El Alto evoca la imagen de un desvalido político en ascenso cuya voz indígena ha logrado resonar en todo el país en la última década. Mientras Bolivia vuelve al liderazgo del MAS bajo Luis Arce, la comunidad de las tierras altas ha demostrado que continuará elevando los intereses de los grupos indígenas y rurales, amplificando sus voces desde las cimas de las montañas.
Bolivia ha estado en un cambio político durante el último año, pero el 18 de octubre el país vio una elección sorprendentemente exitosa. El candidato del Movimiento al Socialismo (MAS) , Luis Arce, se adjudicó una victoria anticipada con el 52,4 por ciento de los votos. Carlos Mesa, el otro candidato principal, rápidamente cedió y dijo : “Depende de nosotros, como corresponde a los que creemos en la democracia […] reconocer que ha habido un ganador en esta elección”.
La
historia política del presidente electo Arce está perfectamente entrelazada con
la del expresidente Evo Morales. Arce fue ministro de Finanzas durante la
mayor parte de la administración de Morales, y fue Morales quien respaldó a Arce para
encabezar la boleta 2020 del partido MAS. Estos dos líderes políticos no
solo tienen una historia compartida en el gobierno, sino que ambos tienen
profundos vínculos con la ciudad de El Alto, una metrópolis en crecimiento que
descansa sobre La Paz, donde el presidente Arce pasó la última semana de
su campaña.
Sentado
aproximadamente a 4.150 metros sobre
el nivel del mar, El Alto saltó a la fama con el ascenso de Morales a la
presidencia. A pocas millas de La Paz, y en su mayoría compuesto por
pueblos indígenas, particularmente de ascendencia aymara, El Alto ha logrado
avances sustanciales en los últimos años. Después de soportar décadas de
exclusión social y persistir a través de episodios de violencia
estatal , los pueblos indígenas de El Alto convirtieron sus
frustraciones en acción política, constituyendo más del 70 por
ciento de la base de votantes de Morales.
En
el primer mandato de Morales, fueron las personas de comunidades rurales como
El Alto las que avanzaron no solo económicamente,
sino que también experimentaron una ola de celebración
cultural . Las mujeres indígenas, a menudo denominadas “ cholitas ” ,
que durante mucho tiempo fueron rechazadas por la vida social boliviana,
asumieron cargos públicos. En las calles y restaurantes populares
surgieron estilos de ropa que antes se evitaban, como las polleras, una falda
plisada al estilo nativo, y la comida tradicional boliviana. Los
nuevos edificios altos
y coloridos también reflejaron la expresión física de la clase indígena
recientemente aclamada. Como dijo un
arquitecto aymara, “Con la llegada de nuestro presidente Evo [Morales], nuestra
cultura ha sido llevada al frente. Ahora se puede decir: 'Tengo dinero,
puedo hacer esto si quiero'. Nuestra cultura ha perdido el miedo ”.
El
surgimiento de los indígenas en la cultura popular dio lugar al término “ burguesía aymara ”
cuando estos grupos comenzaron a tomar más espacios públicos y migrar fuera de
sus pueblos de origen. Generando nueva
riqueza como comerciantes callejeros y artesanos, y en
ocasiones haciendo la transición a mercados comerciales más grandes o entrando
en campos de comercio completamente nuevos, los alteños vieron una afluencia de
migrantes indígenas de diferentes regiones del país a su nueva ciudad
bulliciosa. El reconocimiento de la "burguesía aymara" también
fue acompañado por cambios en el idioma oficial de la constitución. En particular,
en un cambio
constitucional de 2009Morales modificó el nombre del país de la
República de Bolivia al Estado Plurinacional de Bolivia, otorgando mayor
reconocimiento a los grupos indígenas del país.
El
liderazgo indígena en ascenso fue más allá, y gradualmente se alejó del ex
presidente Morales. El ascenso de la primera
alcaldesa de El Alto , Soledad Chapetón, también de
ascendencia aymara, mostró nuevamente la influencia política y la independencia
de la comunidad indígena. La victoria de Chapetón en 2015 representó
una reorientación
política del partido MAS tradicionalmente asociado a los
indígenas de su oponente Edgar Patana, mientras hacía campaña en una boleta
para el partido Unidad Nacional. Chapetón ofreció la esperanza de hacer
cumplir el liderazgo indígena en El Alto y al mismo tiempo combatir la
corrupción que se estaba asociando cada vez más con el MAS, y su elección
demostró la prioridad indígena de la candidatura individual sobre el apoyo de
los partidos al MAS de Morales, especialmente como los aymaras y otras
comunidades indígenas.se sintió
frustrado con el continuo control de Morales en el poder y la
atención cada vez más superficial a las necesidades indígenas.
La
presidencia interina de Jeanine Áñez durante la mayor parte de 2020 se sumó aún
más a las frustraciones de los pueblos nativos, ya que su administración carecía de una
presencia indígena notable, y polarizó aún más al
país. Las elecciones de 2020 generaron la esperanza de que las comunidades
indígenas pudieran revitalizar el movimiento político-cultural que una vez
llevó a El Alto y su burguesía aymara a nuevas alturas, una oportunidad que
estas comunidades capitalizaron.
En
los meses previos a la elección dos veces pospuesta, los miembros de la
comunidad indígena mantuvieron su ardiente actividad política. Los alteños
emplearon manifestaciones
públicas para exigir elecciones oportunas a pesar de las dificultades del
país asociadas con la pandemia de COVID-19. Como resultado de una
actividad política tan persistente, las elecciones del 18 de octubre vieron
una participación
electoral del 88 por ciento con las ciudades de La Paz y
El Alto actuando como un microcosmos de la polarización en toda
Bolivia.
Las
encuestas electorales mostraron un mayor apoyo en el centro de La Paz para el
principal candidato centrista Carlos Mesa, mientras que El Alto favoreció
predominantemente al izquierdista Arce. La participación récord de
votantes impulsó a Arce a la vanguardia, ya que no solo fue favorecido por los
900.000 habitantes de El Alto, sino también por una parte de los barrios
exteriores de La Paz, lo que le dio 800.000 votos adicionales de la capital
administrativa. Tendencias de votación similares se desarrollaron en todo
el país, lo que se demuestra claramente en el mapa provincial de distribución
de votantes a continuación.
Bajo
su campaña de " unidad nacional " ,
Arce apeló con éxito a sus partidarios con la esperanza de hacer progresar al
partido MAS más allá del legado de Morales, colocando la estabilidad económica
y una estructura social cohesiva en la base de su " MAS 2.0 ". Sin
embargo, la aprobación continua de Arce dependerá en gran medida de su defensa de
las poblaciones indígenas y rurales, en particular las que residen en las
tierras altas de El Alto. Una atención cercana y constante a los intereses
y frustraciones del país en general, incluidos los que quedan fuera de los
centros urbanos formales, podría determinar si el presidente Arce corre la
misma suerte que su predecesor del MAS. Como se ha apodado a El
Alto“La ciudad más influyente políticamente de Bolivia”, las palabras de su
pueblo, que han advertido que
si Arce no satisface sus necesidades resultará en una reacción violenta de su
bastión, debe ser priorizada por la nueva administración.
Sentado
desde una posición más entre las nubes que los edificios de las ciudades
vecinas, El Alto evoca la imagen de un desvalido político en ascenso cuya voz
indígena ha logrado resonar en todo el país en la última década. Mientras
Bolivia vuelve al liderazgo del MAS bajo Luis Arce, la comunidad de las tierras
altas ha demostrado que continuará elevando los intereses de los grupos
indígenas y rurales, amplificando sus voces desde las cimas de las montañas. Global Americans de EEUU
(https://bit.ly/3rGyKbO)
BOLIVIA.
HACIA UNA GEOPOLÍTICA DEL PODER POPULAR
La Tercera de España
(https://bit.ly/34QeBX9)
El
imperio nos sometió a pensar de modo sola y exclusivamente local. Es hora de
pensarnos de modo universal.
Conferencia pronunciada en el evento: “El colapso
del Estado de no-derecho y la recuperación democrática”, realizado en La Paz,
el 14 de diciembre de 2020, en el auditorio de la Vicepresidencia del Estado
plurinacional de Bolivia.
Permítanme empezar contando una historia: El año
1971, un abogado corporativo de nombre Lewis Powell, enviaba a la Cámara de
Comercio de USA un memorándum, donde advertía al mundo empresarial, que las
fuerzas de la izquierda amenazaban su papel rector en la sociedad
norteamericana; literalmente les advertía que: “las
instituciones responsables del adoctrinamiento de los jóvenes”, como
son las universidades, iglesias, colegios y medios de comunicación, ya no
cumplían con esa función.
El “memorándum Powell” sirvió para que la “Comisión
Trilateral” encargara a sus think tanks, la promoción de un nuevo concepto de
democracia, porque concluían que hay demasiada democracia y
que la democracia misma es una amenaza para el “american way of
life”. Estamos ante el origen de la democracia neoliberal, en cuanto “sistema
democrático”; una nueva idea de democracia acorde a los nuevos
intereses/valores (como decía el ex candidato a la presidencia John MacCain:
“nuestros intereses son nuestros valores y nuestros valores son nuestros
intereses”) que patrocina el ámbito financiero, es decir, el tipo de mundo que,
mediante la globalización, promoverá el dólar.
