PRESIÓN SOBRE DÓLAR EN BOLIVIA PODRÍA LLEVAR A UNA DEVALUACIÓN ABRUPTA, ADVIERTE ECONOMISTA DE IIF
En
diálogo con Bloomberg Línea, Jonathan Fortún se refirió a la situación
económica y cambiaria del país sudamericano y también a los desafíos
relacionados con recursos naturales.El
dólar en Bolivia ha mostrado una enorme estabilidad en las últimas décadas, lo
que le ha permitido al país el goce de una significativa estabilidad de
precios. Sin embargo, en los últimos meses, la inflación se ha acelerado, al
punto que el último Índice de Precios al Consumidor arrojó un valor superior al
13% y todo pareciera indicar que el camino es ascendente.
En
este contexto, Bloomberg Línea dialogó sobre la situación de Bolivia con el
experto y analista boliviano Jonathan Fortun, quien es economista senior en el
Instituto Internacional de Finanzas (IIF). Antes de unirse a la entidad, Fortun
trabajó en el Banco Mundial y el Banco Interamericano de Desarrollo (BID),
además de desempeñarse como asesor financiero en Bolivia. También fue consultor
en temas de comercio, finanzas y economía en Japón y América Latina y es
profesor en la Universidad Johns Hopkins.
El
analista advierte que los desequilibrios macroeconómicos de Bolivia pueden
desencadenar en un régimen de alta inflación, situación que vincula a la
presión sobre el tipo de cambio. Además, se refirió a cómo el marco regulatorio
del país ha afectado el aprovechamiento de los recursos naturales, en
particular el litio.
Bloomberg
Línea (BL): ¿A qué atribuye la aceleración inflacionaria que viene sufriendo
Bolivia?
Jonathan
Fortun (JF): La aceleración inflacionaria en Bolivia es el resultado de la
interacción de varios factores macroeconómicos adversos que han convergido en
los últimos meses. En primer lugar, la escasez de dólares ha generado
disrupciones en la importación de insumos esenciales, lo que ha elevado los
costos de producción en prácticamente todos los sectores de la economía, dado
que Bolivia depende en gran medida de bienes importados para su aparato
productivo. A esto se suma el deterioro de las cuentas fiscales, con un
gobierno que ha mantenido un elevado nivel de gasto financiado en parte con
emisión monetaria, lo que ha exacerbado las presiones inflacionarias. Además,
las principales exportaciones del país, como el gas y la soya, han perdido
mercados clave, afectando la generación de divisas y debilitando aún más la
capacidad del gobierno para sostener el tipo de cambio fijo. La creciente
brecha entre el tipo de cambio oficial y el paralelo refleja el temor a una
corrección cambiaria desordenada, lo que ha intensificado la dolarización y la
remarcación de precios en la economía.
BL:
¿Yen términos de composición del IPC cómo se traduce?
JF:
Los principales contribuyentes a la inflación en los últimos meses han sido el
precio de los alimentos, el costo de vivienda y muebles, así como el incremento
en los insumos productivos. La inflación en alimentos responde principalmente
al encarecimiento de bienes importados y a los problemas logísticos derivados
de la escasez de divisas, lo que ha limitado la capacidad de abastecimiento. A
esto se suma el efecto de una oferta interna restringida, dado que muchas de
las cadenas de producción en Bolivia dependen de insumos del exterior. El
aumento en el costo de vivienda y muebles se ha visto impulsado por el intento
de los hogares de preservar su poder adquisitivo en un contexto de creciente
incertidumbre cambiaria e inflación, lo que ha llevado a una mayor demanda de
bienes duros y activos reales como protección contra la erosión del valor de la
moneda local. Finalmente, el alza en los insumos productivos ha tenido un
efecto en cascada sobre toda la estructura de costos de la economía, afectando
desde la industria manufacturera hasta el sector agrícola, generando aumentos
de precios en una amplia gama de bienes y servicios.
BL:
¿Qué incidencia le atribuye al factor político?
JF:
La inestabilidad política ha exacerbado las presiones inflacionarias. El
gobierno actual enfrenta una creciente debilidad, con divisiones internas
dentro del partido de gobierno que han socavado su capacidad para implementar
medidas efectivas de estabilización económica. La falta de cohesión política ha
llevado a una parálisis en la toma de decisiones, lo que ha reducido la
confianza de los mercados y de los actores económicos. En este contexto, la
proximidad de las elecciones ha incentivado un enfoque de corto plazo por parte
del gobierno, con medidas fiscales expansivas que buscan sostener el consumo,
pero que al mismo tiempo alimentan las presiones inflacionarias. La combinación
de un entorno macroeconómico deteriorado, una política fiscal poco sostenible y
un gobierno debilitado aumenta el riesgo de que la inflación continúe
acelerándose en los próximos meses.
BL:
¿Cree que hay algún riesgo de ir un régimen de alta inflación similar al de
Argentina?
JF:
Si bien Bolivia todavía no ha entrado en un régimen de alta inflación como el
de Argentina, los desequilibrios macroeconómicos actuales aumentan
significativamente ese riesgo. La combinación de un tipo de cambio fijo con una
fuerte caída de reservas internacionales y una monetización creciente del
déficit fiscal genera una dinámica insostenible a mediano plazo. En este
contexto, la creciente
desequilibrios
macroeconómicos actuales aumentan significativamente ese riesgo. La combinación
de un tipo de cambio fijo con una fuerte caída de reservas internacionales y
una monetización creciente del déficit fiscal genera una dinámica insostenible
a mediano plazo. En este contexto, la creciente dificultad para acceder a
dólares y la pérdida de confianza en la estabilidad cambiaria están llevando a
un proceso de dolarización que puede acelerar aún más la inflación. Si el
gobierno continúa postergando los ajustes necesarios, la presión sobre el tipo
de cambio podría llevar a una devaluación abrupta, con un impacto significativo
en la inflación y una posible aceleración de la espiral inflacionaria.
BL:
¿Ve similitudes entre ambos países?
JF:
La trayectoria inflacionaria reciente de Bolivia presenta varias similitudes
con la dinámica observada en Argentina antes de la llegada de Javier Milei a la
Presidencia. En primer lugar, ambos países han desarrollado un mercado
cambiario paralelo con una creciente brecha entre el tipo de cambio oficial y
el informal, lo que refleja la pérdida de confianza en la capacidad del
gobierno para sostener la paridad oficial. A medida que la escasez de dólares
se ha profundizado en Bolivia, las distorsiones cambiarias se han vuelto más
evidentes, incentivando la dolarización de ahorros y una presión especulativa
sobre los precios internos.
En
segundo lugar, la restricción de exportaciones ha sido una característica común
en ambos países en el pasado. En Argentina, bajo el gobierno de Alberto
Fernández y anteriores administraciones, los controles sobre el comercio
exterior afectaron la competitividad del agro y de la industria, limitando el
ingreso de divisas. En Bolivia, la caída de los mercados clave para el gas y la
soya, combinada con un entorno poco favorable para la inversión en sectores
estratégicos como el litio, ha generado un escenario similar, donde la oferta
de dólares ha disminuido considerablemente sin una respuesta efectiva en
términos de diversificación de exportaciones.
Otra
similitud clave es la falta de inversión extranjera directa y de flujos de
capitales en portafolio. En ambos países, la incertidumbre política y la falta
de reglas claras han reducido el atractivo para inversores extranjeros, lo que
ha limitado las fuentes de financiamiento y ha obligado a los gobiernos a
inversores extranjeros, lo que ha limitado las fuentes de financiamiento y ha
obligado a los gobiernos a recurrir a soluciones de corto plazo como la emisión
monetaria y el endeudamiento interno. En el caso boliviano, el deterioro de la
balanza de pagos ha reducido la capacidad del país para acceder a
financiamiento externo en condiciones favorables, lo que ha incrementado la
presión sobre las cuentas fiscales y el sector bancario.
VER
MÁS: Dólar en Bolivia: ¿cómo se fijó el tipo de cambio desde 2011 y qué otros
países lo hacen?
JF:
El desalineamiento fiscal también es un punto en común entre ambos países.
Tanto Bolivia como Argentina han operado con déficits fiscales elevados
financiados en gran parte con emisión monetaria o endeudamiento insostenible.
En Bolivia, el gasto público se ha mantenido en niveles elevados a pesar de la
caída de los ingresos por exportaciones, lo que ha forzado una mayor
dependencia de la monetización del déficit por parte del Banco Central. En
Argentina, un fenómeno similar bajo el gobierno anterior contribuyó a la
aceleración de la inflación y a una espiralización (alza) de los precios, un
riesgo que Bolivia enfrenta si no ajusta su política fiscal a tiempo.
Sin
embargo, también existen diferencias significativas entre ambos países que
determinan la dinámica de sus crisis. En primer lugar, Argentina posee un
sector productivo mucho más desarrollado que el de Bolivia, con una base
industrial más diversificada y una producción con mayor valor agregado. La
capacidad de Argentina para generar ingresos internos y sostener cierta demanda
agregada le ha permitido una mayor resiliencia frente a crisis inflacionarias,
aunque con distorsiones en su estructura de precios. En Bolivia, la dependencia
de bienes importados y la limitada producción nacional aumentan la
vulnerabilidad de la economía ante shocks externos y la escasez de dólares.
BL:
¿En términos de proceso político encuentra parecidos?
JF:
Argentina ha mantenido una tradición de alternancia política con una oposición
fuerte que ha servido como contrapeso al oficialismo, permitiendo correcciones
de rumbo en distintos momentos. En Bolivia, en cambio, el Movimiento al
Socialismo (MAS) ha dominado la escena política desde 2005, con un control
prácticamente hegemónico de las instituciones y un margen de maniobra mucho más
amplio para implementar políticas sin una oposición efectiva. Esto ha permitido
postergar ajustes económicos fundamentales, generando un deterioro más
prolongado de los fundamentos macroeconómicos sin presión política suficiente
para corregirlos.
BL:
Teniendo en cuenta estos factores, y volviendo al comienzo, una eventual
aceleración inflacionaria, tal como sufrió Argentina en los últimos años, ¿cómo
puede impactar en Bolivia?
JF:
La demanda interna y el poder de consumo en Argentina son sustancialmente
mayores que en Bolivia, lo que permite que el país tenga una mayor capacidad de
absorción de shocks económicos. En Bolivia, el consumo interno depende en gran
medida del gasto público y de la estabilidad del tipo de cambio, lo que implica
que un ajuste cambiario o fiscal tendría un impacto mucho más directo y
profundo sobre la población. En este sentido, mientras que Argentina ha logrado
sobrevivir a crisis inflacionarias prolongadas gracias a su tamaño de mercado y
diversificación productiva, Bolivia enfrenta riesgos de inestabilidad mucho más
severos en caso de un deterioro sostenido de la macroeconomía.
En
este contexto, si Bolivia no toma medidas correctivas a tiempo, es plausible
que la dinámica inflacionaria se asemeje aún más a la de Argentina antes de la
actual administración, con episodios de aceleración de precios, creciente
dolarización de la economía y un debilitamiento progresivo del tipo de cambio
oficial frente a la realidad del mercado. Sin embargo, las diferencias
estructurales entre ambos países también significan que los canales de
transmisión de la crisis y la capacidad de respuesta del gobierno pueden
diferir considerablemente.
BL:
En 2023, las expectativas respecto de Bolivia se empezaron a deteriorar
notablemente, cuando el mercado empezó a detectar una fuerte caída de reservas
internacionales. ¿Ves que la política haya reaccionado a eso, corrigiendo
desequilibrios o empeoró?
JF:
La reacción de la política económica ha sido claramente insuficiente para
corregir los desequilibrios que se han venido acumulando desde 2023. En lugar
de implementar un ajuste ordenado para reducir la presión sobre el tipo de
cambio y mejorar la sostenibilidad fiscal, el gobierno ha optado por mantener
un nivel elevado de gasto y subsidios, profundizando la dependencia de una
estructura económica que ya no cuenta con el respaldo de suficientes ingresos
por exportaciones. Además, el Banco Central ha intentado sostener el tipo de
cambio fijo mediante la venta de reservas, pero con resultados cada vez más
limitados debido a la escasez de dólares en el sistema. A esto se suma la
incertidumbre política derivada de la proximidad de las elecciones, que ha reducido
aún más los incentivos para adoptar medidas correctivas, contribuyendo a una
mayor volatilidad en las expectativas.
BL:
Por lo que usted menciona, pareciera difícil sostener el ancla cambiaria de los
últimos años.
JF:
El mantenimiento del tipo de cambio fijo en Bolivia se ha vuelto cada vez menos
sostenible, dado el deterioro de la posición externa del país. Con una pérdida
continua de reservas y un acceso cada vez más restringido a fuentes de
financiamiento externo, la capacidad del Banco Central para seguir defendiendo
el tipo de cambio es limitada. La creciente brecha entre el tipo de cambio
oficial y el paralelo indica que el mercado ya está anticipando un ajuste
cambiario, aunque las autoridades han intentado postergar esta corrección. A
menos que se implementen reformas estructurales que alivien las presiones sobre
la balanza de pagos, la presión sobre el tipo de cambio seguirá aumentando, lo
que eventualmente podría forzar una devaluación.
