Monday, June 20, 2005

“LA DEMOCRACIA EN AMÉRICA LATINA PASA UN MOMENTO COMPLICADO'”

EL CULTIVO DE COCA ES MUCHO MÁS QUE UNA POLÉMICA EN BOLIVIA

El Comercio de Ecuador (www.elcomercio.com)

Bajo un plástico, que les sirve para huir del fuerte sol, Noemí Miranda y Damián Churacuña meten las manos en un gran saco de hojas de color verde claro e intenso.
Las hojas son pequeñas y de textura seca. Ellos meten las manos, sacan un puñado de hojas y lo vuelven a lanzar desde arriba. Caen al saco haciendo un ruido tenue como el de una cascada de papel picado.
Es mediodía y el sol es cada vez más fuerte en El Alto, una ciudad ubicada a ocho kilómetros de La Paz y a 4 100 metros de altitud.
Noemí es el retrato de la chola boliviana, con amplia pollera y manta. También lleva un pedazo de tela amarrado a la espalda para llevar a los niños y a la coca. Mientras despacha a sus clientes fundas plásticas repletas de las hojas -a un boliviano el paquete (equivalentes a unos 15 centavos de dólar)-, comenta que no hay nada que la coca no pueda curar: desde el dolor de barriga hasta el de los huesos, pasando por la diabetes. Damián nació en Los Yungas, una provincia del Departamento de La Paz. De allá trae la coca. “Chulumani y Coripata son los lugares tradicionales para cultivar. Y esta coquita sirve para todo... para dolor de estómago tiene que comérsela como chicle, unas cuántas hojas. Para que le sirva más, tiene que quemar unas tres hojitas y pasarlas por la barriguita”.
Mientras él habla, pasa una mujer con unas hojas pegadas en las sienes. ¿Y eso? “Es para el dolor de cabeza, la coca se lo quita, se la pega mojando con saliva”, explica Noemí.
Además de Los Yungas, el Chapare es otro punto famoso de producción. El líder cocalero Evo Morales representa a esa región. Y el dirigente también habla del potencial de la hoja. “En Perú unos empresarios españoles industrializan la coca y la hacen licor o bebida energizante. También hacen champú de coca que es buenísimo para evitar que se caiga el cabello, y dentífrico. De la coca no solo sale el mate”, repite convencido. El Departamento de Estado de EE.UU. señaló que el cultivo de coca en el 2003 aminoró en la región del Chapare en un 15 por ciento, mientras que en los Yungas creció en un 26 por ciento. “Ese es el desafío que enfrenta Bolivia, porque el exceso del mercado legal y tradicional termina alimentando el mercado ilegal de cocaína”, explica ese informe.
En el Chapare, desde hace más de 15 años, EE.UU. auspicia un programa llamado Plan Dignidad para erradicar el cultivo. Se estima que en esa región unas 35 000 familias cultivan coca. De ellas, alrededor de 16 000 recibieron ayuda de EE.UU. para cultivar bananas y naranjas en sustitución de la hoja. Sin embargo, campesinos como Ruperto Puma admiten que siguen cultivándola en secreto, para subsistir.
Mientras tanto, en las tiendas de La Paz se venden camisetas con una imagen de una hoja de coca en el centro. “La hoja de coca no es droga”, reza una frase debajo del estampado. Cuestan unos 40 bolivianos (cerca de cinco dólares) y son preferidas por los turistas.
Al despedirse, Noemí explica que no confiscan la coca en el aeropuerto. “Es una bolsita, diga que es para el dolor de barriga”, aconseja segura de que ese no es un problema.
El cultivo de la coca es ancestral
Los libros de historia cuentan que antes del imperio incaico los aimaras tenían cocales en tierras de Chicaloma o Chicaruma, en la provincia de Los Yungas, en el Departamento de la Paz.
Crónicas de 1568 afirman que los indígenas poseían cocales mucho tiempo atrás y que los reinos aymaras del lago Titicaca tenían cocales en Larecaja y Los Yungas.
Los historiadores señalan en libros como ‘La historia de Bolivia’ o ‘La historia de la Coca’, de Fernando y Magdalena Cajías, que el cultivo de coca, su venta y consumo, en aquella época, cumplía una función cultural en las prácticas rituales y religiosas.
Luego, con la colonización española, el clero prohibió su cultivo y consumo. La consideraban la “hoja del diablo” por su relación con prácticas mágico-religiosa que la doctrina de extirpación de idolatrías quería desaparecer. Se dice, además, que su uso estuvo restringido a la nobleza.
Más detalles
En el 2004
El cultivo total de coca en Bolivia se incrementó en un seis por ciento, según un informe del Departamento de Estado de EE.UU. y alcanzó las 24 600 hectáreas.
Golpe de Timón
El Consejo Nacional contra el Tráfico Ilícito de Drogas cambió la estrategia para el período 2004-2008. Ya no se enfoca en el Chapare sino en los Yungas, donde el crecimiento anual de cultivos de coca excede la cantidad permitida.



CRÍTICAS DE EE.UU. A BOLIVIA POR LA COCA

Esta semana la ONU informó que había crecido la producción en ese país. Ahora, el embajador de Washington en La Paz dice que no hubo un Estado lo suficientemente "fuerte" para frenar ese avance.

El Clarín de Argentinawww.clarin.com)

