La escritora aymara-boliviana Quya Reyna analiza las protestas en el Perú, y reflexiona sobre las conexiones, similitudes y peculiaridades entre nuestros países. ¿Por qué a pesar de haber logrado una nueva Constitución y diseñado un estado plurinacional, Bolivia no pudo derrotar el racismo? ¿Podrá hacerlo el Perú?
Quya Reyna creció siendo vendedora de paltas a domicilio, revistas de manualidades y cohetes navideños, en El Alto, aquella periferia de La Paz que en unas décadas se ha convertido en uno de los polos económicos más importantes de Bolivia y la gran capital aymara. Más que una ciudad, El Alto parece una profecía, y es un núcleo vibrante de pensamiento, arte y arquitectura. “En mi casa tenías que khamanear [“hacer una buena venta”, en aymarañol] o no eras digno de la familia”, escribe Quya Reyna en Los hijos de Goni, un libro autobiográfico que explica con agudeza, intimidad y humor los dilemas de ser una adolescente aymara en un país que, al igual que el Perú, puede tratar a los aymaras como enemigos o extranjeros en su propia tierra. Quya Reyna, que con ese libro se volvió rápidamente en una voz promisoria en el continente, ha seguido con atención la crisis en el Perú, y ha escrito y reflexionado mucho sobre lo que une, distingue y asemeja a nuestros países. ¿Es Evo Morales el diablo todopoderoso que quiere destruir el Perú? ¿Fue la Asamblea Constituyente una solución para su país? ¿Qué podemos aprender de la experiencia boliviana? ¿Qué errores deberíamos evitar? ¿Es relevante el debate alrededor de Milena Warthon?
¿Quya, de dónde viene tu nombre?
Mi nombre en realidad es Reyna Maribel Suñagua Copa. Yo
soy de El Alto, soy aymara, recién cumplí 28 años. Trabajo principalmente como
ilustradora, diseñadora gráfica. No asumo tanto el trabajo de escritora, aunque
escribo eventualmente en redes sociales. Recientemente saqué un libro. Quya es
un sobrenombre que me he apropiado por su significado, un préstamo del quechua,
que se traduce como reina. La quya era una de las grandes líderes en el Imperio
Incaico. Y lo adopté como algo identitario.
¿Y desde cuándo empiezas a usarlo?
Es una anécdota muy graciosa porque soy aymara. Escucho el
aymara de mis padres, y lo uso eventualmente. Ellos lo usan todo el tiempo:
para comprar, para hablar, para reñirte, para insultarte. Yo estudiaba en la
Normal de La Paz para ser profesora, como gran parte de mi familia. Entré a una
clase intermedia de aymara porque, en Bolivia, para ser docente, tienes que
aprender un idioma originario de la región. Yo lo entendía y solo me faltaba
escribirlo y pronunciarlo mejor. Mis compañeros, en cambio, eran en su mayoría
de sectores rurales y sí lo hablaban muy bien. El yatichiri, que es el docente,
nos dice en la primera clase que escribamos nuestro nombre y nos explica cómo
se escribe un nombre castellano en aymara. Tienes que añadirle la sílaba wa al
final. La cuestión es que mi nombre debía ser Reyna-wa.
Cuando el yatichiri me pregunta para escribirlo en la
pizarra, le digo eso: Reyna-wa.
Pero él me cuenta que tenía traducción en aymara. Y lo
escribe en el pizarrón:
Q U Y A
Me pide que lo lea. Y lo leo: “Cu-ya”. Entonces, el
yatichiri y mis compañeros se ríen porque es una mala pronunciación. Es que yo
no sabía leer en aymara. Y desde ese momento mis compañeros me empiezan a decir
“Cuya”, pero más como burla. Pero al final me terminó gustando mucho porque, la
verdad, mi nombre Reyna siempre me ha disgustado. Ya más adelante mis compañeros
indianistas y aymaras me corrigieron la pronunciación. Porque en realidad Quya
se pronuncia Co-ya. Pero me llamen Coya o Cuya no me importa mucho: ya es parte
de mi identidad.
Dijiste “soy de El Alto y aymara”. Era igual de fácil
identificarte aymara cuando eras más pequeña.
No lo era. Yo no escuchaba a mis amigos, por ejemplo,
decir: “sí, yo soy aymara o soy orgullosa”. En mi caso, mi papá tenía una
visión muy indianista. No lo decía así, pero se notaba que él políticamente ya
tenía una orientación de discurso y de pensamiento. En El Alto era muy
importante la reflexión y discusión sobre el espacio que ocupábamos y las
condiciones en que vivíamos. De niña, mi papá me llevaba a sus reuniones, y
allí la gente se ponía a discutir sobre el país. Se vendían fotocopias de
libros o escritos de autores indianistas. Varios de los textos que yo leía de
pequeña tenían que ver con los indios, y se estrellaban con las cosas que nos
decían en el colegio.
Mi papá siempre decía: “Nosotros somos aymaras, somos del
campo; por eso no tienen que desperdiciar la comida. Esto cuesta porque
nosotros somos pobres…”. Escuchar eso te generaba una conciencia sobre dónde
estaba situada. Y yo decía: “Sí, yo soy aymara”. Pero cuando te vas
involucrando más con la urbe y la escuela, ese discurso también va disminuyendo
porque asumes una nacionalidad. En general, nuestra construcción de identidad
parte mucho del colegio, a partir del patriotismo y los símbolos, y eso te
desapega bastante de la identidad étnica o incluso racial.
¿Había espacio en tu escuela para hablar de la historia
aymara, más allá de la historia nacional?
Muy poco. En la primaria te inculcan mucho el patriotismo.
Recién conoces nuevos amigos y lo primero que te enseñan es el himno nacional.
No lo entiendes y no entiendes por qué tienes que cantarlo. Y, sin embargo, se
va volviendo parte de tu vida, como algo constante, repetitivo y, al final,
termina siendo parte de tu identidad. No creo que esto sea, por lo menos en la
actualidad, algo necesariamente negativo. Pero lo es cuando no viene con una
reflexión profunda de por qué haces lo que haces.
Muchos amigos indianistas se enojaban al ver que, en las
marchas en el Perú, la gente llevaba la bandera. Decían: “Pero esa bandera es
de los criollos colonizadores, de los que han creado la república. No es
nuestra bandera. Los aymaras tenemos nuestros propios símbolos…” Pero yo pienso
que no está mal que, siendo aymara, adoptes parte de esa nacionalidad peruana.
Porque puedes decir: “Yo soy parte de este país. Yo lo he creado. Yo lo he
construido, y no voy a renunciar a él”.
Felipe Quispe, que fue un gran pensador aymara, decía hace
algunas décadas que él no se sentía boliviano ni parte de Bolivia. Y se refería
a una república que castigaba a los indios, que los excluía y segregaba. Pero
en este momento, nuevos aymaras y quechuas se están apropiando poco a poco de
los espacios y están construyendo otro tipo de nacionalidad. Solo falta mayor
reflexión al respecto. Yo puedo ser muy boliviana y decir: “Sí, esta es mi
tricolor”. Pero un día cualquiera quizá un gobierno podría matarme a nombre de
esa misma bandera. Por eso, si no hay una reflexión profunda, ese patriotismo
termina siendo muy superficial. Y en los colegios lastimosamente sigue siendo
así.
Un ejemplo. Cuando murieron los soldados ahogados en Ilave,
un hombre dijo: “los comandantes mandan a los hijos del pueblo a morir al río”.
Es que los soldados son los más patriotas: les venden una idea de patria pero
no les permiten entender por qué terminan en situaciones donde tienen que morir
en un río o por qué tienen que asesinar a la misma gente que los cría. Ese
patriotismo es muy fuerte, pero está condicionado solo a que esos soldados, que
son indios, obedezcan el mandato de la patria pero no puedan reflexionarla.
Los líderes y políticos en el Perú, empezando por la misma
presidenta, hablan desde sus oficinas sobre la defensa de la patria ante
enemigos bárbaros. Pero en las imágenes, los soldados que matan y la gente que
muere son muy parecidos entre sí, y a veces, pertenecen a la misma comunidad,
como se vio en Ilave. A la vez, resultan tan diferentes de quienes dan las
órdenes. ¿Cómo es esta idea de patria que los gobiernos gestionan tan bien?
En Bolivia pasa algo similar. Esta noción de patria, de
una supuesta confraternidad, es muy fuerte hasta que determinadas condiciones
sociales revelan que en realidad no somos iguales. Esto trasciende las
condiciones económicas y la distribución de recursos o de servicios básicos.
Hay una desigualdad latente dentro de la idea de patria. Por eso, no hay que
hablar de patria sino de nación. Y lo aymara es una nación distribuida en Perú,
Bolivia, Chile. Por eso, son muy tontos los debates sobre si la morenada es
boliviana o peruana porque, al final, los aymaras no están condicionados bajo
las fronteras republicanas. Cuando voy a Desaguadero, en el Perú, me encuentro
con personas iguales a mí. Son peruanos y, a pesar de eso, no encuentro una
gran diferencia. Sin embargo, cuando estoy ante un compatriota boliviano que es
blanco, jailón, de la zona rica, sí me siento totalmente diferenciada. Y esta
diferencia entre sujetos dentro del mismo país se debe a la condición racial.