Esta nueva idea de democracia es la que ingresa al
mundo académico y es funcionalizada en nuestros países en el llamado periodo de
“recuperación democrática” postdictaduras de seguridad nacional. Se trata de
una democracia sin demos, o sea, sin pueblo, por eso se trata de
un concepto formalista, cuya tarea consiste en la mera preservación de la
institucionalidad formateada ya por las dictaduras (y consagrada
constitucionalmente por el neoliberalismo). Es esa democracia que defienden los
grandes medios de comunicación y toda la academia e intelectualidad adiestrada
en el “institucionalismo” (como única garantía y supervivencia de la democracia,
según la mitología gringa). Es la democracia creada a imagen y semejanza del
dólar, y promovida por los organismos mundiales, creados en Bretton Woods, en
1944, para imponer al mundo entero, la cosmogonía del dólar, el verdadero poder
triunfante de la segunda guerra mundial.
¿Por qué la intelectualidad académica, hasta de
izquierda, se creyó la narrativa mitológica-ideológica (de no sólo esa idea de
democracia sino también de la idea gringa de la “libertad de expresión”, de los
“derechos humanos”, del “respeto a las minorías”, de la “pluralidad” y
“diversidad” made in USA) que impone el dólar, como algo naturalizado en
la vida política y social?
Permítanme referirme a una carta donde se delata el
cómo, los gringos, se dedicaron a pensar el mejor modo de dominarnos, empezando
por nuestras elites; implementando de modo decisivo la doctrina Monroe (que
data de 1823 y cuya autoría es de James Monroe y John Quincy Adams, aunque sólo
sería política de Estado explícita desde 1870). Esta carta está dirigida al ex
presidente Woodrow Wilson, por su secretario de Estado, cuya misión en México
era la de estudiar las posibilidades de dominio real sobre esa
nación. La carta dice:
“Tenemos que abandonar la idea de poner en la
presidencia mexicana a un ciudadano americano, ya que eso conduciría otra vez a
la guerra. La solución necesita de más tiempo: debemos abrirles a los jóvenes
mexicanos ambiciosos las puertas de nuestras universidades y hacer el
esfuerzo de educarlos en el modo de vida americano, en nuestros valores y
en el respeto del liderazgo de Estados Unidos. México necesitará
administradores competentes y con el tiempo, esos jóvenes llegarán a ocupar
cargos importantes y eventualmente se adueñarán de la misma presidencia. Y sin
necesidad de que Estados Unidos gaste un centavo o dispare un tiro, harán lo
que queramos, y lo harán mejor y más radicalmente que lo que nosotros mismos
podríamos haberlo hecho”. Richard Lansing, former Secretary of Estate under
Woodrow Wilson, 1924.
Empezaron con México, pero diseminaron este plan con
todas las elites de nuestros países. Una vez formateadas las elites nacionales
según la cosmovisión del dólar, entonces podemos hablar de que la dominación
puede alcanzar la legitimidad incluso de los propios dominados. La propia
“inteligentzia” nacional se constituye como consciencia
periférico-satelital; por eso se constituye en fiel administradora de un nuevo
proceso de transferencia más inhumano, de la periferia al centro del mundo.
Si las propias elites renuncian a su contenido
nacional entonces, educados en una literal “servidumbre voluntaria” (como
sugería Ettiene de la Boétie), pueden transferir poder neto, en
cuanto renuncia de soberanía, al centro del mundo; de ese modo, el centro
se unge de poder, tanto formal como material, que le brinda la periferia como
resultado de esa cesión voluntaria de soberanía que, en última
instancia, es voluntad de vida nuestra que alimenta la vida del
centro. La periferia no sólo transfiere materias primas (para superar la visión
economicista de la izquierda) sino voluntad de vida, entonces sucede una
dialéctica de plus-valorización de la vida del centro inversamente
proporcional a una desvalorización de la propia vida de la periferia.
De eso se nutre el centro en cuanto Imperio y por eso puede mantener estable,
eficaz y duradero el diseño centro-periferia que, de ser geopolítico remata
siendo hasta ontológico. Eso es lo que llamamos colonialidad (más allá de
Quijano) en su sentido más radical.
La subjetividad colonial entonces produce su propio
enclaustramiento, porque su propia consciencia es periférico-satelital,
porque nunca se toma a sí misma como centro de sus propias decisiones. De ese
modo jamás produce ni siquiera, en los términos que propagandiza el centro
geopolítico, su propio desarrollo. Por eso produce elites despreciables
(incluso para los dueños del mundo), que no poseen dignidad alguna, porque su
propio programa de vida, que se traduce en política, se reduce al servilismo
más indigno.
De ese modo, la oligarquía, de haber podido
constituirse en aristos-cracia, sólo se convierten en kakistos-cracia (el poder
de los infames y de los peores). Luego endilgan a su propio pueblo las propias
miserias que los retratan de cuerpo entero. Para ello tienen “doctorcitos” que
encubren y adornan sus estrecheces, con relatos que, sólo por reiteración
pedagógica e insistencia cultural, instala insistentemente en el imaginario
social el señorialismo servil oligárquico como única apuesta política.
La “ciudad letrada” en contra de su propio pueblo,
es el castillo imaginario que inventan sus intelectuales (que ya no son
orgánicos para el pueblo sino transgénicos). Estos ahora son los que se
travisten de cientistas y ni siquiera se dan cuenta que son una invención
mediática: los “analistas” políticos. No saben ni siquiera por qué no achuntan
en nada, porque ni siquiera reparan que la propia mediocracia ha devaluado la
ciencia política en un género literario. Creen que la imagen que inventan los
medios es la realidad y, de ese modo, de esa confusión, lo único que
pueden producir es la ficción que necesitan los medios para inventar opinión
pública.
Permítanme hacer una digresión. Para comprender, de
mejor modo, este rapto ideológico de los ámbitos supuestamente “pensantes” en
nuestras sociedades, quisiera exponer cómo piensan los tanques pensantes del
Imperio: Ron Suskind fue editorialista del Wall Street Journal hasta
el 2000 y autor de investigaciones sobre la comunicación de la Casa Blanca; en
un artículo de 2014, aparecido en el New York Times, reveló la conversación que
había tenido, en 2002, con un asesor de Bush junior: “Me dijo que las personas
como yo formábamos parte de ese grupo de tipos que creen que sus análisis se
basan en la realidad (the reality-based community): ustedes creen que las
soluciones surgen de su juicioso análisis de la realidad observable. Yo asentí
y murmuré algo sobre los principios de las Luces y el empirismo. Pero él me
interrumpió: El mundo ya no funciona de esa manera. Ahora somos un imperio y
cuando actuamos, creamos nuestra propia realidad”. Esto decía el consejero de
seguridad Karl Rove, y retrata muy bien a lo que podríamos denominar
“intelectualidad periférica”. Porque dice expresamente lo siguiente: “Ahora
somos un Imperio y cuando actuamos creamos nuestra propia realidad. Y mientras
ustedes estudian esa realidad, juiciosamente, como ustedes quieren, nosotros
actuamos nuevamente y creamos otras realidades, nuevas, que ustedes pueden
estudiar igualmente, y así suceden las cosas. Nosotros somos los actores
de la historia. Y ustedes, todos ustedes, sólo pueden estudiar lo que
nosotros hacemos”.
Por eso los “doctorcitos” de la “ciudad letrada”
(los académicos del sistema universitario) no vieron el golpe, lo que
fue un asalto dictatorial de la propia democracia significó para ellos una
supuesta “revolución popular”. No vieron el golpe, porque sólo vieron
y siguen viendo lo que la narrativa imperial les impone como la realidad.
Entonces, la sumisión ya no es sólo política sino
hasta intelectual, y devela a esa consciencia satelital de la
periferia que no sabe ponerse a sí misma como referencia sino siempre a
la narrativa que impone el centro. Desde esa narrativa
mitológica se interpretan a sí mismos hechos a imagen y semejanza del amo
del norte. Por ello, hasta la izquierda tradicional y hasta “defensores de
derechos humanos”, justificaron vergonzosamente el genocidio, porque
ya no tenían ojos para distinguir al pueblo de las hordas fascistas, porque el
velo de la narrativa imperial había enceguecido en ellos toda
perspectiva crítica para develar lo que en realidad estaba sucediendo. Al
amparo de relatos ideológicos de “democracia”, “libertad de expresión” y
“derechos humanos”, el Imperio impone la escenografía adecuada a sus intereses
para provocar demoliciones planificadas de procesos democráticos, como
antesala del famoso caos constructivo, en la terminología de
las guerras híbridas que promueven las “guerras de cuarta y quinta
generación”.
Podemos decir que estos supuestos críticos se
quedaron en el siglo XX, con el tipo de realidad que el Imperio había creado
para disfrute ideológico de una izquierda ya anacrónica, que también se había
derechizado para su propia desgracia. Tanto denunciaron la derechización del
MAS que no se dieron cuenta de su propia derechización.
Y esto debe ser motivo de seria y continua
reflexión, pues ya advirtieron los pueblos indígenas, aquí en este recinto, el
2006, cuando dijeron que “la izquierda latinoamericana nunca tuvo identidad”.
En última instancia, lo que sostiene las apuestas vitales y políticas que me
propongo, depende de la narrativa que adopto; es decir, todas mis opciones
dependen de, en última instancia, qué creo o a quién le creo. Y
si creo a los medios, que son los operadores políticos de la narrativa
imperial, entonces estoy perdido.
El golpe que promovieron y la dictadura que
impusieron, no era un golpe clásico. Y tiene mucho que ver con la posterior
cuarentena global que encubrió un Estado de sitio no declarado a nivel
mundial; cuyos propósitos nunca fueron sanitarios sino políticos, como ejercicios
militares de disuasión estratégica para arrinconar a la humanidad entera.