BL:
Por el lado de los recursos naturales, viene lente el desarrollo del litio y
hay advertencias de que se está acabando el gas, ¿cree que se puede revertir
esa situación?
JF:
La situación del sector de recursos naturales en Bolivia es compleja y difícil
de revertir en el corto plazo. La producción de gas ha venido cayendo de manera
sostenida debido a la falta de inversiones en exploración y desarrollo, lo que
ha reducido significativamente la capacidad del país para mantener sus
exportaciones energéticas. En el caso del litio, si bien Bolivia cuenta con
grandes reservas, el desarrollo del sector se ha visto obstaculizado por
problemas regulatorios, falta de infraestructura y dificultades para atraer
inversión extranjera. Para revertir esta situación, sería necesario un cambio
en el marco de políticas que incentive la inversión privada y la modernización
del sector, además de una estrategia clara para mejorar la competitividad de
las exportaciones de recursos naturales. Sin estas reformas, es poco probable
que Bolivia pueda reemplazar en el corto plazo los ingresos perdidos por la
caída en las exportaciones de gas y soya. https://lc.cx/PsQKCL
LA
ESCASEZ DE COMBUSTIBLE EN BOLIVIA OBLIGÓ A LUIS ARCE A PROPONER CAMBIOS EN LA
JORNADA LABORAL Y EL SISTEMA EDUCATIVO
El
mandatario izquierdista atribuyó el problema a la falta de dólares para la
importación de carburantes y descartó cambios en la política económica que
muchos sectores consideran insostenible
Infobae
de Argentina (https://lc.cx/D_3pPL)
El
presidente de Bolivia, Luis Arce, anunció este miércoles un paquete de diez
medidas para hacer frente a la escasez de combustibles que afecta el país.
El
mandatario izquierdista atribuyó el problema a la falta de dólares para la
importación de carburantes, aunque evitó asumir responsabilidades sobre la
crisis y descartó cambios en la política económica que muchos sectores
consideran insostenible.
Durante
un mensaje desde la Casa de Gobierno en La Paz, Arce, acompañado de su
gabinete, afirmó que su administración está “muy conmovida” por la situación y
criticó a sectores que, según él, buscan generar inestabilidad aprovechando la
coyuntura.
Sin
embargo, su discurso no ofreció soluciones estructurales a la falta de divisas
ni reconoció los errores de gestión que han llevado al país a este punto.
Entre
las medidas anunciadas se encuentran la implementación del horario continuo de
trabajo en las nueve capitales departamentales y en El Alto, junto con la
opción de teletrabajo para las empresas que lo requieran. También se permitirá
la educación virtual, aunque esta decisión dependerá de la evaluación de los
servicios departamentales de educación.
En
La Paz, se ampliará el horario de operación de los teleféricos, una medida que
busca paliar las dificultades de transporte generadas por la crisis de
combustibles.
El
Gobierno también reducirá en un 50 % el uso del parque automotor estatal y
lanzará una aplicación móvil para informar en tiempo real sobre la
disponibilidad de combustibles en las estaciones de servicio.
Además,
incrementará la distribución de carburantes en gasolineras del 50 al 80 %,
asignará puntos de abastecimiento exclusivos para el transporte público y
priorizará la provisión para el sector productivo, salud y emergencias.
También
se reforzarán los controles en la venta y transporte de combustibles, aunque el
Ejecutivo no especificó cómo garantizará que estas medidas sean efectivas en un
escenario de escasez prolongada.
A
pesar de la gravedad de la crisis, Arce descartó cualquier posibilidad de
devaluar la moneda o retirar la subvención a los combustibles.
“El
problema que enfrenta el país es la falta de liquidez de dólares transitoria
(...) Eso no se resuelve con ninguna de las medidas anteriores, ni con
‘corralitos’ (bancarios) ni con apropiación del dinero del pueblo, como también
algunos han empezado a especular”, manifestó.
Además,
negó que vaya a renunciar a la Presidencia y dijo que “Bolivia no está
quebrada” económicamente, como aseguran sus detractores.
“No
es que estamos en una crisis económica, estamos enfrentando un problema de
iliquidez de dólares para pagar las importaciones de combustible”, insistió.
Economistas
y sectores productivos han advertido que la falta de divisas responde a
problemas más profundos en la política económica del Gobierno y que las
soluciones presentadas son solo paliativos temporales.
El
mandatario insistió en su llamado al Legislativo para que apruebe créditos
externos por más de 1.600 millones de dólares, los cuales, según el Gobierno,
permitirían recuperar la liquidez en la economía. No obstante, culpó a la
oposición y a sectores disidentes del oficialismo, en particular a los
seguidores del ex presidente Evo Morales, de bloquear la aprobación de estos
préstamos con fines políticos.
Desde
2023, Bolivia ha experimentado una escasez de dólares y dificultades en la
importación de combustibles, lo que ha generado protestas y amenazas de
movilización en distintos sectores.
La
respuesta del Gobierno ha sido permitir que la petrolera estatal YPFB adquiera
dólares y activos virtuales para costear la importación de carburantes, una
medida que algunos analistas consideran riesgosa debido a la volatilidad de
estos activos y la falta de transparencia en su gestión. Mientras tanto, la
incertidumbre económica sigue en aumento y las soluciones de fondo siguen sin
aparecer.
BOLIVIA
SE PREPARA PARA USAR CRIPTOMONEDAS EN EL PAGO DE COMBUSTIBLE
Bolivia
se encuentra al borde de una nueva era en su política económica. Impulsada por
una combinación de crisis energética y una persistente escasez de divisas, la
nación andina está explorando activamente la posibilidad de utilizar
criptomonedas para saldar sus facturas de combustible.
Crypto News Bit 2M (https://lc.cx/TYjq1E)
Un
futuro donde las transacciones internacionales se realicen con Bitcoin,
Ethereum u otras monedas digitales, facilitando el comercio y evitando las
limitaciones impuestas por los sistemas financieros tradicionales, ya no es un
sueño ni una escena de película futurista.
Esta
escena es una situación real que se está viviendo en Bolivia. Este país andino
está contemplando seriamente la utilización de criptomonedas para saldar sus
compras de combustible.
La
adopción de criptomonedas por parte del país emerge como una alternativa
estratégica para mitigar los efectos de la escasez de dólares y diversificar
las opciones de pago en el comercio internacional.
Bolivia
busca la independencia económica en Bitcoin y las criptomonedas
Según
informó Reuters, la iniciativa de Bolivia de usar criptomonedas como medio de
pago, liderada por la empresa estatal Yacimientos Petrolíferos Fiscales
Bolivianos (YPFB), no solo busca mitigar los problemas de liquidez, sino
también abrir nuevas vías para la independencia económica.
Un
análisis profundo de esta iniciativa es fundamental para comprender los
factores que la impulsan, los desafíos que enfrenta y las posibles
consecuencias tanto para este país como para el mundo. Este estudio es crucial
para entender las causas que originan estas decisiones y las repercusiones que
podrían tener en una mayor adopción de las criptomonedas para transacciones de
gran escala, tanto en el ámbito nacional como internacional.
Para
lograr una comprensión más completa, es esencial considerar el contexto global
de la adopción de las criptomonedas por parte de otros países con economías
similares, los cuales buscan soluciones alternativas a las limitaciones
impuestas por el sistema financiero tradicional.
La
crisis energética y la escasez de divisas
Bolivia
se enfrenta a una tormenta perfecta de desafíos económicos. La disminución de
la producción de gas natural, históricamente su principal fuente de ingresos
por exportación, ha provocado una drástica reducción en la disponibilidad de
divisas. Esta situación se agrava por la creciente demanda interna de
combustible, impulsada por los subsidios estatales, que mantienen los precios
artificialmente bajos.
En
este sentido, la diferencia entre el costo real del combustible importado y el
precio de venta subsidiado crea un déficit que debe ser cubierto con las
reservas internacionales del país, ejerciendo una presión considerable sobre la
economía boliviana. La escasez de divisas no solo afecta la importación de
combustibles, sino también la adquisición de bienes esenciales y tecnología,
impactando negativamente diversos sectores de la economía nacional.
La
escasez de dólares estadounidenses dificulta la importación de bienes
esenciales, incluido el combustible. Debido a la situación, las empresas se
enfrentan a demoras en los pagos, lo que a su vez afecta la cadena de
suministro y genera incertidumbre en el mercado.
En
este contexto, la posibilidad de utilizar criptomonedas surge como una
alternativa viable para sortear las restricciones impuestas por el sistema
financiero tradicional y garantizar el suministro de combustible necesario para
mantener la economía en funcionamiento. La adopción de las criptomonedas podría
permitir a Bolivia diversificar sus fuentes de divisas y reducir su dependencia
del dólar estadounidense, fortaleciendo su soberanía económica.
La
estatal YPFB utilizará criptomonedas para importar combustible
Según
los informes, ante la dificultad para acceder a dólares estadounidenses, la
empresa estatal YPFB está explorando activamente la posibilidad de utilizar
criptomonedas para pagar a sus proveedores internacionales de combustible.
Con
la ejecución de este movimiento, no solo se busca aliviar la presión sobre las
reservas de divisas de Bolivia, sino abrir nuevas oportunidades de comercio con
países que también están adoptando a las criptomonedas como parte de su
economía.
Por
ejemplo, si un proveedor de combustible acepta Bitcoin, YPFB podría realizar el
pago directamente en esta criptomoneda, evitando la necesidad de convertirla a
dólares estadounidenses y pagar las comisiones asociadas. Esto podría resultar
en un ahorro significativo y una mayor eficiencia en las transacciones
internacionales.
Además,
el uso de criptomonedas podría reducir la burocracia y los tiempos de espera
asociados con las transferencias bancarias internacionales, agilizando el
proceso de importación de combustible. Con la implementación de las
criptomonedas, el gobierno boliviano busca la creación de un nuevo sistema de
compras que permita una mayor transparencia en la gestión de los subsidios y
reduzca las posibilidades de corrupción.
Un
nuevo sistema de compras para apoyar los subsidios nacionales de combustible
El
uso de criptomonedas también se presenta como una herramienta clave para
mantener los subsidios nacionales de combustible en Bolivia. Estos subsidios,
aunque benefician a la población al mantener bajos los precios de la gasolina y
el diésel, representan una carga considerable para el presupuesto estatal.
El
nuevo sistema de compras podría incluir la creación de una plataforma digital
donde los proveedores de combustible puedan ofrecer sus productos y recibir
pagos en criptomonedas. Esta plataforma también podría integrar mecanismos de
conversión a otras divisas, permitiendo a los proveedores recibir el pago en la
moneda de su preferencia.
Además,
el sistema podría incorporar medidas de seguridad para garantizar la
transparencia y evitar el fraude. La plataforma podría utilizar tecnología
blockchain para registrar todas las transacciones de forma inmutable y
verificable, aumentando la confianza en el sistema en conjunto.
El
gobierno boliviano respalda el uso de criptomonedas
El
gobierno boliviano ha dado su respaldo explícito a la iniciativa de utilizar
criptomonedas para pagar el combustible. Esta aprobación refleja una creciente
conciencia de los beneficios potenciales de las criptomonedas y los activos
digitales, así como una voluntad de explorar nuevas soluciones para los
desafíos económicos que enfrenta el país.
El
gobierno considera que el uso de criptomonedas podría ser una herramienta
valiosa para garantizar el suministro de combustible y proteger la economía
boliviana de las fluctuaciones del mercado internacional. El apoyo del gobierno
es fundamental para generar confianza en la iniciativa y atraer a inversores y
proveedores de combustible.
Sin
embargo, la aprobación del gobierno también implica la necesidad de establecer
un marco regulatorio claro para los criptoactivos. Esto incluye la definición
de los requisitos para operar con los mismos, la protección de los inversores y
la prevención del lavado de dinero y el financiamiento del terrorismo.
El
gobierno boliviano deberá trabajar en estrecha colaboración con el sector
privado y los expertos en criptomonedas para desarrollar un marco regulatorio
que fomente la innovación y proteja los intereses de todos los actores
involucrados. Este marco regulatorio deberá ser flexible y adaptable a los
cambios en el mercado de criptomonedas, garantizando la seguridad jurídica y la
estabilidad del sistema.
El
impacto en la comunidad boliviana y repercusiones internacionales
La
adopción de criptomonedas para pagar el combustible podría tener un impacto
significativo en la comunidad boliviana. En primer lugar, podría aliviar la
presión sobre las reservas de divisas y garantizar el suministro de
combustible, lo que a su vez podría estabilizar los precios y mejorar la
calidad de vida de los ciudadanos. En segundo lugar, podría fomentar la
adopción de criptomonedas en otros sectores de la economía, creando nuevas
oportunidades para el crecimiento y la innovación. La adopción de criptomonedas
podría generar nuevos empleos en el sector tecnológico y atraer inversiones
extranjeras.