El gobierno de Estados Unidos atribuyó el aumento en la producción de coca y cocaína en Bolivia a la falta de un Estado fuerte. El concepto, duro si se tiene en cuenta el momento de fragilidad extrema por el que atraviesa el sistema político boliviano, fue expresado por el embajador estadounidense en La Paz, David Greenlee. "Creo que el Estado boliviano no ha sido de lo más fuerte. No voy a decir que ha fallado, diré que pudo haberlo hecho mejor porque la cooperación es buena", dijo el diplomático en declaraciones publicadas ayer. En estos días Bolivia asiste a las deliberaciones del Congreso, que postergó para el 28 de junio la sesión en la que tratará el próximo llamado a elecciones que, o bien será para elegir al presidente y al vice que terminarán el actual período constitucional en 2007, o logrará el acuerdo político para convocar a comicios generales, con Legislatura incluida.
"Como la tendencia (de aumento en los cultivos) comenzó hace algunos años, no puedo decir que la última administración (del presidente Carlos Mesa) falló por completo, pero todos pudimos hacerlo mejor", agregó. Mesa renunció el 6 de junio, ahogado por las protestas sociales que asfixiaron el país con bloqueos y manifestaciones. El 9 de junio, luego de una sucesión de renuncias, asumió como presidente Eduardo Rodríguez Veltzé, quien hasta entonces era el presidente de la Corte Suprema boliviana.
Los comentarios de Grenlee, quien por otra parte fue una de las últimas visitas que recibió el ex presidente Mesa en sus últimas horas en el Palacio Quemado, se relacionan con el último informe de Naciones Unidas, conocido el martes pasado, según el cual la producción de cocaína aumentó en Sudamérica en 2%, tras cinco años de declinación, debido al incremento en la elaboración de cocaína en Bolivia y Perú. El propio gobierno boliviano reconoció el alza de producción.
"Esa tendencia no es nueva. Desde hace cuatro años se registra un aumento en la coca", dijo Greenlee. El Departamento de Estado de Estados Unidos informó en marzo que los cultivos de coca en Yungas, una región subtropical al norte de La Paz, aumentaron en un 26 por ciento. Allí no hay programas de erradicación de coca.
Estimaciones extraoficiales señalan que en Bolivia hay en la actualidad más de 28.000 hectáreas de la planta, de las cuales sólo 12.000 son legales. El resto de la producción va destinada a la elaboración de cocaína, según admiten las propias autoridades bolivianas.
El informe de Naciones Unidas divulgado en Ginebra señaló que la producción de cocaína en Perú y Bolivia fue de 297 toneladas métricas. Para el director de la Fuerza Especial de Lucha contra el Narcotráfico, coronel Luis Caballero, es complicado precisar el aumento en la producción de coca, pero las incautaciones de cocaína se han elevado, lo que indica que "se produce más coca".
La política más agresiva para erradicar la planta la ejecutó el fallecido presidente Hugo Banzer (1997-2001), que eliminó más de 30.000 hectáreas de coca en el Chapare, al centro de Bolivia. Pero el costo de la política del ex general fue muy alto: 100 personas perdieron la vida entre campesinos, policías y militares.




El caso Bolivia

ESA FRÁGIL DEMOCRACIA

Los bolivianos han abierto un paréntesis en sus luchas y protestas desde que Carlos Mesa fue reemplazado por el presidente de la Corte suprema de Justicia, Eduardo Rodríguez Veltze, conforme con la línea sucesoria establecida por la Carta Magna. Pero no es para esperar una paz duradera, aunque los sectores más combativos se llamaron a sosiego luego de una reunión con el mandatario de transición. Por Francisco Zamora

El Tribuno de Argentina (www.eltribuno.com.ar)

Rodríguez Veltze tiene que llamar a elecciones en 180 días para devolver el país a la normalidad institucional, pero entretanto debe afrontar las exigencias de indígenas y campesinos que piden la nacionalización de los hidrocarburos, así como las de aquellos que quieren la autonomía del Oriente petrolero, la región más rica de Bolivia. Sin embargo, tal vez no sean tales pretensiones el mayor peligro que tendrá que superar el nuevo presidente, sino los renovados apetitos militares.
Debe recordarse en ese sentido, que el comandante en jefe de las Fuerzas Armadas, almirante Luis Aranda, luciendo ropa de fajina junto al resto de los miembros del Alto Mando, afirmó con tono de amenaza que los militares "estaban siguiendo con mucha atención el desarrollo de los acontecimientos" y que "actuarán en caso necesario". Según el almirante -que como todos los marineros bolivianos sirven más para propinar golpes de Estado que para comandar buques irreales en mares inexistentes-, "las FF.AA están listas para preservar el imperio de la ley".
Obviamente, el almirante se estaría refiriendo al imperio de la ley de ellos, o sea a la ley castrense, porque ya se sabe -por múltiples experiencias registradas a lo largo y ancho de América Latina-, que los códigos civiles no les caen del todo bien a los uniformados, tan proclives hoy, como ayer, a suponerse salvadores de sus patrias. Pero esta crisis, la enésima en la historia del país vecino, tiene menos relación con los apetitos de grupos intemperantes, que con una historia de desaciertos gubernativos y de corrupción administrativa que involucra por igual a civiles y militares.
Resulta natural por ello, que los indígenas y campesinos exijan la nacionalización de los hidrocarburos, porque hasta ahora la riqueza de los bolivianos fue expoliada sin piedad durante siglos mientras sus mandatarios miraban para otro lado. Primero fue España, que rapiñó la plata potosina hasta dejar al Cerro Rico como un queso gruyere, puros agujeros sin mineral. Luego los barones del estaño, la famosa "rosca" integrada por Hoschild, Patiño y Aramayo, quienes obtuvieron fabulosas ganancias explotando estaño y plomo sin dejarle nada a Bolivia. Y ahora las empresas extranjeras se llevan el petróleo -que cuesta 70 dólares el barril-, pagando por cada barril sólo un dólar al Estado.
Para comprender cabalmente el drama boliviano, no obstante, hay que conocer algunas cifras que expresan con claridad la hondura del drama que aflige a los pobladores de la nación del Altiplano. Es preciso saber, verbigracia, que el 36 por ciento de la población no tiene trabajo, que el 64% sobrevive por debajo de la línea de pobreza, que el 37% es indigente, que el 51% de los niños son anémicos, que el 27% se enfermó alguna vez de diarrea aguda -dos enfermedades causantes de frecuentes muertes-, que no hay redes cloacales comunitarias en los pueblos y ciudades sino pozos sépticos y especialmente pozos negros, y que sectores muy poblados carecen de agua corriente.
El Alto de La Paz, por ejemplo, donde la gente camina kilómetros para llevar agua a sus casas.
Todo esto, en el país que tiene una de las tasas de fecundidad más altas del mundo, donde más de un tercio de la población tiene menos de 14 años y donde los jubilados apenas son un 5% de la población activa. Pero ese escasísimo porcentaje, aunque por cierto resulta un alivio para las arcas estatales, habla también de que el trabajo estable, esa clase de ocupación que la mayor parte de los ciudadanos posee en todo el mundo, en Bolivia es una suerte que sólo alcanza a unos pocos.
El resto vende cosas por las calles. Estos datos, suministrados por el Instituto de Estadísticas de Bolivia, revelan mejor que cualquier análisis político los errores reiterados a lo largo de la historia por los mandatarios y la mayoría de la clase dirigente boliviana.
El estallido social que terminó deponiendo a Gonzalo Sánchez de Losada en el 2003, que se prolongó en realidad hasta la renuncia de Carlos Mesa, estuvo promovido esencialmente por la política gasífera del Gobierno, que se limita a exportar el gas en bruto a otras naciones, contra la opinión de muchos bolivianos que quieren usarlo internamente e industrializar el país por medio del gas. Hoy, para avalar esa disconformidad, vale la pena recordar que Bolivia posee la segunda reserva gasífera mundial, pero sólo el uno por ciento de los bolivianos recibe gas natural y otro uno por ciento gas en garrafas.
Eso explica que las tensiones regionales se produjeran fundamentalmente en Tarija y Santa Cruz de la Sierra, los dos Estados con riqueza hidrocarburífera, que resolvieron por su propia cuenta, antes de consagrarse legalmente su autonomía fiscal, girar menos impuestos al tesoro nacional.
Es que en Santa Cruz, donde el poder está en manos de empresarios, hay un rencor generalizado contra los movimientos sociales de los indígenas, a quienes consideran una clase parásita. En cambio, los líderes de La Paz pretenden que se realice una Asamblea Constituyente que tenga en cuenta la propiedad de los combustibles y trate el proceso automómico con mayor equidad, otorgando a los aborígenes el peso que merecen en las decisiones, ya que son el 52% de la población.
El paréntesis abierto por la llegada de Rodríguez Veltze no implica que el país se haya tranquilizado, sino que probablemente las diferencias se agudicen cuando empiecen las campañas electorales. Dejando de lado la hipótesis golpista, Bolivia volverá a sus carriles institucionales cuando dentro de seis meses se elija al presidente, pero esto merece algunas consideraciones. Merced al texto de su Constitución, los bolivianos tienen una sola vuelta electoral.
Si nadie obtiene el 51% de los votos -lo que nunca ocurrió en la breve historia democrática boliviana-, no hay ballotage y el Congreso elige al primer mandatario. Así puede ocurrir, como en oportunidades anteriores, que los más votados no accedan a la presidencia, sino otro con menos caudal electoral pero que surja como producto de una negociación.
Obviamente si esto sucede, la debilidad electoral del mandatario conspirará contra sus posibilidades de gobernar y es posible que vuelvan los líos y todo quede como antes. Eso ya pasó varias veces y recuérdese, por caso, que Jaime Paz Zamora empató el tercer lugar con Juan Carlos Durand en los comicios de 1997 detrás de Hugo Bánzer y de Ivo Kuljis, pero fue elegido presidente por el Congreso un mes más tarde.
Para acentuar lo sombrío del panorama, conviene saber que en estos momentos ningún partido junta los votos necesarios, de manera que otra vez será el Congreso el encargado de elegir presidente, negándole a la gente el derecho a ejercer facultades que corresponden exclusivamente a los pueblos. Tal vez allí se encuentre una de las razones que causan los problemas políticos de Bolivia, porque las elecciones del Congreso, que muchos bolivianos consideran simples componendas, no han asegurado hasta ahora que se respete la voluntad popular.