Están reseteando el sistema económico mundial y para ello necesitan de una
experiencia de shock globalizado para promover un nuevo orden mundial
post-imperial, mucho más perverso y siniestro de lo que hayamos conocido. Por
eso la importancia de lo que vivimos, y el modo cómo lo superamos como pueblo;
para enseñarle al mundo que el poder post-imperial, el deep State transnacional
del deep State nacional, puede calcular todo, pero menos y jamás, la
incógnita dura de toda ecuación política, el factor pueblo.
Por eso le debemos a nuestro pueblo el no haber
sucumbido y haber restaurado su propio espíritu y, de ese modo, vencido al peor
des-gobierno que hayamos padecido. La importancia de Bolivia es decisiva a la
hora de sopesar lo que supondría un desprendimiento de Sudamérica de la
geoeconomía del dólar. En el colapso actual del diseño imperial
centro-periferia, el atlántico ha dejado de ser el distribuidor del comercio y
el mercado mundial y éste está virando definitivamente al Pacífico. Bolivia,
como corredor geoestratégico de conexión sudamericana a la economía
del siglo XXI, se plantea, por primera vez en su historia, ya no ser sólo
corazón geográfico sino centro geopolítico estratégico regional de la
nueva e inevitable fisonomía geopolítica multipolar del siglo XXI. Por eso el
interés de nuestros vecinos (con complicidad derechista local), auspiciantes
del golpe geopolítico que sufrimos, para enclaustrarnos y anularnos de nuevo,
objetiva y subjetivamente.
Por eso necesitamos repensar todo de nuevo, desde
una democratización necesaria de la propia democracia hasta la
consolidación de un proyecto de vida propio que genere en nosotros y en el
mundo la superación de la idea moderno-liberal-capitalista del Estado y la
propuesta civilizatoria de lo que sería la nueva idea del Estado
plurinacional comunitario, con arreglo a la vida. Si el vivir bien,
el “suma qamaña”, quiere ser horizonte político con validez universal, ya no
puede ser sólo discurso sino hacerse política de Estado. Y esto significa
también profundizar lo que hemos denominado la geopolítica del poder
popular.
Pero antes de entrar en ello, consideremos algo que
no podemos pasar por alto. Esto es, ¿por qué triunfó el golpe?, y ¿por qué el
pueblo es inmovilizado, desorganizado y arrinconado hasta quedar huérfano,
después de haber sido el creador de la revolución democrático-cultural?
En enero de 2018 ya habíamos advertido que se estaba
gestando en nuestro país una “revolución de colores”. Cierto infalibilismo
oficialista se creía dueño del poder político, sin darse cuenta lo que estaba
pasando. Tenemos que saber por qué triunfó circunstancialmente la derecha para
no reeditar una nueva asonada fascista. Recordemos. El concepto “revolución de
colores” es medianamente novedoso en política. No es precisamente un concepto
que nazca en la teoría política, sino que proviene del ámbito militar. Es un
componente estratégico de las “guerras de cuarta generación” y está diseñado
para implosionar procesos democráticos inconvenientes para la
hegemonía gringa. Los implosiona desde adentro. Por eso acude a factores
mucho más complejos que precisa, no sólo de un conocimiento detallado de la realidad
política y del bloque en el poder, sino de la posibilidad de interferir en la
propia gestión gubernamental para minar, desde adentro, la legitimidad que le
sostiene. Por eso es conceptuada como una “revolución”, porque aparece y se
desarrolla mediante una transferencia de legitimidad, que crece inversamente
proporcional a la pérdida de legitimidad del gobierno y que es, en última
instancia, lo que acaba ungiendo a la oposición con un aura “democrático” y
hasta “revolucionario”.
Es desde adentro que se generan las
condiciones para implosionar la estabilidad política, como condición del “caos
constructivo” que se impone como la nueva fisonomía que adquiere un país sin
más remedio que la intervención. Ahora bien, ¿cómo desde adentro se provoca una implosión?
No es precisamente la derecha (como brazo político
de la oligarquía y de la hegemonía gringa), la gestora de una situación ideal
para la aparición de una “revolución de colores”, sino que son las propias
contradicciones gubernamentales las que nos arrinconan a una situación, ya no
sólo de repliegue popular sino de transferencia de legitimidad. Es decir,
si desde los inicios del “proceso de cambio”, la legitimidad se había
constituido en patrimonio popular, cuando ésta es apropiada por la derecha es
entonces cuando la insurrección oligárquica recupera vitalidad; porque la
condición de legitimidad que se le ha transferido es lo que puede
reorganizar ahora al conjunto de las oposiciones en un cuerpo unificado.
Se puede decir que, en este sentido, la insurrección oligárquica ya no necesita
de la oligarquía como actor visible, sino que la clase media y hasta sectores
populares se convierten en el contingente de arremetida social que provoca la
desestabilización necesaria para generar el caos esperado.
Esto empieza desde el gasolinazo del 2010, se
agudiza con el conflicto del TIPNIS y remata con el referéndum del 21-F. Las
banderas de “defensa de la Madre tierra”, el “vivir bien”, la “descolonización”
y “lo indígena” estaban, paulatinamente, siendo cedidos por un
gobierno que, cuanto más se alejaba del horizonte plurinacional, más legitimidad
transfería a los actores que se empoderaban de modo creciente. De ese modo
el gobierno y el MAS iban, poco a poco, enajenándose del espíritu que les había
conferido una legitimidad novedosa en el campo político.
Lo novedoso y lo singular del proceso boliviano, que
era lo que confería de sentido trascendental al nuevo Estado
plurinacional que se quería constituir, era a lo que se renunciaba y dejaba a
la administración gubernamental reditar un otro ciclo estatal, dentro de los
márgenes de acción que la sustancia liberal del Estado colonial pudiese
permitir. Esto quería decir que, la propia dirigencia gubernamental, renunciaba
al sentido mismo del cambio y, de ese modo, reponía a un espíritu señorial que,
inevitablemente, iría a “normalizar” la gestión estatal, una vez que lo
plurinacional se condenaba a constituirse en mera retórica declarativa.
Pero, con esto, no sólo el gobierno se enajenaba de
la nueva legitimidad, sino que dejaba al pueblo huérfano de la mística que
había hecho posible su reconstitución en sujeto histórico y que inauguraba la
posibilidad de producir un nuevo concepto de lo político y lo democrático.
Por eso la oposición empezaba a apropiarse del lenguaje plurinacional de modo
instrumental para vaciar definitivamente al pueblo de un discurso
necesario para su reconstitución en sujeto político. O sea, no es la astucia de
la derecha sino la renuncia que hacía el propio gobierno del carácter
plurinacional que debía ser su nueva sustancia política, lo que promovía
la articulación de la derecha en oposición “democrática” (siendo ahora lo
democrático patrimonio del bloque opositor).
Este vaciamiento ideológico de la nueva
apuesta histórica es lo que sirve de caldo de cultivo de la reposición
señorial, promovida inconscientemente por una directriz gubernamental que,
renunciando al horizonte plurinacional (y reafirmando sólo los mitos
moderno-capitalistas, lo que se tradujo en la apuesta desarrollista), lo que
vacía al propio pueblo del horizonte que se proponía en cuanto sujeto
histórico. De ese modo, la vuelta a la “normalidad” se describe en los términos
que la misma derecha esgrime: el cambio prometido nunca llegó, sino que, hasta
la corrupción se apoderó del gobierno del cambio. Entonces, la transferencia
de legitimidad es lo que inicia la insurrección porque, además, una vez
que el pueblo se encuentra vaciado de su propia mística, entonces se enfrenta a
un bando conservador esgrimiendo sus mismas banderas, dejando al pueblo en la
impotencia de verse ahora bajo el estigma “antidemócrata” y “dictatorial”.
Si el pueblo, en pleno proceso constituyente, hasta
el 2010, era el heraldo de la mística democrática (lo cual debía haber llevado
a un nuevo concepto de lo democrático), ahora se encuentra expropiado de
su propia creación y recluido a un papel secundario de mero obediente de
una política gubernamental que, para colmo, ya no mostraba interés en
reivindicar el horizonte indígena que le garantizó llegar al poder
Lo que permanecía y delataba una entusiasta
asimilación a la cultura política tradicional –que era lo que había que
transformar–, era el puro cálculo político de la acumulación de poder. Ello
otorgaba a la derecha los mejores argumentos para denunciar todas las iniciativas
oficiales –incluso las mejores– como un accionar “autoritario”. Entonces, no es
que la oposición descomponga el carácter popular del nuevo Estado, sino que es,
desde adentro, que aquella descomposición empieza a suceder. Lo que hace la
oposición es atizar la desestabilización como reflejo de aquella
descomposición. Y éste es el escenario desde donde se hace posible una
“revolución de colores”.
Se llama así porque es promovida con toda la
fisonomía democrática que fue usurpada al pueblo; de este modo, los
sectores contrarios a la nueva Constitución y a los principios de una
revolución democrático-cultural, se ven en las mejores condiciones de recuperar
el patrimonio estatal. Entonces se puede provocar una insurrección señorial que
puede movilizar grandes contingentes de masa social para destruir un proceso
democrático con banderas democráticas y, de ese modo, inviabilizar una
recomposición popular.
Esto quiere decir que, una “revolución de colores”,
precisa generar su legitimación desde la propia pérdida de legitimidad del
gobierno; el modo de esa transferencia es lo que garantizaría el
éxito de la “revolución”. Por ello los think tanks del Pentágono utilizan este
concepto, aprovechando e instrumentalizando el carácter popular-democrático de
una revolución para, mediante ella, reponer su hegemonía recuperando un sistema
democrático útil a sus intereses.