A
nivel internacional, la decisión de Bolivia podría sentar un precedente para
otros países que enfrentan desafíos económicos similares. Si la iniciativa
resulta exitosa, podría inspirar a otras naciones a explorar el uso de
criptomonedas para el comercio internacional y la gestión de las finanzas
públicas. Esto podría acelerar la adopción masiva de las criptomonedas y
transformar el panorama financiero mundial.
Los
antecedentes de Bolivia en el uso de criptoactivos
Aunque
la idea de usar criptomonedas para pagar el combustible pueda parecer novedosa,
Bolivia ha estado experimentando con activos digitales durante algún tiempo. El
año pasado, el Banco Central del país abrió las puertas a esta innovación
financiera, levantando el veto que pesaba sobre Bitcoin desde el año 2020.
La
reciente decisión del banco refleja el interés persistente del gobierno en las
oportunidades que brindan las tecnologías descentralizadas, evidenciando su
visión a largo plazo hacia la innovación y el crecimiento en los ámbitos
financiero y tecnológico.
Con
esta iniciativa, Bolivia tiene el potencial de convertirse en un líder en la
adopción de criptomonedas, lo que podría transformar su economía y servir como
un modelo a seguir para otras jurisdicciones de la región que buscan avanzar en
la innovación de la era digital.
La
inversión en criptoactivos no está totalmente regulada, puede no ser adecuada
para inversores minoristas debido a su alta volatilidad y existe riesgo de
perder la totalidad de los importes invertidos.
ESPAÑA
Y BOLIVIA FIRMAN UN CONVENIO BILATERAL EN MATERIA DE DELINCUENCIA Y SEGURIDAD
Gobierno
de España (https://lc.cx/3lstpD)
El
ministro del Interior, Fernando Grande-Marlaska, ha firmado este miércoles en
Madrid un convenio bilateral en materia de delincuencia y seguridad con el
ministro de Gobierno boliviano, Carlos Eduardo del Castillo, en un acto al que
ha asistido el vicepresidente de Bolivia, David Choquehuanca. “Es un mensaje
claro y decidido como muestra de nuestro compromiso por la seguridad y la
garantía de los derechos y libertades fundamentales”, ha señalado
Grande-Marlaska.
Las
dos delegaciones han coincidido en el “nuevo impulso” que dará este acuerdo a
la “ya satisfactoria relación” existente entre las fuerzas de seguridad de
España y Bolivia para combatir la criminalidad organizada, “que es trasnacional
y no puede detenerse sin cooperación internacional”, ha subrayado el ministro.
Grande-Marlaska
y Del Castillo han compartido las iniciativas emprendidas en los dos países en
la lucha contra el crimen organizado y el narcotráfico. El titular de Interior
ha expuesto la experiencia del Plan Especial de Seguridad Campo de Gibraltar y
de la Coalición de Países Europeos contra el Crimen Organizado, cuya última
reunión se celebró el pasado 14 de febrero en Cádiz y abogó por reforzar los
lazos con América Latina.
Por
su parte, el vicepresidente y el ministro de Gobernación de Bolivia han
presentado la propuesta para la regionalización de la lucha contra el
narcotráfico a través de la Alianza Latinoamericana Antinarcóticos.
BOLIVIA
EN RIESGO DE PERDER OPORTUNIDAD DE INDUSTRIALIZAR SU LITIO
Bolivia
enfrenta obstáculos para industrializar el litio, lo que podría ser una
estrategia de saboteo impulsada por intereses norteamericanos
El
Ciudadano de Chile (https://lc.cx/VvBznW)
El
gobierno de Luis Arce enfrenta una presión creciente para lograr la aprobación
de los contratos que permitirían la explotación y la industrialización del
litio en Bolivia, en particular en el salar de Uyuni, Potosí. Con una inversión
prevista de 2.000 millones de dólares para la construcción de plantas
procesadoras, los contratos con empresas de Rusia y China están siendo
detenidos por la Asamblea Legislativa Plurinacional, un retraso que podría
extenderse por una década si no se resuelve antes de 2025.
El
gobierno de Luis Arce enfrenta una presión creciente para lograr la aprobación
de los contratos que permitirían la explotación y la industrialización del
litio en Bolivia, en particular en el salar de Uyuni, Potosí. Con una inversión
prevista de 2.000 millones de dólares para la construcción de plantas
procesadoras, los contratos con empresas de Rusia y China están siendo
detenidos por la Asamblea Legislativa Plurinacional, un retraso que podría
extenderse por una década si no se resuelve antes de 2025.
Un
tema central en el debate sobre la explotación del litio es el uso de agua. Las
organizaciones ambientalistas alertan que la tecnología de Extracción Directa
de Litio (EDL), propuesta en los contratos, podría consumir grandes cantidades
de agua. Sin embargo, Moreira subrayó que este proceso es más eficiente en
términos de consumo de agua en comparación con las técnicas utilizadas en
países como Chile y Argentina, donde las piscinas de evaporación requieren
millones de litros de agua por tonelada de litio producido. La EDL, según el
analista, solo utilizaría 56.000 litros por tonelada, y el 70% del agua usada
podría ser recuperada.
El
presidente Arce ha destacado que, de aprobarse los contratos, Bolivia recibiría
una importante inversión, con un efecto positivo sobre la creación de empleos.
La construcción de las plantas en el salar de Uyuni generaría miles de empleos
directos e indirectos, y el país también se beneficiaría de un crecimiento en
la industria minera y el procesamiento de litio. A pesar de los desafíos
políticos, el gobierno boliviano mantiene que la industrialización del litio es
esencial para asegurar un futuro económico sólido para el país.
El
tema de las regalías sigue siendo una preocupación importante. Instituciones de
Potosí han solicitado que el porcentaje de regalías para la región aumente del
3% al 5%, lo que podría negociarse en una futura Ley de Litio, que aún no
avanza debido a las disidencias dentro de la Asamblea. Sin embargo, según
Moreira, las regalías podrían alcanzar hasta el 11% en función del volumen de
producción, lo que mejoraría significativamente los ingresos para Bolivia.
El
litio, un mineral clave en la transición hacia energías limpias, ha visto
fluctuaciones en su precio, que ha bajado desde los 70.000 dólares por tonelada
en 2023 a 10.000 dólares en la actualidad. A pesar de esta caída temporal, los
expertos predicen que los precios aumentarán nuevamente en los próximos años
debido al crecimiento de la demanda global por baterías y la electrificación de
la industria del transporte.
Para
Bolivia, el tiempo es esencial. Si los contratos no se aprueban en 2025, el
país podría enfrentarse a un retraso de al menos una década, lo que
comprometería su capacidad de competir en la industria global del litio.
LA
HOJA DE COCA NO ES PERJUDICIAL: EL ARGUMENTO DE COLOMBIA ANTE LA ONU
Colombia
solicita a la ONU reconsiderar la hoja de coca como sustancia dañina,
destacando su uso cultural y tradicional
Extra
de Ecuador (https://acortar.link/2jtNzR)
El
gobierno de Colombia ha solicitado formalmente a las Naciones Unidas
reconsiderar la inclusión de la hoja de coca en la lista de sustancias más
dañinas, argumentando que la planta en su estado natural no representa un
riesgo para la salud. Durante su intervención en la 68ª sesión de la Comisión
de Estupefacientes de la ONU, celebrada en Viena el 10 de marzo de 2025, la
canciller colombiana, Laura Sarabia, subrayó que la evidencia científica
respalda el uso tradicional de la hoja de coca por las comunidades indígenas,
sin que ello implique un daño a la salud.
Este
pedido se enmarca dentro de un esfuerzo por desestigmatizar la planta, que ha
sido históricamente vinculada con el narcotráfico debido a su transformación en
cocaína. Sarabia aclaró que esta solicitud no implica un cambio en la
estrategia del gobierno colombiano en la lucha contra el narcotráfico. En su
discurso, destacó que las autoridades seguirán con la erradicación de cultivos
ilícitos y reforzarán las medidas contra las redes de narcotraficantes.
El
presidente Gustavo Petro, recientemente, utilizó su red social X (antes
Twitter) para resaltar la importancia cultural y tradicional de la hoja de
coca, destacando su versatilidad y valor más allá de su asociación con la
cocaína. También expresó su apoyo a las iniciativas conjuntas con Bolivia para
que la comunidad internacional reconozca y valore la hoja de coca en su forma
natural, promoviendo su uso sostenible y culturalmente significativo.
El
presidente ha sido un firme defensor de este enfoque, resaltando que la actual
"guerra contra las drogas" ha fracasado y necesita ser reformada para
lograr mejores resultados. Además, la propuesta subraya la importancia de la
hoja de coca para las culturas indígenas, quienes la consideran una planta
sagrada con múltiples usos tradicionales, como en la medicina, la alimentación
y en ceremonias religiosas.
Este
nuevo enfoque de Colombia se produce en un contexto donde el país sigue siendo
el mayor productor de cocaína del mundo, a pesar de los esfuerzos por controlar
los cultivos de coca. En 2023, Colombia registró un récord de 2,600 toneladas
de cocaína producidas, lo que subraya la complejidad del problema y la
necesidad de encontrar soluciones que respeten tanto la realidad social y
cultural de las comunidades como la lucha contra el crimen organizado.
"ES
VIABLE MODIFICAR APLICACIÓN DE LA FISCALIZACIÓN DE LA HOJA DE COCA":
MINJUSTICIA
En
la 68ª sesión de la Comisión de Estupefacientes de la Naciones Unidas en Viena
(Austria), Colombia presentó lecciones aprendidas, estudios y avances en la
política de drogas y desarrollo alternativo.
Nuevo
Siglo de Colombia (https://acortar.link/0BgPU6)
En
el marco de la 68ª. sesión de la Comisión de Estupefacientes de la ONU, la
ministra de Justicia, Ángela María Buitrago, defendió la posibilidad de revisar
la clasificación de la hoja de coca dentro de la lista de estupefacientes
sometidos a fiscalización internacional.
Sustentó
su ponencia en el artículo 3 de la Convención Única de Estupefacientes de 1961
de la Organización de las Naciones Unidas que plantea: “si la Organización
Mundial de la Salud comprueba que un preparado, dadas las sustancias que
contiene, no se presta a uso indebido y no puede producir efectos nocivos, y
que su contenido de estupefaciente no se puede recuperar con facilidad, la
Comisión de Estupefacientes de la ONU (CND, por sus siglas en inglés) podrá, de
conformidad con la recomendación de la Organización Mundial de la Salud,
incluir este preparado en la Lista III".
La
ministra enfatizó que la hoja de coca y la cocaína no son lo mismo y que la
evidencia científica respalda una reevaluación de su estatus legal. Además,
señaló que la convención prevé, en el artículo 3, la modificación a la esfera
de aplicación de la fiscalización, y que esto revierte importancia porque,
desde sus inicios con el protocolo de 1972, surge la posibilidad de que muchas
de estas situaciones pudieran ser variadas en el tiempo a través de dos
requisitos esenciales:
El
primero es mostrar evidencia frente a la necesidad que lleva a cambiar la
matrícula de esta sustancia entre las listas. En dicho artículo se prevé la
opción de proponer en la CND, la reforma, modificación o traslado de sustancias
entre las listas cuando se encuentren elementos necesarios para hacerlo. Desde
ahí decir también que la Organización Mundial de la Salud (OMS) es uno de los
entes que permite entregar insumos científicos sobre el particular.
En
segundo lugar, que la clasificación vigente de la hoja de coca significa haber
desconocido elementos que son beneficiosos o favorables. No solamente el tema
de lo que consideró en su momento la convención sobre la posibilidad de sacar
elementos farmacéuticos o tranquilizantes como parte de la materia prima, sino
que también hoy en día se está apuntando a investigaciones importantes en
términos de comestibles, combustibles, etc. que podrían mirarse a la luz de
todos los países y analizase.
“Los
productos que son ilícitos son los productos que salen de este procesamiento en
particular: el clorhidrato, la base y la pasta. Desde un punto de vista técnico
y científico la evidencia es clara y en términos farmacológicos los estudios
han demostrado que el consumo de la hoja en estado natural tampoco genera
dependencia ni presenta potencial adictivo", sostuvo.
Igualmente,
la alta funcionaria del Gobierno colombiano agregó que “desde un punto de vista
técnico y científico la evidencia es clara y en términos farmacológicos los
estudios han demostrado que el consumo de la hoja en estado natural no genera
dependencia ni presenta potencial adictivo. Además, para alcanzar la
convivencia ilícita del cultivo de la hoja de coca, desde un enfoque de
política de drogas, podemos señalar que el presidente Petro ha solicitado el
desarrollo de una regulación interna en torno a los usos que permite la
Convención en Colombia, y en este momento estamos tramitando una serie de
proyectos en este sentido".