Muchos alteños, en Bolivia, se sienten identificados con
los puneños que van a Lima a protestar, pero no se sienten identificados con
los bolivianos que se movilizan en Santa Cruz en contra del gobierno. Estas
conexiones entre sujetos trascienden las repúblicas porque se remiten a
condiciones sociales similares. Y el sur del Perú y la parte andina de Bolivia
son espacios similares en ese sentido. Hablamos de sujetos racializados, como
dice Carlos Macusaya; y el sujeto racializado, más que una identidad, es una
condición. Quizá tú no te identificas como indio, sin embargo, llegado el
momento el otro te hará saber que sí eres un indio de mierda. El Perú y Bolivia
no son naciones: son estados construidos excluyendo a los indios,
segregándolos, inferiorizándolos.
No soy muy amante de las Asambleas Constituyentes ni de
creer que estas van a resolver la situación del indio en el continente: en
Bolivia no funcionó; en Chile los mapuches nos enseñaron que no vale la pena
transformar una Constitución que en realidad no representa a un estado
inclusivo para ellos; y en Ecuador, peor, los kichwas siguen siendo reprimidos
y discriminados racialmente. Pero mientras eso pasa, también ocurre que esas
mismas naciones indígenas quieren disputar los territorios de otra manera. Y no
solo pasa en Bolivia, donde los aymaras están disputando el territorio
boliviano con su presencia en todas las regiones del país. En el Perú se empieza
a ver algo similar. Lima ya no es un lugar criollo o blanqueado pues muchas
personas serranas han migrando y están incomodando a los limeños con su
presencia. Y se ve ahora mismo durante las protestas
Por eso, más allá de que la crisis es muy dolorosa y
genera mucha rabia, también es un proceso importante porque va a generar
reflexiones mucho más profundas. Y quizá eso es lo que falta un poco en el
Perú, donde no se ven aún liderazgos ni rostros que puedan generar análisis
profundos de la situación en la que se encuentran. Perú ya no será el mismo,
pero falta saber en qué terminará transformándose o qué transformación
propondrán los mismos peruanos.
¿Cómo te conectas personalmente con la nación aymara y
cómo esta conecta con lo boliviano?
Cuando salí de El Alto, porque yo buscaba salir de allí
para poder estudiar, y fui a La Paz, entré en un proceso de, no sé si llamarlo
blanqueamiento porque no me gusta la palabra, pero traté de desconectarme de lo
aymara. Es que lo aymara está estigmatizado de forma muy ridícula: “Ay, el
indiecito del campo que habla su idioma y viste poncho o pollera”. Y esta
visión, como joven, te desconecta cuando entras a espacios donde no
necesariamente hay una identidad étnica única, como La Paz. Allí se dice:
“somos paceños y ya”. La gente no busca mucho en lo identitario.
A la par, pasé por un momento de mucho odio al MAS, el
partido de Evo Morales. Lastimosamente, el “antimasismo”, que engloba a las
personas que se atribuyen un antagonismo al MAS, es muy racista porque vincula
todo lo aymara con Evo Morales. Si Evo es corrupto, entonces todos los aymaras
son corruptos. Si Evo es mentiroso, entonces los aymaras también. No me di
cuenta de lo racista de esta situación hasta que la crisis del 2019, cuando Evo
Morales dejó la presidencia y la derecha entró al poder, y mucha gente fue
asesinada en El Alto y en Cochabamba. En ese momento, en las redes sociales
empezaron a tratarme como india masista o “masillama” o ignorante o cochina. No
importaba que yo no estuviera a favor de Evo Morales: la sociedad interpretaba
con solo verme cuál era mi posición.
Puedo decir: “Soy mestiza porque vengo de mezcla española
y aymara”. Pero es la sociedad la que, sin atender lo que digas, te posicionará
como inferior. No importa tanto si te crees blanca o que pienses que no eres
aymara porque te has desvinculado de tu comunidad. En el 2019, la situación me
colocó en esa disyuntiva y ahí tuve que asumir nuevamente una identidad. Hablo
mucho de volver a lo indio porque el conflicto me llevó otra vez a lo indio.
Eso debe de estar pasando también en Lima y el Perú, donde
mucha gente está siendo tratada como india otra vez. Les dicen: “Ándate a tu
cerro”, “Ándate a tu chacra”. Y estas son formas de situar a la gente en
espacios donde no molesten. Al asumir que yo estaba condicionada bajo esos
aspectos sociales y raciales, me dije: “Bueno, entonces sí soy una ‘india de
mierda’”. Sin embargo, asumir que eres india o cholo o serrano es solo un paso.
Luego viene otro proceso de reflexión: volver a la identidad aymara.
La persona mestiza o blanqueada que vuelve a reconocerse
quechua o aymara, indígena.
A mí me decían: “Tú no eres aymara porque tú no hablas el
idioma”. Pero te das cuenta de que no hablas el idioma porque precisamente la
colonización te ha arrebatado la lengua materna. Entonces, lo que tienes que
hacer es entender por qué no la hablas. Recuperar el idioma también es parte
importante de este proceso. Y si no lo logras recuperar, también sigues siendo
aymara.
Lo aymara no es un estereotipo de vestimenta, ni el
enfoque culturalista o espiritualista que nos quieren achacar. Porque siempre
nos encajan como seres espirituales, pachachamistas, amantes de la madre
tierra. Esos estereotipos, precisamente, logran que los jóvenes no quieran
asumirse como aymaras; es que piensan que el aymara solo es un ser del campo
mientras que ellos ya están en la ciudad. O que los aymaras visten poncho y
como ellos ya no, entonces ya no son aymaras. Sé que estos estereotipos son muy
fuertes en el Perú, en especial con las personas quechuas, quizá debido a la
presión del turismo. Pero quechuas y aymaras estamos en las urbes, podemos
vestir traje y corbata, podemos ponernos piercings, tatuarnos la piel, y no por
eso dejamos de ser quienes somos.
Para mí lo indio, que fue el insulto que más recibí en el
2019, fue un paso para entender que soy aymara, que no he dejado de serlo.
Muchas veces, desde el Perú, se piensa que la Bolivia de
hoy es creación única de Evo Morales. Y no se ven las cadenas de eventos
anteriores, la revolución de los 50, la politización de los movimientos
sociales e indígenas, la guerra del gas, la guerra del agua.
Y ha habido mucho pensamiento político aymara. Felipe
Quispe, por ejemplo, le decía al exdictador Hugo Banzer: “vamos a hablar de
presidente a presidente”. Él hablaba mucho de dos Bolivias: una muy
privilegiada, de blancos, y otra que no tenía agua ni carreteras y vivía en
total precariedad. Había una dicotomía de la bolivianidad. Ésa fue la disputa
en ese momento. Pero en la actualidad, ya no es lo mismo. Ahora la bolivianidad
misma es un concepto en disputa; es decir, los aymaras están disputando la
bolivianidad. Pero no de forma bélica, tipo, “vamos a pelearnos”. Lo están
haciendo económicamente, territorialmente, porque están ocupando espacios que
ni se imaginaba que iban a ocupar. Antes se decía: “el aymara es andino, está
en los Andes”. Ya no es así. Los aymaras está en todos lados: en el oriente, en
Cochabamba, en Santa Cruz. Y en todos esos lugares están disputando espacios de
decisión, de profesionalización, de poder, porque los aymaras también están en
la política, y en las universidades disputando espacios académicos.
Hay nuevos rostros que aparecen públicamente donde antes
solo había rostros blancos. Por eso, ya no hay que pelearse con la bolivianidad:
hay que apropiarse de la bolivianidad. Y hay que ver formas de entrar a esos
espacios, ser más estratégicos. Y los aymaras en la actualidad son
estratégicos.
Entonces, volviendo al Perú, pienso que Puno y el sur
tienen que disputarse lo peruano. Porque el Perú no tiene que ser solo lo que
la élite limeña o sus medios quieren que sea. La disputa, de hecho, ya está
ocurriendo. Pero quizá lo que sí falta es un horizonte de país, un horizonte
discursivo, y faltan rostros que puedan generar nuevos diálogos, nuevas
reflexiones.
Se habla mucho de la necesidad de una Asamblea
Constituyente en el Perú. Más de la mitad de personas, según las encuestas,
piensa que esa podría ser una salida. Y están presentes palabras como
“plurinacionalidad”, casi como un concepto que permite imaginar un país mucho
más justo para las poblaciones que ahora están siendo asesinadas. Dijiste que
no crees mucho en la solución constituyente. ¿Qué pasó en Bolivia? ¿Qué ha
significado la plurinacionalidad para tu país?
La experiencia de Bolivia fue muy esperanzadora. Se
buscaba cambios reales en la estructura institucional del Estado. Se pensaba
que Evo Morales iba a gobernar para el pueblo. Pero, en realidad, la
Constitución Política de 2009 fue una fachada.
¿Qué es la Plurinacionalidad? En mi opinión, es construir
un Estado para el indio. Si la república consistió en construir el país para
los blancos, entonces el Estado Plurinacional tenía que ser una alternativa
frente a eso. Lastimosamente, el gobierno nunca entendió qué era el indio. Para
Evo Morales y su régimen, el indio era un sujeto que vivía en el campo, un
sujeto esencialmente comunitario (error), un sujeto que vivía en un territorio
segregado de la civilización, un sujeto ritualista. Y, como el indio era ese
estereotipo, crearon “universidades indígenas” donde los indios iban a aprender
a criar gallinas, cuyes y a arar la tierra. No imaginaban que los indios tienen
aspiraciones y proyecciones no solo relacionadas con el campo.