Como el gobierno ya no es capaz de contener los
valores morales que la oposición esgrime ahora como su patrimonio único,
entonces nos encontramos ante una situación en la que hay “buenos” y “malos”, y
los medios se encargan de canonizar esa dicotomía belicosa. Por eso, para
presentarse como “revolución”, debe primero imbuirse de esa legitimidad
transferida que ya no puede recuperar el gobierno.
Ahí es donde empieza la “revolución de colores”,
haciendo de la derecha, en la plataforma mediática, la nueva depositaria de
la legitimidad usurpada al sujeto del cambio. Lo que sale entonces a
las calles, al enfrentamiento violento, bajo la rúbrica de pueblo, no es
un pueblo en tanto que pueblo, porque esto significaría un sujeto
histórico que apuesta por un nuevo horizonte de vida; sino que, lo que ahora se
constituye en actor empoderado, es un contingente que defiende el orden
hegemónico señorial, colonial, racista y liberal y, por ello mismo, hasta puede
exigir una intervención imperial.
Son las propias contradicciones, al interior del
bloque oficialista, las que inclinaban las expectativas sociales a una apuesta
conservadora porque, además, aquellos desvaríos son acompañados por un
paulatino abandono de lo que generó, en el pueblo, un nuevo horizonte de
creencias. El bloque en el poder se hace conservador y aparece una elite que se
constituye en sujeto sustitutivo del sujeto plurinacional.
Este sujeto sustitutivo impone su
manera de “entender el proceso de cambio” y establece un culto a la
personalidad como garantía de una fidelidad que sustituye al proyecto por el
líder. Pero con aquel culto no hace sino vaciar de legitimidad al líder y
convertir su liderazgo en una aventura personal
Por eso, lo que llamamos “llunquerío” (o zalamería),
es la obediencia tributaria que ahora no sólo des-constituye al líder
sino al pueblo mismo. Ya no hay relación crítica con el líder y, sin ésta, el
líder ya no se relaciona con el pueblo como sujeto. Las dirigencias asumen una
verticalidad análoga, porque lo sagrado de la política ha sido
abandonado y, en consecuencia, todo se corrompe. Todo se resume a defender el
poder logrado. Una vez diluida la mística y el espíritu –lo sagrado de la
política–, del cual era depositario el pueblo como sujeto histórico, lo único
que queda es el poder y el cálculo político. La revolución popular se
aburguesa, entonces el bando opositor puede decir: “son como nosotros, iguales
o peores”.
Una vez que se ha abandonado el horizonte del “vivir
bien”, la mística y el espíritu plurinacional, lo único que queda es el culto
al líder. La fidelidad ya no es a un proyecto sino a la permanencia de la
figura entronizada y esto termina no sólo reduciendo al pueblo sino al mismo
líder, pues esto conduce a sumirlo en un solipsismo irremediable. Es decir, por
sublimarlo terminan por sacrificarlo. Se genera (lo que hemos llamado) el
síndrome del rey cercado:
“El séquito (o llamado también “círculo q’ara” o
“círculo blancoide”) eleva al rey a condición divina porque su presencia es lo
único que garantiza la existencia del séquito (ya que sin el rey son nada). El
rey se hace omnipotente, pero necesita del séquito, y el séquito necesita un
rey dependiente. Por eso lo aísla y lo envuelve; de modo que todo lo hacen por
él y, de ese modo, el rey ya no ve con sus ojos sino con los ojos del séquito,
ya no escucha sino con los oídos de ellos; su contacto con la realidad está
mediado por esa presencia que más le envuelve cuanto más lo endiosa. Pero el
rey no es dios y, cuando esto se hace evidente, es cuando el rey ya no le sirve
al séquito; entonces lo sacrifican y hasta lo elevan al martirio. De ese modo
aparecen incólumes, haciendo del rey el chivo expiatorio que cargará con todas
las culpas y todos los pecados; mientras el séquito, limpio e inmaculado,
salvado por la sangre del inmolado, se dedicará, otra vez, a buscar un nuevo
rey”.
El pueblo se encontró huérfano, porque siendo el
sujeto, actor y creador del “proceso de cambio”, fue paulatinamente desplazado
y excluido por ese sujeto sustitutivo que hemos llamado “el termidor
del proceso de cambio”. Aprendamos. La única garantía de una revolución es el
propio pueblo y, si esto se desconoce y se margina al pueblo del poder y se expropia
su capacidad de decisión, lo único que se produce es el empoderamiento de una
derecha hambrienta de recapturar el poder político.
Lo que se propusieron fue cercenar el ajayu del
pueblo. Por eso el ensañamiento contra el Evo, porque en política nadie es sólo
uno, sino lo que uno representa, y el Evo representaba al indio convertido
en multitud, en proyecto, en horizonte de vida. Por eso quería el
fascismo reeditar el descuartizamiento de Tupak Katari, para escarmentar a
nuestro pueblo y que jamás ose igualarse a sus “patrones”.
Pero nuestro pueblo venció. Confluyó como poder
popular, desde todos los rincones y todos los extremos, para mostrarnos lo que
define a “un pueblo en tanto que pueblo”. Frente a cualquier pacto o
negociación, nos enseñó que no se puede negociar la vida, menos cuando ésta es
la que se encuentra seriamente amenazada por la presencia de lo más espurio de
la derecha oligárquica hecho gobierno ilegítimo.
En ese sentido, la única garantía de recuperación
democrática ha sido siempre la dirección popular unificada que empezó a suceder
histórica y efectivamente. Por eso el interés desmedido de la derecha (y sus
medios) en provocar divisiones, desencuentros y desacuerdos. Aprendamos. La
lucha nunca ha sido homogénea sino analógica; no todos caminan al mismo ritmo,
incluso en sus demandas, pero todos, desde las propias bases configuraron la
decantación de la toma de autoconsciencia de que nos estamos jugando
históricamente el destino nacional.
Si la dictadura hubiese triunfado, eso iba a significar,
por lo menos, otro medio siglo de aplazamiento en el desarrollo del poder
popular. Pero el pueblo recuperó la lucidez que le hizo ser sujeto del proceso
constituyente, y los propios ancestros (de toda nuestra historia ausente en la
miopía de los historiadores) le han devuelto, otra vez, la “unción democrática
y revolucionaria”. Gracias a ellos, se frenó circunstancialmente el
atrevimiento fascista-oligárquico de balcanizar Bolivia; y eso es lo que está
coadyuvando al avance definitivo del poder popular como poder instituyente y constituyente.
Las elecciones abren posibilidades, como también las
cierran. Son un ejercicio democrático, pero no la democracia misma.
Cuando son hechas a la medida de una democracia acorde al mercado, es decir, al
neoliberalismo, el voto puede ser lo más engañoso (como lo es toda encuesta
manipulada). Por eso, el verdadero “kratos” de la democracia no es una elección
(que es siempre contingente) sino el ejercicio constante, continuo y hasta
imaginativo, del poder popular.
Una elección no se define como “democrática” por su
sola realización sino por todo aquello que la hace posible. En ese sentido,
sólo una verdadera “recuperación democrática”, podía haber asegurado unas
elecciones creíbles y donde se podía recuperar, de nuevo, la “unción
democrática” de un pueblo que fue objeto de una usurpación fascista que, no
sólo pretendió arrebatarle su espíritu democrático, sino incluso cercenarle su
propia capacidad histórica.
Ahora nuestro pueblo asciende históricamente, en
esta hora decisiva, con toda una acumulación de siglos y puede, por ello,
despertar la pesadilla oligárquica del “indio hecho multitud”, del “cerco hecho
escuela política”, de “la marcha hecha escuela histórica”. La historia nuestra
está volviendo sobre sí y anuncia un nuevo “cerco histórico” para mostrarnos
dónde está la verdadera ignorancia, la anti-nación, el anti-patriotismo de una
casta que siempre embaucó a sus subalternizados con sus propias miserias
coloniales.
“Cercar” a esta casta y su “espacio vital” (el rapto
que hicieron de la ciudad) significa, en la lucha popular, la abreviación de
su nefasta transmisión social. Por eso lo expansivo del poder popular es
su irradiación histórica de carácter trascendental. Todos los tiempos se
hacen presente en el Pachakuti, porque todos los tiempos demandan reparación
histórica, desde los pasados negados hasta los futuros no cumplidos o los
porvenires no alcanzados. Todos demandan redimirse cuando el presente se
propone constituirse en la redención de toda nuestra historia. Por eso el
pueblo asciende en su unificación desde todo su pasado en cuanto acumulación
histórica. Por eso despierta una sabiduría de profunda densidad que le permite
interpretar el presente a la luz de todos los tiempos.
Una geopolítica del poder popular nos abre al
desafío de pensar las condiciones de posibilidad de irradiación del poder
estratégico. Porque poder que no es estratégico no es poder en absoluto. El
imperio nos sometió a pensar de modo sola y exclusivamente local. Es hora de
pensarnos de modo universal. El imperio se piensa siempre así. Por eso ahora
los pueblos deben de pensarse de modo también universal, para desmontar y
desplomar definitivamente al poder de dominación mundial que, por cinco siglos,
ha desarrollado la lógica de la muerte, llevándonos a esta crisis civilizatoria
que padecemos como el posible fin de la vida misma.
Se dice en geopolítica, que la verdadera política no
es la política nacional sino la política exterior; por eso, es el modo de
inserción estratégica, en el tablero global, lo que define la viabilidad de un
proyecto determinado. Es el horizonte mundo, el horizonte máximo de
inteligibilidad de todo proyecto político. Es hora de que los pueblos irradien
todas sus potencialidades en el contexto macro, donde se define la efectivización
de un nuevo desideratum global. En plena crisis civilizatoria y en una
transición sin fisonomía definida, la humanidad se encuentra hambrienta de
alternativas, sedienta de una nueva esperanza de vida. De eso depende la
existencia nuestra, de nuestros ancestros y de toda la humanidad.