La entrevista / Raúl Alconada Sempé

“LA DEMOCRACIA EN AMÉRICA LATINA PASA UN MOMENTO COMPLICADO'”

El ex vicecanciller del gobierno de Raúl Alfonsín hizo conocer en Salta el informe ``Calidad de la Democracia en América Latina'' del Programa Naciones Unidas para el Desarrollo. El reconocido especialista en política exterior estuvo como observador de la crisis institucional de Bolivia, enviado por el presidente Néstor Kirchner.

El Tribuno de Argentina (www.eltribuno.com.ar)

¿Qué marca el estudio sobre la democracia en América Latina?
Es un análisis sobre el estado de la calidad de la democracia de la región, realizada en 18 países, los 17 continentales y República Dominicana. Analizamos los avances en lo que hace al régimen electoral, cuáles son los déficit que las democracias de todos estos países tuvieron en estos últimos 20 años en materia social, civil, política, nuestras cuentas impagas en materia de desigualdad y de la pobreza.
¿Qué falta por hacer?
Es importantísimo preservar las libertades que hemos conquistado hasta este momento. No es válido el debate de los años '60 o '70, entre que era una democracia formal o la democracia sustancial. Estamos convencidos que la democracia tal como está, como régimen electoral es imprescindible; las libertades son imprescindibles. Pero le tenemos que agregar dimensiones para expandir la ciudadanía al campo social, civil, si no queremos que la democracia termine siendo un cascarón vacío, una mera forma, un mero procedimiento y que la sociedad en general, termine convencida de que la democracia y la política le es irrelevante.
¿Cómo ve que la OEA audite la democracia de nuestros países?
Estamos avanzando en democracia de un modo peculiar y por eso es que no puede haber un tutelaje activo. Ni de la OEA, ni de ningún organismo internacional, porque los pueblos son los que se autodeterminan y son los que determinan. Distinto es que los países de América Latina, democráticamente, espontáneamente, nos juntemos a conversar para analizar cuáles son nuestros déficits, no los que nos marca un organismo internacional o una superpotencia. Esa es la diferencia grande entre una tutela que se intenta desde afuera y desde arriba, a un análisis crítico desde la democracia y sobre la democracia.
¿Lo que pasó en Bolivia es una luz de alerta?
La democracia en América Latina está pasando un momento difícil, complicado, no solo en Bolivia, en la mayoría de nuestro países. Cuando Ud. sigue acumulando demandas sociales que son legítimas, tiene voluntad para resolverlas pero no puede, hay obligación de ponerse a pensar cómo incide la ausencia de la política, la reducción del Estado, la globalización, la concepción de la economía única de mercado. Estos temas son los que nos están faltando.
¿Qué visión se tiene de la democracia argentina?
De respeto. De una expectativa que se abrió después de una década muy larga, donde la Argentina fue la que más llevó adelante el neoliberalismo, con el fracaso que se tuvo en el final de la presidencia anterior a De La Rúa. De una política nueva que aparece y que intenta definirse con autodeterminación, con autonomía, que se paró bien en el tema de la deuda externa, que dio un paso importante en el tema de derechos humanos. Hay expectativas. Pasa que tenemos que reconocer los argentinos que muchas veces tenemos tendencia a creer que somos el eje o centro del mundo; somos un país que venimos de una situación delicadísima, que prácticamente dejamos de existir como economía, como sociedad cohesionada y que lentamente se está recuperando.
¿Eso de creerse el eje, es generalizado?
Creerse el eje del mundo no es problema del Gobierno, sino fundamentalmente de los porteños, y de algunos sectores que creen que la Argentina está llamada a liderar, a ser país potencia. Hace 30 años había un slogan que era: Argentina Potencia. Es un país, es nuestro país, lo queremos más que nada, pero tenemos que entender que somos un país en el contexto latinoamericano.
¿Cómo analiza el eje regional con Brasil y Venezuela?
Es muy importante que las democracias de estos países y de la Argentina trabajemos juntas. Yo incorporaría otras democracias. Pero a estas tres las asocio porque la democracia no es un fenómeno único, no es un proceso que se cristalice, sino que es producto de un proceso cultural histórico, político, económico, social. Venezuela tiene sus características. Brasil las suyas. Argentina las suyas. Cuando tres democracias distintas nos sentamos a analizar fenómenos comunes, tenemos la capacidad de enriquecer nuestro debate, nuestras visiones y no quedarnos en esquemas que generalmente son impuestos desde afuera y que no nos han servido.
¿Sabe cómo actuó Hugo Chávez en el conflicto de Bolivia?
El presidente de Venezuela ayudó, facilitó, haciendo sus propias conversaciones, contactos, en el sentido de que todos los actores facilitasen la solución que finalmente se alcanzó. No tengo la capacidad para decir cuál es el grado de incidencia en la solución. Lo que sí puedo ratificar es que ayudó y que lo hizo a favor de la consolidación de la democracia. Y no como algunos medios sospechaban que Chávez era uno de los que estaba echando leña al fuego.
Ud. fue observador del presidente en Bolivia...
Es un halago personal. Es una demostración objetiva de que la política de preservar la democracia en la región excede a los partidos políticos. También de que la Argentina tiene una política de Estado, que es la defensa de la democracia. Porque estamos hablando de una política de Estado es que el presidente puede enviar a un miembro de otro partido. En el fondo, todos coincidimos en que hay que preservar la democracia.
También hubo observadores de otros países...
La presencia de observadores de Brasil y de la Argentina y la preocupación de los demás gobiernos, demuestran que los latinoamericanos estamos convencidos de que la democracia es una cuestión de todos nosotros. Y que somos solidarios, responsables y vamos a hacer todo lo que esté a nuestro alcance para que se estabilice la región.
¿La democracia está afianzada en el país y la región?
Creo que afortunadamente hemos ido evitando los golpes de estado militares. No se han evitado los colapsos institucionales, que son varios en estos últimos 20 años. Creo que el desafío está en darle un contenido de mayor justicia social, de mayor transformación, haciendo los cambios que la gente reclama. La democracia en la Argentina está fortalecida. La sentencia de la Corte Suprema de Justicia sobre las leyes de Obediencia Debida y Punto Final es una muestra. Hoy se pueden declarar nulas esas leyes, cosa que hace 16 años hubiera sonado como algo, por lo menos, riesgoso. Se ve que a esta definición, la sociedad la recibió bien y todo hace suponer que vamos a seguir viviendo en democracia.
¿Qué opina de la candidatura del canciller Bielsa?
No soy del PJ de la Capital Federal. No voto en la Capital Federal. Le tengo un gran afecto, tanto a Bielsa, como a Lilita Carrió, a Gil Lavedra, a infinidad de candidatos de ahí. No soy porteño, no me aporteñé, entonces, paso la pregunta.