Durante
su exposición, la ministra resaltó que el gobierno colombiano seguirá luchando
de frente contra el narcotráfico, especialmente combatiendo las organizaciones
criminales: “Desde ese contexto para nosotros es claro que seguimos en la lucha
y en los esfuerzos contra el narcotráfico, que seguimos con la necesidad de
manejar la erradicación del narcotráfico como una de las criminalidades que
agotan nuestros países, pero que dentro de este contexto también debemos decir
que los productos que son ilícitos son los que salen de este procesamiento en
particular.
El
clorhidrato, la base y la pasta. Y sobre estos supuestos estamos mirando que en
Colombia y en particular el presidente de la República ha hecho una solicitud
el año pasado sobre la necesidad de replantear este punto, de acuerdo con los
postulados que significan entender que debe haber una revisión de acuerdo con
la misma convención" recalcó.
AMÉRICA
LATINA: LA SIGUIENTE TRANSICIÓN
América
Latina se enfrenta a una coyuntura caracterizada por una pérdida de ambición y
radicalidad de las propuestas políticas de la izquierda regional y al ataque
frontal lanzado por las derechas de la región envalentonadas por la onda
reaccionaria global
Diario
Red de Uruguay (https://acortar.link/62XcMe)
Qué
va a suceder ahora en América Latina, si el largo momento neoliberal está
llegando a su fin? A diferencia de anteriores etapas de realineamiento externo
e interno, la actual no tiene una dirección clara. Estamos en un momento de
radical incertidumbre, que cuenta con monstruos preparados para ocupar la
escena mientras proclaman las virtudes de las medidas de mano dura y de las
megaprisiones. Al mismo tiempo, diferentes tipos de gobiernos de izquierda
ocupan el poder en algunas de las mayores economías de la región como sucede en
Brasil, Chile, Colombia y México. En su clásico estudio Dependencia y
desarrollo en América Latina, Fernando Henrique Cardoso y Enzo Faletto
examinaron la transición cumplida de las economías de exportación de la era
oligárquica de 1850-1930 a la nueva época de industrialización, orientada hacia
el mercado interno, posterior a la Depresión de 1929[1]. En la década de 1980
se produciría otra transición, que corrió de la era de las dictaduras y el
desarrollo industrial a la de la democracia electoral y el neoliberalismo.
Retrospectivamente,
el giro de la década de 1980 tuvo claros puntos cardinales y líneas de
orientación. Algunos fueron endógenos: el deseo de que los déspotas hicieran
las maletas, el deseo de resistirse a la explotación de los recursos y de
elevar los niveles de vida de la población. Otros llegaron desde el exterior,
fundamentalmente vía la presión de los mercados mundiales. Pero hablando en
términos generales, la restauración de la democracia y el regreso a la
ortodoxia del mercado fueron de la mano, al margen de lo turbia que fuera la
democracia o lo imperfectos que resultaran ser los mercados. Después de 1999 se
produjo un giro más matizado: del Consenso de Washington a los gobiernos
nacional-populistas de las «revoluciones bolivarianas» registradas en
Venezuela, Brasil, Bolivia, Argentina y Ecuador, que trajeron importantes
logros dese el punto de vista de la inclusión constitucional, la redistribución
de la renta y la riqueza y la expansión de los bienes públicos. América Latina
está ahora lejos de la transición asociada al final del dominio autoritario,
pero el ciclo de las «revoluciones bolivarianas» de principios de la década de
2000 también ha finalizado. Los nuevos gobiernos de izquierda que han llegado
al poder en Ciudad de México, Santiago, Brasilia y Bogotá afrontan situaciones
muy diferentes a las de sus predecesores en la primera década del milenio.
El
«momento neoliberal» acontecido tras la finalización de la Guerra Fría se ha
agotado. Ningún sucesor evidente se muestra para sustituirlo. Podría decirse
que ello es una buena noticia: no hay ningún guion capaz de hacer tragar a las
gargantas latinoamericanas un nuevo Consenso de Washington. Pero este encerado
más limpio también llega con graves limitaciones. La región afronta profundas
incertidumbres sobre cuál será el motor del crecimiento económico en un momento
en que la globalización evoluciona alejándose de las tradicionales cadenas de
valor ligadas a las materias primas. Igualmente, América Latina se enfrenta a
una transición demográfica sin precedentes y a nuevas y monstruosas formas de
políticas de derecha alimentadas por la inseguridad. Al mismo tiempo, la
ausencia de una ortodoxia, ya sea neoliberal o desarrollista, debería ampliar
el abanico de alternativas estratégicas disponibles para la nueva ola de
izquierda. Para clarificar la situación, puede resultar útil ubicar la actual
coyuntura en la longue durée de los ciclos económico-políticos de América
Latina.
Realineamientos
regionales
En
Dependencia y desarrollo en América Latina, Cardoso y Faletto perfilaron la
relación existente entre la localización de la región en la economía mundial y
el alineamiento de sus bloques dominantes, sosteniendo que las condiciones de
dependencia configuraban la formación de las elites y de sus futuros aliados.
Desde entonces, una escuela de las ciencias sociales latinoamericanas ha
examinado los vínculos existentes entre los ciclos económicos y los sistemas
políticos, debatiendo las relaciones imperantes entre las condiciones globales
externas y las posibilidades regionales internas. Nosotros seguimos esta
tradición, aun reconociendo que nunca se verifica una relación automática y
biunívoca entre los modelos de crecimiento económico y los regímenes políticos;
en realidad, a medida que se produce el flujo y reflujo de las olas globales de
integración, las coaliciones nacionales cambian y confluyen en respuesta a las
corrientes de capital y mercancías.
Cardoso
y Faletto, al analizar el primer momento neoliberal, esto es, la era de la
belle époque, trazan una correlación entre las expansiones económicas
impulsadas por las exportaciones, que ampliaron los mercados interiores, y el
esfuerzo por experimentar con modelos diferentes de inclusión selectiva, que
iban de las políticas de bienestar social democráticas en Uruguay a la
maquinaria política paternalista vigente en el Brasil posterior a la
emancipación de la esclavitud en 1888. La forma de la dependencia económica
externa –y si en realidad esta amplió el ámbito de movilidad y autonomía social
para las elites y las clases medias– creó el espacio para una estructura de
oportunidad susceptible de generar regímenes excluyentes o inclusivos. Después
de 1929, cuando la Gran Depresión socavó los pilares de las economías
orientadas a la exportación en América Latina, las alianzas «burguesas»
colapsaron y la región se cerró en sí misma. La industrialización de los
mercados nacionales, junto con el empuje de la demanda estadounidense en
tiempos de guerra, se combinaron con experimentos de inclusión popular, que
fueron del obrerismo de Perón en Argentina a la reforma agraria en Guatemala o
Perú, y suscitaron la expansión de las políticas de bienestar, la construcción
de vivienda pública y la introducción de derechos sindicales.
A
lo largo de la década de 1960 los gobiernos latinoamericanos recurrieron en
gran medida a los mercados nacionales para impulsar el crecimiento económico,
alineados con regímenes políticos que en su mayor parte eran más inclusivos que
aquellos a los que habían sustituido. Había excepciones, especialmente entre
los países más pequeños de América Central y el Caribe, donde los mercados
nacionales eran demasiado pequeños, poco profundos y fracturados como para
salir de su aislamiento y donde los intereses estadounidenses aseguraban que la
extracción privilegiara sobre la inclusión. Pero incluso en ellos los intentos
de crear mercados regionales comunes en la década de 1960 representaron
esfuerzos en pro de la reducción de la dependencia de las exportaciones tradicionales
de materias primas dirigidas a los mercados norteamericanos. En general, el
triangulo formado por la industrialización creciente, el consumo nacional y la
inclusión popular proporcionaba las «patas» de un modelo, que se mantuvo
durante la era desarrollista.
Cuando
Cardoso y Faletto empezaron a reflexionar sobre estos largos ciclos a mediados
de la década de 1960 el giro hacia el desarrollo nacional y la estrategia
inclusiva estaba perdiendo impulso por mor de presiones tanto internas como
externas. En vísperas de los levantamientos de 1968 –el Cordobazo en Argentina,
la represión brutal en Brasil y la masacre de Tlatelolco en México– los dos
sociólogos acababan su análisis con una pregunta: ¿podía el socialismo
proporcionar las líneas maestras de un modelo, que sucediera al elitismo
tecnocrático-desarrollista en la sociedad industrial de masas?[2]. La respuesta
llegó con el despliegue de las dictaduras militares impuestas en Brasil,
Argentina, Uruguay, Chile, Bolivia, Ecuador, Perú, Guatemala y Honduras, acompañadas
por el autoritarismo asumido por el Partido Revolucionario Institucional
mexicano. Este despliegue marcó el fin de un largo ciclo de profundas reformas,
que supuso la ruptura con el modelo de desarrollo inclusivo nacionalmente
orientado, pero también la posibilidad de que el socialismo pudiera ser algo
más que enclaves en Cuba y Nicaragua.
A
la imposición de las dictaduras militares le siguieron décadas caracterizadas
por la represión y la exclusión en gran parte de América del Sur, las guerras
civiles en América Central y la lenta descomposición del sistema de pactos
bipartidistas de los regímenes de Colombia y Venezuela. En la década de 1980
América Latina se encontró atrapada en un círculo vicioso. Los gobiernos
latinoamericanos presos de dificultades derivadas de su endeudamiento en los
mercados de eurodólares para enmascarar sus enormes dificultades
presupuestarias y subvencionar el consumo, se toparon con el estallido de la
burbuja crediticia cuando la Fed aumentó los tipos de interés para aplastar la
inflación de la mano del llamado shock Volcker. El coste del endeudamiento se
disparó. En 1982 la relación deuda externa/PIB en América Latina sobrepasó el
50 por 100 y los países latinoamericanos fueron incapaces de atender los pagos
de los intereses de la deuda y mucho menos de amortizar el principal, mientras
negociaciones interminables se limitaban a refinanciarla. Las transferencias
netas de recursos fueron asombrosas: en 1987 el endeudamiento tocaba los 400
millardos de dólares y solamente el pago de intereses de la deuda engullía la
mayor parte de los recursos procedentes de las exportaciones de la región[3].
Para
enmarcar el análisis de Cardoso y Faletto hay que señalar que durante la década
de 1980 los apóstoles de la «reforma estructural» y la agenda neoliberal de
austeridad, privatización y desregulación, desdeñaban el modelo que se había
implementado desde la década de 1940. Sostenían que dirigentes como Perón en
Argentina y Getúlio Vargas en Brasil eran los responsables de que América
Latina se hubiera alejado de su lugar natural en la economía mundial como
exportadores de materias primas e importadores de capital. Armados con esta
narrativa, estos apóstoles se lanzaron a realinear los mercados nacionales con
el mercado mundial y a las elites locales con las elites transnacionales[4].
Una alternativa, como sucedió en la década de 1930, hubiera sido la suspensión
de pagos y detener la sangría. Entonces, como ahora, hubo partidarios de esa
suspensión[5]. Pero el poder asimétrico de un cártel bancario, blandiendo
préstamos sindicados mediados por el FMI, y las certidumbres de una nueva
ortodoxia mantuvo a los deudores con el agua al cuello, esperando
desesperadamente que se reanudaran los flujos de capital. La década de 1980
asistió a la crisis económica más dramática verificada en la historia de la
región; pocos países salieron indemnes.
¿Una
nueva dependencia?
La
reestructuración económica constituyó el telón de fondo de la restauración de
la democracia parlamentaria en América Latina. La oleada de golpes militares
que empezó en Brasil en 1964 llegó a su fin y, uno por uno, los regímenes
marciales fueron cayendo. Entre 1980 y 1985, los gobiernos civiles asumieron el
poder en Perú, Bolivia, Argentina, Uruguay y Brasil. En diciembre de 1989, la
marea democrática alcanzó a Chile de la mano de la derrota electoral de
Pinochet a manos de Patricio Aylwin. Incluso un viejo caudillo como el
paraguayo Stroessner fue desalojado del palacio presidencial. Sin embargo, los
nuevos gobiernos tuvieron que reconstruir los sistemas constitucionales y las
funciones del Estado, mientras imponían políticas de austeridad e implementaban
la consabida reestructuración económica. Los triunfalistas presentaban a
América Latina como un escaparate de la afinidad natural de los mercados y las
elecciones libres, recombinando en una nueva síntesis las dimensiones económica
y política del liberalismo. Subyacentemente, sin embargo, la prolongada crisis
económica garantizaba que América Latina exportara anualmente hasta el 6 por
100 de su PIB a los acreedores, se enfrentara a una situación
hiperinflacionaria y cediera la autoridad pública a los caciques locales y a
sus secuaces. En estas condiciones, como señaló el politólogo argentino
Guillermo O’Donnell, la calidad del Estado de derecho –un pilar central del
modelo liberal-democrático– quedó en entredicho y los gobiernos nacionales
electos coexistían con sistemas subnacionales no democráticos en las que
O’Donnell denominó «áreas marrones»[6].