Quisiera agradecer a los integrantes del taller de
la descolonización, mi comunidad de argumentación, con quienes también
resistimos al golpe, desde nuestras propias trincheras y, sobre todo, volviendo
a ser comunidad. Convocando pacientemente a la antigüedad sagrada más antigua y
a la antigüedad antigua más sagrada, para alimentar la fe y la esperanza que
querían destruir en nosotros. En nombre de ellos, un agradecimiento también a
todos los héroes anónimos que, en las redes, las calles, las paredes, los
petardazos, denunciamos la política de solución final que quería el fascismo
imponer y diseminar desde Bolivia a la región.
¡Jawilla! ¡Jawilla”. Nina Achachila, Awicha Inal
Mana, PachaMama, PachaTata, gracias, porque como pueblo hemos recibido la
unción de la qamasa y la ch’ama de nuestros Abuelos y Abuelas. Esta lucha no
fue sólo de nosotros sino también de ustedes. Porque nosotros somos la única
razón de la existencia de Ustedes. Si el enemigo vencía, ni nuestros muertos se
hubiesen salvado, porque si el pueblo perece, perece también la memoria y la
historia, nuestros muertos y nuestras semillas. Pero gracias a ustedes hemos
restituido el ajayu del pueblo ¡Jallalla Boliviamanta!
IZQUIERDA EN AMÉRICA LATINA RECOBRA PODER
Tras
perder espacios durante cinco años consecuvitos en países clave, la corriente
política empieza a recuperar fuerza y a abarcar la región
El Universal de México
(https://bit.ly/391kz91)
Obligada
a retroceder y quedar a la defensiva, al perder puntos claves de dominio en
Argentina en 2015, en Brasil en 2016, en Ecuador en 2017, en Bolivia en 2019 y
en Uruguay en 2020, y aparentar debilitarse en Venezuela y en Nicaragua, la
izquierda de América Latina y el Caribe contraatacó al cierre de este año y
recuperó posiciones políticas hemisféricas para pasar a la ofensiva.
La
oscilación pendular quedó marcada por momentos estelares. El arrasador triunfo
del régimen gobernante en Venezuela en los comicios parlamentarios que, sin la
oposición, se realizaron el pasado 6 de diciembre y entregaron al cuestionado
presidente Nicolás Maduro un monopolio institucional: Ejecutivo, Legislativo,
Judicial y Electoral, a partir del 5 de enero. Y aunque la oposición, Estados
Unidos, la Unión Europea y un bloque americano calificaron la elección de
ilegítima, Maduro se consolidará.
El
retorno de la izquierda al poder el 8 de noviembre en Bolivia desalojó a las
fuerzas de centro y derecha que gobernaron ante la dimisión el 10 de noviembre
de 2019, en un caos electoral, de Evo Morales a la presidencia.
Al
escenario entró la aguda inestabilidad de la clase política de derecha en Perú
con otro cambio de gobierno el mes pasado. También se sumó el éxito el 25 de
octubre anterior en un plebiscito del “Sí” a modificar la Constitución Política
de Chile y sepultar el saldo de la dictadura militar derechista-pinochetista
que gobernó de 1973 a 1990.
Al
mapa se unieron el inestable proceso de paz en Colombia, la derrota del
ultraderechista presidente de Brasil, Jair Bolsonaro, en comicios municipales
del 15 de noviembre anterior y la división de la oposición derechista en
Venezuela y en Nicaragua.
Atrapado
en un incendio político en 2018, el gobierno de Nicaragua acorraló en 2020 a la
oposición para intentar sacarla, vía legislativa, del juego electoral de 2021.
El
panorama coincidió con la salida de Donald Trump de la presidencia
estadounidense y su reemplazo con Joe Biden a partir del próximo 20 de enero.
En
el proceso hubo otros dos hechos: la victoria presidencial en 2018, por primera
vez, de la izquierda en México y el ascenso de Andrés Manuel López Obrador al
poder en diciembre de ese año, y la llegada del izquierdista Alberto Fernández
a la presidencia de Argentina en diciembre de 2019.
Fernández,
quien apoyó a Morales para recuperar el timón de Bolivia, derrotó en 2019 al
centro-derechista y entonces presidente de Argentina, Mauricio Macri, y, con la
expresidenta Cristina Fernández, viuda de Kirchner, en la vicepresidencia,
reinstaló en el poder a la izquierda, que gobernó de 2003 a 2015.
El
izquierdista Rafael Correa presidió en Ecuador de 2007 a 2017 y fue sucedido
por Lenín Moreno, su aliado, pero ambos riñeron. Moreno se distanció en 2017 de
la izquierda hemisférica, que en 2016 atestiguó el fin de más de 13 años
seguidos de gobiernos izquierdistas en Brasil. El izquierdista Frente Amplio
cerró 15 años consecutivos de gobierno en marzo de 2020 en Uruguay.
Ideología
en la región
“América
Latina no es una”, su realidad es de “incertidumbre sobre el rumbo político” y
de más insatisfacción y frustración que esperanza, dijo el diplomático
costarricense Jorge Urbina, exembajador de Costa Rica en la Organización de
Naciones Unidas y la Corte Internacional de Justicia de La Haya, Holanda.
“Veo
esas ‘pinceladas’, pero no un viraje continental a la izquierda o el
centro-izquierda. No hay grandes movimientos sociales, hay electorados
pendulares en la mayoría de países que no marcan una evolución”, adujo Urbina
en entrevista con EL UNIVERSAL.
Inequidad
Para
el opositor y exdiputado nicaragüense Eliseo Núñez, “los ciclos de poder en
América Latina tienen que ver con los altos niveles de inequidad [social]” que
refuerzan “la oscilación” de izquierda a derecha.
“Los
países que, pese a tener desarrollo económico como Chile, no avanzan en el modelo
democrático, tampoco avanzan en [resolver] la inequidad. Los gobiernos de
derecha son de las élites y los de izquierda rompen con eso, pero el manejo de
gobierno de la izquierda hace que se regrese al de las élites. Este ciclo no es
beneficioso para América Latina”, explicó Núñez a este diario.
A
juicio del diplomático boliviano Jaime Aparicio, exembajador de Bolivia en la
Organización de los Estados Americanos (OEA), “parece que se está rearmando” el
plan regional de izquierda.
El
proyecto ganó fuerza con el ascenso en 1999 de Hugo Chávez (fallecido en 2013)
a la presidencia de Venezuela y que, en el siglo XXI y con Cuba de trasfondo,
se posicionó en Bolivia, Nicaragua, Honduras, El Salvador, Ecuador, Paraguay,
Uruguay, Brasil y Argentina, aunque luego cedió, recordó el diplomático.
“Hay
una tendencia” a la izquierda, narró Aparicio a este periódico. “La debilidad
de la derecha” ayuda a la izquierda, indicó el analista político y periodista
peruano César Campos a este medio. “La izquierda”, subrayó, “ganará espacios
por el coronavirus. A una situación desesperada, una respuesta desesperada y
así los extremos ganan espacio. Los ganará la izquierda porque sí tiene una
intensa actividad”.
LA
“FUERZA 10” DE SANANDITA ABRIÓ FUEGO EN SENKATA (BOLIVIA)
La Tercera de España (https://bit.ly/3o071k1)
La
masacre fue promovida por un ex funcionario de la embajada norteamericana.
Erick
Foronda, el entonces secretario privado de la presidente Jeanine Añez, encabezó
un “Gabinete de Guerra” conjuntamente los ministros de Gobierno Arturo Murillo
y de Defensa Fernando López Julio, además de la entonces ministra de
Comunicación Roxana Lizárraga, para decidir el desplazamiento de fuerzas especiales de satinadores de la Escuela
de Cóndores de Sanandita, desde el municipio tarijeño de Yacuiba, hacia la
ciudad de El Alto donde se produjo la masacre de Senkata el 19 de noviembre del pasado año.
Un mes después de la masacre, el 14 de diciembre de
2019, durante un acto de promoción de alumnos egresados de la Escuela de
Cóndores, el ministro López Julio declaró a las tropas satinadoras “héroes de
Senkata”, elogiando la efectividad de la “Fuerza 10”, unidad de élite que
habría sido la encargada de ejecutar aquella masacre “anti subversiva”.
“Frente a ustedes está la Fuerza 10, que yo los
llamo los héroes de Senkata, que tiene por misión organizar, planificar
entrenar y ejecutar operaciones de acción directa y operaciones especiales para
mantener el orden”, dijo López en su discurso.
En ese acto revelador protagonizado por el ministro
López en la localidad de Sanandita, estuvieron presentes, además de la
presidente Jeanine Añez, el entonces ministro de la Presidencia Yerko Núñez y
la ministra de Comunicación Roxana Lizárraga.
Masacre al día siguiente de la posesión del Alto
Mando
Según una fuente castrense altamente confiable conectada
con Sol de Pando, desde aquel “Gabinete de Guerra” articulado por Foronda se
operativizó la acción armada contra los movimientos sociales descontentos con
el perfil fascista del régimen, sustituyendo al Alto Mando Militar en vísperas
de la matanza, “con generales elegidos por el padre de Luis Fernando Camacho y
por Fernando López Julio”, asegura la fuente.