De la misma manera, el gobierno se propuso crear autonomías
indígenas bajo la idea que los indios son un sector concentrado en un lugar y
que no migran, que no generan negocios, que no se vinculan con otros
departamentos o países. Y así se acumularon error tras error. Y el Estado
Plurinacional se volvió solo una fachada: la fachada del “Vivir Bien”, que se
romantizó mucho en el exterior, como si efectivamente nos hubiésemos convertido
en un país más igualitario cuando, estructuralmente, seguíamos viviendo el
racismo, la discriminación, la de falta de acceso a servicios. De hecho, muchos
aymaras no tienen acceso a educación de calidad y tienen que migrar por falta
de recursos. Es tan tonto pensar que años de colonia y racismo se van a
solucionar dándoles a los indígenas un estado-fachada. Es un insulto para todas
las luchas sociales. Tanto así que, una década después, en el 2019, a pesar del
Estado Plurinacional, el gobierno y los militares seguían matando gente
indígena.
No estamos ante un estado descolonizador ni inclusivo, o
lo que quieras, si siguen muriendo indios, y peor si siguen siendo animalizados
e inferiorizados. En el periodo de Jeanine Añez los aymaras fueron catalogados
como salvajes terroristas. ¿Por qué fue tan fácil hacerlo? Pues porque ya había
un antecedente histórico y social en la mente de muchos bolivianos que indicaba
que las cosas eran o debían ser así. Y al gobierno solo le bastó con reforzar
esas ideas a través de los medios, las redes sociales, los discursos políticos
y la policía. El Estado Plurinacional no pudo eliminar estas taras, y los
indios seguimos ocupando sitios precarios y desiguales.
Si se quiere cambiar un país, tienen que cambiarse las
relaciones sociales. Es lo que decía Felipe Quispe. Cuando una periodista le
preguntó por qué luchaba, él le respondió: “Porque no quiero que mi hija sea tu
sirvienta”. Es algo tan simple: es que seamos iguales tú y yo. Fin. Pero, en
Bolivia y en toda la región latinoamericana, las élites no quieren renunciar a
ser más poderosos que los otros ni a su capacidad de controlarlos. Ese es el
problema para mí. Una Constitución puede ser muy fachadista, muy superficial, y
no garantiza que se resolverán en verdad estos conflictos.
En el Perú se habla de la vigencia del gamonalismo.
Acabaron las haciendas y latifundios, pero quedaron las relaciones de sumisión
y poder.
Si un presidente indígena ni una nueva Constitución no
garantiza que esas relaciones cambien, ¿entonces cuál es el camino?
Cuando viajé por tu país el año 2018, pensaba que el Perú
había podido generar bastante homogeneidad. Era la época del mundial y todo era
fútbol, y cuando se habla de fútbol siempre se habla de nación. Y lo que se
estudia en las escuelas parecía haberse metido tanto en los sentidos de los
peruanos, por más que fueran aymaras y quechuas, y creía que les había
permitido construir por lo menos un aspecto de nación. Pero lo que me hizo
despertar de esa ilusión fue que, en las marchas recientes, cuando la
presidenta dijo que “Puno no es el Perú”, muchos peruanos lo sintieron como si
su madre o su padre les hubiera dicho que ya no eran sus hijos. Se sentían
despreciados a un nivel muy profundo, como si los estuvieran apartando de algo
muy suyo. Y entonces era evidente que no hay algo todavía que pueda generar un
sentido común de pertenencia, y ese sentido es lo que hace una nación.
En Bolivia siempre ha habido esta discusión sobre qué es
lo común, y la respuesta es lo colla [es decir, lo aymara]: el lenguaje que
lleva el colla, la coca que lleva el colla, la comida colla, las tradiciones
collas, la cultura que lleva el colla a Santa Cruz, a Beni a Pando, eso es lo
que le genera algo en común en Bolivia. Por eso hay tanta disputa sobre la
nación en la región de Santa Cruz, donde dicen: “Estos collas malditos”, y nos
estigmatizan. Pero, mientras dicen eso, los collas están construyendo una nueva
identidad boliviana. La atleta que gana medallas es colla. Los que ganan los
juegos de Dota en el extranjero son collas. Ves a una astrónoma que ha encontrado
un meteorito y ha sido reconocida por la NASA, y también es colla. Entonces hay
algo en común que está generando simpatías en la gente. ¿Cómo articulas eso?
¿Cómo vuelves eso una nación?
No sé si en el Perú esta sea la receta. Pero noto que hay
algo en común y no sé si es solamente lo serrano, porque también hay otros
territorios como la costa y Amazonía, pero dice mucho esa canción, “El Perú
nació serrano”, que a mí me encanta. Si es lo serrano lo que puede generar
nación, entonces la gente tiene que disputarse los espacios contra los que
quieren excluir a lo serrano.
La palabra disputa nos devuelve a la política. El año
pasado, cuando fuiste a Santa Cruz para promocionar tu libro, mucha gente local
sintió tu presencia y tus mensajes como un desafío. Allí mismo dijiste: “La
Santa Cruz colla, morena e india va a desplazar a la élite cruceña”. ¿Cómo
“disputas los espacios” en tu experiencia y en tu propio trabajo?
Sí. Yo fui a Santa Cruz con la intención de molestarles.
Como dije en esa entrevista, parece que hay una pelea entre las ciudades de
Santa Cruz y El Alto. Pero no es una pelea real. Y no lo es real tú ves que en
Santa Cruz hay muchos collas. Y ves los espacios que ocupan, cómo se comunican,
cómo hablan, lo que comen, las formas en que se relacionan, y son similares a
los de El Alto. Entonces, si los collas están en ambas ciudades, no hay tal
pelea. Sin embargo, la élite cruceña impulsa un nacionalismo o regionalismo que
muchas veces convence, lastimosamente, a los mismos collas de que son forasteros
en su propio país. Les dicen: “Santa Cruz es blanca, y ustedes están aquí para
trabajar pero nosotros somos dueños de esa tierra”.
Yo no me puedo quedar callada en una situación así, cuando
entiendo que la misma gente como yo, si algún día va a Santa Cruz, estará
condicionada simplemente a obedecer. Santa Cruz, en cierto sentido, sigue
siendo un espacio de adoctrinamiento. Entonces, disputarse ese espacio es poder
decirles a los cruceños: “No. Los collas también podemos estar aquí, en los
espacios de élite. Y podemos escribir”.
Es importante mostrarse aunque, lastimosamente, para los
indios, el mostrarse y el hablar hacen que aflore el racismo. Y esa entrevista
que me hizo el diario El Deber está llena de comentarios racistas contra mí.
Hay una fiscalización brutal de la participación política
de la mujer indígena. Cuando un grupo de mujeres aymaras llegó al centro de
Lima para manifestarse, la policía las reprimió con gases. Luego, el ministro
de Educación las llamó malas madres. Y el Ministerio de la Mujer le dio la
razón.
En Bolivia, muchas mujeres al ser reprimidas también
fueron manoseadas y acosadas por policías. Incluso hubo vídeos de cómo un
policía le metía la mano debajo de la pollera a una mujer, en El Alto. Vi cómo
se reprime en el Perú, cómo les lanzaron gases a esas mujeres a pesar de que
tenían niños en las espaldas. Para odiar o tenerle miedo a un sujeto hasta ese
nivel, tienes que configurarlo como un enemigo (senderista, comunista,
terrorista). De esa manera, la ciudadanía que se sienta amenazada por esos
aymaras-terroristas justificará y apoyará las represiones.
En Bolivia, el gobierno configuraba no solo al enemigo
sino creaba situaciones donde esos enemigos se volvían vándalos. Dijeron que
los manifestantes querían tomar la planta de gas de Senkata para explotarla y
que, por eso, los militares los habían matado. Entonces, los militares se
convirtieron en héroes, y los manifestantes, en terroristas. Y no importaba que
todo ese relato fuera mentira. Leía hace poco los comentarios sobre la muerte
de soldados en Ilave, y mucha gente decía: “Ay, estos puneños seguramente los
arrinconaron”. Es decir, asumían esas versiones con tanta facilidad porque ya
está muy insertada la idea de que los puneños son una amenaza para el país.
Hablando de falsas amenazas, el gobierno y sus aliados
propalaron la teoría de que Evo Morales financiaba a los manifestantes peruanos
dentro de sus planes maléficos para dominar la región. ¿Cómo es la figura de
Evo Morales ahora en Bolivia? ¿Es ese cuco poderoso que la derecha peruana ve
en sus pesadillas?
Creo que sigue teniendo seguidores porque su importancia
en el socialismo del siglo XXI fue trascendental para muchos países de la
región. Así que no va a dejar de ser un sujeto importante públicamente. Pero ya
está. En Bolivia, al menos, su imagen se desgastó bastante después del 2019.
Perdió simpatía y hasta ahora genera mucha incomodidad con sus aseveraciones
torpes. Es una persona desesperada por volver a ser un personaje con poder,
como lo era en su etapa como presidente. Pero sus intentos son como querer
sacarle brillo a algo que brilló en un momento pero ya no, y de tanto insistir
terminas dañando la pieza por completo.
Pero esa figura que iba decayendo, volvió a relucir un
poco gracias a la crisis peruana. Todo comenzó con la noticia falsa de que los
Ponchos Rojos estaban llevando municiones Dum Dum hasta el Perú a través de
Desaguadero. Y solo había un video dudoso. Pero la oposición aquí se encargó de
usar ese vídeo para decir: “Ah, Evo Morales está mandando a los Ponchos Rojos
al Perú y quiere involucrarse en ese conflicto”. Y de pronto su figura se infló
de forma muy tonta, y con ayuda del mismo gobierno y congreso peruanos. Pero,
en general, los bolivianos estábamos más ocupados en atender nuestra propia
crisis en Santa Cruz.