Opinión:

BOLIVIA: UNA PESADILLA EN TRES SUEÑOS

El Nuevo Herald de Estados Unidos (www.miami.com/mld/elnuevo)

En Bolivia lo sorprendente es la tranquilidad. Grosso modo, la división étnica convencional establece que hay un 55% de población indígena --dividido entre quechuas y aimaras, dos grupos andinos--, un 30% mestizo y un 15% blanco. Naturalmente, esas categorías no son herméticas. La verdad es que un tercio de la población boliviana, pobre, rica o de clase media, vive en el siglo XXI, perfectamente adaptado a la modernidad. Otro tercio vive mentalmente instalado en un borroso pasado histórico dulcificado por la leyenda y amargado por el rencor. El restante, el más revoltoso, encharcado en las supersticiones comunistas, pretende unificar y remodelar al conjunto de la población de acuerdo con las ideas de Marx, allí teñidas por el pintoresco desorden del castrochavismo.
Si hubiera que ponerles nombre y rostro a esos tres tercios serían Jorge (Tuto) Quiroga, un ingeniero industrial de 44 años, graduado en Texas con honores, quien ya ocupara la presidencia del país por un año en el 2001, a la muerte del general Hugo Bánzer. Quiroga, proccidental, inteligente, partidario de la economía de mercado, de la apertura de Bolivia al mundo y de la integración del país en los circuitos financieros internacionales, es la esperanza de esa parte de los bolivianos que sueña con que la nación, lejos de enfrentarse al primer mundo, debe hacer lo posible por integrarse decididamente a él, como con gran éxito lo hicieron los vecinos chilenos.
El sueño indigenista radical lo encarna Felipe Quispe, líder aimara del Movimiento Indígena Pachakutik, ex guerrillero, ex preso político acusado de terrorista. Quispe sostiene que su etnia aimara --dos millones de habitantes, con alguna presencia en Ecuador y Perú--, unida a la quechua --otros tres millones-- debe destruir las instituciones blancas y republicanas derivadas de la colonia española para ensayar un regreso a la tradición histórica precolombina, sin propiedad privada, sin el dinero que envileció la solidaria práctica de los trueques, y sin esos extraños comportamientos parlamentarios creados por los imperialistas. Cree en el comunismo, pero no exactamente en el de Marx, sino en el que se gestó en los Andes dentro del mundo de los incas. Si Quispe llegara a hacerse con el poder, el desenlace probablemente sería polpotiano.
La tercera Bolivia es la que sueña Evo Morales, un indígena que sólo habla castellano y cuenta con un 20% de respaldo popular. Morales es un revolucionario castrochavista. Su comunismo no es el precolombino de Quispe, sino el ''científico'' de Carlos Marx, al que se ha asomado por medio de la influencia ideológica de La Habana y los petrodólares de Caracas. Morales quisiera estatizar todas las propiedades extranjeras y nacionales, es profundamente antiamericano, y lo que con mayor energía lo enfrenta a Washington es el tema de la coca. Estados Unidos pretende erradicar ese cultivo en la zona andina, para que no llegue a las calles de Los Angeles o New York, y Evo Morales, al frente de los cocaleros, sostiene que esa planta es el corazón cultural y económico de la región, algo que preocupa a los brasileros, pues es a Río y Sao Paulo a donde suele ir a parar el polvo blanco boliviano.
Al encontronazo de esos tres sueños excluyentes hay que agregar las tensiones separatistas. Algunos regionalismos, fatigados por el permanente desasosiego, decididos a explotar sus recursos naturales, toman la pesimista deriva de la secesión. No son nacionalistas, sino, como mucha gente dentro y fuera del país, han dejado de creer en Bolivia como un Estado unitario. Quieren salvar el terruño porque piensan que la tierra no tiene salvación.
Evidentemente, los elementos en juego conducen a pensar que el desenlace, otra vez, será violento, dado que las tres opciones son excluyentes. Si en las próximas elecciones triunfara Jorge Quiroga e intentara jugar la carta de la modernidad occidental, Quispe y Morales no tardarían en lanzar a sus huestes contra las instituciones y el orden público, colocando al gobierno, otra vez, ante la alternativa de matar o rendirse. Si Quispe lograra articular una insurrección étnica a gran escala encaminada a destruir los fundamentos de la república, el tercio del país que responde a los valores que Quiroga representa --ejército incluido-- respondería a sangre y fuego. Por último, si Morales, al frente de sus cocaleros, desde un poder logrado por medio de una mayoría relativa, intenta imponer un modelo colectivista inspirado en el castrochavismo, deberá enfrentarse a todos los demócratas y a una parte de los indigenistas que lo califican de traidor a su raza. El resumen final es muy triste: los bolivianos no comparten una visión consensuada de la nación en la que viven. Por eso, lo probable es que estalle en pedazos.