Como secretario privado de la presidente Añez,
Foronda se encargó de “canalizar” decisiones tomadas dentro el Gobierno
boliviano desde la perspectiva norteamericana. | Fotomontaje Sol de Pando
“El general Sergio Orellana Centellas fue designado
Comandante en Jefe para reemplazar al general Kalimann después de una reunión
que realizaron en la oficina de Fernando López con Luis Fernando Camacho y su
padre, el señor José Luis Camacho. También estuvo en esa reunión el general
Inchausti que fue designado Comandante General del Ejército”, sostiene el
informante de Sol de Pando.
El Alto Mando Militar leal a Jeanine Añez fue
posesionado el 14 de noviembre de 2019 y al día siguiente, 15 de noviembre, se
produjo la primera masacre del régimen “transitorio”, en la localidad de
Huayllani, municipio de Sacaba, en Cochabamba. La masacre de Senkata en El Alto
de La Paz se perpetraría cinco días después, el 19 de noviembre.
“Lo que nos llamó la atención” —rememora la fuente—
“es que en todas las reuniones propiciadas desde el Gabinete de Guerra,
incluyendo la reunión con el padre de Luis Fernando Camacho, estaba presente el
señor Erick Foronda, como apoderado de la presidente Jeanine Añez. Cuando los
ministros Murillo y López intervenían siempre lo miraban a él como esperando su
aprobación…”.
Una mano negra de la CIA en el Palacio Quemado
Foronda, ex relacionista público de la Embajada
norteamericana en La Paz, era el agente de la CIA que el gobierno de Donald
Trump había introducido en el Gobierno de Transición —tras la renuncia y
auto-exilio de Evo Morales junto a su cúpula legislativa— para sofocar la
resistencia popular que se opuso al ascenso ultra-derechista surgido por el
vacío de poder que dejó Morales.
Como secretario privado de la presidente Añez,
Foronda se encargó de “canalizar” decisiones tomadas dentro el Gobierno
boliviano desde la perspectiva norteamericana. Fue quien transmitió, mediante
su cuenta del Twitter, el 13 de noviembre de 2019, la “congratulación” del
Departamento de Estado al régimen entrante.
Curiosamente, en el curso de los sucesos de
Huayllani y Senkata, acontecidos el 15 y 19 de noviembre respectivamente, el
agente norteamericano suspendió las actividades de su red social, manteniendo
silencio durante una semana que es el lapso del sangriento conflicto nacional.
Su último twit un día antes de la matanza de
Huayllani fue dirigido contra el ex ministro de Gobierno Sacha Llorenti, quien
en ese momento aún ejercía como Embajador ante la ONU. “No tuviste el coraje de
renunciar. Entonces, serás despedido… Y tendrás que salir de EEUU en menos de
72 horas”, sentenció el insolente agente de la CIA el 14 de noviembre.
Durante los días en que se produjeron las dos
masacres, Foronda desapareció de la red social. Reapareció el 21 de noviembre,
cuando el país ya había sido “pacificado” de aquel modo tan sangriento. “Dios
tomó control. Vamos Bolivia”, proclamó.
Y por si fuera poco, el comportamiento de Fernando
López Julio —el Ministro de Defensa en cuyo currículum brilla su antecedente de
haber sido instructor de Sanandita y oficial formado durante la narco-dictadura
de García Meza que fundó esta escuela en 1981—, es similar al de Foronda.
Durante los días de la matanza no tuvo actividad en redes sociales y reactivó
su twitter también el 21 de noviembre, con un posteo claramente dirigido a
legitimar las masacres:
Los expertos de la Comisión Interamericana de
Derechos Humanos (CIDH) que se encuentran en Bolivia desde hace un mes, tienen
el deber de convocar a Erick Foronda para que explique las actividades que
desempeñó —como secretario privado de Jeanine Añez— durante los días 15 y 19 de
noviembre conjuntamente los ministros Fernando López, Arturo Murillo y Roxana
Lizárraga, en relación a los movimientos militares instruidos desde el Poder
Ejecutivo.
Esperando la versión del coronel Fernando Boyán
Aguilera
El comandante de la Escuela de Cóndores Bolivianos
(Esconbol, que es la denominación oficial de aquel centro de instrucción en
satinaje militar), el teniente coronel Fernando Boyán Aguilera, pertenece a un
grupo de oficiales leales al ex ministro de la Presidencia Juan Ramón Quintana,
quien mantuvo una relación de privilegio con esta fuerza especial durante el
régimen prorroguista de Evo Morales. (Recordemos que Quintana, igual que López
en Senkata, utilizó a los satinadores durante la masacre de Porvenir, en Pando,
en septiembre de 2008).
El coronel Boyán tuvo que haber recibido una intensa
presión para llevar sus tropas desde el Gran Chaco hasta El Alto. Ninguna
investigación confiable al respecto puede prescindir de su testimonio.
Existe en archivos del Ministerio de Defensa y en el
Alto Mando Militar una serie de comunicaciones oficiales, memorándums y circulares,
que deben ser desencriptadas para establecer con claridad flujos y rutas en el
movimiento de esas tropas: cuándo y por qué medio se transportaron de Sanandita
al altiplano paceño, dónde se hospedaron, cuántos eran, etcétera.
Asimismo, según nuestra hipótesis de trabajo, hay
diferencias sustanciales entre las matanzas cometidas en Huayllani y Senkata.
Los sucesos de Sacaba se produjeron cuando el recién posesionado Alto Mando
Militar aún no había tomado control de la situación. Sol de Pando sostiene que
en Huayllani no actuaron los satinadores de Sanandita, sino paramilitares de la
llamada “Resistencia Kochala” bajo órdenes directas del ministro de Gobierno
Arturo Murillo. En el caso de Huayllani, por tanto, resulta vital una
interpretación rigurosa de las pericias balísticas a cargo de la Fiscalía.
La investigación recién empieza.
NEGOCIAN
CONTRARRELOJ UNA NUEVA ADENDA AL CONTRATO DE BOLIVIA
El gobierno busca sellar el acuerdo entre hoy y
mañana. La discusión se centra en estos momentos en el precio que
Argentina reconocerá por el gas del Altiplano.
Río Negro de Argentina
(https://bit.ly/3aV8BjM)
El equipo técnico de Ieasa, la
exEnarsa, y la secretaría de Energía de la Nación que está a cargo de la
negociación del contrato de importación de gas de Bolivia, trabaja en estos momentos a contrarreloj para
sellar una nueva adenda entre hoy y mañana que permita al Argentina pagar menos
por el fluido.
Fuentes
al tanto de las negociaciones revelaron que la decisión del gobierno nacional es que antes de fin de año se firme una
nueva adenda, ya que la que actualmente está vigente vence precisamente
el 1 de enero.
El
apuro que muestran las autoridades nacionales radica en la posición favorable a
diferencia de Bolivia, en la que el gobierno argentino se encuentra de cara al
contrato de importación que tiene vigencia hasta el 2026.
Es
que desde Yacimientos Petrolíferos
Fiscales Bolivianos (YPFB) se reconoció que no podrán enviar el año que viene
más de 13 ó 14 millones de metros cúbicos de gas por día, esto no solo
es un 30% menos que lo que inyectaron en el invierno pasado, sino que es
prácticamente la mitad de lo que marca el contrato que debe entregar Bolivia si
no se pacta una adenda.
"Si se vence la adenda, Bolivia está obligada
a entregar 27 millones de metros cúbicos que no tienen y por un contrato por el
que si no entrega la producción tiene que pagar multas", explicaron
desde el equipo que encara las negociaciones.
Y
detallaron que en esa situación de ventaja en las negociaciones es que desde Argentina se está buscando reducir
considerablemente el precio que se paga por el gas boliviano, en especial por
el gas extra que se entrega en el invierno.
Como
parte de las negociaciones, uno de los puntos que hoy se está debatiendo es la extensión de la nueva adenda del
contrato, ya que mientras desde el gobierno nacional se busca que sea por
varios años, desde Bolivia se aspira que se de solo por el 2021, de
forma de poder negociar un nuevo acuerdo el año que viene cuando creen que es
posible que mejore la situación productiva del país.
Si
bien el gas de YPFB llega al país por gasoductos se trata del fluido más caro
que importa Argentina por las condiciones acordadas. De hecho, desde el gobierno nacional estimaron que este
2020 el contrato de importación de gas de Bolivia cerrará con un monto de 900
millones de dólares.
Pero
no todo son buenas noticias para el equipo de negociadores argentinos ya que,
como se explicó días atrás, el
menor volumen de gas que Bolivia inyectará en el invierno obligará al país a
tener que importar de otro destino el gas necesario para cubrir la demanda, muy
posiblemente teniendo que recurrir a la contratación de un segundo buque
regasificador.
“En
sentido de transparencia y compromiso con la patria, este mando garantiza el
esclarecimiento de los hechos ocurridos en octubre y noviembre del año pasado,
lo realizaremos sin escatimar trabajo y tiempo para dar con los responsables”,
dijo el nuevo comandante en jefe de las Fuerzas Armadas, el general César
Vallejos.
El
nuevo relevo total de la cúpula castrense se produjo 43 días después de que
Arce, en el cargo presidencial desde el 8 de noviembre, destituyera a los
comandantes que habían dirigido a la institución militar desde el golpe de
Estado de noviembre de 2019 y casi todo el siguiente año de gobierno de Áñez.
El
primer mando militar de Arce, ahora cesado, había criticado la apertura de
procesos judiciales por las masacres posteriores al golpe, llegando inclusive a
emitir un comunicado en el que calificó como "desconcertante" la
orden de detención preventiva dictada a fines de noviembre contra un comandante
regional.