No
obstante, en algunos aspectos, la nueva síntesis mercado-democracia representó
un cambio en la suerte de América Latina. El aspecto más significativo fue que,
después de quince años de presión financiera, el Departamento del Tesoro
estadounidense instituyó un sistema de reprogramación y condonación de la
deuda, que supuso un cierto alivio ante el constante drenaje de las economías
nacionales para pagar a los acreedores extranjeros. Tras aceptar las consabidas
provisiones por pérdidas para los bancos estadounidenses (empezando por
Citibank en 1987), este sistema de reprogramación supuso la reducción del
principal de los préstamos, reconociendo que el reembolso era imposible. Uno de
los efectos colaterales del Plan Brady, bautizado con el nombre del secretario
del Tesoro de Bush, fue la creación de un mercado líquido para los bonos
latinoamericanos, inimaginable mientras la región fuera un paria para los
acreedores. La inversión extranjera directa empezó a gotear de nuevo en la
región –ahora rebautizada como «mercados emergentes» por un funcionario del
Banco Mundial para desestigmatizar a los deudores– revirtiendo años de drenaje
de los recursos de las economías latinoamericanos. Desde principios de la
década de 1990 se dispararon los flujos de capital especulativo, que llevaron a
algunos analistas influyentes a hablar del «problema de la afluencia de
capital» en las economías latinoamericanas[7]. Cuando Robert Rubin, secretario
del Tesoro de Clinton, subió de nuevo los tipos de interés en 1995, estos flujos
retornaron al sistema financiero de los países ricos, dejando a los «mercados
emergentes» de todo el mundo expuestos a las crisis monetarias y al
endeudamiento denominado en dólares.
Después
de la «década perdida» de 1980, seguida por el recorte del gasto y las
privatizaciones que eran el quid pro quo del Plan Brady, muchos países
latinoamericanos llegaron a finales de la década de 1990 inmersos en una
profunda crisis social. Los índices de desempleo y pobreza se dispararon con la
crisis económica de 1998-2002; los países andinos como Bolivia y Ecuador vieron
como su crecimiento se contraía, lo cual exacerbó aún más las protestas de
masas. De Caracas a La Paz y de Buenos Aires a Quito, las revueltas populares
contra las políticas del Consenso de Washington propiciaron el surgimiento de
una nueva generación de líderes radicales. En 1999 Hugo Chávez llegó al poder
en Venezuela, seguido en 2003 por Lula en Brasil y Néstor Kirchner en Argentina.
En 2005 Tabaré Vázquez ocupó el poder en Uruguay, seguido en 2006 por Evo
Morales en Bolivia, Manuel Zelaya en Honduras y Michelle Bachelet en Chile y en
2007 por Rafael Correa en Ecuador. Aunque estos gobiernos tenían diferencias,
algunas importantes, compartían al menos una característica distintiva: un
discurso económico nacional caracterizado por un fuerte componente social, que
apelaba a menudo a un regreso a la herencia más inclusiva de la era
desarrollista de 1945-1970.
El
4 de noviembre de 2005 Kirchner subió al escenario en la cuarta Cumbre de las
Américas celebrada en la ciudad costera de Mar del Plata, a 450 kilómetros al
sur de Buenos Aires. El gobierno de Bush pretendía aprobar un acuerdo de libre
comercio para la región como una ampliación del Tratado de Libre Comercio de
América del Norte (TLCAN). Con las calles agitadas por manifestantes, que
protestaban contra el Área de Libre Comercio de las Américas (ALCA), así como
contra la invasión estadounidense de Iraq, la atmósfera era tensa cuando
Kirchner pronunció el discurso de apertura observado por un Bush que daba
señales de disgusto. Kirchner habló sobre el impacto negativo del Consenso de
Washington y animó a los demás dirigentes a que encontraran maneras alternativas
de aumentar el bienestar popular en América Latina. El ALCA fue debidamente
rechazado por Brasil, Argentina, Venezuela, Uruguay y Paraguay. En lugar del
orden hemisférico forjado bajo el liderazgo de Estados Unidos, cogió fuerza una
nueva ola de integración regional. Los intentos por fomentar relaciones
multilaterales llevaron a Brasil a la red informal del grupo de los BRIC y a
toda la región a emprender un nuevo diálogo con Rusia y, sobre todo, con China.
Para muchos, la Cumbre de 2005 pareció marcar el comienzo de una nueva
estrategia de desarrollo para América Latina, dirigida por unos gobiernos que
los medios de habla española apodaron como las «revoluciones bolivarianas»,
mientras los medios de habla inglesa optaban por la denominación de pink tide[8].
La
sensación de haber cambiado su suerte se vio animada por la reactivación de los
ingresos latinoamericanos derivados de su cesta de exportaciones, cambio que
solo empezó realmente con el nuevo milenio[9]. Los ciclos anteriores habían
estado alimentados por la expansión vigorosa de la demanda de materias primas
registrada a finales del siglo XIX o por mercados nacionales estimulados por el
Estado a partir de la década de 1940. La Gran Depresión latinoamericana de las
décadas de 1980 y 1990 constató cómo los precios reales de las materias primas
languidecían hasta el 37 por 100 del precio alcanzado, cuando estos países se
habían endeudado durante la década de 1970. Su recuperación durante el periodo
2003-2013 estuvo estrechamente relacionada con la rápida industrialización de
Asia oriental, que ayudó a impulsar un frenético, aunque breve, superciclo de
las materias primas, que fue lo suficientemente poderoso como para restaurar la
dependencia latinoamericana de estas, especialmente del petróleo, los minerales
y los granos como la soja y el maíz. También se verificó, como señaló José
Antonio Ocampo, una «reorientación hacia las materias primas» de las
exportaciones de la región a medida que el aumento de los tipos de cambio
ahogaba las exportaciones manufactureras y de servicios[10].
Las
tasas de crecimiento regionales fueron llamativas: el PIB per cápita en la
Bolivia de Morales creció de los 6764 a los 8911 dólares entre 2006 y 2019; en
Ecuador, bajo los sucesivos gobiernos de Correa, de 10.998 a 14.215 dólares
entre 2007 y 2017; y en Brasil, bajo el mando Lula, de 14.103 a 18.355 dólares
entre 2003 y 2011 (véase el gráfico I). El vigoroso crecimiento de la
exportación de las materias primas registrado durante el periodo 2003-2013 fue
lo suficientemente potente como para hacer que esta década fuera una de las
pocas en las que descendieron los índices de desigualdad de la región, aunque
fuera brevemente (gráfico 2), ayudados por las nuevas políticas de bienestar
social introducidas por los gobiernos de las «revoluciones bolivarianas». El
aumento del crecimiento se tradujo en una expansión de la capacidad fiscal, que
financió programas como la Bolsa Família de Brasil, dirigido a proteger a los
trabajadores y trabajadoras informales, cuyo número había aumentado durante las
décadas de vigencia del neoliberalismo. Los niveles regionales de pobreza
descendieron significativamente (véase gráfico 3).
La
política de la frustración
En
su momento cumbre, las «revoluciones bolivarianas» parecían estar llevando a la
región hacia un virtuoso camino de crecimiento y desarrollo económico
sostenido. El reconocimiento gubernamental de históricas demandas de derechos
para los pueblos indígenas –incluidas en la Constitución de 2009 del ahora
Estado Unitario Social de Derecho Plurinacional Comunitario de Bolivia–
señalaron un avance para poblaciones históricamente marginadas. El crecimiento
de los movimientos feminista y LGTBQ en países como Argentina, México y Chile
apuntaba hacia una ampliación gradual de las libertades civiles, que trajo el
matrimonio entre personas del mismo sexo y, finalmente, la legalización del
aborto. Pero, aunque hubo logros notables, todos los gobiernos de las «revoluciones
bolivarianas» aceptaron mantenerse a flote de la mano del vigoroso crecimiento
de las exportaciones sin buscar un nuevo modelo de desarrollo económico o
abordar el desafío fiscal de sus enormes economías informales. El resultado fue
una nueva estructura de dependencia. A medida que la economía china se
ralentizaba en 2013-2014, la fiebre de las materias primas quedó interrumpida y
los precios empezaron a caer. Para entonces estaba claro que la «marea» estaba
retrocediendo. El crecimiento se estancó y los niveles de pobreza empezaron a
ascender de nuevo (véanse los mencionados gráficos 2 y 3).
La
gradual pérdida de ímpetu económico a partir de 2013 enfrentó a los gobiernos
de las «revoluciones bolivarianas» con una serie de desafíos. Por un lado, la
rápida expansión registrada ofreció un terreno fértil para los buscadores de
rentas y la corrupción, notoriamente explotado con el enorme crecimiento de las
infraestructuras de la mano de los contratos firmados con el Grupo Odebrecht,
el gigante brasileño de la construcción, que sobornó masivamente a funcionarios
gubernamentales de por lo menos diez países de la región. Por otro, millones de
personas seguían viviendo con ingresos mínimos en condiciones de pobreza,
mientras que incluso aquellos cuya calidad de vida había mejorado seguían
careciendo de seguridad. A medida que el camino hacia la movilidad social
ascendente se volvía nebuloso por la incertidumbre, los gobiernos de las
«revoluciones bolivarianas» se encontraron asediados por la frustración
popular.
Uno
de los resultados de esa frustración ha sido un vicioso ciclo de acelerada
rotación política, que ha supuesto la expulsión de presidentes de gobierno, el
bloqueo de los poderes legislativos y una espiral descendente de confianza
pública en las instituciones del Estado[12]. En Brasil, a medida que la
economía flaqueaba al final del vigoroso crecimiento de la exportación de las
materias primas a mediados de 2013, una escalada de los precios de los billetes
de los autobuses en las principales ciudades desencadenó manifestaciones
masivas en todo el país. Activistas de inspiración anarquista adaptaron las
tácticas antiglobalización del «black bloc» contra el gobierno del PT presidido
por Dilma Rousseff; los gobiernos regionales respondieron con una fuerza a
menudo excesiva, lo que condujo al aumento de las manifestaciones contra la
violencia policial. Millones de personas tomaron las calles de São Paulo para
denunciar el coctel de austeridad, corrupción y policía. Los grupos de extrema
derecha se unieron a la contienda y la poderosa derecha parlamentaria aprovechó
el malestar y la agitación para sacar adelante el impeachment de Dilma. Tras
haber mantenido la estabilidad desde la restauración de la democracia en 1985,
Brasil se unió al club de la política turbulenta. En otros lugares, la
frustración se transformó en rabia en 2019 y las protestas y la agitación
estallaron en Chile, Ecuador, Perú, Honduras, Puerto Rico, Bolivia y Venezuela.
La
política de la frustración en América Latina pasó así a definir la segunda
mitad de la década de 2010. Las promesas incumplidas de las «revoluciones
bolivarianas», que oscurecieron gradualmente sus logros, llevaron a que muchos
se cuestionaran la totalidad del proyecto. Ya desde el principio, una coalición
de la elite respaldada por los medios empresariales –una alianza de «liberales»
ortodoxos, institucionalistas y conservadores, que detestaban el populismo de
las «revoluciones bolivarianas»– se había opuesto a estos gobiernos. Ahora, la
novedad radicaba en la creciente oposición de quienes, con diferentes niveles
de identificación, habían votado y apoyado a estos gobiernos en el pasado. Los
amplios márgenes de las victorias de la izquierda en Argentina, Brasil,
Bolivia, Ecuador y Venezuela en 2010-2013 se evaporaron repentinamente[13].
Durante los años posteriores, el peronismo perdió las elecciones de 2015 frente
a Mauricio Macri, Dilma apenas logró la reelección en 2014 antes de ser
destituida, Nicolás Maduro venció por menos de un punto porcentual en 2013 y se
aferra al poder mediante el puro fraude. En Ecuador Lenín Moreno fue elegido en
2017, después de una segunda vuelta muy contestada, solo para cortar sus lazos
con Correa, su mentor, y llevar al país a una caída política en picado. Morales
consiguió mantenerse en el poder, pero solo obtuvo el 47 por 100 del voto
popular en 2019 y un breve golpe le destituiría días después de su elección.
Con el telón de fondo de este creciente descontento y con las alianzas de las
«revoluciones bolivarianas» desechas, llegaron al poder personajes de la
extrema derecha como Jair Bolsonaro, Javier Milei y Nayib Bukele, mientras que
otros, como José Antonio Kast en Chile, se quedaron a las puertas. Entonces
llegó la pandemia de la Covid-19, que devastó la región de modo
incomparable[14].