Opinión:

LOS SUPERPRESIDENTES Y LA DEMOCRACIA EN AMÉRICA LATINA

La Nación de Argentina (www.lanacion.com.ar)

En América latina, la democracia está en problemas y, hay que decirlo, en problemas graves. Hoy le toca a Bolivia, tanto como ayer fue Ecuador, y anteriormente la Argentina, Perú, Venezuela o Brasil. Desde las transiciones de los años ochenta, de hecho, dieciséis presidentes abandonaron el poder sin terminar sus períodos constitucionales y en medio de profundas convulsiones políticas.
Así, algunos de ellos tuvieron que anticipar la transferencia del poder al presidente electo, como Alfonsín, en 1989. Otros se vieron forzados a adelantar las elecciones, como Siles Suazo, en 1985. Otros sucumbieron ante la humillación del juicio político por corrupción, como Collor de Melo, en 1992, y Carlos Andrés Pérez, en 1993. Otros, en cambio, renunciaron ante violentas protestas sociales, como Sánchez de Lozada, en 2003, y Lucio Gutiérrez, hace apenas unos meses. Ocasionalmente, esas renuncias fueron seguidas por inusitados niveles de incertidumbre, como hoy en Bolivia o como en aquellos días desde la renuncia de De la Rúa hasta que Duhalde asumió la presidencia el 1º de enero de 2002.
No obstante las particularidades de cada caso, por lo menos dos rasgos son comunes a todas estas crisis. El primero es que todos estos presidentes renunciaron luego de un prolongado deterioro económico. El otro rasgo ha sido la incapacidad, si no el desinterés, de esos mismos presidentes en gobernar por medio de acuerdos destinados a fortalecer la institucionalidad democrática. Continúa prevaleciendo en la región un estilo de gobierno basado en la discrecionalidad del superpresidente, un liderazgo providencial bajo el cual la gestión presidencial termina reforzando los propios efectos de la inestabilidad económica, acortando drásticamente los horizontes temporales y alimentando tanto la incertidumbre del inversor como el descontento del ciudadano común. En realidad, muchos de estos gobiernos cayeron menos por los efectos de la crisis económica o por estar en minoría parlamentaria que por hallarse en la más absoluta soledad política, sin apoyos sociales para hacer frente a una realidad que, paradójicamente, ellos mismos contribuyeron a crear.
En un clima político marcado por un fuerte personalismo, ello se ha traducido en el desprestigio de la democracia y el deterioro de sus instituciones fundamentales. De hecho, los superupresidentes basan su gestión en las encuestas de opinión. Cuando son populares, el hecho más banal y rutinario es tomado como una buena oportunidad plebiscitaria, y se lo utiliza para avasallar a las demás instituciones.
Desgraciadamente, cuando las encuestas descienden -lo cual es inevitable en el mediano o largo plazo-, las instituciones, cuya función es garantizar la estabilidad, ya están fracturadas y desacreditadas. El descontento se vuelve protesta, y sin partidos políticos capaces de mediar y negociar, la movilización popular se transforma en explosión social desorganizada. Bolivia hoy es sólo el último ejemplo de una larga lista de casos similares.
En este contexto, el gran desafío es cómo lograr que el superpresidencialismo, esa enfermedad congénita de la democracia latinoamericana, no continúe haciendo estragos institucionales. La metáfora sirve, ya que, eventualmente, una de esas democracias, en terapia intensiva con demasiada frecuencia, podría no salir con vida de su hospitalización. ¿Cómo inmunizar a las democracias de la región, entonces, contra ese flagelo que destruye sus cimientos, mina la confianza de la sociedad y exacerba los conflictos? En otras palabras: ¿es posible prevenir estas crisis?
Sin duda, pero hay bastante por hacer y con urgencia. Instancias como la Carta Democrática de la OEA, que establece la intervención para mediar en conflictos en defensa de un orden político democrático, deben reproducirse y fortalecerse, pero a nivel de bloques regionales. La OEA está muy lejos, muy burocratizada y muy ensimismada en sus propios dilemas políticos internos. Y si bien la Carta Democrática fue utilizada para mediar en la crisis venezolana en 2003, la realidad es que la OEA ha estado ausente en las más recientes crisis, tanto en Bolivia como anteriormente en Ecuador.
Los bloques regionales, Mercosur y Pacto Andino, deben acelerar el proyecto de la Comunidad Sudamericana de Naciones, dejando las cuestiones comerciales de lado, por lo menos por ahora, y enfatizando la integración política y la creación de mecanismos de intervención para fortalecer la democracia a nivel regional. Obviando las pomposas declaraciones de unidad del pasado, la integración política de las naciones sudamericanas tiene objetivos comunes muy concretos por delante: la defensa de la democracia, el fortalecimiento de la seguridad jurídica, así como también enfrentarse a los problemas compartidos, por ejemplo, el tráfico de drogas, el tráfico de personas, el crimen organizado y la degradación ambiental, entre otros.
Como sucede en el campo de la ayuda humanitaria, tal cual la practican las Naciones Unidas, la Unión Europea, Suecia, Noruega y Canadá, entre otras naciones, la lógica de la diplomacia preventiva no es muy distinta de la de la medicina preventiva. Las epidemias ignoran fronteras; lo mismo sucede con el hambre, el conflicto étnico y, a menudo, las violaciones de los derechos humanos. En el caso particular de América latina, lo mismo parece ocurrir con el superpresidencialismo y sus secuelas. Como en la salud pública, la intervención preventiva se basa en el diagnóstico y la terapia tempranos como mecanismos eficaces para mediar entre facciones rivales antes que se produzca la explosión social, la perdida de vidas y, a la postre, el colapso de las instituciones.
Hay que comenzar a intervenir. Hay que entender que las democracias de la región enfrentan problemas y amenazas comunes. Las antiguas nociones de soberanía tal vez deban flexibilizarse. El menú de intervención debe ampliarse, del nivel multilateral al regional, y de éste a la esfera bilateral, creando más y mejores instancias de cooperación entre estos múltiples ámbitos.
Además, si la intervención no surge desde el sur mismo, bien podría comenzar a originarse en el Norte, y no hace falta hacer mucha memoria para saber que ese escenario debe evitarse por todos los medios.
El autor es profesor en American University, de Washington DC.