Pacificación y Justicia
Arce
dijo que el relevo militar fue realizado en respuesta a las demandas ciudadanas
de justicia por la muerte de casi treinta civiles que protestaban contra el
golpe de 2019 y fueron reprimidos por fuerzas conjuntas militares y policiales
que actuaron bajo un decreto de inmunidad firmado por Áñez.
"Estas
fiestas de fin de año reavivan la necesidad de paz en los hogares, pedidos por
parte de varios sectores de la población porque se haga justicia, y hemos
escuchado también múltiples pedidos para que el país ingrese en un franco
proceso de pacificación, de armonía entre todos los bolivianos", expresó
el gobernante.
Llamó
a los nuevos jefes a "continuar el proceso de reconstrucción de la
confianza entre las Fuerzas Armadas y el pueblo boliviano", anunciándoles
que volverán a tareas de lucha contra el contrabando y el narcotráfico y a
participar en planes de desarrollo económico, como hicieron durante los pasados
gobiernos del presidente Evo Morales (2006-2019).
Vallejos,
un general de la Fuerza Aérea que reemplaza al también aviador Jaime Zabala,
remarcó el compromiso de dar con los responsables de las muertes políticas del
año pasado, que calificó como "nefastos actos que enlutaron a la familia
boliviana".
Junto
con Vallejos juraron los nuevos Jefe de Estado Mayor General, Augusto Garcia;
comandante del Ejército, Miguel Ángel del Castillo; de la Fuerza Aérea, Marcelo
Heredia, y de la Armada, Franz Baldivieso.
Por
las masacres de 2019, la Fiscalía General realiza actualmente, a pedido del
Parlamento, los trámites preliminares de un juicio de responsabilidades contra
la expresidenta Áñez como responsable principal del decreto que movilizó a los
militares, otorgándoles inmunidad penal por la represión de los manifestantes.
El
Parlamento pidió también juicios penales ordinarios contra el gabinete
ministerial de Áñez que firmó el indicado decreto y contra los jefes militares
y policiales que ordenaron o ejecutaron la represión.
La
Comisión Interamericana de Derechos Humanos investiga también esos sucesos y el
Gobierno de Arce le ha prometido la apertura de los archivos militares y
policiales.
LO
QUE DEJÓ EL 2020 EN AMÉRICA LATINA: ENTRE LA DISTOPÍA Y LA ESPERANZA
Página 12 de Argentina
(https://bit.ly/2WUy18L)
Es
casi una obviedad que cualquier mirada analítica que intente descifrar el 2020
estará marcada por lo que la pandemia nos hizo y por lo que hicimos con la
pandemia. Esta renovación del ciclo que impone el calendario gregoriano quedó
subsumida en el inédito ciclo en desarrollo que atraviesa la humanidad. Así y
todo, la época del año tira para parar la pelota y esbozar balances que vayan
más allá de la vorágine informativa o los efímeros posteos. Imaginando un
sobrevuelo por el continente, va un repaso -arbitrario y acotado- sobre lo
que dejó el año para Latinoamérica y cómo se perfila el 2021.
El
punto neurálgico, el tópico excluyente a destacar, es el devastador
impacto socioeconómico de la covid-19. En un reciente informe, la Comisión
Económica para América Latina y el Caribe (Cepal) aseguró que "si se
comparan diferentes indicadores sanitarios, económicos, sociales y de
desigualdad, América Latina es la región más golpeada del mundo
emergente". Las frías estadísticas reportan que hasta ahora más de 490 mil
personas fallecieron por coronavirus –la región con más muertes per cápita y
casi un tercio de las registradas en el mundo- y más de 15 millones se
contagiaron. Gran parte de los países ya atraviesan la segunda ola y
retomaron las restricciones, mientras va arrancando el tan ansiado proceso de
vacunación.
La
Cepal indica que Latinoamérica cerró el año con una caída del 7,7%, lo que
configura la peor crisis en los últimos 120 años, y que la pobreza alcanzó al
37,3% de la población (231 millones de personas), unos 45 millones más que en
2019. Además, según la Organización Internacional del Trabajo (OIT), se
destruyeron en el año más de 34 millones de empleos en la región, lo que generó
un récord de desocupación del 11.4%. El desempleo afectó más a las
mujeres, principales sostenes de las tareas de cuidado: el descenso de la
participación femenina en el mercado laboral fue de -10,4% frente al -7,4% de
los varones.
Las
respuestas estatales fueron dispares y hubo escasas acciones coordinadas. Si
bien algunos gobiernos reaccionaron mejor ante la emergencia sanitaria, en
general las medidas de asistencia para mitigar el descalabro económico
resultaron insuficientes. Fueron contadas las iniciativas que tocaron el
bolsillo de las élites (como el impuesto a la riqueza por única vez en
Argentina o permanente en Bolivia) y brillaron por su ausencia políticas
estructurales que apunten a revertir la concentración de la riqueza.
La
pandemia funcionó como una gran lupa que desnudó las pésimas condiciones de
vida de las grandes mayorías: si América Latina ya era la región más desigual
del mundo, las cicatrices que va dejando no hicieron más que profundizar esa
desigualdad. Seguramente transitemos un 2021 de fuerte conflictividad social.
Reimpulso
desde abajo
Pero
no todo el panorama es desolador: en los últimos meses aparecieron algunos
síntomas de esperanza. El hecho político del año fue la recuperación de la
democracia en Bolivia y el arrasador triunfo del MAS. Con el 55% de los
votos y por más de 26 puntos, Luis Arce llegó a la presidencia para dejar atrás
al fatídico gobierno de facto de Jeanine Áñez.
La
secuencia se coronó el 9 de noviembre con el épico retorno de Evo Morales, su
recorrida por el país y el acto con un millón de personas en el aeropuerto de
Chimoré, de donde había partido al exilio justo un año antes tras el golpe de
Estado.
Un
par de semanas antes, el pueblo chileno protagonizaba otra jornada
histórica. Con un aluvión de votos superior al 78%, se aprobó el plebiscito
para elaborar una nueva Constitución que reemplace a la de 1980 y desmonte
los amarres de la dictadura pinochetista.
Fue
la primera gran conquista de las multitudes que irrumpieron en las calles en
octubre de 2019 y marcó un hito en esta época transicional signada por la idea
fuerza del “Chile despertó”, por la rabia acumulada que detonó el estallido
social y que ahora tiene el desafío de plasmarse en el proceso constituyente
que, como dato saliente, tendrá paridad de género.
También
en Perú se vivieron hechos disruptivos. El 9 de noviembre el Congreso destituyó
al presidente Martín Vizcarra en una maniobra muy floja de papeles y desató una
nueva crisis que consolidó el descrédito hacia la clase política. Lo
novedoso fue la enorme movilización popular, protagonizada principalmente por
jóvenes, en un país caracterizado por la apatía. La rebelión logró la
rápida renuncia de su sucesor, el empresario ganadero Manuel Merino, y dio
lugar a la designación del moderado Francisco Sagasti para gobernar la
transición hacia las presidenciales de abril.
Las
secuelas del golpe parlamentario debilitaron al régimen moldeado por la
Constitución de Fujimori de 1993 y ampliaron las chances para que el
descontento pueda ser capitalizado por alguna fuerza progresista, como la que
lidera Verónika Mendoza, y que, como en Chile, se masifique el reclamo de una
nueva Constitución.
La
era pandémica también abrió nuevos desafíos para el creciente y potente
movimiento feminista latinoamericano, que debió reinventarse para visibilizar
el incremento de la violencia de género aún en contexto de cuarentena. El
año cierra con la votación del aborto legal en el Senado argentino que, de
aprobarse, será un espaldarazo para toda la región.
Odisea
2021
Los
próximos meses estarán marcados por los vaivenes de la pandemia y el proceso de
vacunación. A la par, se viene una serie de elecciones que pueden torcer la
correlación de fuerzas actual. El calendario arranca en febrero en Ecuador,
donde el candidato del correísmo Andrés Arauz tiene buenas chances de ganar, y
seguirá en Perú (abril) y Chile (noviembre). Asoma un 2021 con buenas
expectativas de que continúe el reflujo de la hegemonía neoliberal y se
consolide el reimpulso de un bloque progresista que reconstruya la integración
latinoamericana.
EL
PLANETA HA ESTADO MARCADO POR MÁS QUE UNA PANDEMIA
Le Devoir de Francia
(https://bit.ly/37Z19SN)
La
caída de Evo Morales, el primer presidente indígena de América del Sur, en
noviembre de 2019, había atraído todas las miradas, no solo por las
irregularidades que indujo en el proceso electoral, sino también por la extraña
Golpe de Estado oportunista perpetrado a raíz de la extrema derecha religiosa
boliviana.
Bolivia,
laboratorio de la revolución socialista, se hundió entonces en una compleja
crisis social y política, que la pandemia hizo durar. El depuesto
presidente fue enviado al exilio en Argentina, y la inestabilidad, así como la
incertidumbre, puntuó el diario boliviano, hasta el pasado 18 de octubre,
marcado por el regreso al poder, sin ambigüedad esta vez, del Movimiento hacia
socialismo (MAS).
Desde
la primera vuelta, Luis Arce, artífice del milagro económico boliviano en los
años de Morales, de hecho ganó las elecciones presidenciales con un contundente
resultado del 55,1% de los votos. En segundo lugar quedó el moderado
Carlos Mesa, con el 28%, mientras que Luis Fernando Camacho, radical y
populista que fue uno de los chispas del golpe, no obtuvo más del 14% de los
votos.