Puntos
muertos estructurales
A
medida que se levanta el velo del medio siglo anterior, quedan claros algunos
patrones subyacentes. El primero de ellos es que la idea de que la
globalización puede remontarse retrospectivamente al ascenso de la ortodoxia
neoliberal durante la década de 1970, que triunfó con Reagan y Thatcher, exige
introducir ciertas salvedades. La realidad es que se produjo una dilatada
discontinuidad entre la afirmación incontrovertible del fundamentalismo de
mercado y la bonanza derivada del comercio y la financiarización asociadas con
la globalización plena. En todo caso, la reestructuración industrial
implementada en América Latina, así como en el Norte global, tuvo unos costes
muy por encima de los beneficios generados por la misma. Los brotes verdes de
un nuevo alineamiento solamente empezaron a aparecer a finales de la década de
1990 y en América Latina, como hemos visto, se marchitaron con las crisis de
1998-1999. Idénticamente, una vez que despegó el vigoroso proceso de aumento de
la exportación de materias primas, nunca produjo los mismos efectos
transformadores que tuvieron los anteriores modelos de crecimiento, impulsado
por las exportaciones u orientado al mercado interior, que examinaron Cardoso y
Faletto. La globalización hizo más por desmantelar las anteriores políticas
económicas que por producir nuevos modelos integrados alternativos.
También
hay excepciones. México ha sido un caso atípico, habiéndose beneficiado desde
2016 del impulso propinado por Estados Unidos de la mano del acercamiento al
país de las cadenas de suministros estadounidenses deslocalizadas en China; en
cierta medida, lo mismo ha sucedido con Costa Rica, donde Intel ha ampliado su
presencia en la fabricación de chips para desvincular su imperio del continente
asiático. El comercio de metales claves destinados a los vehículos eléctricos y
a la descarbonización ha progresado, como demuestran los casos del cobre en
Perú o del litio en las regiones andinas de Argentina, Chile y Bolivia. Pero el
asunto principal sigue en pie: la globalización trazó los contornos de una
nueva dependencia, pero sin el primum mobile de las estructuras anteriores. Lo
mismo se aplica a los flujos de capital. Desde principios de siglo, los tipos
de interés del endeudamiento de la región finalmente se hundieron por debajo
del umbral del 3 por 100, desencadenando la financiación mediante la emisión de
bonos. Una enorme ola de inversiones inundó la región a principios de la década
de 2010, cuando los flujos de las carteras de activos eclipsaron a la inversión
directa en respuesta a los tipos de interés ultrabajos decretados tras la
crisis financiera. Pero de nuevo la deuda no se convirtió en un pilar del
crecimiento, como sucedió en algunos de los febriles ciclos anteriores como los
registrado durante las décadas de 1920 o 1970. Actualmente, cuando los tipos de
interés reales han escalado hasta tocar un nuevo equilibrio, los mercados de la
deuda han perdido su lustre y las condiciones crediticias se han tornado más
desfavorables[15].
Redirigir
hacia China la dependencia latinoamericana no ha hecho nada por resolver la
ausencia de un motor de desarrollo. Se habla mucho de la «orientización» de la
región; alrededor de veinte países han firmado las iniciativas chinas ligadas a
la Franja y la Ruta o se han unido al Banco Asiático de Inversión para las
Infraestructuras. China se ha erigido como el primer socio comercial de nueve
economías latinoamericanas; excluyendo a México, el comercio chino con la
región alcanzó los 247 millardos de dólares en 2021, superando a Estados Unidos
por un margen del 30 por 100. América Latina es una de las pocas regiones que
registra un superávit en su balanza comercial con China. Sin embargo,
recientemente ha habido señales de que este ciclo también está perdiendo
fuelle. La demanda china de productos básicos ha estado cayendo desde 2018 y
está cada vez más concentrada en un reducido número de sectores extractivos,
especialmente ligados al litio y al molibdeno y a los productos del sector
pesquero. Las exportaciones de carne y de productos como la soja también se han
estancado.
Perú
es el ejemplo modélico de este nuevo alineamiento; una tercera parte de sus
exportaciones van a parar a la República Popular China, pero casi el 90 por 100
de ese contingente está formado por una sola materia prima: el mineral de
cobre, un producto sin duda lucrativo y estratégico, cuyo nivel de complejidad
económica es, sin embargo, muy bajo[16]. La necesidad de una transformación
geoestratégica de la región la plantean los analistas estadounidenses, profetas
de un nuevo orden mundial, atravesado por la preocupación por «perder» América
Latina ante su némesis asiática. Pero esto simplemente no se está
produciendo[17]. Lo que puede decirse es que la «reorientación» ha producido
una ampliación de los mercados de exportación latinoamericanos, haciendo que
sean menos dependientes de los tradicionales mercados norteamericanos, al mismo
tiempo que se redobla la dependencia de la región de los ingresos procedentes
de una pequeña cesta de materias primas.
En
una perspectiva de longue durée, el momento neoliberal abierto en la década de
1980 hizo que el crecimiento de América Latina dependiera de las condiciones
internacionales del capital y las materias primas, ya que los mercados
nacionales eran anémicos, quedando lejos la trasformación prometida por sus
defensores. Los repuntes de crecimiento han sido cualquier cosa menos
predecibles o sostenidos; en términos internacionales, la región se quedó
todavía más atrás. Durante los últimos cuarenta años, su tasa media de
crecimiento anual ha sido la mitad de la registrada a escala mundial. El patrón
se mantuvo después de la crisis financiera: mientras que el resto del mundo
creció cerca del 4 por 100 en 2009, América Latina seguía cojeando con un
crecimiento que se quedaba en la mitad, apenas por encima del crecimiento de la
población. Cada una de las dos generaciones pasadas ha experimentado una
«década perdida»; la célebre década de 1980 y ahora la de 2010, tras el
vigoroso crecimiento de las exportaciones de materias primas, dieron paso a una
prolongada resaca[18]. Durante los últimos treinta años, la distancia entre la
mayoría de los países latinoamericanos y el club de los países ricos se ha
ampliado. El PIB per cápita chino ha superado el de Colombia y Brasil en 2018 y
está a punto de superar el de México (véase el gráfico 4).
Dos
problemas estructurales, desatendidos por las políticas de las «revoluciones
bolivarianas», contribuyen a explicar la debilidad subyacente de la región. El
primero es la formación de una elite que no solo frustra los esfuerzos por
reducir la desigualdad, sino que obstaculiza la innovación y la productividad.
Los sectores dinámicos tienden a estar dominados por grandes grupos privados,
conglomerados controlados por familias que se benefician de los elevados
índices de concentración del mercado y ejercen una enorme influencia sobre los
contratos del sector público[19]. Se han adaptado a la volatilidad y a los
incentivos externos, prefiriendo los activos fluidos antes que las inversiones
fijas. Los organismos que se ocupan de la competencia son notoriamente
inoperantes, el cumplimiento de las normas es débil y quienes toman las
decisiones políticas son vulnerables a los grupos de presión, un eufemismo para
explicitar el poder de los conglomerados, ejercido prácticamente sin
restricción alguna, a la hora de conformar los diversos marcos reguladores. Por
debajo de las conocidas familias de potentados hay montones de pequeñas
empresas poco productivas. El 70 por 100 de los trabajadores latinoamericanos
son autónomos o trabajan en empresas de diez o menos operarios y
aproximadamente el 57 por 100 del sector no agrícola trabaja informalmente.
Como señalaba un informe reciente del Banco Mundial, ello constituye la receta
perfecta para contar con una productividad estancada: la cartelización en la
cima de la pirámide y una competencia feroz en su base destruyen todo incentivo
a la hora de adoptar nuevas tecnologías o invertir en capital humano[20].
Durante
la pasada década, la productividad se ha mantenido estancada (véase el gráfico
5). El crecimiento que se ha producido en la región ha dependido de suministros
adicionales de trabajo y no debe nada al incremento de la productividad. Una
comparación de la productividad laboral en Brasil y Corea durante el periodo
1950-2010 revelaba que los índices de crecimiento de la productividad se
mantuvieron a la par hasta 1980, registrando desde entonces una marcada
divergencia. La productividad laboral brasileña declinó con el inicio de las
reformas neoliberales, mientras que la de Corea creció velozmente[21]. Las
décadas acumuladas de retraso en la inversión en educación, la falta de apoyo
empresarial a las universidades y un débil apoyo a los servicios de mayor valor
añadido en los sectores médico y farmacéutico, significaron que los patrimonios
privados se acumulaban sin capacidad para producir riqueza autóctona. Así pues,
la región se halla atrapada en una trampa de bajo crecimiento, baja
productividad, mientras que las rachas del primero no producen efecto alguno
más allá que su mera verificación, dado que son demasiado espasmódicas como
para perturbar el equilibrio imperante.
La
trampa bajo crecimiento, baja productividad está convergiendo con otro problema
estructural: la amenazadora crisis en la reproducción social del trabajo en
América Latina. El crecimiento de la fuerza de trabajo se está reduciendo a
medida que los índices de natalidad caen y la emigración aumenta,
entrecruzándose a su vez con mayores índices de dependencia. La demografía
latinoamericana está empezando a parecerse a la de Europa o Asia oriental, pero
sin contar con los amortiguadores de un PIB elevado o una creciente
productividad. La demografía de América Latina pasó el punto de inflexión de la
transición demográfica en 2016, cuando la tasa de natalidad cayó por debajo de
los 2,1 hijos por mujer, cifra que resulta insuficiente para mantener la
población, y que supone un descenso desde los 5,9 hijos por mujer registrados
en 1960. En 2022, según los datos del Banco Mundial, había caído a 1,8 hijos
por mujer, siendo ligeramente mayor en los países andinos entre los cuales
Bolivia presenta una tasa del 2,6, Perú y Venezuela del 2,2 y Ecuador del 2,0,
habiendo alcanzado el 1,6 en Brasil y el 1,5 en Chile[22]. Al mismo tiempo, los
índices de esperanza de vida continúan aumentando lentamente. La tendencia es
generalizada, pero la velocidad de la transición resulta sorprendente, los
analistas han atribuido al crecimiento de los índices de participación de la
mujer en la fuerza de trabajo, a las campañas de erradicación de la pobreza
concentradas en la erradicación de los embarazos de adolescentes o a los
efectos globales del bajo crecimiento y la dislocación de la juventud en las
sociedades urbanizadas. El resultado está sobredeterminado: la población
latinoamericana mayor de 65 años se duplicará en un periodo de veintiocho años,
comparado el periodo de cincuenta y ocho años que tardó en hacerlo en Estados
Unidos[23].
Al
mismo tiempo, el flujo migratorio de la región está formado casi por completo
por hombres y mujeres en edad laboral, acompañados de sus hijos. Los índices de
emigración se han duplicado desde 1990 y así un total de 25 millones de
latinoamericanos han marchado a América del Norte y otros 5 millones lo han
hecho a Europa. Ha habido un constante goteo de llegadas, aunque mayormente se
trata de una migración de paso, esto es, de personas procedentes de Asia y
África en busca de rutas terrestres para llegar a Estados Unidos. La creciente
migración interna ha estado alimentada principalmente por la huida de
Venezuela: alrededor de 7,7 millones de personas han abandonado la República
Bolivariana intentando establecer su hogar al otro lado de la frontera, principalmente
en los países vecinos[24]. América Latina ya no es una región «joven». Está
envejeciendo, rápidamente, e intensificando la presión sobre sistemas de
pensiones insuficientemente financiados. El sistema de reparto convencional
mediante el cual la población activa paga con sus cotizaciones las pensiones de
la población laboralmente pasiva no está preparado para soportar la velocidad
con la que se está produciendo la transición demográfica, mientras que las
crecientes filas del sector informal prácticamente carecen de protección
alguna. La demografía añade así una pesada rémora social a unas economías
todavía distorsionadas por su sometimiento a las oligarquías y al trabajo
informal.
Manodurismo
En
este contexto la criminalización del único sector panregional que ha prosperado
sin descalabros –el de la cocaína– solamente añade presión sobre los Estados y
las sociedades, ya que una parte no despreciable de la juventud queda atrapada
en el tráfico de drogas, de armas, de vehículos robados, de personas y de
dinero reciclado. Realmente, el enmarañamiento de todas estas redes comerciales
clandestinas es lo que las hace tan boyantes y difíciles de controlar. Las
exportaciones de cocaína se han duplicado desde 2013, las fronteras de la
producción se han extendido desde las tierras interiores de Bolivia, Perú y
Colombia, hasta Venezuela y América Central, donde valles fuera de control han
acogido nuevas plantaciones. Una vez que echan raíces, las plantaciones de coca
han demostrado ser difíciles de erradicar. La expansión de las fronteras de la
mercancía ha estado estrechamente vinculada con los flujos migratorios
registrados en la región (venezolanos a Chile, colombianos a América Central),
lo cual ha creado un mercado transnacional cada vez más integrado mantenido por
tupidas redes de tráfico ilegal. Las rutas comerciales se han multiplicado,
abriendo nuevos corredores a lo largo del Amazonas y el Río de la Plata, y se
han vuelto más complejas y diversificadas, combinando y compartimentando el
tráfico de drogas con el de otras mercancías exportables, muchas de ellas
legales.