Otra figura interesante a ambos lados de la frontera es la
cantante Yarita Lizeth Yanarico, sobre la que escribiste, analizando su gesto
de prestar su bus y donar dinero para los sepelios de las víctimas de la
masacre en Puno. Ahora ya sabes que la Fiscalía la está investigando. ¿Qué te
interesó en esta artista?
Tampoco es para sorprenderse de que la investiguen. Muchas
personas involucradas con las donaciones han sido detenidas, así que Yarita no
iba a pasar desapercibida. Yo la seguí desde el primer momento, y era la única
artista que en sus estados en redes sociales posteaba sobre las marchas. Y no
solo eso: asumía una posición porque, como mujer aymara, entendía que ese era
su pueblo, y lo escribía así: “mi pueblo”. Y se notaba que las represiones la
conmovían. Como te decía al inicio de la entrevista, son estos momentos de
crisis los que te llevan a empatizar con la gente que es como tú. Esa conexión
se ha sentido mucho también entre la gente aymara del lado boliviano. Y los
gestos de Yarita, como decía en el texto que escribí, son un ejemplo de cómo
volver a la sangre y no negar lo que eres. Porque muchos artistas acá en
Bolivia son indios o indias, pero en el momento del conflicto del 2019,
aplaudían a los militares. Pero Yarita, además de asumir su identidad sin
vergüenza, reconoce su propio privilegio y sabe que tiene dinero y, sabiéndolo,
lo usó para ayudar. Es un ejemplo importante para los aymaras de ambos lados:
si estamos en una situación de privilegios y de poder, es sumamente importante
volver nuevamente con tu gente, volver con lo que tú tienes y con lo que
puedes. Quizá esto resulte extraño para otros cantantes. Y me refiero a quienes
lucran con lo indio y romantizan lo indio, y que más bien agradecen no ser
indios. Porque si lo fueran estarían siendo asesinados o asesinadas.
También se discutió mucho sobre Milena Warthon, a quienes
mucha gente, desde las redes, le exigían pronunciarse.
Que Milena no haya dicho nada no me molesta tanto porque,
más que decir o no decir, hay acciones que pesan más. Lo que me molestó fue que
en Viña del Mar ella se puso en el pecho un mensaje sobre lo difícil que es ser
andina [“Para ser una mujer andina en Latinoamérica hay que tener CORAJE”]. Es
un mensaje que diría una mujer que está en una situación de desigualdad y en
una condición de inferioridad, y esa no es la condición que tiene Milena
Warthon. Tú eres una chica estudiante, tienes los recursos para poder hacer
música y no estás en la misma situación de otras mujeres que están muriendo o
siendo gasificadas con sus hijos.
No puedes situarte al mismo nivel de las mujeres que están
en una condición de inferioridad, y asumir que tú eres la voz de ellas. Me
molesta mucho esto en el feminismo y en muchas mujeres que están en una
situación de privilegio y no lo admiten, como Silvia Rivera o María Galindo.
Ella dice “Sí, yo soy una mujer bastarda”. Y no. Tú eres una mujer blanca que
está en una situación de privilegio. Pero ella insiste: “No, es que yo soy
bastarda”. Y no. Eres una mujer blanca. Fin. Yo soy una mujer india. Tú eres
una mujer blanca. Y acá no hay bastardas.
Por eso tengo una gran admiración por Yarita. Ella nunca
ha tenido que decir que está en una situación de desventaja. No. Ella ha dicho:
“Yo estoy aquí porque soy aymara y punto”. Nunca la he visto victimizarse por
una situación en la que ella personalmente no está.
Personas como ella son muy importantes en Bolivia porque
te aseguro que mañana pueden morir mil personas acá y artistas como los Maroyu
o los Kjarkas no van a decir nada al respecto. Mientras que Yarita ha tenido el
coraje de decirlo en una situación en la que podría haber corrido riesgo su
carrera. No necesitas tener privilegios académicos o mediáticos para poder
hacerlo. Y muchos otros artistas peruanos sí los tienen.
Hablando de arte y artistas, ¿cómo ha sido tu experiencia
de escritora siendo aymara?
El ámbito literario busca mucho a mujeres indígenas.
Entonces, no es tan complicado en ese aspecto. Lo complicado es que ya tienen
una imagen esencialista de cómo es la mujer indígena. Romper eso es la mayor
dificultad para mí. Claro, sin negar que los espacios en la literatura siempre
van a ser de disputa con los hombres porque sí.
Lo que yo quisiera es romper con ese mito sobre los
aymaras: que son progresistas, feministas, antimachistas, anticapitalistas y
que siempre tienen que darle un mensaje a su libro sobre la pobreza o la
integridad o qué sé yo. Lo malo es que las mujeres indígenas estamos
estigmatizadas por todos lados. Los blancos piensan que somos inútiles y no sabemos
escribir. Los de izquierda piensan que somos revolucionarias y que nuestros
libros son una revolución en la literatura.
Pero, más allá de eso, mucha gente está buscando
referencias de mujeres indígenas. Y hay que aprovechar esos espacios de
escritura. Lo malo es que nos sigan diciendo cómo y qué debemos escribir.
¿Esperan un texto abiertamente anticolonial?
Exacto. Y muchas veces eso cae en el romanticismo. y yo
quiero romantizar El Alto ni a la gente aymara. La realidad de esta ciudad
tiene que ser expuesta con sinceridad sin volverla un escenario revolucionario,
antisistema, como lo ve la izquierda; tampoco la ciudad salvaje o de barbarie
como la ve la derecha. Pienso que El Alto necesita eso. Y la literatura aymara
necesita eso. Mucha escritura aymara conecta con lo que se ha vivido antes, en
el campo. Y no está mal el vivir con la paja, con los animales, con los
cóndores y todo lo que muestra esa literatura. ¿Pero qué mostramos ahora?
Tu libro, que transcurre en la ciudad de El Alto, me hace
pensar mucho en los llamados “conos” de Lima. Esas zonas construidas a partir
de la migración de gente desplazada por la guerra y la pobreza. Esas partes,
que en Lima se llaman “periferia”, son ciudades en sí mismas aunque no siempre
se las ve así. ¿Cómo le explicarías El Alto a una persona peruana?
Uf. Creo que durante mucho tiempo he romantizado El Alto.
Era por la necesidad de defenderlo. Porque nos llamaban la ciudad que trae la
pandemia, los cochinos, y nos cuestionaban que teníamos que salir a vender
durante la cuarentena. Pero es una ciudad –y no lo voy a romantizar ahora– que
puede hacer muchos cambios políticos y económicos porque, para quienes viven
acá, esas son cosas urgentes. Pero también es cierto que El Alto puede hacer
esos cambios grandes, pero no puede hacer las cosas más pequeñas, que también
son urgentes. El Alto es una ciudad muy rezagada aún en cuanto a pensamiento, a
intelectualidad y a propuestas sociales y políticas de cambio. En lo
pragmático, en cómo se involucran en la economía, allí son capísimos. Y no
tienen tantos complejos para negociar con un blanco o un chino o un peruano, y
se involucran en cualquier espacio y territorio. Los alteños están ocupando
territorios importantes en Chile, en las fronteras, en Argentina, adonde
migran. El Alto es una ciudad muy creativa. Los alteños pueden crear trabajos
que no imaginarias. Pero está todavía en un proceso de incubación.
Por otro lado, es un espacio que ya no se ve a sí mismo
como una periferia sino como un lugar muy importante, un centro. Los alteños
poco a poco están dejando esa mentalidad de periferia porque, claro, antes
éramos la periferia de La Paz, y La Paz era la ciudad bonita, donde todos
aspirábamos a vivir. Pero ahora los alteños han podido construir su propia
ciudad y buscan que su trabajo esté aquí y ya no en La Paz.
El Alto también es la capital aymara. Vincula a Puno y al
sur del Perú con Bolivia. Y no es difícil que, en un futuro, El Alto pueda
generar un espacio incluso más importante de vinculación social, de
pensamiento, de intercambio, y con más trascendencia en otras regiones. El Alto
es una ciudad aymara de migrantes rurales que se están urbanizando. Pero esta
urbanización es muy diferente a la que ocurre en La Paz. No es una urbanización
blanca, donde te construyes tu casita bonita o vives en tu edificio muy lindo,
sino una urbanización donde los lenguajes, la forma de comer, las formas de
socializar y de generar negocios y dinero son diferentes. Ese es El Alto.
¿Y hay presencia peruana?
Un montón. De hecho, en la casa donde vivía antes tenía
muchos vecinos peruanos. Hay muchos más en el norte de El Alto, cerca del lago
y de Desaguadero. Y, la verdad, no encuentras diferencias a simple vista, y
quizá sí un poco en el lenguaje, la forma de hablar.
Tu libro se siente muchas veces como una ventana a la
historia de esta ciudad, pero también a la intimidad de la niña y adolescente
que fuiste. Uno de tus textos, “Perro gris”, es una crónica sobre tu
experiencia rescatando perros de la calle. ¿Has vuelto a rescatar alguno
recientemente?