Igualmente
destacable, la vicepresidencia está ahora en manos de David Choquehuanca, un
campesino aymara de la sierra de la provincia de Omasuyos y figura del
movimiento de afirmación de los derechos indígenas que llevó en 2009 a la
reescritura de la Constitución boliviana. El joven líder político,
Andrónico Rodríguez, sucesor natural de Evo Morales al frente del MAS, por su
parte fue electo presidente del Senado boliviano.
Las
urnas, por tanto, no confirman una generalización de la indignación encarnada
por la derecha radical y la presidenta interina Jeanine Áñez durante un año
contra el MAS. Ni su espíritu de venganza con tintes de racismo dirigido a
los nativos. Los votantes tampoco apoyaron los llamamientos de la derecha
a un cambio radical de rumbo en el país que, tras esta pausa forzada,
finalmente se prepara para continuar su revolución ya en marcha.
El
11 de diciembre Bolivia reconoció por primera vez en su historia una unión
civil entre dos personas del mismo sexo, luego de haber reconocido en el pasado
los derechos de los indígenas, pero también consagrado en la Constitución el
derecho de la naturaleza.
Exiliado
y blanco de procedimientos legales abusivos por parte del gobierno de
transición, Evo Morales finalmente regresó a Bolivia sin obstáculos a
principios de noviembre. Asumió la presidencia del MAS, partido político
que fundó en 1997, pero también la de la federación de productores de coca de
la región de Chiapare, donde se reasentó.
Argelia:
un proyecto de constitución criticado en un clima de represión
Es
una bofetada al Hirak, este movimiento popular que, todos los viernes desde
febrero de 2019, ha sacado a las calles a millones de argelinos, hasta la
aparición de una pandemia el pasado mes de marzo. Exigieron el fin del
régimen militar y el establecimiento de una verdadera democracia, moderna y
abierta al mundo.
El
10 de septiembre, el nuevo parlamento argelino aprobó un proyecto de revisión
de la Constitución del país, que amplía el poder de los militares en este país
y que está lejos de abrir la puerta a las reformas del sistema, sin embargo
exigidas con constancia y alcance. por el pueblo argelino durante más de un
año.
Peor
aún, esta enmienda constitucional, orquestada en un clima de represión, fue
aprobada por referéndum el 1 er noviembre y, con apenas tasa de
participación del 23,7%, la más débil de historia reciente del país. El
"sí" ganó con un 67%.
Argelia
había esperado, desde la partida de Abdelaziz Bouteflika el año pasado, poner
su destino en otro marco narrativo. La elección de AbelmadjidTebboune,
hace un año, parece sobre todo hacer retroceder al país con el encarcelamiento
de varias figuras importantes de Hirak, pero también de políticos y
personalidades de los medios de comunicación.
En
septiembre pasado, el periodista Khaled Drareni, representante de Reporteros
sin Fronteras (RSF) y corresponsal del canal francófono TV5 Monde, fue
condenado a dos años de prisión. Su cobertura del Hirak fue vista como una
amenaza para la estabilidad del país. Esencialmente.
Con
reminiscencias del pasado: el nuevo presidente se vio obligado a abandonar el
país en octubre pasado para ser hospitalizado en Alemania. Contrajo
COVID-19. Sin embargo, la información sobre el estado de salud del
político de 75 años es escasa e imprecisa.
El
13 de diciembre, fue desde este país europeo que habló por primera vez en dos
meses. Anunció, con más detalle, su regreso a Argelia. El líder
finalmente llegó a su país el martes 29 de diciembre. Se recordará que los
problemas de salud del expresidente Bouteflika, a raíz de un ictus ocurrido en
2013, también lo habían apartado de los asuntos de Estado durante varios meses
y finalmente lo habían transformado en un presidente fantasmal contra el que
los argelinos se levantó en 2019 para evitar que se postulara para otro mandato
presidencial.
La
ausencia de Tebboune en el país retrasa de facto la promulgación de
la nueva constitución, pero sobre todo despierta indignación contra esta
reforma no reclamada.
Hong
Kong: el autoritarismo de China se impone con 27 años de antelación
El
compromiso de China de mantener las particularidades políticas, legislativas y
sociales de Hong Kong hasta 2047 se rompió finalmente en 2020, ante la
indiferencia general, con la adopción, a finales de junio, de una severa ley de
seguridad nacional.
Impuesta
por Pekín en este territorio que el Reino Unido retrocedió a China en 1997,
después de 99 años de ocupación, pero también de desarrollo económico y
democrático, esta ley pretende sofocar el movimiento prodemocrático que ha
sacudido a la ciudad estado. el año pasado. Sobre todo, trajo el
territorio bajo el régimen autoritario chino, un régimen donde la disidencia y
los discursos que denuncian al poder continental central están ahora
fuertemente reprimidos.
CORONAVIRUS.
DURO REBROTE EN BOLIVIA: EN CASAS Y CALLES JUNTAN CADÁVERES DE SOSPECHOSOS DE
HABER MUERTO POR EL VIRUS
La Nación de Argentina
(https://bit.ly/3aZClMt)
El
periodo de alivio y de recuperación de la normalidad ha terminado en Bolivia.
El Covid-19 vuelve a golpear al país andino. En los últimos días se ha registrado
un rápido aumento de casos: de decenas por día a más de un millar el 23 de
diciembre. Los epidemiólogos afirman que la tendencia seguirá en aumento. Las
autoridades gubernamentales hablan de "rebrote" y calculan que
el aceleramiento de la enfermedad llegará a un nuevo "pico" en
febrero. Sin embargo, se niegan a decretar una cuarentena que sería
rechazada por varios sectores.
Una
de las imágenes más horribles de la pandemia ha retornado al país: la
policía ha estado recogiendo de viviendas, incluso de las calles,
cadáveres de personas sospechosas de haber contraído el virus. Por lo
pronto, son de gente que por alguna razón no quiso o pudo ir a los hospitales,
pues todavía tienen disponibilidad de camas. Sin embargo, las
unidades de terapia intensiva están de nuevo cerca de su máximo nivel de
ocupación, así que pronto habrá pacientes graves que no puedan ser atendidos.
En los últimos 14 días se han presentado más de 5000 nuevos casos, de los
cuales unos 750 se complicarán, según las previsiones.
El
presidente Luis Arce, elegido el pasado octubre, se ha reunido con los
gobernadores de los nueve departamentos o regiones del país para coordinar un
plan de acción, en un momento en que la delicada situación de la economía
hace muy difícil la adopción de nuevas restricciones a la movilidad de las
personas. Arce quiere aumentar la cantidad de pruebas para detectar
la presencia del virus, que es considerada insuficiente en todos los estudios
sobre la reacción de Bolivia a la pandemia. También ha prometido la importación
de seis millones de vacunas con vistas al primer cuatrimestre de 2021. El
Gobierno destinará más de 80 millones de dólares a adquirir estas vacunas, que
espera comprar de los diferentes laboratorios que las han desarrollado. El
Mecanismo de Acceso Mundial a la Vacuna (Covax) solo permitirá que Bolivia
obtenga, gratuitamente, las dosis necesarias para cubrir al 20% de su
población, que en su conjunto es de 11 millones.
La
oposición ha respaldado los anuncios del gobierno, aunque se prevé una tormenta
política si se tiene que esperar las vacunas más tiempo del prometido. Arce,
que está al frente del Gobierno desde el 8 de noviembre, culpa a su
antecesora, Jeanine Áñez, de no haber llegado a acuerdos anticipados con los
conglomerados productores de los medicamentos. La expresidenta ha replicado que
la única solución realista para proveerse de estos es la plataforma Covax.
El
Gobierno está empeñado en enfrentar el rebrote del Covid-19 sin tener que
retornar a las medidas excepcionales, que se decretaron en marzo pasado, y que
causaron la peor recesión que el país haya sufrido en tiempo de
paz. Bolivia terminará 2020 con un decrecimiento del 10% del PBI. En
julio, cuando el estado de excepción estaba en pleno vigor, la tasa de
desempleo estaba en 11%, el doble que la de 2019. En los últimos meses este
indicador ha ido disminuyendo en el mismo ritmo en el que el confinamiento se
suavizaba. Se esperaba que en los próximos meses se produjese una
recuperación pronunciada de la actividad económica, pero esta puede quedar
cortada por la segunda ola.
Una
nueva cuarentena sería, además, rechazada por los sectores productivos, en
particular de los emprendedores, que son la mayor parte de la fuerza de
trabajo. Las personas entrevistadas por los medios, a falta de una encuesta
reciente, declaran mayoritariamente que se tiene que seguir trabajando y que el
cuidado debe ser personal. Las medidas de distanciamiento se han relajado mucho
en todas partes, en particular en el área rural, donde nunca fueron
significativas. En Santa Cruz de la Sierra y El Alto, las ciudades más
populosas del país y las más golpeadas por el virus, mucha gente ha dejado de
usar mascarillas, que faltan incluso en las reuniones de proclamación de
candidatos para las elecciones municipales y departamentales (regionales) que
se realizarán en marzo, si los contagios no siguen descontrolados. Los
políticos han dejado de atacarse mutuamente por esta razón, porque el mal
comportamiento es general y no hay distinción entre ideologías.
Una
mujer dijo a una televisora local que los bolivianos le perdieron "el
miedo a la enfermedad", que ya saben cómo "atenderse a sí
mismos" con medicamentos como la ivermectina y el dióxido de cloro, que no
están probados científicamente pero se encuentran reconocidos como beneficiosos
para recuperarse de la Covid. Acudir a estas y otras soluciones caseras y
apoyarse de forma comunitaria con transfusiones de plasma hiperinmune ha sido
la respuesta ciudadana ante las enormes carencias de los servicios de salud
pública. Al menos 140 médicos y enfermeros que atendían pacientes con
Covid han muerto.
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