Los
florecientes sindicatos comerciales-criminales han sido una característica tan
representativa de la globalización como los mastodónticos barcos de
contenedores, cuyo tamaño y volumen permite que los operadores camuflen los
valiosos y cuidadosamente envueltos ladrillos de polvo andino entre bananas y
muebles[25]. Las mismas infraestructuras y tecnologías que sostienen los
mercados transnacionales legales también hacen posible los ilegales. El tráfico
de cocaína está reposicionando a América Latina en el seno de un mercado
mundial en evolución, creando nuevos centros en proceso de expansión en
Hong-Kong, Costa de Marfil y Turquía. El consumo europeo ha eclipsado a la
demanda estadounidense; Amberes se ha convertido en el centro de las redes de
camiones de los clanes balcánicos, del control de los muelles y del lavado de
dinero.
Cuando
en julio de 2024 el FBI arrestó en El Paso a «El Mayo» –el narcotraficante
mexicano Ismael Zambada García– esperaba decapitar a un sindicato que
introducía toneladas de fentanilo, metanfetamina, cocaína y heroína por la
frontera estadounidense. El sindicato había utilizado túneles de largo
recorrido, operaciones aéreas de descarga, blanqueadores de dinero chinos y
envíos de productos químicos desde Tailandia, además de todo un archipiélago de
laboratorios de fabricación de metanfetamina y fentanilo, creando corredores de
libre comercio para el dinero sucio y los narcóticos, lo cual habían convertido
el norte de México en una zona de guerra[26]. La captura de El Mayo se suponía
que iba a eliminar al cerebro responsable de la violencia que sostenía el
negocio, pero los imperios decapitados solamente se derrumban cuando ya están
decrépitos y ello no es el caso en esta ocasión. Acabar con la dirección de los
sindicatos criminales es como aplastar una bola de mercurio con un martillo: se
dispersa en cientos de partes[27]. Eliminar al jefe solamente abre las
oportunidades para que emerjan otros dirigentes capaces de ocupar su puesto, lo
cual crea el correspondiente vacío para que estalle la consabida lucha
sucesoria, por definición sangrienta, que arrastrará a las autoridades
mexicanas y arrojará una sombra sobre el recién elegido gobierno de Claudia
Sheinbaum.
Con
la escalada del crimen organizado, los asediados gobiernos latinoamericanos han
recurrido a la militarización de la lucha contra el comercio ilegal, estrategia
que ha acarreado momentos espectaculares en los que los grupos ilegales han
llegado a la confrontación directa con el Estado. Perú, Bolivia, Guatemala y El
Salvador han abarrotado sus instalaciones carcelarias haciéndoles soportar el
doble de su capacidad y convirtiendo por ende las prisiones en centros de
reclutamiento para los cárteles del crimen, que se nutren de la categoría
demográfica demandada por América Latina para que protagonice su crecimiento:
mujeres y hombres jóvenes entre los 17 y los 34 años de edad, lo cual no hace
sino agravar la crisis de reproducción de la fuerza de trabajo.
Sería
difícil exagerar el pánico actual existente alrededor del crimen organizado.
Uno de los resultados ha sido convertir las «áreas marrones» en las que el
Estado de derecho es débil y cuyo deterioro se ha intensificado ulteriormente
por la austeridad en una oportunidad para el ascenso de una nueva cohorte de
hombres fuertes. El mejor ejemplo del modelo de mano dura es Nayib Bukele,
presidente de El Salvador, quien declaró un estado de emergencia permanente en
marzo de 2022. El manodurismo de Bukele ha significado detener a alrededor del
1,7 por 100 de la población del país, con diferencia la mayor tasa de
encarcelamiento del planeta. Los índices de homicidios y delitos cayeron y la
popularidad de Bukele se disparó. Lo mismo ha sucedido con las ficciones
alrededor de su modelo. Después de oleadas de arrestos, un incalculable número
de detenidos todavía tienen que ser acusados y presentados ante un tribunal.
Las prisiones se han convertido así en masivos centros de reclutamiento para
las bandas, que se encuentran con reservas cautivas de reclutas indefensos.
Cuando llegue el día en que las megaprisiones descarguen a los miles de
inocentes detenidos, saldrán libres tatuados gratis y dispuestos a incorporarse
al negocio. La espantosa alternativa es convertir estos sitios en gigantescas
cámaras donde desaparezcan los detenidos, convertirlos en cementerios vivientes
protegidos por una retórica de indiferencia y olvido que cuenta con el apoyo
oficial[28]. Aun así, Patricia Bulrich, la nueva ministra del Interior argentina,
ha realizado una visita por la megaprisión salvadoreña de la planicie volcánica
de Tecoluca –supuestamente la mayor del mundo con una capacidad para 40.000
internos aprisionados en literas de cuatro pisos, con suelos de rejillas
metálicas que permiten 360 grados de vigilancia– y ha prometido importar el
modelo. En Ecuador, Daniel Noboa ha prometido igualmente dar una respuesta al
crimen similar a la de Bukele.
Hay
un problema con el modelo de Bukele de «reducción de toda actividad por
diseño». Las bandas salvadoreñas eran grupos dedicados a la extorsión, que
crecieron a partir de las asociaciones pandilleras de Los Ángeles en la década
de 1960, no teniendo nada que ver con las redes comerciales que conectaban
Europa y Asia, surgidas en la década de 1990. Estas bandas han sido
relativamente fáciles de contener, si bien pagando un elevado peaje humano. Por
el contrario, las «bandas» ecuatorianas, Los Lobos y Los Choneros, están
conectadas con grandes sindicatos albaneses y mexicanos; Ecuador representa
actualmente el 60 por 100 de los envíos de cocaína a Europa, principalmente vía
Amberes. La fuerza de estas bandas se manifestó en enero de 2024, cuando dos
grupos rivales coordinaron un levantamiento en todas las prisiones del país,
que incluyó asaltos a universidades, hospitales y empresas y que culminó con la
toma de los estudios de la cadena TC Televisión, que emitió en directo la toma
de rehenes por parte de enmascarados armados de escopetas y cartuchos de
dinamita, mientras los periodistas frente a las cámaras suplicaban que no los
mataran.
Noboa,
vástago de un conglomerado económico familiar llegado a la presidencia pocos
meses antes, declaró el estado de emergencia. Nombró fiscal a César Suárez,
encargado hasta entonces de investigar acusaciones de corrupción en el sistema
de seguridad social de la policía. Las bandas respondieron inmediatamente
secuestrando a policías y guardias de prisiones. Varios días después, Suárez,
al que se le había negado protección policial, fue asesinado a tiros mientras
conducía su coche para ir al trabajo en Guayaquil. No quedó claro si fueron las
bandas o la policía quien le había asesinado. El terrible coste social de las
operaciones antidroga en Colombia y México durante las décadas de 1990 y 2000,
que acabaron en puntos muertos, ofrece una importante lección sobre la guerra
civil dirigida por las bandas: cuando los beligerantes tienen acceso a fuentes
autónomas de ingresos, son mucho más difíciles de contener y derrotar; y mucho
más cuando la búsqueda de rentas es ilegal y el propio negocio está en la clandestinidad.
La informalización de la economía global facilita la informalización de la
guerra[29].
Tres
caminos
Retrospectivamente,
las «revoluciones bolivarianas» en América Latina se quedaron lejos de cumplir
lo que habían prometido: una senda más igualitaria y democrática para la
región. Estuvieron demasiado supeditadas a un breve y vigoroso crecimiento de
la demanda y del precio de las materias primas y no intentaron crear un modelo
de crecimiento alternativo centrado en el aumento de la productividad del
trabajo. Si estos regímenes, en su mayoría combatidos desde sus inicios por
grupos mediáticos y elites adversas, disfrutaron del espacio necesario para
haberse comportado de otro modo es una cuestión discutible. A pesar de algunas
mejoras concretas en los niveles de vida, especialmente para los pobres, el
agotamiento de la alta demanda de materias primas les hizo perder su capacidad
de atracción. Ahora, enfrentadas tras la pandemia a constricciones fiscales y
financieras más profundas, los países de la región se han dividido en tres
grupos diferentes.
El
primero podría denominarse el de las democracias rotas. Venezuela es un ejemplo
evidente, especialmente después de las elecciones de 2024; durante la pasada
década, millones de personas han votado abandonando el país. Mientras tanto, el
gobierno de Ortega en Nicaragua ha impuesto la mano dura persiguiendo a
oponentes con detenciones arbitrarias y manteniendo un estrecho control sobre
los medios de comunicación locales. Bukele se hizo famoso como un joven y
dinámico alcalde de San Salvador. Empezó su primer mandato presidencial en 2019
aplicando medidas severas contra las bandas, utilizando métodos tanto legales
como ilegales. Desde ahí, amplió su control sobre el Estado salvadoreño
silenciando a oponentes, obligando a periodistas críticos, como los de El Faro,
a marchar al exilio y prodigando regalos entre sus partidarios, lo cual le
permitió ganar la reelección en 2024 con el 85 por 100 de los votos. Estos
regímenes conservan formalmente el mecanismo electoral, se apoyan en el erario
público para recompensar a sus aliados y castigar a los críticos y organizan
campañas de desinformación para justificar el amordazamiento de sus oponentes.
La sostenibilidad de esta estrategia depende de los recursos económicos con los
que cuenten; no está claro cuánto va a poder aguantar Maduro en Miraflores,
cuando sus arcas estén vacías. Por otro lado, el historial de este modelo da
muestras una notable resiliencia.
Estos
regímenes también muestran las contradicciones de la política exterior
estadounidense. Mientras Estados Unidos se presenta como el defensor de la
democracia en su estancado pulso con Rusia, el gobierno de Biden –como el de
Trump anteriormente– ha sido decididamente ambivalente, cuando se trata del
hemisferio occidental. Sin un rival ideológico del tipo soviético y dada la
penetración china centrada en la extracción de materias primas, Washington
parece haber reducido sus intereses estratégicos a su propia frontera sur. De
algún modo, esto concede más autonomía a América Latina al tiempo que reduce la
fuerza que Estados Unidos podría aplicar en defensa de un alineamiento más
democrático. Demasiada agitación regional tiene el peligro de agravar el flujo
migratorio hacia el norte, de manera que la opción de promover «cambios de
régimen» no carece de riesgos. La posición de Biden sobre el manodurismo de
Bukele ha sido el silencio. Ortega es objeto de represalias y mil cuatrocientos
de sus compinches sufren restricciones para obtener visados, pero poco más. En
las recientes elecciones venezolanas, el gobierno de Biden respaldó
abiertamente a la oposición, pero dejó que fueran los disidentes locales los
que maniobraran contra el régimen. El hecho es que estos déspotas elegidos,
apoyándose en votaciones, acoso callejero y en unas fuerzas de seguridad
especializadas, se hallan en una situación mucho más protegida de un posible
golpe de Estado que los antiguos sistemas autoritarios.
El
segundo grupo está formado por los países donde la democracia se ha
descompuesto, pero la economía permanece boyante, dirigida por un tipo de
neoliberalismo radical bajo el cual las instituciones públicas son esqueléticas
pero el mercado prospera. Perú es el prototipo de este tipo de régimen. Su
panorama político desde la década de 1980 ha estado definido por la
inestabilidad, bajo el riesgo constante de un regreso del poderoso clan de
Fujimori. En 2022 el independiente Pedro Castillo fue expulsado del gobierno
por Dina Boluarte, que se convirtió en la sexta persona en ocupar la
presidencia en siete años; las manifestaciones masivas organizadas contra su
toma de posesión fueron reprimidas con un balance de más de cincuenta muertos.
Ecuador, que soporta mayor presión económica, también pertenece a este grupo.