Opinión:

BOLIVIA ENTRAMPADA

La Nación de Chile (www.lanacion.cl)

La nacionalización –ayer del estaño y hoy de los hidrocarburos- pareciera una nueva quimera. Eso no se quiere comprender en La Paz. Evo Morales y Andrés Solís deben informar a su pueblo que esa medida, sin duda patriótica, se torna un huevo huero porque el país carece de medios para explotarlos. Entonces hay que recurrir a socios. Esos no pueden ser sino Brasil, Argentina y Venezuela. La patria de Abaroa y Busch tendrá -pese a la nostalgia- que asumir vocación atlántica.
Por otro lado, nacionalizar los hidrocarburos es una consigna castrada porque Bolivia debe nacionalizarse entera. Tal proceso socio cultural todavía es incipiente. Ello explica los indigenismos y los separatismos. Esa faena pasa por bolivianizar a Bolivia. De otro modo asoma la frustración.
Esa bolivianización impone cuestionar las teorías de la plurietnicidad, el multiculturalismo y las autonomías. Hay que escoger entre homogeneizar emulsionando o legitimar la atomización debilitante.
Las trasnacionales prontas a tragarse los recursos energéticos y círculos internos académicos y mediático hipnotizados por el primer mundo reman en la misma dirección. Nacionalizar los hidrocarburos sin una Bolivia orgánica pareciera un disparo al aire. Una superestructura cultural privada de sexo patrio empuja al país a hipotecarse y lo convierte en Babel nihilista de la cual se anhelan migrar. Los bolivianizantes deben vigorizar el Estado y su diplomacia abandonar el estilo apoltronado. Profesor Pedro Godoy P.



BOLIVIA EN CRISIS: TRES SUEÑOS EXCLUYENTES

En el conflicto boliviano se enfrentan tres modelos: el que representa el ingeniero capitalista Jorge Quiroga, el cuasi precolombino de Felipe Quispe y el castrochavista de Evo Morales. En el medio, un país a punto de estallar.

La Nación de Argentina (www.lanacion.com.ar)

En Bolivia lo sorprendente es la tranquilidad. Grosso modo, la división étnica convencional establece que hay un 55% de población indígena -dividido entre quechuas y aymaras, dos grupos andinos-, un 30% mestizo y un 15% blanco. Naturalmente, esas categorías no son herméticas.
La verdad es que un tercio de la población boliviana, pobre, rica o de clase media, vive en el siglo XXI, perfectamente adaptado a la modernidad. Otro tercio vive mentalmente instalado en un borroso pasado histórico dulcificado por la leyenda y amargado por el rencor. El restante, el más revoltoso, encharcado en las supersticiones comunistas, pretende unificar y remodelar al conjunto de la población de acuerdo con las ideas de Marx, allí teñidas por el pintoresco desorden del castrochavismo.
Si hubiera que ponerles nombre y rostro a esos tres tercios serían Jorge (Tuto) Quiroga, un ingeniero industrial de 44 años, graduado en Texas con honores, quien ya ocupó la presidencia del país por un año en el 2001, a la muerte del general Hugo Bánzer. Quiroga, pro occidental, inteligente, partidario de la economía de mercado, de la apertura de Bolivia al mundo y de la integración del país en los circuitos financieros internacionales, es la esperanza de esa parte de los bolivianos que sueña con que la nación, lejos de enfrentarse con el Primer Mundo, debe hacer lo posible por integrarse decididamente a él, como con gran éxito lo hicieron los vecinos chilenos.
El sueño indigenista radical lo encarna Felipe Quispe, líder aymara del Movimiento Indígena Pachakutik, ex guerrillero, ex preso político acusado de terrorista. Quispe sostiene que su etnia aymara -dos millones de habitantes, con alguna presencia en Ecuador y Perú-, unida a la quechua -otros tres millones-, debe destruir las instituciones blancas y republicanas derivadas de la colonia española para ensayar un regreso a la tradición histórica precolombina, sin propiedad privada, sin el dinero que envileció la solidaria práctica de los trueques, y sin esos extraños comportamientos parlamentarios creados por los imperialistas.
¿Desenlace polpotiano?
Cree en el comunismo, pero no exactamente en el de Marx, sino en el que se gestó en los Andes dentro del mundo de los incas. Si Quispe llegara a hacerse con el poder, el desenlace probablemente sería polpotiano.
La tercera Bolivia es la que sueña Evo Morales, un indígena que sólo habla castellano y cuenta con un 20% de respaldo popular. Morales es un revolucionario castrochavista. Su comunismo no es el precolombino de Quispe, sino el "científico" de Carlos Marx, al que se ha asomado por medio de la influencia ideológica de La Habana y los petrodólares de Caracas. Morales quisiera estatizar todas las propiedades extranjeras y nacionales, es profundamente antinorteamericano, y lo que con mayor energía lo enfrenta con Washington es el tema de la coca. Estados Unidos pretende erradicar ese cultivo en la zona andina, para que no llegue a las calles de Los Angeles o Nueva York, y Evo Morales, al frente de los cocaleros, sostiene que esa planta es el corazón cultural y económico de la región, algo que preocupa a los brasileños, pues es a Río de Janeiro y San Pablo a donde suele ir a parar el polvo blanco boliviano.
Al encontronazo de esos tres sueños excluyentes hay que agregar las tensiones separatistas. Algunos regionalismos, fatigados por el permanente desasosiego, decididos a explotar sus recursos naturales, toman la pesimista deriva de la secesión. No son nacionalistas sino que, como mucha gente adentro y afuera del país, han dejado de creer en Bolivia como un Estado unitario. Quieren salvar el terruño porque piensan que la tierra no tiene salvación.
Fin violento
Evidentemente, los elementos en juego conducen a pensar que el desenlace, otra vez, será violento, dado que las tres opciones son excluyentes. Si en las próximas elecciones triunfara Jorge Quiroga e intentara jugar la carta de la modernidad occidental, Quispe y Morales no tardarían en lanzar a sus huestes contra las instituciones y el orden público, colocando al gobierno, otra vez, ante la alternativa de matar o rendirse. Si Quispe lograra articular una insurrección étnica a gran escala encaminada a destruir los fundamentos de la república, el tercio del país que responde a los valores que Quiroga representa -ejército incluido- respondería a sangre y fuego. Por último, si Morales, al frente de sus cocaleros, desde un poder logrado por medio de una mayoría relativa, intenta imponer un modelo colectivista inspirado en el castrochavismo, deberá enfrentarse con todos los demócratas y con una parte de los indigenistas que lo califican de traidor a su raza. El resumen final es muy triste: los bolivianos no comparten una visión consensuada de la nación en la que viven. Por eso, lo probable es que estalle en pedazos.