Después de eso, ya no. Rescatar perros me generó un
trauma. Y, como decía en el libro, hubo una época en que miraba a través del
animal. Y dejar al cadáver de ese perro [spoilers] en el basurero también
implicaba cerrar un ciclo para mí. Por lo menos así quería mostrarlo. Y no he
rescatado perros desde entonces, aunque hace un tiempo una amiga me dejó un perro
diciendo que lo cuidara mientras se lo daba en adopción a otra persona. Y
acepté a la perrita, que ahora está acá ladrando. Pero como nadie la adoptó, mi
mamá se encariñó mucho con ella y la tuvimos que dejar en la casa. Se llama
Mamacha y a ella también le gusta rescatar perros. Una vez fuimos a un lago
cercano y vimos a una perrita temblando al lado de la carretera. Yo me estaba
yendo y la Mamacha la vio y se soltó de la correa y fue a lamerle la carita.
Tuve que llevarla conmigo porque la Mamacha estaba llorando, supongo que por
compasión. La llevamos al veterinario, se puso mejor y fue la última que
rescaté. Le puse Chuñita porque era negrita, como el chuño.
¿Y dónde está ahorita?
Murió porque le atropelló un carro.
Nooo…
Pero se embarazó antes de que la atropellaran y dejó a una
wawita. Y a esta sí la adoptó mi hermana. Ahora tengo otra posición frente al
animalismo. Es que es una forma de evitar el sufrimiento a otros seres pero
lograrlo es un objetivo imposible. Y pienso que se trata más de un sufrimiento
interno que tenemos los humanos. Creo que eso me llevó a ser animalista y
rescatar perros en un momento. Porque lo que yo hacía no era rescatar a
cualquier perro que veía, sino a los que estaba en situaciones muy graves, como
el perro gris de mi libro, que estaba arrastrándose cuando lo encontré.
¿Y ahora qué haces cuando ves un perro en la calle y te da
pena?
Llamo a mi mamá. O a mi hermana, y ella viene corriendo
como loca. Salud con Lupa de Perú (https://bit.ly/3JAEOxJ)
CHINA SE ADUEÑA DEL LITIO BOLIVIANO
El gobierno de La Paz firmó un contrato para la producción
directa de este recurso en los gigantescos salares de Uyuni y Coipasa. El tema
abrió otro frente de disputa en el MAS
Infobae de Argentina (https://bit.ly/3Jb7lbC)
Por Humberto Vacaflor Ganam.- El litio boliviano interesa
a EEUU, pero ya ha sido entregado a China por el gobierno del MAS, cuando las
dos superpotencias están a punto de enfrentarse por Taiwán.
Treinta años después del final de la Guerra Fría, la
disputa por los recursos naturales enfrenta a las potencias por el control de
las nuevas tecnologías, en este caso de las baterías de ión litio para casi
todo, comenzando por los autos eléctricos.
En enero, el gobierno boliviano firmó un contrato con las
empresas chinas CATL BRUNP & CMOC (CBC), que deben entregar un informe en
este mes sobre las condiciones en que ejecutarán la “producción directa del
litio” en los gigantescos lagos de sal, o “salares” de Uyuni y Coipasa.
Se calcula que en esos dos lagos de sal que reciben las
aguas de la cuenca cerrada del altiplano existen 21 millones de toneladas de
litio, lo que las califica como las mayores reservas del mundo.
La señora Laura Richardson, jefa del Comando Sur del
ejército de Estados Unidos, dijo la semana pasada que su país mira con
preocupación cómo potencias “adversarias” están explotando las reservas del
“triángulo del litio” sudamericano: Bolivia, Argentina y Chile.
Los seguidores de Evo Morales, y él mismo, reaccionaron de
inmediato con duras críticas a la señora Richardson afirmando que América
latina ha dejado de ser una “colonia” de Estados Unidos.
En cambio, el bando del presidente Luis Arce no ha dicho
una palabra sobre este tema, con lo que ese bando refuerza la denuncia de que
Morales es el principal responsable del contrato con los chinos.
Según las denuncias del bando de Arce, la esposa del ex
canciller Fernando Huanacuni, de la gestión Morales, fue empleada de la empresa
china que terminó firmando el contrato. Huanacuni lo ha admitido y ahora
acompaña a Morales en actos de campaña para las elecciones de 2025.
El tema, aunque con alcances mundiales, ha sido
incorporado en las riñas de los masistas. Los seguidores de Morales dicen que
uno de los hijos de Arce también estuvo actuando en las negociaciones con los
chinos.
Lo cierto es que el proyecto del litio de los lagos de sal
bolivianos ha entrado en la disputa de las grandes potencias. La señora
Richardson mencionó también a las explotaciones de litio de Argentina y Chile
en la Comisión de Defensa de la Cámara de Representantes.
El proyecto boliviano está muy demorado respecto de las
explotaciones que hacen Argentina y Chile en sus propios salares. Esos dos
países figuran en las estadísticas internacionales de las grande exportaciones
de carbonato de litio, materia prima para la elaboración de las baterías para
los vehículos eléctricos.
En 1990 Bolivia firmó un contrato con la norteamericana
Lithco Corporation para la explotación del litio, pero el gobierno de entonces
debió anularlo debido a las protestas de los habitantes del departamento de
Potosí.
Los potosinos arguyen que están cansados de que las
riquezas mineras sean explotadas y la gente no se beneficie. El Cerro Rico de
plata se explota desde 1545, primero por parte de los españoles, pero el
departamento sigue siendo el más pobre del país.
El gobierno de Morales se propuso crear una tecnología
propia para la explotación del litio, pero el método elegido, de evaporación,
resultó siendo un fracaso, en el que el Estado invirtió 930 millones de
dólares, según cifras divulgadas por The Economist.
Ahora, el ejecutivo de la empresa Yacimientos de litio
Bolivianos (YLB), Carlos Ramos, admite que el método de evaporación, que se
aplica con éxito en Argentina y Chile, no es el apropiado para las salmueras
bolivianas, porque sólo recupera 30% del litio.
En vista de ello, el gobierno del MAS decidió usar la
“explotación directa del litio” y para eso llamó a las empresas interesadas. Se
presentaron ocho, entre ellas una de Estados Unidos, pero la elegida fue la de
China.
El problema es que los potosinos no están de acuerdo con
el contrato. Piden que el departamento tenga una mayor participación en los
ingresos que genere la empresa. Pero además no aceptan que sea la empresa
elegida por el gobierno. Un desafío que será muy difícil para La Paz.
La señora Richardson también mencionó la explotación del
oro por parte de los chinos, que se han asociado con cooperativas de bolivianos
para trabajar en ríos de la región amazónica, donde están dañando la tierra y
el agua con un excesivo uso de mercurio.
Empresas chinas de la construcción tuvieron millonarios
contratos en el gobierno del cocalero Morales.
Y los rusos avanzan en la construcción de un centro
nuclear en la ciudad de El Alto.
NI COMUNISTA NI PERONISTA: LAS IDEAS ECONÓMICAS Y SOCIALES
DEL PAPA
El Economista de Argentina (https://bit.ly/4074yY1)
"Si hablo de tierra, techo y trabajo dicen que soy
comunista", afirmó Francisco a poco más de un año de asumir su pontificado.
Fue casi una definición inicial, una autoproclama. Como quien afirma que
"soy esto", pero sobre todo, que "apunto hacia este
destino".
Esa frase fue pronunciada en el marco del primer Encuentro
Mundial de Movimientos Populares, desarrollado en Roma. Al año siguiente, para
el segundo Encuentro, el Papa mantuvo la misma lógica, pero esta vez la
diferencia radicó en el escenario. Era 2015 y le tocaba hablar, no en la
capital italiana, en Europa, en el Primer Mundo, sino en Bolivia, en su
Sudamérica natal.
"Tierra, techo y trabajo para todos nuestros hermanos
y hermanas. Lo dije y lo repito: son derechos sagrados. Vale la pena luchar por
ellos. Que el clamor de los excluidos se escuche en América Latina y en toda la
Tierra", dijo en Santa Cruz de la Sierra. Fue durante aquel mismo viaje en
el que Evo Morales, entonces presidente boliviano, le regaló el famoso
"crucifijo comunista", en el que Jesucristo aparecía crucificado
sobre una hoz y martillo de madera.
Aunque parezca tentador, en épocas de redes sociales y de
polarizaciones, encasillar a Francisco (o a Bergoglio) con alguna etiqueta
política, en verdad no es tan sencillo. Así como alguna vez aclaró que no era
comunista, también debió hacer lo propio con el peronismo. Su familia siempre
estuvo ligada al radicalismo y, si bien él tuvo algún acercamiento con la
organización Guardia de Hierro, en la que militaban profesores de la
Universidad del Salvador cuando Bergoglio estaba a cargo como provincial de los
jesuitas, él nunca fue militante del
peronismo.
En realidad, las definiciones políticas, sociales y
económicas del Papa no están directamente vinculadas con el peronismo, el
radicalismo o el comunismo. Su base es la doctrina social de la Iglesia, un
conjunto de enseñanzas sociales que comenzó a desarrollarse en tiempos de León
XIII, sumo pontífice entre 1878 y 1903, y cuyos principios incluyen el bien
común, la solidaridad, la participación, la justicia y el destino universal de
los bienes.
En pocas palabras, esta doctrina convoca a los cristianos
a trabajar activamente por la dignidad y la igualdad humana. Claro que esos
postulados suenan similares a los de no pocos partidos o movimientos políticos,
por lo cual la confusión es previsible.
No es casual, entonces, que el primer viaje de Francisco
luego de asumir el 12 de marzo de 2013 fuera a Lampedusa, mucho más cerca de
Túnez que de las costas de la Italia continental.
