Hungría consulta con varios técnicos de cine una idea macabra: rodar (grabar) una película real de cómo se puede provocar una guerra. Las imágenes serían reales y los muertos y torturados también. Pero nadie sabía dónde habría de realizarse.
Regresando de la República Democrática del Congo, la noticia de su muerte nos llegó por Internet.Bolivia era el país elegido para su, literalmente, último trabajo. Allí pensaba organizar su guerra, la guerra que, al menos, duraría los meses suficientes para finalizar su película, sus masacres, sus torturas y su nuevo reino, limpio de indios, negros, comunistas y demás desperdicios…
Sin embargo, no alcanzábamos a comprender los titulares de la prensa boliviana. Parecía que nadie quería creer que esos cinco hombres, dos mayores y tres jóvenes, pudieran ser mercenarios. Pero nadie buscó documentación sobre los soldados de fortuna. Nadie pensó que la mejor edad de un soldado está entre los 19 y 30 años. Que la presencia de esos 5 dibujaba perfectamente parte de la estructura de una célula mercenaria. Nadie miró hacia atrás y comparó el grupo con el inicio de Flores en Croacia, ni la coincidencia del trabajo que realizarían a modo de copia del efectuado en otros países. Flores pensaba calcar en Bolivia, país al que siempre despreció en las conversaciones privadas y al que se refería, entre otras lindezas, como "cuna de indios analfabetos","nación de bobos" o "cubo de basura", su particular "Guerra Sucia".
Sí, ya sé, en sus entrevistas nunca lo dijo, era un maestro en cultivar su imagen. Pero tal vez dentro de unos meses sepamos algo más. Dos amigos de Rozsa, uno en Budapest y otro en Beli Monaster (Croacia), recibieron en el mes de marzo un video de Rozsa, en el que, según sus receptores, el mercenario se sentía traicionado por los que le habían contratado. Decidió grabarlo para que, en el caso de que lo eliminasen, se supiese cómo y quién había contratado sus servicios para organizar algo desconocido en Bolivia: una guerra civil en la que militares, policías e indígenas se convertirían en víctimas protagonistas de su última película.
….Será en septiembre u octubre cuando este documento salga a la luz. Entonces sabremos la verdad de Rozsa Flores, un experto mercenario que formaba grupos mixtos de veteranos y jóvenes para orgías de sangre. Hoy Colton Perry en EEUU podría aportar más datos sobre el finado; el norteamericano fue herido en una pierna y en la espalda mientras cubría la retirada del PIV en Zupanja. Muchos apuntan a la pistola UZI de Flores como la autora de esos disparos.
Los mercenarios llegaron a Bolivia. Estaban preparando, no una defensa, sino una guerra que debía durar, para ser rentable económica y políticamente, más de un mes. El cálculo de muertos para este fin era, en la primera semana de 25.000. Con este planteamiento sólo una intervención internacional, siguiendo el modelo de Croacia y Kosovo, la detendría. Llegarían voluntarios argentinos, algunos de ellos ya veteranos "voluntarios" de las guerras balcánicas. También se esperaban paraguayos, colombianos y algunos elementos uruguayos. ¿O todavía se esperan?
Rozsa flores ha muerto, pero su gente no. ¿Siguen en Bolivia? ¿Volverán? No me alegro de la muerte aunque sea natural, pero al menos a mí me evita volver a grabar niños reventados, mujeres agarrándose sus vientres y sangre, mucha sangre que, sea de quien sea, es roja y al contacto de la pólvora, tiene olor a fritanga.
MERCENARIO DE LA MUERTE
Eduardo Rózsa Flores, aquel terrorista-separatista que poco menos fue barnizado como luchador de causas nobles por quienes tuvieron mucho que ver con su presencia en Bolivia, terminó de ser mostrado tal cual fue en vida: racista que despreciaba a los bolivianos por ser ‘indios’, experto en fabricar guerras, psicópata al que le gustaba matar, y asesino de dos periodistas durante la guerra separatista de Croacia, pero principalmente un mercenario de la muerte.La estrategia separatista fue llevada a la práctica por los sicarios que, al servicio del ex prefecto de Pando, Leopoldo Fernández, masacraron a campesinos en la región de Porvenir el 11 de septiembre de 2008, en plena ejecución del frustrado golpe de Estado en contra del Gobierno del presidente constitucional Evo Morales, según el periodista español Julio César Alonso, quien reveló que detrás de Rózsa se ocultaba un criminal de guerra.