Opinión:

EL MAPA VACÍO

Diario Rebelión (www.rebelion.org)

De territorio boliviano sale a San Pablo, Brasil, un gasoducto con capacidad de 30 millones de metros cúbicos diarios (MCD). Otro conecta a Cuiaba, Brasil, con 2.4 millones de MCD. Un tercero llega a la frontera argentina, con 6 millones de MCD. El gasoducto que conecta a Oruro y La Paz, en el occidente del país, tiene 0.4 millones de MCD. En realidad es una cañería que no merece el nombre de gasoducto. Bolivia, país “gasífero”, no cuenta con gasoductos a Beni y Pando, y gran parte de las provincias del país. El gasoducto a San Pablo tiene un diámetro 75 veces mayor que el que llega a Oruro y La Paz. Gracias a su ampliación, exportará 70 millones de MCD, lo que significa que su capacidad será 150 veces mayor que la cañería a las citadas ciudades. El gasoducto a Cuiaba pasa por la mina de oro “Don Mario”, de Gonzalo Sánchez de Lozada (GSL), con un diámetro seis veces mayor que el tiene el occidente boliviano.
El gasoducto a la Argentina ampliará su capacidad de 6 millones a 30 millones de MCD. Si ahora tiene un diámetro 15 veces mayor que la cañería a Oruro y La Paz, en poco tiempo tendrá un diámetro 75 veces mayor. Transredes (Enron – Shell), la compañía que se apropió de los gasoductos, oleoductos y poliductos del país, gracias a GSL, se niega a ampliar el saturado gasoducto a Oruro y La Paz, por ser, supuestamente, “antieconómico”. En síntesis, hoy existe una sola cañería que transporta 0.4 millones de MCD al Occidente de Bolivia, en tanto exportamos 31 millones de MCD. Al finalizar la presente década, se exportará 130 millones de MCD, si se vende 30 millones de MCD a México, con lo que las reservas probadas de Bolivia se habrán agotado en 20 años. Los que resisten el saqueo son calificados de “premodernos” y enemigos del “libre mercado”.
Frente a esta tragedia, el ingeniero Justo Zapata plantea instalar termoeléctricas en Tarija para vender electricidad a Chile y Argentina y construir el gasoducto Tarija-Potosí, que impulsará la actividad minera, y llegará al salar de Uyuni, donde, gracias a la mezcla de azufre y gas, se instalará una enorme industria de fertilizantes, con mercado en el Brasil, así como la producción de quinua, una apreciada gramínea en el mercado mundial, con lo cual Bolivia comenzará a resolver sus apremiantes problemas económicos. La revista cruceña “Energy Press” (29-03-04) informó sobre la factibilidad de instalar una planta de polietileno y polipropileno en Patacamaya (La Paz) y otra de dimetil-eter en Sicasica (frontera entre Oruro y La Paz). El gasoducto seguirá a las ciudades de Oruro y El Alto, en las que se ampliará la instalación de centenares de medianas y pequeñas empresas que exportan manufacturas en cueros, madera y oro.
El país necesita otro gasoducto que conecte a Santa Cruz con Beni y Pando. A la explotación del hierro del Mutún, en Santa Cruz, utilizando el gas como reductor, debe seguir la instalación de la planta de diesel ecológico en Puerto Suárez, con mercado mundial asegurado. La potencialidad ganadera del Beni se multiplicará con termoeléctricas, en tanto que Pando reafirmará su condición de primer productor mundial de castaña. En Pando, el departamento más abandonado del país, se encontrarían los gasoductos de sur a norte (de Tarija a La Paz, pasando por Chuquisaca, con plantas de úrea, Potosí, Oruro y La Paz) y de Santa Cruz a Beni y Pando, con lo cual el gas coadyuvará a consolidar la hoy amenazada unidad nacional. El gas de Cochabamba desarrollará el hierro de Changolla, con destino al mercado interno, ya que el del Mutún será para la exportación.
Con esos gasoductos, Bolivia ya no estará entre los países más pobres del planeta, al que se requiere prestar dinero para que pague rentas a sus jubilados y sueldos a sus maestros y militares. Esos gasoductos, construidos por Yacimientos Petrolíferos Fiscales Bolivianos (YPFB), con el mismo financiamiento que consiguen las petroleras para proyectos rentables, integrará Petroamérica, que articula a Petrobrás, PDVSA y Enarsa y que es la mayor esperanza de detener la succión de las transnacionales. Andrés Soliz Rada



Opinión:

PODER Y ELECCIONES

Diario Rebelión (www.rebelion.org)