La cercanía con África implica que muchos migrantes
utilicen a la isla como puerta de entrada a la Unión Europea, pero, en su
enorme mayoría, quedan atascados allí, sin posibilidad de seguir viaje hacia el
continente. Para el Papa, era una forma de darle visibilidad a cientos de
personas que cruzan el Mediterráneo en balsas precarias y de recordar a los
miles que mueren en este tipo de viajes.
Mientras tanto, hoy gobierna Italia Giorgia Meloni, quien
se opone a que desembarquen en las costas de su país aquellos refugiados que hubieran
naufragado. No lo dice abiertamente porque es política, pero prefiere muertos
antes que migrantes irregulares en Italia. Cuando se reunieron por primera vez
con Francisco, en pasado enero, la cuestión migratoria fue uno de los temas
centrales.
El punto no es solamente los migrantes que mueren en el
mar ni Italia ni Meloni. El punto es no mirar hacia otro lado ante los que
sufren, sin importar sus orígenes, ideas, forma de vida o fe. Más de una vez,
Francisco se refirió a la necesidad de una regulación estatal de la economía,
que el Estado funcione como mediador entre partes y que esto derive en una
mayor distribución e igualdad.
En ese sentido, podría decirse que está lejos del
capitalismo liberal, pero no del capitalismo per se. No, no es comunista. Sus
críticas no apuntan a quien produce riqueza, sino a quien no la distribuye, a
quien no genera empleo. Por otro lado, cuestiona la primacía de las finanzas y
la especulación: "Especular es una enfermedad que perjudica siempre a
otro", dice en el libro de reciente publicación El Pastor. Ve a la
economía como algo concreto y a las finanzas como algo etéreo, inasible.
A esto se le suma la crítica al consumismo, al comprar
excesivamente como búsqueda de una gratificación espiritual. Incluso habla de
ese punto en su encíclica Laudato Si, la primera de un Papa que apunta a la
ecología y en la que destaca cómo el consumismo afecta al medio ambiente.
Francisco no apunta entonces a una revolución, sino a
poner en práctica y expandir lógicas que la Iglesia Católica enarbola desde
hace más de un siglo. No plantea el fin del capitalismo ni la remoción de las
fronteras. En realidad es bastante más sencillo que cualquier sobreanálisis:
propone no mirar hacia otro lado frente al sufrimiento ajeno y trabajar para
que cada humano viva con dignidad. Con tierra, techo y trabajo.
LOS PUEBLOS ORIGINARIOS
El Expreso de Perú (https://bit.ly/429V3c2)
Cuando los países «abandonaron, quemaron o guardaron la
bandera roja de la ilusión y enarbolaron los pendones nacionalistas,
regionalistas y localistas de libertad que más podrían servirles para
reencauzar sus acciones de desarrollo.
Pero, al poco tiempo, como siempre suele suceder, pues
nunca faltan los que quieren gobernar a los demás (es lo que llaman política y
que siempre hay) inventaron que la conflictividad entre los humanos se explica
más bien por la lucha entre las personas debido a sus diferentes orígenes y
características culturales dominantes. Nació así la teorización (muy soterrada,
pero real) de que acabando con esta lucha de etnias, se instalará -ahora sí,
¡por fin!- el paraíso humano.
Y para buscar sustentarlo, nacieron diversos especímenes
seudoideologizantes en nuestra región, el llamado Socialismo del siglo XXI». (
José Perla Anaya).
Es así que nació el estado «plurinacional» (tesis
postulada intensamente por Evo Morales), concepto que fue incluido en la
Constitución chilena que fuera rechazada por el 62 % en un Plebiscito. Esta
idea separatista de retornar a los pueblos originarios es una que ha estado
detrás de las divisiones en diversos países europeos. Y fue recogida por el
socialismo del siglo XXI que, en nuestro caso, pretende aplicarse a los aimaras
y Puno.
Y aunque se esgrimen otros argumentos, no se puede negar
que detrás de las movilizaciones violentistas se encuentran los intereses del
crimen organizado (mineros ilegales y contrabandistas).
Los que tuvieron una serie de facilidades en el gobierno
de Castillo y no quieren perderlas, tendencia que se vio bruscamente
interrumpida por el golpe del 07.12.22 del profesor cajamarquino. Lo que afectó
una serie de importantes intereses, inclusive más allá de nuestras fronteras.
Por lo que es necesario prestar atención a la evolución de
las exportaciones bolivianas de oro, que lograron cifras récord el 2021. En un
año, el volumen de las ventas se ha duplicado y ha superado las reservas del
metal precioso administradas por el Banco Central Boliviano. Es así que en el
2021 se exportaron 53.3 toneladas por un valor de US$ 2,530.9 millones, el
doble de lo comercializado al mercado exterior el año precedente (27.3
toneladas por un valor de US$ 1,229.6 millones (La Razón).
Sin embargo, no hubo ningún nuevo proyecto aurífero de
envergadura que justificara dicho incremento, por lo que lo más probable es que
el origen del aumento sean las compras efectuadas a los mineros ilegales de la
zona de Madre de Dios. Asunto de interés boliviano, ya que actualmente Bolivia
está experimentado una importante caída en sus reservas internacionales, que no
alcanzan, ni remotamente, para cubrir las demandas del país.
Por lo que se teme que se pueda producir una importante
devaluación. Evento que afectaría, aún más, a la ciudadanía, ya que Bolivia
tiene un tipo de cambio fijo desde hace más de 10 años.
Una vez más, quedaría demostrado el grueso error de muchos
izquierdistas locales que postulan que el modelo boliviano es superior al
peruano y que deberíamos adoptarlo. Si bien Bolivia logró algunos logros
sociales, en conjunto sus resultados resultaron inferiores a los del modelo
peruano. Debiendo tenerse en cuenta que los logros bolivianos se obtuvieron a
costa de importantes desequilibrios; que como el tipo de cambio fijo, en un
futuro cercano empezarán a pasarles la factura.
LAS DICTADURAS SE INSTALAN CUANDO HAY TRAICIÓN DE LA
OPOSICIÓN Y DEL EMPRESARIADO NACIONAL
El castrochavismo llegó a controlar prácticamente todos
los gobiernos de Latinoamérica, pero solo consiguió establecer dictaduras en
Venezuela, Bolivia, Nicaragua y Ecuador
Infobae de Argentina (https://bit.ly/3FjLVbe)
Por Carlos Sánchez Berzain.- El siglo XXI proyectado como
el de la democracia plena en las Américas se ha convertido en el de la
expansión de las dictaduras. La dictadura de Cuba que se consumía en su periodo
especial en la última década del siglo pasado ha extendido su sistema de crimen
organizado a Venezuela, Bolivia y Nicaragua, y continua su conspiración en la
región. Pero, aún con el control de gobiernos en países democráticos no han
quebrado la democracia porque las dictaduras se instalan cuando hay la traición
de la oposición y del empresariado nacional.
El 11 de Septiembre de 2001 mientras se firmaba en
Lima-Perú la “Carta Democrática Interamericana” se producía en territorio de
los Estados Unidos el ataque terrorista. La Carta Democrática un tratado
constitutivo marca la institucionalización de la democracia como “el derecho de
los pueblos de las Américas que los gobiernos tienen la obligación de promover
y defender”; los ataques terroristas marcan el cambio radical de política
exterior de Estados Unidos que dejó abierta la región para la expansión de
dictaduras.
Organización con recursos ilimitados, liderazgo público de
Hugo Chávez que subordinó a Fidel Castro, fundada en la estructura de
inteligencia y operaciones de la dictadura de Cuba que había ensangrentado la
región los últimos 40 años, el mecanismo del Foro de Sao Paolo, discurso
antiimperialista, propuestas populistas frente a gobiernos democráticos
acosados por el cumplimiento de metas economicistas, desestabilizaron el
sistema democrático, derrocaron gobiernos, crisis y tomaron el poder.
El populismo bolivariano se volvió socialismo del siglo
XXI o castrochavismo. Con la muy oportuna muerte de Chávez la dictadura de Cuba
tomó la jefatura que tanto le había incomodado y Venezuela pasó de socio
capitalista y jefe a principal colonia. El liderazgo de Latinoamérica en el
siglo XXI fue ejercido por Hugo Chávez y a su muerte pasó a los dictadores de
Cuba. Así quedó marcado el eje de confrontación de dictadura contra democracia
que se develaría global con la invasión de Rusia a Ucrania.
La Carta Democrática Interamericana que debió ser el
inicio de la “democracia plena” marca contradictoriamente los peores tiempos
para la democracia en las Américas con el control de la Organización de Estados
Americanos por el castrochavismo con la gestión Insulza, en la que se ignoran
los elementos esenciales de la democracia, se encubre la violación de derechos
humanos, se soslaya la existencia de presos y exiliados políticos y se subordina
la democracia al dinero proveniente del vaciamiento de Venezuela, de la
corrupción con fondos federales de Brasil con Lula/lavajato y del desarrollo de
narcoestados que son hoy Cuba, Venezuela, Bolivia y Nicaragua.
En este peligroso escenario el castrochavismo llegó a
controlar prácticamente todos los gobiernos de Latinoamérica, pero solo
consiguió establecer dictaduras en Venezuela, Bolivia, Nicaragua y Ecuador que
fue redimido por Lenin Moreno. Controló Argentina con los Kirchner y ahora
nuevamente pero sin poder romper la democracia, en Paraguay con Lugo pero
entregaron el poder, en Uruguay con Mujica y sigue la democracia, en Chile pasó
Bachelet y ahora tienen a Boric sin lograr quebrar la institucionalidad, en
Brasil pasaron Lula, Rousseff y ahora volvió Lula pero la democracia resiste,
están en Colombia con Petro y en México con López Obrador… Centroamérica y el
Caribe muestran lo mismo.