Esta afirmación está respaldada por un trabajo de seguimiento a Rózsa que durante 14 años efectuó el también investigador de la Corte Penal Internacional, tiempo en el cual desnudó los delitos de lesa humanidad que cometieron el jefe separatista y sus secuaces.
Rózsa, Michael Dwyer y Magyarosi Árpad fueron muertos durante la operación antiterrorista del 16 de abril en el hotel Las Américas de la ciudad de Santa Cruz, mientras que Mario Tádic Astorga y Eliot Toazo, detenidos tras el enfrentamiento armado, hoy se encuentran presos en la cárcel de San Pedro de la ciudad de La Paz. Fueron parte, junto con otros extranjeros, de una estructura militar que buscaba sembrar violencia, luto y muerte en Bolivia para consumar la división de la patria.
“Aunque viniera a Bolivia por orden de alguien, lo que iba a hacer él era su reino. Iba a asesinar a los que le habían contratado, iba a dinamitar la mitad de Santa Cruz, iba a dinamitar parte de muchas provincias en Bolivia”, reveló Alonso, y añadió que Rózsa pretendía hacer uso de su experiencia en las guerras separatistas en las que participó en los Balcanes.Según el periodista, los grupos de jóvenes que la milicia formaba en el país, con la ayuda de instructores como Michael Dwyer y Magyarosi Árpad, iban a ser carne de cañón para alimentar el odio y la guerra entre bolivianos.
Es decir, los terroristas-separatistas habían planificado hasta el mínimo detalle para consumar la agresión contra la existencia misma de la patria, porque, una vez consumado el objetivo de regar de muertos Santa Cruz, alimentarían la reacción cruceña para desatar una guerra fratricida en la que tenían mucha experiencia los mercenarios. No les interesaba si entre las víctimas estarían quienes los habían traído a Bolivia para consumar la división; es más, esas muertes se encontraban en sus planes.
“Aquí tenían que haber llegado unos 100 mercenarios más sólo con Eduardo Rózsa Flores, es lo que se calcula, así se han movido siempre, para formar a los chavales de acá”, sostuvo el reportero español.
Las aseveraciones de Alonso coinciden con las declaraciones y pruebas acumuladas hasta el momento para sentar en el banquillo de los acusados a quienes se encuentran involucrados en ese proyecto de balcanización de Bolivia. Por eso, Dwyer y Magyarosi ya sostenían reuniones con jóvenes unionistas, que al fragor de los hechos serían quienes “iban a dar vida a la primera línea de trabajo que impulse la guerra”, impulsados en espíritu y cuerpo por un sentimiento de falso nacionalismo.
La guerra en el país estaba a la vuelta de la esquina, así como el olor a sangre y carne quemada que a mercenarios como Rózsa y sus secuaces no les inmutaba sino que les inspiraba un frenético sentimiento por la muerte.
El periodista español reveló que Rózsa dejó dos videos grabados en los que detalla quién o quiénes lo contrataron para armar la guerra de secesión en Bolivia y cómo sería financiada la aventura separatista. Agregó que los gobiernos de Hungría, Croacia y Serbia tienen información abundante sobre las andanzas del jefe terrorista-separatista en la guerra de los Balcanes.¿Pero quiénes contrataron a Rózsa y a sus mercenarios para teñir de sangre Bolivia? Aunque la información veraz sobre este tema aún no halla una respuesta contundente, los indicios apuntan a aquellos que mientras se desarrollaba la Asamblea Constituyente alimentaron el racismo, golpearon a cuanto boliviano no se alineaba con sus postulados neofascistas y enceguecidos por la soberbia separatista incluso tomaron, saquearon y quemaron decenas de instituciones del Estado. Unos actuaron en las calles y los más peligros estuvieron ocultos en las sombras de la ignominia y parapetados detrás de sus millonarios bienes.Según Alonso, Rózsa “sentía un odio visceral contra los indios, los mestizos, mulatos (...), le interesaba él mismo, él era su religión, él era su filosofía y él era su verdad”. Los mercenarios neofascistas fabricaron guerras, no para defender ideales ni luchar por causa alguna, sino para dividir países y matar seres humanos.
No obstante, a cuatro meses de la desarticulación de la célula separatista que intentó desencadenar una guerra fratricida entre los bolivianos, los intereses antinacionales aún ponen trabas a la acción de la justicia, y mientras aplauden el secuestro de la democracia en Honduras intentan liberar de pena y culpa a los cómplices del mercenario de la muerte.
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