En Bolivia sigue la lucha, pero por otros medios. La derecha, incluyendo la mayoría de los parlamentarios, pretende ahora que el Parlamento se constituya en Congreso Constituyente, anulando así la Asamblea Constituyente con representación de las etnias y de las comunidades que exigen los movimientos sociales junto con la estatización de los hidrocarburos. La oligarquía de Santa Cruz, por su parte, insiste en autoconvocar un referéndum sobre la autonomía cruceña, que equivaldría a la balcanización del país.
La posibilidad de la renuncia de todos los parlamentarios, para que la elección del presidente y del vicepresidente sea también una elección de los legisladores, parece remota, ya que esos señores -pertenecientes en su mayoría a los partidos tradicionales de derecha- han atornillado sus nalgas a las curules. La elección de las máximas autoridades, por otra parte, se hará con la vieja ley, que permite alianzas en el Parlamento y no prevé el segundo turno entre los más votados (se recordará que Evo Morales, el candidato presidencial más votado, fue superado en el Parlamento por la alianza interpartidaria que llevó a la presidencia a Gonzalo Sánchez de Lozada, hoy prófugo en Estados Unidos).
Los movimientos sociales lograron unificarse en la lucha contra el Parlamento, por la Constituyente, por la estatización del agua, el gas, los hidrocarburos. Lo hicieron en las asambleas de los ayllu, comunidades y barrios y en la acción directa (marchas, cortes de ruta, huelgas, manifestaciones), procesos en los que este frente de hecho superó de lejos en número de participantes los votos tanto al MAS (el frente electoral que votó por Evo) como a Evo Morales. Media Bolivia -la más oprimida y explotada- "votó" con sus sacrificios en las marchas y movilizaciones y puso en la sombra a la otra media Bolivia, la de la minoría derechista con su apoyo político en los sectores de las clases medias y la de los propios medios populares que combatían o temían el radicalismo y el clasismo de quienes forzaron la renuncia de Mesa y la de sus sucesores (el presidente del Senado y el de Diputados) y la convocatoria de elecciones anticipadas. Sin embargo, en el cuarto oscuro los vencidos por los obreros, campesinos y sectores urbanos radicales cuentan tanto como éstos, aunque en la vida cotidiana no puedan ejercer directamente medidas de fuerza (y ahora no lo puedan hacer ni siquiera indirectamente, porque el ejército no se prestó ni se presta a una aventura que podría causar su ruptura según una línea étnica y/o nacionalista y su disolución). El voto de un parásito social cuenta formalmente lo mismo que el de un minero. Además, el frente de los oprimidos, en las elecciones, se fragmentará, ya que los dirigentes de las diversas organizaciones tiene propuestas (y candidatos) diferentes y porque Evo Morales, aunque tiene el partido mayoritario en el país, como se reafirmó en los comicios municipales, no tiene mayoría absoluta en el Parlamento (que es el que debe estatizar los recursos, organizar el modo de elección de la Constituyente y resolver hasta que ésta funcione el problema de las autonomías).
Si la izquierda social abandonase, entonces, el camino de la imposición de un poder en las calles y de la construcción en las cabezas de los oprimidos del poder que deriva de la lucha por un proyecto de país alternativo y por la autonomía, autorganización y autogestión, no sólo perdería, por lo tanto, fuerza política y capacidad organizativa y de convocatoria, sino que también quedaría empantanada en el terreno ajeno, peligroso y negativo de las instituciones y del parlamentarismo, reforzando además a ambos con su participación.
¿Quiere decir esto que no debe participar en las elecciones anticipadas que arrancó con el sacrificio y la sangre de los trabajadores? No, porque la opción no es entre movilizaciones y elecciones sino entre los diversos tipos de movilizaciones y de participación electoral. Las asambleas comunitarias, barriales, sindicales, pueden aprovechar la media victoria obtenida para ampliar la brecha en el campo legal discutiendo cómo unificar sus reivindicaciones, cómo autorganizar la Constituyente con real representación proporcional y democrática de los movimientos sociales, cómo seleccionar los candidatos al Parlamento y a la Asamblea Constituyente. También las organizaciones sociales pueden organizar su participación electoral sobre la base de la participación popular, con asambleas, cuadernos de reivindicaciones, información plena de lo que está en juego, manteniendo alto el nivel de organización y de participación política, aunque ya sin bloqueos ni cortes. Lo fundamental es impedir la posible alianza electoral entre la derecha y los confusos, vacilantes, indecisos, y buscar aclarar a éstos el sentido de la lucha por los recursos, la soberanía, la democracia.
La tendencia al electoralismo será fuerte y crecerá, y con ella crecerán las disputas sectarias, los ataques y reproches, y la furia de la ultraizquierda contra el MAS y Evo Morales. Existe el peligro de que lo ganado en la lucha se malogre en esas disputas. Lo esencial entonces es discutir el proyecto de país que debe imponer la Asamblea Constituyente y cómo hacer de la elección de ésta un medio para organizar su aplicación ya, desde ahora, antes del voto para, de paso, garantizar con esa organización y esa fuerza que la derecha no pueda reducir o anular la victoria obtenida por la izquierda social unida.



Calumnia

POBRE GENTE

La Nación de Chile (www.lanacion.cl)

Una amiga me contaba que le tocó ir hace dos años al campamento Las Turbinas, en Lo Espejo. En una de sus rutinarias rondas, entró a lo que se suponía era una casa, sin agua potable, piso de tierra, pero con un enorme televisor, en donde a esa hora la señora de la casa contemplaba un desgarrador caso en “Hola Andrea”. La señora espetó un “¡Pobre gente!”.
Ese “pobre gente” es el mismo que repite otra gente en La Florida y de seguro dicha expresión se vuelve a repetir, cuando una persona de La Dehesa observa la realidad de la gente de La Florida. También podríamos decir que personas en Estados Unidos o Europa exclaman lo mismo al contemplar nuestro país en sus televisores.
Es lo que los “situacionistas” bautizaron como la “sociedad del espectáculo”, aunque como bien precisa Susan Sontag en su ensayo “Ante el dolor de los demás” (Premio Príncipe de Asturias 2003), este término hace alusión a la capacidad que tienen las sociedades del Primer Mundo para referirse a los conflictos armados en otras latitudes, en donde la guerra, como la Guerra del Golfo, no es más que un programa de TV con rating y comerciales de por medio. La guerra se ha alejado, como diría Raúl Sohr, de estas sociedades para instalarse en Asia, África y Latinoamérica y de aquí transmitirse en vivo y en directo a los televisores de Inglaterra o Estados Unidos.
Sin embargo, no tengo dudas que incluso en Chile, cuando la sala internacional de cualquier canal de televisión comenta lo que está pasando, por ejemplo, en Bolivia, la expresión de muchos hogares es “¡Pobre gente!”. Pobre gente aquella que ha tenido 189 presidentes en una historia republicana que recién cumplirá, como Chile, los 200 años. Pobre gente aquella que es dirigida por un dirigente sindical, como Evo Morales.
Para más remate, lo primero que impactó de Evo Morales fue su nombre: el masculino de Eva. ¡¿Cómo alguien con semejante nombre puede revolucionar a todo un país?!, se escuchaba a modo de broma, en serio, en una mesa en El Liguria, en el Café Torres y en La Piojera. Y aquí sería bueno detenerse para decir que detrás de ese “pobre gente” subyace la discriminación. Negativa o positiva, pero discriminación al fin.
A propósito de esto, hace una semana un lector me llamó por teléfono. ¿Su nombre? Harry Tello, y quería juntarse conmigo para darme a conocer su realidad. Nos reunimos en ese café que queda en el Centro Cultural Alameda. Al sentarme, me di cuenta que Harry era impedido y homosexual. O sea, dos razones por las que podía ser discriminado. ¡Pobre Harry!
Para terminar, una historia que me involucra. La misma amiga de la que hablaba al comienzo se hizo un aborto y terminó en un hospital público, junto a otras mujeres que no lograron un aborto 100%. “En la sala había embarazadas y mujeres, como nosotras, a la espera de un procedimiento o raspado. Cuando los médicos pasaban a nuestro lado nos señalaban con el dedo y exclamaban ‘restos, restos’; pero al llegar a una señora que tenía una tapa atrapada en su vagina, quién sabe por qué o cómo, esbozaban una sonrisa y decían a todo pulmón: ‘Cuerpo extraño’. ¡Pobre señora! Tenía 60 años, y te juro que me dio ene ene pena”.

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