Los países donde el castrochavismo hizo dictaduras son
aquellos en los que la oposición política hizo “hizo arreglos de entendimiento
para quebrar la institucionalidad democrática” permitiendo asambleas
constituyentes, falsificando reformas y mecanismos que otorgaron progresiva e
irreversiblemente el control total del poder. En Nicaragua fue Alemán y más a
cambio de impunidad, en Bolivia Mesa, Quiroga, Doria Medina, Ortiz…con
negocios, en Venezuela….tantos y tan conocidos por los venezolanos…. Instalada
la dictadura, todos los entreguistas de la democracia son “oposición
funcional”.
Luego de la traición política sobrevino la del
empresariado nacional, que se acomodó a importantes y lucrativos negocios con
el régimen que incluían la liquidación de la “prensa libre” por medio de la
venta o confiscación de medios. Fueron socios de la liquidación del periodismo
de denuncia e investigación que tuvo como destino cárceles y exilio.
Son más las sociedades que han derrotado y están
derrotando la agresión de las dictaduras. Lo hacen hoy Perú, Colombia, México,
nuevamente Argentina, Chile, Ecuador y Brasil. Oposiciones que no venden los
principios ni la institucionalidad democrática, empresarios que no prefieren el
negociado oportunista al libre mercado y periodistas que con esas condiciones
pueden seguir siendo la última trinchera de la libertad frente al crimen
organizado transnacional.
MINISTRO ALBERTO VAN KLAVEREN: “BOLIVIA ES UN PAÍS MUY
IMPORTANTE PARA NOSOTROS”
El nuevo titular de Relaciones Exteriores se refirió a los
temas prioritarios de la cartera tras asumir el cargo, entre ellos, la búsqueda
de acuerdos con el país vecino para la disminuir el paso de migrantes por la
frontera con Bolivia.
Radio Universidad de Chile (https://bit.ly/3JjZlW2)
El nuevo ministro de Relaciones Exteriores, Alberto van
Klaveren, habló de los temas prioritarios de la cartera tras asumir el cargo,
entre ellos, la búsqueda de acuerdos con el país vecino para la disminuir el
paso de migrantes por la frontera con Bolivia.
La jornada de este sábado, el Presidente Gabriel Boric
lideró el consejo de gabinete tras los cambios ministeriales realizados durante
el pasado viernes, donde se destacó la salida de Antonia Urrejola y la llegada
de Alberto van Klaveren a la cancillería.
Al ser consultado sobre los desafíos que tiene como nuevo
canciller, Van Klaveren se refirió a los pasos a seguir, entre ellos, la
solicitud para agilizar el proceso de acuerdo con Bolivia bajar la cantidad de
personas que ingresan a Chile por la frontera con dicho país.
“Eso es un tema muy relevante y hay iniciativas de
carácter internacional que se están desarrollando”, destacó el nuevo secretario
de Estado y agregó que en este asunto Cancillería se encuentra trabajando en
conjunto con el Ministerio de Interior y el Servicio de Migrantes.
En esta línea, agregó que dicha coordinación ya va a tener
resultados. “Y por cierto, Bolivia es un país muy importante para nosotros. En
el tema migratorio hay conversaciones en curso y esperamos que puedan
reforzarse esas conversaciones“, acotó el canciller.
Cabe recordar que, tras salir a saludar a los ciudadanos
junto al Jefe de Estado, el titular de Relaciones Exteriores expresó que “los
desafíos son tener las mejores relaciones con nuestros vecinos, con América
Latina, la inserción económica internacional, tenemos dos nuevos acuerdos muy
relevantes, el acuerdo de la Unión Europea y el TPP-11, hay que implementarlos,
y aparte de eso, la protección de los océanos, la lucha contra el cambio
climático, la defensa de los derechos humanos, donde quiera que se violen,
Chile tiene que alzar la voz y eso es un tema que es muy relevante para
nosotros”.
ACUERDO TRILATERAL HABILITÓ PASOS EN CHILE PARA LA CARGA
DE BOLIVIA A PERÚ
Convenio tendría validez hasta el 30 de marzo, no se
descarta su extensión
Mundo Marítimo de Chile (https://bit.ly/3lgL83T)
Benjamín Blanco, viceministro de Comercio Exterior de
Bolivia ha explicado que existe un acuerdo trilateral que habilita pasos en
Chile para llegar desde Bolivia a Perú. El mismo se firmó de forma
extraordinaria y habilita la ruta Tambo Quemado – Chacalluta – Santa Rosa –
Tacna desde el 13 de febrero hasta el 30 de marzo, aunque no se descarta una
prórroga de las operaciones al finalizar el plazo.
Blanco declaró que el flujo de carga y las operaciones de
comercio exterior en los pasos fronterizos de Tambo Quemado y Pisiga gozan de
gran estabilidad, siendo que Tambo Quemado registra un promedio diario de 250
importaciones y 301 exportaciones, el gran volumen en la vía influyó en la
habilitación de una ruta alternativa en Visviri-Charaña para vehículos pesados
sin carga, esto en la búsqueda de evitar congestiones viales de gran magnitud.
Por su parte, Pisiga cuenta con un flujo de alrededor de 201
camiones de importación y 105 de exportación al día.
Desde la cancillería boliviana han informado la
habilitación de 145 empresas de transporte, con la autorización de estas
empresas por parte de Chile y Perú siendo gestionadas actualmente.
Efectos sobre el Puerto de Arica
Marcelo Urrutia Aldunate, ex presidente de la Empresa
Portuaria Arica, solicitó a la cancillería chilena una revisión del acuerdo,
declarando la existencia de posibles perjuicios para el desarrollo del Puerto
de Arica. Urrutia expresó: “se está autorizando el paso de carga a puertos
peruanos que perfectamente pudo haber sido transferida sin ningún riesgo por
Arica”, señalando que esta medida afectaría de forma negativa la economía de la
región.
Urrutia insistió en que el puerto de Arica es una empresa
pública que representa casi el 10% de la producción regional, además de unos
3.000 empleos directos e indirectos y por lo tanto debe ser considerada de
mejor manera de cara a este tipo de tratados.
Notable libro de Jaime Iturri Salmón
LA PRESENTACIÓN DE "EL PAÍS DE MIS DESVELOS":
RECUPERAR LA POLÍTICA
El periodista boliviano tuvo que exiliarse en la Argentina
tras el golpe de Estado, y por ello quiso hacer la primera presentación de su
libro aquí. “Nos cambiaron los papeles y
no supimos defendernos”, apuntó.
Página 12 de Argentina (https://bit.ly/3ZK6DsS)
El país de mis desvelos. De cómo se usó la infocracia para
voltear a Evo y otros ensayos es un libro que nació en el exilio de su autor,
el periodista Jaime Iturri Salmón, tras el golpe de Estado al ex presidente Evo
Morales en Bolivia. Por eso decidió hacer la primera presentación en Argentina,
el país que lo cobijó. Los periodistas Alejandro Goldin y Hernán Invernizzi, el
consultor político Rafael Prieto, y la militante feminista Mishka Iturri
Avendaño se reunieron en el Centro Cultural Borges para debatir sobre estos
ensayos que permiten repensar los acontecimientos del 2019 en el país vecino
pero también establecer un diálogo con la realidad latinoamericana.
La joven militante del Frente Revolucionario Comuna (FREC)
–hija del escritor– fue la única voz femenina de la mesa y la primera en
compartir su mirada sobre este trabajo que se propone analizar las causas del
golpe y hacer una autocrítica sobre ciertas variables que fueron subestimadas
en su momento pero que luego tuvieron un rol trascendental en el trágico
desenlace.
“Es un libro clave para mi generación porque tiene ensayos
que van desde los 90 hasta la actualidad, y me parece que eso nos permite a las
personas jóvenes (bolivianos y de la Patria Grande) acercarnos no sólo desde la
historia formal y los hechos fríos, sino desde la mirada de alguien que milita,
lucha y comunica, alguien que está muy atento para vivirlos, soñarlos e interpretarlos.
Los desvelos a los que alude Jimmy son los sueños de todas y todos en Bolivia”,
destacó Mishka, y agregó que vale la pena revisitar estos estudios “en un
tiempo en el que las democracias son tan débiles”.
Invernizzi definió al autor como "un renacentista
digital” y destacó la multiplicidad de enfoques en su proyecto: desde la
antropología y la historia a la política y la lucha de clases pasando por la
big data y las fake news. Al inicio de su intervención rescató algo que Iturri
señala en las primeras páginas: el FBI tenía datos de la corrupción antes del
golpe. “Esto significa que hacen inteligencia todo el tiempo y desde siempre;
ese es el gran problema. Cuando hay conflictos políticos o se agudiza la lucha
por el poder, el que no hace inteligencia pierde”, advirtió el periodista, y
recalcó la necesidad de “hacer inteligencia, estudiar, buscar datos y tratar de
comprender al otro, sea aliado, adversario o enemigo”. Acerca de las alianzas
entre la derecha golpista y el poder global, dijo que “han hecho grandes
esfuerzos de comunicación para hacernos creer que saben cosas que quizás saben
o quizás no” en un contexto en el que “parece que sabemos mucho” y, sin
embargo, “reina la confusión”.