Después de obtener la victoria en 2017, Lenín Moreno vio cómo se desplomaban
sus índices de aprobación tras firmar un acuerdo de rescate con el FMI, que
incluía la imposición severas condiciones macroeconómicas sobre la sociedad y
la economía ecuatorianas. La escalada de las protestas, la represión, los
asesinatos políticos y las acusaciones de corrupción, paralizaron el normal
funcionamiento del gobierno y de la Administración pública ecuatoriana. Las
elecciones de 2021 llevaron al poder a Guillermo Lasso, antiguo banquero,
miembro del Opus Dei y ejecutivo de Coca-Cola, que ordenó el uso de fuego real
para reprimir las protestas contra la subida de los precios de los productos
alimenticios, lo cual puso en marcha diversas iniciativas para conseguir su
destitución de la presidencia del país. Las elecciones anticipadas convocadas
en octubre de 2023 auparon a Noboa al poder; como hemos indicado, el nuevo
presidente se involucró en el enfrentamiento entre los grupos de narcotráfico y
el Estado y ahora promete un estilo de gobierno similar al de Bukele, pero sin
tener una maquinaria social o política que le apoye
Un
tercer grupo, formado por Colombia, Chile, México y Brasil, ha constatado la
renovación de los gobiernos de las «revoluciones bolivarianas»: en 2022, un
antiguo dirigente estudiantil, Gabriel Boric, llegaba a la presidencia de
Chile, mientras en Brasil, Bolsonaro era derrotado por Lula y Gustavo Petro se
convertía en presidente de Colombia; en 2024, Claudia Sheinbaum sucedió a su
compañero de Morena, Andrés Manuel López Obrador, como presidenta de México,
obteniendo una victoria abrumadora[30]. ¿Hasta qué punto estos gobiernos podrán
enfrentarse a los cambios estructurales mientras mantienen intactas sus
coaliciones? La victoria de Lula frente a Bolsonaro se produjo por unos
márgenes mínimos y ello tras un calamitoso mandato de cuatro años, que dejó tras
de sí 700.000 muertes por la Covid-19 y el ecocidio en el Amazonas; Lula no
puede dar por garantizados los pilares del PT, especialmente cuando el partido
ha perdido netamente peso en el sur, la región más próspera del país; está por
ver si la ascendente estrella de la izquierda, Guilherme Boulos se convertirá
en su sucesor cuando Lula se retire, algo que es bastante previsible habida
cuenta de su edad (78 años) y la clara necesidad de renovar la dirección de lo
que ahora es un partido-movimiento establecido[31].
En
Chile, Boric quedó debilitado por la derrota en el referéndum de 2022 sobre la
nueva Constitución, que debía sustituir a la aprobada por Pinochet. A pesar del
apoyo popular a la reforma, la carta constitucional propuesta recibió los
ataques de la derecha por ser demasiado radical; después de haber hecho de la
política participativa una piedra angular de su programa, Boric tuvo que hacer
frente al oprobio de los movimientos sociales, que habían surgido durante las
protestas de 2019. Las cosas no han sido más fáciles para Petro en Colombia. Un
paquete legislativo fundamental sobre la sanidad, la educación y la reforma
laboral fue bloqueado o desvirtuado en el Congreso. En abril de 2023 Petro
reorganizó su gabinete, prescindiendo de personajes como el economista del
Partido Liberal José Antonio Ocampo, que se había incorporado al gobierno como
ministro de Hacienda para tranquilizar a los mercados. Petro ha adoptado, no
obstante, una retórica más radical aun cuando su coalición se ha reducido. El
nuevo gobierno de México afronta mejores perspectivas, dado que el país se
beneficiará netamente del cambio geoestratégico decidido por Washington para
acercar a la región la producción ahora realizada en Asia y dado el nerviosismo
mostrado por el gobierno estadounidense ante la eventual inestabilidad en la
frontera sur, que pueda avivar una gran oleada inmigratoria. Sheinbaum hereda
un Estado con la suficiente capacidad y una economía con el suficiente
dinamismo como para consolidar un nuevo orden en México. Sin embargo, domeñar
la infraestructura de violencia creada alrededor del tráfico de drogas exigiría
un grado de autonomía del Estado frente a los grupos económicos no visto desde
la década de 1930.
La
suerte de Argentina podría ser una advertencia para la marea neobolivariana.
Durante una larga década el peronismo de izquierda sirvió como su emblema. Tras
un breve interregno neoliberal con Mauricio Macri en la legislatura de
2015-2019, Alberto Fernández llevó de nuevo al peronismo al poder, pero,
después de haber manejado la pandemia global con modestos pero sólidos
resultados, en la medida en que el gobierno argentino logró defender el empleo
y evitó una crisis sanitaria de la magnitud de las registradas en Perú y
Brasil, la coalición de Fernández se rompió por la cuestión de cómo gestionar
la deuda externa y el déficit presupuestario del país. Paralizado por
conflictos internos, el gobierno no consiguió mantener la estabilidad
macroeconómica y la inflación se disparó hasta el 200 por 100. Las elecciones
de 2023 sorprendieron al gobierno de Fernández en una situación de postración.
En el vacío subsiguiente, una coalición de derecha se enfrentó al agitador
libertariano y celebridad televisiva Javier Milei. La prolongada frustración
popular ante la crisis económica argentina ayudó a que este accediera a la
presidencia del país. Su desdén por la democracia es un secreto a voces, al
igual que los fuertes lazos que ligan a su vicepresidenta Victoria Villarruel
con los oficiales de la antigua dictadura militar. La desregulación económica y
la pulverización de los salarios reales, que siguió a la devaluación del peso
decretada en diciembre de 2023, sugieren que Milei quiere transformar la
economía argentina siguiendo los pasos del «modelo peruano». Aunque es difícil
predecir el camino que seguirá, el catastrófico final del mandato de Fernández
y el fracaso a la hora de abordar la nueva estructura de dependencia, debería
recordar a los gobiernos de la marea neobolivariana, que para crear una nueva
alianza social resulta imprescindible contar con un modelo económico
alternativo.
En
todo caso, los mencionados gobiernos neobolivarianos afrontan un territorio
inexplorado. La reorganización de la economía global posterior a 2008 supuso
una efímera inyección de ingresos por exportaciones de materias primas,
mientras ocultaba el comienzo de una transición demográfica y difuminaba la
existencia de décadas de descenso de la productividad y constante dependencia
financiera. El neoliberalismo hizo más por desmantelar la herencia de unas
economías diversas pero integradas, que por crear otras nuevas y vibrantes. En
muchos de estos países, las dos décadas pasadas se estudiarán como una
oportunidad perdida para desarrollar una alternativa cuando había ingresos que
invertir. Lo que queda tras ello es la frustración, la fatiga y la tentación de
alcanzar soluciones desesperadas. El deterioro institucional y el hundimiento
de la política tradicional han dividido a la región.
Sin
embargo, a diferencia de anteriores coyunturas históricas, hay poco en la
estructura de la economía mundial que determine los alineamientos internos de
los países latinoamericanos. La región tiene cierto espacio para respirar.
América Latina está lejos de los abrasadores conflictos que asolan Eurasia y
cerca de Estados Unidos, que está dispuesto a traer a la región las
instalaciones manufactureras que tiene en China, aunque con un debilitado
apetito por un «destino manifiesto»[32]. La rivalidad entre Estados Unidos y
China ofrece oportunidades de negociar a la región. La demanda de productos
primarios puede generar ingresos por exportaciones, que podrían invertirse,
aunque estén lejos de los niveles alcanzados en anteriores bonanzas de la
actividad exportadora. ¿Compensarán estos factores externos los puntos muertos
acarreados por una población que envejece y por una productividad que sigue
rezagada? Petro, Boric, Lula y Sheinbaum necesitarán convencer a unos
electorados hastiados y a unas coaliciones deterioradas de que es necesario un
tipo diferente de «ajuste estructural». El dilema radica en que las rentas y el
ahorro que podrían haber sido invertidos socialmente han sido absorbidos por
unas elites enrocadas en sí mismas y esterilizados por la deuda externa. Si
esta aguja –encontrar oportunidades de crecimiento que se traduzcan en
inversiones sociales– no puede ser enhebrada, la fraternidad de los Mileis,
Bukeles y Bolsonaros estará esperando al acecho.
EL
GOBIERNO DE BOLIVIA EMITIÓ UNA ALERTA ROJA POR LA LLEGADA DE UN PERÍODO
“EXTREMADAMENTE CRÍTICO” DE INTENSAS LLUVIAS
Las
fuertes precipitaciones ya han dejado al menos 42 muertos y casi medio millón
de damnificados
Infobae
de Argentina (https://lc.cx/yXJ61H)
El
gobierno de Bolivia advirtió del inicio de un período “extremadamente crítico”
en el país ante las intensas lluvias que se registran desde el pasado
noviembre, y emitió una alerta roja al respecto.
Juan
Carlos Calvimontes, viceministro de Defensa Civil, señaló que la notificación
se extenderá por lo menos por un mes -es decir, hasta el 25 de marzo- y se
centra en los departamentos de Cochabamba, La Paz, Chuquisaca, Santa Cruz y
Potosí, por la crecida del nivel del agua en 98 de sus municipios.
Asimismo,
en otras 116 localidades rigen alertas de tipo naranja por las lluvias que
caerán en los próximos días, mientras que se prevé que 231 municipios en los
nueve departamentos bolivianos se vean afectados por las crecidas de los ríos.
“Los
montos de acumulación de agua van a ir entre 30 y 60 milímetros por metro
cuadrado. Estamos entrando en un período extremadamente crítico”, señaló
Calvimontes, que sumó la actual temporada de lluvias, que comenzó en noviembre
pasado, ha dejado al menos 42 muertos, cerca de medio millón de damnificados y
deslizamientos en todo el país, aunque la zona más afectada es la de La Paz.
Marzo
“es el mes más duro por las afectaciones y las inundaciones”, insistió el
funcionario.
Este
lunes, en un barrio del este de La Paz, un deslizamiento obligó a la evacuación
de al menos 60 familias, residentes de unas 43 viviendas, que se vieron en
riesgo de derrumbe, como también quedaron en los últimos días algunas rutas del
“eje central” del país.
A
la par, el reciente desbordamiento del río Lauca, en Oruro, destruyó los
cultivos de quinoa y maíz del pueblo indígena Uru Chipaya, por lo que el
Gobierno de Luis Arce anunció el envío de ayuda humanitaria.
Las
fuertes precipitaciones y los daños materiales a las familias bolivianas y a
los productores y comerciantes llegan en medio de las últimas cifras difundidas
sobre la inflación, que generaron inquietud entre analistas económicos, ya que
da cuenta de que la crisis económica persiste, pese a los esfuerzos del
Gobierno.
Este
lunes, el Instituto Nacional de Estadística (INE) informó que Bolivia había
cerrado febrero con una inflación mensual del 1,26 por ciento, es decir, la
cifra más alta para un mes de los últimos 17 años. Con esto, el acumulado ya
suma el 3,24 por ciento, lo que representa casi la mitad de lo proyectado por
el Gobierno para todo el año.
El
director del organismo, Humberto Arandia, señaló que, en algunos casos, el alza
de precios se debe al mal estado de los caminos por la temporada de lluvia, que
dificulta los traslados hasta los mercados, por lo que se teme por el efecto
que los derrumbes podrían tener en las cifras próximas.
"ESTAMOS
COMPLETAMENTE RODEADOS": FAMILIA CHILENA ATRAPADA EN BOLIVIA POR PARO DE
CAMIONEROS PIDE AYUDA URGENTE
Tele
13 de Chile (https://lc.cx/TgXO6U)
La
familia chilena está atrapada hace diez días en Bolivia y señalan que ya no
tienen comida, bencina, ni dinero. Además, denuncian que no han recibido ayuda
de ninguna autoridad. Desde el pasado lunes, diez ciudadanos chilenos se
encuentran atrapados en la ruta RN4, cerca del Puente Yapacaní, en la región de
Santa Cruz, Bolivia. Esto, debido a un paro nacional de camioneros, quienes
exigen medidas ante la escasez de combustible en el país.
Según
lo que consigna BioBíoChile, uno de los afectados es Miguel González, quien
viajó a Bolivia con su familia para pasar sus vacaciones, pero ahora se
encuentra en una situación extrema sin poder avanzar ni retroceder.
"Estamos
detenidos aquí desde el lunes. No hay forma de avanzar ni regresar a Santa
Cruz. Las carreteras están bloqueadas por comuneros", expresó González al
mismo medio desde la zona de Yapacaní, que se encuentra a 125 kilómetros de
Santa Cruz de la Sierra. Dentro del grupo hay dos menores y varios adultos con
compromisos laborales impostergables en nuestro país.
La
situación se ha complejizado aún más debido a la falta de recursos. "Ya no
tenemos bencina, comida ni dinero. No hay cajeros ni forma de cambiar moneda
chilena", explicó Miguel. Pero no solo esas son las complicaciones, las
extremas condiciones climáticas también empeoran el panorama. Esto debido al
calor intenso, lluvias constantes y la necesidad de dormir en el pavimento.
"Anoche tuvimos que recostarnos en el suelo. Las niñas están
sufriendo", añadió.
El
paro comenzó debido a la escasez de diésel y gasolina y ha bloqueado la
principal vía de conexión entre Chile y Bolivia. Los manifestantes han
levantado barricadas y han amenazado con dañar vehículos que intenten pasar,
según lo que relata la familia chilena.
"Tuvimos
que pagar una cuota para pasar un primer bloqueo, pero aquí estamos
atrapados", comentó González.
González
denuncia que hasta el momento no han recibido ayuda de ninguna autoridad, ni
chilena ni boliviana. "Nadie nos da solución. La policía boliviana ni
siquiera se acerca", sostuvo. Junto con esto, denunció que han intentado
negociar con los líderes del paro pero solo han recibido amenazas de
represalias.
"Estamos
completamente rodeados. Si alguien pudiera ayudarnos, que sepa dónde
estamos", insistió.
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