Otra de las virtudes del libro según Invernizzi es que
“divulga y trata de entender, se hace accesible pero es terriblemente profundo”
en un momento en el que cualquier simplificación puede llegar a ser
extremadamente peligrosa para intentar comprender la realidad. También
recomendó a la audiencia que fotocopiara este fragmento para ponerlo en un
cuadrito: “Ya no se trata de que tal o cual percepción, para ser verdadera,
tenga que ajustarse a los hechos, sino que, con estas nuevas reglas, son los
hechos los que deben rendir cuentas a las percepciones y valoraciones construidas
en el espacio virtual, no importa a tales efectos que sean verdaderas o
falsas”. Por eso el periodista asegura que pasamos del pienso, luego existo al
me parece, por lo tanto es real. Y para ejemplificar este punto se refirió al
denominado “caso Zapata”: el hijo que le inventaron a Evo y que en verdad jamás
existió.
La vida de Iturri cambió drásticamente con el golpe: en
Bolivia tenía un trabajo estable como periodista, pero de la noche a la mañana
se encontró exiliado en Buenos Aires sin saber muy bien qué sería de su vida.
Goldin recordó el encuentro gracias a un amigo en común y también la obsesión
del autor por los errores cometidos, las encuestas y el rol clave que habían
jugado las redes sociales en ese proceso (bajo la creencia de que el mundo
“virtual” es tan importante como el “real”). El vaticinio de Iturri terminó
cumpliéndose: el MAS ganó por el 55% de los votos, pero no fue puro azar sino
un trabajo arduo con los datos. Goldin también echó luz sobre el diálogo que se
puede establecer con la realidad argentina respecto de la desatención hacia los
sectores medios como una ruptura clave para comprender los hechos posteriores.
“Siendo países con estructuras de clases aparentemente tan
diferentes, el libro tiene una interpretación de la realidad boliviana que
también podría servirnos en Argentina sobre esa ruptura del peronismo y el
kirchnerismo con los sectores medios a partir del 2008, con alguna
recomposición coyuntural que no persistió en el tiempo”. Además, remarcó que
“los desvelos de Jimmy no son sólo por Bolivia sino también por la Patria
Grande”.
Prieto, por su parte, celebró el “fuerte compromiso
político” del autor, y valoró que el trabajo no sólo se ocupa de la “denuncia
con nombre y apellido de quienes perpetraron el golpe” sino también de
“trabajar profundamente una autocrítica de la propia experiencia para extraer
nuevas enseñanzas de cara a las nuevas luchas”. El analista sostuvo que eso no
es algo usual en la cultura política argentina y que el proyecto de Iturri es
un ejemplo digno de ser replicado. Al mismo tiempo, definió su trabajo como una
reivindicación de la cultura política para enfrentar el desafío de “construir
mayorías” y poder “defender los intereses populares”.
“Yo quise presentar este libro primero en Argentina porque
lo he parido aquí, por las ideas pero también por los amigos. Eso fue lo bueno
del exilio”, confesó el anfitrión. Iturri continuó con una profundización de la
autocrítica hacia los propios en relación a la incapacidad para escuchar las
demandas de las clases medias y los jóvenes: “Nosotros sólo escuchamos a los
bolivianos que queríamos escuchar. La clase media fue sustituida en el Estado
por hijos de aymaras o quechuas que habían ido a la universidad entonces se
sintieron tambalear (...) Debimos haber entendido la importancia de las redes y
haber combatido desde allí”, declaró. Por otra parte, mencionó las dificultades
que tuvieron para interpretar el discurso de la nueva derecha vinculado a la
ecología y la libertad. “Nos cambiaron los papeles y no supimos defendernos”,
apuntó. Otra de las sentencias fuertes de la tarde estuvo asociada a esa lucha
de clases que se agudizó durante aquellos días que terminaron con la renuncia
de Evo: “En 2019 la clase media nos volteó y los pobres pusieron los muertos”.
Hacia el final del encuentro, Iturri subrayó uno de los
grandes ejes del libro: la importancia de la comunicación como un campo donde
“no puede haber groserías”, en el que se hace preciso “saber cómo trabajar los
textos para que sean cautivadores” porque “sin seducción no hay futuro”.
También hubo espacio para preguntas de la audiencia que giraron en torno a las
disputas internas en el MAS, la posibilidad de un tercer candidato por fuera de
Morales o Arce (Iturri señaló a Andrónico como una opción válida para evitar el
divorcio: “un joven indio, campesino, cocalero y con título de maestría”), y la
necesidad de que los jóvenes tomen el relevo con sus defectos y virtudes.
DEFORESTACIÓN Y EXPLOTACIÓN MINERA, DOS GRAVES MALES QUE
GOLPEAN A SUDAMÉRICA
No son pocos los informes ambientalistas que abogan por
"políticas económicas sostenibles y gobernanza", pero obvian
denuncias sin distinción de orientaciones ideológicas
Diario Las Américas de EEUU (https://bit.ly/3mOzHRB)
Un estudio realizado por la firma analítica internacional
Earth.Org plantea problemas ambientales en América del Sur, como la
deforestación, pero obvia graves situaciones como la explotación minera en
Bolivia y Venezuela.
El informe de la organización ambientalista, con sede en
Hong Kong, que aboga por “políticas económicas sostenibles y gobernanza” para
proteger el planeta Tierra, califica de “pérdida desenfrenada de bosques” en la
Amazonia brasileña, así como la deforestación que sucede en Argentina, Perú,
Bolivia, Chile y Ecuador, donde, acorde con el Consejo de Defensa de los
Recursos Naturales, del 27 al 43% de los terrenos denotan grandes pérdidas de
árboles.
Sin embargo, no denuncia quienes son los causantes de la
deforestación ni menciona a gobiernos cómplices de la situación.
En Argentina, donde el gobierno de Alberto Fernández
prometió combatir la deforestación de la amplia llanura Gran Chaco, imágenes
captadas por los satélites Landsat 8 y Sentinel-2 evidencian que, en la
provincia de Formosa, una excavadora abrió senderos de 10 metros (33 pies) de
ancho, a solo siete kilómetros (unas cuatro millas) del Parque Nacional El
Impenetrable.
“Lo que hacen es claramente ilegal”, declaró al medio
ambientalista Mongabay Riccardo Tiddi, un físico italiano que ha vivido en el
Gran Chaco argentino durante muchos años y es miembro de una plataforma
ciudadana llamada Somos Monte.
Los senderos abiertos recorren un total combinado de 40 km
(25 millas) en un área de aproximadamente 7.000 a 8.000 hectáreas de bosque nativo,
según estimaciones aéreas.
Es probable que ese terreno sea utilizado para ganado,
soja o maíz, según las observaciones y las tendencias regionales de los últimos
años.
Pruebas similares denotan que la deforestación de la
Amazonía en Brasil continúa, después de dos meses de gobierno de Luiz Inácio
Lula da Silva y promesas de combatir la ilegalidad.
No obstante, datos satelitales preliminares recopilados
por la agencia de investigación espacial del gobierno, INPE, aseguran que la
deforestación ha disminuido un 61% con respecto a enero de 2022, el peor mes de
los últimos ocho años.
Explotación minera
Además de deforestación, urge denunciar la explotación
minera que afecta la geografía de Bolivia y Venezuela.
En el país andino la extracción de minerales suma más de
500 años y últimamente crece debido al incremento de ganancias que produce el
mercado internacional.
De esta manera, elevaciones, campos y ríos sufren por el
sistemático uso de sus riquezas, que además contamina el medioambiente y no es
controlado por las autoridades del país.
Asimismo, existe el abandono de ciertos yacimientos de
minerales, que después de haber sido explotados dañan el medioambiente con la
expulsión de gases y contaminantes que degradan la calidad del agua en ríos,
lagos y mantos freático, donde se acumula el agua que habita en el subsuelo.
Cerca del parque nacional Madidi, al noroeste de La Paz,
con una de las mayores variedades de biodiversidad del mundo, la explotación
del oro atenta contra el equilibrio natural de la zona.
Allí la minería crece, mientras el gobierno de Luis Arce
toma medidas que parecen complacer los deseos de quienes extraen el oro.
Por ejemplo, en 2014, según datos publicados por Actividad
Jurisdiccional Administrativa Minera, existían 55 excavaciones mineras y ocho
años después, en 2022, la cifra superaba las 100.
En Venezuela, la fiebre del oro corre por las planicies
del sur de la nación sudamericana, a medida que se vierten miles de litros de
sustancias tóxicas en los ríos, que amenazan el ecosistema y la salud de
poblaciones cercanas, sobre todo indígenas.
La explotación de la rica franja de minerales de
Venezuela, el denominado Arco Minero del Orinoco, es la maniobra que el
Gobierno de Nicolás Maduro para evitar el colapso definitivo de la economía.
El auge de la minería dentro del Parque Nacional Canaima,
declarado patrimonio de la humanidad la UNESCO, ha desatado luchas
territoriales entre mineros ilegales e indígenas por hacerse del control de
zonas ricas en oro.
De hecho, el documental El Arco Minero del Orinoco, un
desastre planetario está en desarrollo, del realizador Miguel Yabrudes, explica
como el proyecto impulsado por el régimen de Maduro pudiera afectar “112.000
Km2 del territorio venezolano y de manera indirecta a Trinidad y Tobago y otras
islas del Caribe y varios países de la región, incluyendo la Amazonía en su
totalidad”.
Urge mencionar estos datos en informes ambientalistas, que
están destinados a llamar la atención de gobiernos y organizaciones
internacionales sobre el maltrato a la naturaleza sin distinción de
orientaciones ideológicas.
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